Authors: John Varley
El Despegue había sido construido con la idea de que todas las habitaciones tuvieran vistas al mar. Técnicamente, todavía era así. Pero nunca tuvimos valor para presumir de ello. Si alargabas la mirada hacia el norte o el sur desde el balcón de tu habitación del Despegue, podías ver un poco de arena y agua. Pero justo delante de nosotros se encontraba el complejo El Manatí Dorado, veinte pisos de opulencia de Nueva Florida, al otro lado de la autopista de cuatro carriles que pasaba a nuestro lado.
Mamá no podía mirar el Manatí Dorado sin escupir. El terreno en el que se levantaba había sido propiedad de su padre.
—Estaba totalmente en contra de "construir sobre la arena" —le contaba a cualquiera que quisiera escucharla—. Siempre pensó que este edificio estaba demasiado cerca del mar. Pasó la mayor parte de su vida temiendo que un huracán se lo llevara. Así que nunca construyó allí. Vendió el terreno.
Ahora el Manatí quiere comprar nuestro terreno para utilizarlo como aparcamiento. Pero no lo necesitan tanto como para pagarnos un precio decente por él. Apenas sacaríamos para pagar la hipoteca, y al día siguiente tendríamos que empezar a buscar trabajo en la excitante industria de los servicios para turistas. Esto es, como doncellas o camareros en el negocio de otro.
—Bueno, por mí pueden besarme el manatí —decía mamá.
Después de dejar a Travis Broussard en manos de su extraño amiguito, Dak me dejó, solo y poco después de medianoche, en el tranquilo aparcamiento del Despegue. Kelly tenía un compromiso a primera hora de la mañana y si se hubiera quedado a dormir conmigo habría tenido que conducir un buen rato más, así que Dak la llevó a su apartamento. Puede que no hubiera debido esforzarme tanto bajo la manta, en la parte trasera de la camioneta. Ahora lo prioritario para ella era darse una ducha fría.
Vivo en la habitación 201 del Motel el Despegue. Según está organizado el sitio, el apartamento del propietario se encuentra detrás de la oficina, en el primer piso: hay un salón y una cocina en el piso de abajo y dos dormitorios en el de arriba. Dormía en uno de ellos hasta que la tía María se mudó para echarnos una mano. Yo me trasladé al 201, que era la Cocina del Infierno. Había trabajado en el maldito cuartucho al menos cien veces a lo largo de los años y era incapaz de impedir que algo se estropeara en él una vez por semana. Finalmente decidimos que no podíamos seguir alquilándolo, como ocurría con la habitación 101, cuyo techo se había desplomado por culpa de una inundación. Pero no penséis que la falta de aquellos dos cuartos iba a obligarnos a rechazar clientes.
El lavabo y la ducha todavía funcionaban. Cuando necesitaba usar el váter utilizaba el de la habitación 101. Saqué las dos camas y las sustituí por una de tamaño grande, y traje una mesa de grandes dimensiones, unas sillas y un sofá que había comprado por unos pocos dólares en el economato del Ejército de Salvación.
La situación me satisfacía. Vamos, sabía que podría haber sido mucho peor. Edulcoraba un poco el hecho penoso de seguir viviendo con mi familia a los veinte años. Tenía mi propio cuarto y podía poner música, y entrar y salir cuando me venía en gana. Si hubiese podido echar una meada sin haber tenido que bajar un piso y cambiar de edificio, me habría sentido feliz.
Tras salir del baño encendí mi ordenador, un portátil Dell, de diez años de antigüedad, que había comprado por veinte dólares. Entré en la página web de la NASA, seleccioné "Salón de la Fama de los Astronautas" y busqué a Travis Broussard.
—Lo siento, la búsqueda no ha producido resultados. ¿Quiere intentarlo de nuevo?
—Ya lo creo —gruñí, y desactivé la función sonora.
Registré a fondo la página entera y encontré numerosas referencias al coronel Broussard. Su historial de vuelo estaba allí, iniciado quince años atrás, cuando ingresó en el cuerpo de astronautas como aprendiz de piloto. Había hecho seis vuelos en el asiento derecho antes de convertirse en piloto principal. Un ascenso bastante rápido. Realicé una comparativa de información y descubrí que era el más rápido de la historia. Hacía doce años, Travis era la estrella emergente de la NASA. Por entonces yo debía de tener ocho años.
Su nombre estaba subrayado con una línea azul, como los de todos los astronautas en la página web. Puede que fuera un vínculo con su biografía. Lo pulsé y apareció una pantalla que decía: "la página está en construcción". Pulsé otro nombre al azar y se abrió una elaborada página que contenía una biografía, ocho pantallas de texto y un centenar de fotografías de la NASA sobre la vida profesional y familiar del personaje. Pedí la página de John Glenn y me encontré con una auténtica enciclopedia, miles de artículos que se remontaban hasta los tiempos de la revista Life, álbumes de fotos, horas y horas y más horas de vídeos y grabaciones, películas enteras, desde capítulos de The Right Stuff a la biografía de Glenn hecha pública el pasado año.
Vale, parecía que Broussard era el único entre varios miles de astronautas en activo, retirados e incluso fallecidos que no tenía un puesto en el Salón de la Fama de los Astronautas. ¿Por qué?
Regresé a su historial de vuelo. Figuraba como piloto jefe en una veintena de misiones. Había un enlace en la fecha de su última misión y, una vez más, al pulsarlo no llegué a ninguna parte. Más enlaces, en los vuelos 67, 60 y 53, todos ellos callejones sin salida. Otro en un enlace con el vuelo 21. Pero se hacía mención de una condecoración. Apunté la fecha de su vigésimo primer vuelo y abrí en otra ventana la página web del Miami Herald.
Realicé una búsqueda del periódico de aquel día y encontré un artículo de seis párrafos en la página tres, con una fotografía en la que se veía a un sonriente Travis Broussard, bastante más joven, estrechando la mano del... vaya, vaya, del Presidente de los Estados Unidos.
El artículo decía:
WASHINGTON, D.C. En una breve ceremonia celebrada en el ala oeste de la Casa Blanca, el Presidente Ventura ha concedido al Piloto Jefe Travis Broussard la Medalla Alan Shepard al valor por sus acciones el día tres de este mes, cuando pilotó un VStar de clase II, averiado, y logró llevar a cabo un aterrizaje de emergencia en un viejo aeródromo de África, salvando la vida de sus tres tripulantes y siete pasajeros.
Broussard fue ascendido ayer a Coronel Astronauta en las instalaciones del Pentágono.
Empezaba a sentirme frustrado. Travis era un gran héroe y en el sitio de la NASA era el único astronauta que no aparecía. No se podía averiguar nada, aparte del hecho de que sí, había sido astronauta, había pilotado un VStar y sí, había recibido una medalla.
Así que fui a SpaceScuttlebutt.com, un sitio en el que se reúnen un montón de colgados de los viajes espaciales, entré en una sala con algunos nombres familiares, y escribí:
¿Broussard, Travis...?
Enseguida, alguien respondió:
No existe ese JOSPOR. Es una persona inexistente. Debería darte vergüenza.
JOSPOR significa Jodido y Sin Posibilidad de Redención. Escribí:
¿Y su biografía?
Podría contártela pero entonces tendría que matarte.
Qué gracioso. Estaba a punto de salir cuando mi interlocutor escribió otra línea:
¿Manniespacial? ¿Eres tú?
Por desgracia, lo era. Había elegido aquel mote hacía años, antes de que empezara a sonar tan rancio. Cambiarlo ahora supondría demasiadas molestias.
Sí.
Se abrió una ventana de tres por tres y vi la cabeza y los hombros de un tipo muy, pero que muy obeso, más o menos de la misma edad que mi madre. Debía de pesar por lo menos doscientos cincuenta kilos. SpaceScuttlebutt.com era lo más parecido al espacio que jamás conocería y él lo sabía. Vivía sus fantasías espaciales conectado a la red y poseía un conocimiento enciclopédico al respecto. Yo ignoraba dónde vivía o cuál era su auténtico nombre, pero su mote era Cerdo Espacial. Un hombre que no se hacía ilusiones. Era una suerte haber topado con él.
—Broussard-san, un montón de mierda, mala medicina, Manniespacial — dijo por el pequeño altavoz incorporado de mi antiquísimo ordenador—. Mal juju. Si pronuncias su nombre en Kennedy, debes abandonar la habitación, dar dos vueltas sobre ti mismo y escupir al suelo.
A veces hablaba de aquella forma. Le encantaba poseer información que otro estaba buscando y en ocasiones te hacía dar saltos para conseguirla. Pero no esta vez.
—Sé que le dieron una medalla por un aterrizaje de emergencia. ¿Qué sabes de eso?
—Todo, muchacho, el Cerdo lo sabe todo. Lo sabe todo y cuenta... bueno, lo que cree que las mentes jóvenes pueden digerir sin peligro. La versión resumida... Eran los primeros tiempos de la segunda generación del programa VStar. El modelo II acababa de recibir su certificado de validez de la NASA. Algunos de los jockeys pensaban que todavía tenía algunos defectillos que había que resolver, pero los mandarines decretaron que tenía que empezar a volar rápido, rápido.
Al VStar II California le faltaba menos de una hora para el encendido de motores que lo sacaría de la órbita cuando se produjo una explosión, seguida por un incendio. La cabina empezó a llenarse de humo. Gran parte de los sistemas electrónicos dejaron de funcionar.
Travis, utilizando lo que la NASA llamaba "copias duras" —manuales y planos técnicos— y con un mínimo de ayuda de sus ordenadores de emergencia, logró encender los motores de reentrada solo tres minutos después de la explosión.
Había tres aeropuertos designados por la NASA como "lugares de abortamiento de misión en el área transatlántica": Morón, en España, Banjul, en Gambia, y Ben Guenir, en Marruecos. Ninguno de ellos se había utilizado nunca y de hecho lo único que los distinguía era que contaban con pistas lo suficientemente largas para que aterrizara hasta una Lanzadera de las antiguas. A estos efectos, El Cairo habría sido una alternativa mejor y Travis la consideró durante breves instantes, pero hubiera tenido que desviarse demasiado en dirección norte de su trayectoria actual.
Morón, Banjul y Ben Guerin estaban ya casi debajo de él. Era imposible dar una vuelta y regresar planeando con el acusado ángulo de descenso del VStar.
Johannesburgo se encontraba demasiado al sur. Nairobi demasiado al este.
Salió del fuego de la reentrada con la esperanza de alcanzar Entebbe, en Uganda... pero no se veía nada. La nave estaba llena de denso humo. De no ser por las máscaras de oxígeno de emergencia, todos sus ocupantes estarían muertos o inconscientes. Tenía que encontrar un modo de sacar el humo de la cabina.
—Había llegado a los cuarenta mil y tenía otro problema. ¿Cómo haces para abrir un agujero en un vehículo que está pensado precisamente para prevenirlo? No se puede abrir la compuerta con la presión de la cabina. No se pueden utilizar los cierres explosivos de emergencia sin desarmar un sistema de seguridad, que en aquel momento ya era imposible de desarmar porque los cuatro ordenadores habían fallado.
»Así que abrió un agujero en la ventana de un puñetazo y el humo salió al exterior. Allí estaba, a veinte mil pies sobre las junglas del África central. No había nada más que vegetación hasta donde alcanzaba la vista. Imposible llegar a Entebbe. El VStar es muy poco maniobrable hasta cuando las cosas funcionan como deben. Le quedaba solo una parte de la potencia hidráulica para hacer maniobrar al monstruo, un poco, y eso era todo lo que tenía.
»De modo que viró hacia la izquierda, miró por la ventana y realizó un giro de tres sesenta, que nadie había probado nunca en un túnel de viento pero que cualquier persona en sus cabales hubiera dicho que no podía hacerse. Mientras estaba cabeza abajo avistó una línea de tierra roja entre los árboles, casi directamente debajo de él. Puede que fuera una carretera o puede que no. Dio un giro dos veces más agudo de lo que recomendaban las especificaciones del fabricante, soportó una aceleración de diecisiete g durante varios segundos, perdió el conocimiento junto con todos los demás... y cuando lo recuperó, enfiló la nave hacia la línea roja.
»Resulta que sí que era una carretera, abierta a golpe de excavadora por la jungla y utilizada por chamanes, contrabandistas de marfil y gente así. Y ni la mitad de larga de lo necesario para el aterrizaje de un VStar.
»Según las reconstrucciones posteriores, las marcas dejadas por las ruedas comenzaban a unos tres metros del inicio de la carretera. Había ramas y hojas en todo el tren de aterrizaje. Cuando los paracaídas y los frenos detuvieron la nave, tenía el morro siete metros más allá del final de la carretera. Es probable que un búfalo de agua que había chocado con el morro hubiera contribuido también a frenarla.
Travis había aterrizado la California al atardecer. No había luces en el lugar, de modo que los primeros americanos no llegaron hasta la mañana siguiente. Fue el embajador en el Congo y parte de su personal, con un pequeño contingente de marines de la embajada. No se habían producido contactos por radio, así que nadie sabía lo que podían encontrarse.
»El embajador salió de su helicóptero y se encontró con lo que quedaba de una estupenda barbacoa africana. La tripulación había reunido el dinero suficiente para pagar el búfalo de aguas, así que, después de cocinarlo, habían estado bailando y bebiendo hasta bien entrada la noche. Todos los granjeros y pastores de la zona tenían algún recuerdo. Trajes espaciales, cojines de los asientos, paquetes de Tang, piezas del panel de instrumentos...
»Así que sacrificaron otro búfalo de aguas y el personal de la embajada, los marines, los tripulantes de la California y los pasajeros pasaron todo el día de fiesta, brindando con sangre de búfalo mezclada con vodka a la salud de todo lo que se les ocurrió. La nave sigue allí.
—Estás de coña.
—¿Dudas del Cerdo?
—No, pero no lo comprendo. La NASA le dio una medalla, sí... pero le dieron mucha más publicidad a otras naves que estuvieron a punto de estrellarse.
—Hasta los tiempos del Apolo XIII —le confirmó el Cerdo—. Si la misión fracasa de verdad, no hay gran cosa que pueda hacerse. Tres astronautas se achicharraron en la rampa de lanzamiento del Apolo I. El Challenger explotó en directo, en televisión. Ahí no se puede echar tierra sobre el asunto.
»Lo de la California no fue una gran noticia por varias razones. Todo había terminado antes de que los medios se enteraran. Ocurrió muy lejos. No había nada que enseñar salvo esa vieja ballena varada en la tierra. Las imágenes eran embarazosas para la NASA. Todo el mundo estaba ileso, así que, ¿dónde estaba la gran noticia? Se le da una medalla y santas pascuas. Si le hubieran dado mucho bombo, la única carrera beneficiada habría sido la de Broussard... y nadie sabía qué hacer con él.