Trueno Rojo (15 page)

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Authors: John Varley

BOOK: Trueno Rojo
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»Su mente todavía funciona, pero no sigue las mismas leyes de la lógica que vosotros y yo conocemos. Y puede dar a luz cosas asombrosas.

Bajó la mirada hacia la burbuja plateada con la que había estado jugueteando.

—Como esto —dijo—. Esta cosa... viola todas las leyes de la física que conozco. Y algo tan diferente, algo que viola tantas leyes... bueno, amigos y vecinos, me asusta.

—Jubal las hizo para una especie de juego de dardos —le dije—. O para decorar árboles de Navidad.

—Sí, eso es típico de él —dijo Travis.

Estuvimos en silencio unos momentos. Jubal quería utilizar las burbujas plateadas como juguetes infantiles pero era bastante evidente que significaban algo mucho más importante. Aunque el qué en concreto, era una cuestión que seguía abierta.

Y que Travis tenía la intención de resolver. Se levantó de su silla y se estiró. Y entonces nos miró a todos, uno detrás de otro.

—Ya os lo he dicho, sería mucho más feliz si solo Jubal y yo estuviéramos al corriente de esto.

—No vamos a robarte —dijo Dak.

—Confío en vosotros más que en nadie que conozca.

—¿Porque no te robamos en la playa? —Alicia se echó a reír—. Para ser sinceros, le dije a Dak que te cogiera cien pavos como pago por la carrera.

—Estabais en vuestro derecho —dijo él.

—Y ya has dicho que habías utilizado a todos tus amigos salvo nosotros. ¿En quién más podrías confiar, aparte de Jubal?

—¿Alguna vez no dice usted lo que piensa, señorita?

—No que yo sepa —dijo Dak mientras se ponía también en pie y se estiraba—. Entonces, ¿qué quieres de nosotros, tío? ¿Que te prometamos que guardaremos el secreto?

—Hasta que Jubal nos haya contado algo más sobre el asunto.

—Por mí, de acuerdo. ¿Qué me decís, mosqueteros? Uno para todos...

—Y todos para uno...

Empezaba a clarear un poco al este cuando Travis, Kelly y yo encontramos a Jubal en el lago. Cuando salía a remar de noche, colgaba una vieja lámpara de queroseno de un gancho que había a proa, igual que hacía su padre en los pantanos de Louisiana cuando iba de caza por las noches. Lo avistamos desde lejos, parpadeando como una luciérnaga de color naranja.

La lancha de Travis era justo como cabía esperar de un tío que había dejado un Mercedes asándose bajo el sol de Florida. Era baja, rápida y acolchada, con un diminuto camarote en la parte delantera y espacio para seis o siete personas en la parte de atrás, que estaba abierta. Pero daba algunas señales de envejecimiento, provocadas por la falta de cuidados que había soportado desde que la bebida se convirtiera en un trabajo de jornada completa para Travis. La tapicería estaba empezando a agrietarse y en la fibra de vidrio había algunas áreas en las que estaba creciendo un moho verde.

Sin embargo, el gran motor Mercury parecía en buen estado. Arrancó a la primera y siguió ronroneando con tono autoritario mientras nos alejábamos del embarcadero.

Nos aproximamos a él desde atrás. No dio ninguna señal de percatarse de nuestra presencia. Resultaba asombrosa la velocidad que podía alcanzar en aquella vieja barca. Estaba claro de dónde había sacado sus enormes brazos.

—Lo siento, Jubal —dijo Travis—. No debería haberte respondido así.

—No importa —dijo Jubal. Y siguió remando. Travis se mantuvo a su derecha, sin llegar a estorbar la trayectoria de los remos en movimiento.

—Nos gustaría volver a ver esas burbujas, Jube, ver lo que son capaces de hacer.

—No hacen gran cosa —dijo—. ¡Solo pop! —Se rió entre dientes.

—A lo mejor podrías enseñarnos cómo —sugirió Travis.

—Para eso he salido aquí —admitió Jubal, y se le arrugó la frente—. Para recordar cómo funcionan.

—¿Quieres decir que no puedes hacer más?

—No, cher, no. Puedo hacer montones con el aparato para estrujar que os he enseñado. Pero estoy tratando de acordarme de cómo se hace el Estrujador.

—Ya te acordarás, mon ami —dijo Travis.

—Puede que sí, puede que no.

—Vamos, Jube. Deja que te remolque. Vamos a disfrutar de un petty dejournez.

Kelly se inclinó sobre un costado de la barca y abrió una caja de cartón.

—Tenemos Krispy Kremes, Jubal —dijo.

El rítmico movimiento de los remos vaciló un momento. Kelly inclinó la caja para que Jubal pudiera ver su interior.

—Solo queda uno, cher —dijo—. No me voy a tomar tu último Krispy, no.

—Van a traer más, cher —dijo Kelly—. ¿No los hueles? —Estaba claro que sí los olía. Finalmente sonrió y le arrojó un cabo a Travis, quien la ató a un listón en la popa de la barca. Kelly y yo ayudamos a Jubal a subir a bordo, dimos la vuelta y regresamos a casa bajo las luces de la primera mañana. Había una neblina sobre la superficie del agua y, entre graznidos ruidosos, llegó una pequeña bandada de patos en forma de V y se posó con suavidad sobre el lago. Rodeé a Kelly con el brazo. Parecía que iba a convertirse en un buen día.

Las aves de los pantanos y otros animales estaban saludando la llegada del día cuando Travis, Jubal, Kelly y yo regresamos del lago por la vereda, cubierta de una nueva capa de conchas pulverizadas. Dak y Alicia estaban aparcando el Trueno Azul.

Según parecía, los Krispy Kremes eran la gran debilidad de Jubal. Eran el último recurso de Travis. Cuando realmente tenía que conseguir la atención completa de Jubal, le ofrecía rosquillas.

—Pero hay que tener cuidado —nos había dicho Travis—. Jubal viviría solo de Krispy si supiera conducir y pudiera ir a buscarlos.

—Pues eso es como clavarse un cuchillo en el corazón —nos dijo Alicia.

—¿Podéis creer que Jubal era un muchacho flacucho cuando vivía en el pantano? En aquella época, no había demasiado azúcar en su dieta. Era todo arroz, pescado, repollo y semillas de mostaza y ensaladas de raíces. No conozco a nadie con tanto gusto por el dulce.

Dak había querido traer tres docenas pero Alicia lo había convencido de que bajara a dos. También habían traído varias tazas de papel de tamaño gigante de café expreso Mississipi Mud. Nos reunimos alrededor de la mesa del patio y de la comida. Todos estábamos bostezando.

Nos abalanzamos sobre las viandas como jabalís salvajes, mientras Alicia nos miraba con horror y se ofrecía a preparar unas gachas si a alguien le apetecían. Pero no era una mañana para gachas y, al final, hasta ella acabó por admitirlo y tomó dos rosquillas. No quiero ni saber cuántos abdominales haría aquel día para compensarlas.

Finalmente nos reclinamos todos y me volví hacia Jubal, que estaba limpiando las cajas de rosquillas como un niño chupando los restos de hielo de un cuenco. Vio que lo estaba mirando y sonreímos.

Travis sacó el Estrujador y lo dejó sobre la mesa. Jubal lo miró con expresión de infelicidad pero finalmente se recostó en su silla y cruzó los dedos sobre su enorme barriga.

—Jube —dijo Travis—, me gustaría hacerte algunas preguntas sobre esta cosa, lo que hace, cómo lo hace... cosas de esas. No estoy enfadado, mon cher, y tampoco voy a enfadarme. Solo queremos saber cómo funciona.

—Dispara, Travis —dijo Jubal—. Igual tienes suerte. —Y se echó a reír.

—Bueno, ¿qué hay en las burbujas, Jubal?

—¿En las burbujas? Solo aire. Nada más que aire.

—Entonces... este material plateado está hecho de...

—Es un campo de fuerza —dijo Jubal—. Como en los tebeos.

—Un campo de fuerza. Ya me he perdido.

—Y yo, más o menos. En realidad no se parece a nada de lo que sale en los libros.

—En tus libros de física.

—En ningún libro. —Frunció el ceño y a continuación puso cara de sorpresa—. No hace falta energía. Ni para crear las burbujas, ni para hacerlas girar.

—Ya me he perdido —dijo Dak. Travis asintió.

—No tiene energía. Mirad aquí. —Abrió el compartimiento para las pilas del Estrujador. Faltaban las dos pilas que normalmente había allí. Jubal había soldado unos alambres a los pequeños bornes que normalmente estarían en contacto con la parte inferior de los cilindros. Los alambres desaparecían por dos diminutos agujeros que parecían abiertos por un hierro soldador.

—Este cacharro de aquí, esta es la parte que inicia las burbujas. Esta parte coge la... la... coge la estructura y la retuerce, noventa grados con respecto a todo lo demás, y así no está en el... el... el condominio espacio-temporal. —Mientras forcejeaba con estas últimas palabras, el impenetrable acento cajún de Jubal desapareció casi del todo. Me di cuenta de que hablar de ciencia le resultaba complicado. Su vocabulario básico se limitaba a las palabras que le habían enseñado de pequeño, y todo lo que había aprendido desde entonces era el resultado de un trabajo increíblemente duro. Estaba claro que la idea de un continuo espacio-temporal no era una de las que solía discutirse en el pantano de los Broussard.

—No hace falta energía —repitió Jubal. Sacó una enorme navaja suiza del bolsillo de sus pantalones cortos y desplegó una pequeña cuchilla. Peló una capa de cinta aislante y a continuación abrió la tapa de uno de los mandos de consola.

No hacía falta poseer una licenciatura en electrónica para darse cuenta de que el interior del aparato no había tenido aquel aspecto al salir de la línea de montaje de Sony. Había algo allí que había empezado su vida siendo un tablero de circuitos impreso, pero al que le habían serrado algunas secciones... puede que utilizando la sierra de la navaja suiza de Jubal. Había una sección de goma que unía dos piezas y lo que parecía un buen pegote de pegamento Elmer. Y más cosas. Justo en el medio se veían dos piezas de metal brillante que me quedé mirando fijamente durante un momento, antes de darme cuenta de que eran las puntas de sendos anzuelos.

—Aquí es donde se retuerce el condominio —dijo Jubal, señalando el lugar con un dedo que el remo le había cubierto de callos—. Aquí es donde el espacio-seis-D se reduce a cuatro, que tienen que plegarse. —Se echó a reír—. Aparte de eso, no es más que una singularidad.

Traduje: espacio de seis dimensiones, una simple singularidad.

—Jubal... a lo mejor deberías enseñarnos lo que puede hacer, nada más —dijo Travis—. Y explicar lo que está pasando, si es posible. ¿Tú crees que puedes hacerlo?

—Sí que puedo. —Cogió el Estrujador y cerró la tapa—. Para hacer una burbuja, lo único que hace falta es apretar este pequeño botón. El que ponía "Jugar". He escrito la palabra "Estrujar" debajo de él, ¿veis? —Nos lo mostró. Tenía el ceño fruncido—. No estoy del todo seguro de haberlo escrito bien. No se me dan muy bien las letras. ¿Está bien? —Se lo enseñó a Dak.

—Jube —dijo Dak—, con las cosas que hace este trasto, creo que todo el mundo empezará a escribirlo a tu manera.

—Un verbo nuevo —asintió Kelly.

Jubal no parecía demasiado convencido pero se encogió de hombros y apuntó con el Estrujador al aire. Apretó el botón con el pulgar y una burbuja plateada del tamaño de una pelota de béisbol apareció en el aire.

—El espacio se ha retorcido, ¿veis? —Nos miró y poco a poco comprendió que ninguno de nosotros tenía la menor idea de lo que estaba hablando—. Este botón de aquí lo fija. —Movió el Estrujador a su alrededor y la burbuja plateada permaneció en todo momento a un metro exacto del extremo de salida del aparato.

—Solo funciona sobre la bola —nos explicó Jubal—. Este otro botón la hace girar noventa grados, de repente. —Apretó el botón en el que ponía PARAR y la burbuja desapareció al instante.

—Ahora voy a hacer otra... —apretó el botón de ESTROJAR y apareció un duplicado exacto de la primera burbuja—. Debería haberlo llamado botón de GIRAR, pero lo hice antes de saber lo que estaba haciendo.

»Vale. Ahora giro esta rueda y estrujo un poco la burbuja. —La burbuja menguó hasta quedar reducida a una canica. Jubal pulsó el control varias veces y giró la rueda después de haber formado cada burbuja, hasta que tuvimos media docena de canicas plateadas flotando sobre la mesa de picnic.

»Y ahora la parte divertida —dijo Jubal con una enorme sonrisa. Señaló una de las canicas y disparó. Kelly dio un respingo cuando la canica desapareció con una detonación tan fuerte como la de un petardo.

La sonrisa de Jubal se ensanchó mientras apuntaba al resto de las canicas y disparaba.

—El aire, está comprimido, ¿veis? Entonces, cuando la burbuja desaparece... ¡Bum! —Estaba tan feliz como un crío con su primer rifle de aire comprimido. La única diferencia era que sus perdigones explotaban.

—Déjame ver eso, Jube —dijo Travis. Jubal le entregó el aparato. Travis lo estudió un momento y entonces pulsó el botón de ESTROJAR para crear una burbuja. También él parecía feliz. Giró lentamente la rueda y la burbuja menguó.

—También se pueden hacer más grandes, ¿verdad?

—Eso es, Travis. Solo hay que mover esa rueda en la dirección contraria, hacia la izquierda...

Travis levantó el Estrujador delante de sí y, con la mirada entornada, giró la rueda...

No la giró demasiado, puede que un par de centímetros. Si un par de centímetros en una dirección habían convertido una pelota de golf en una canica, parecía lo lógico que la misma distancia en dirección contraria la convirtieran en... oh, puede que una pelota de baloncesto. Ninguno de los presentes, a excepción de Jubal, sabía que la escala no era lineal, y Travis, inadvertidamente, había girado la rueda dos espacios hacia la izquierda en lugar de uno...

La escala Richter, la que mide la intensidad de los terremotos, es logarítmica, lo que significa que un terremoto de fuerza 8 es diez veces más intenso que uno de fuerza 7...

La máquina de Jubal no era logarítmica, era exponencial. Lo que significaba que la rueda de expansión/contracción del Estrujador era cien veces más sensible...

Lo más curioso es que nadie lo vio durante un par de segundos. La burbuja, que flotaba a un metro del extremo de salida de la máquina, pareció retorcerse de una forma rara. Sentí una brisa lo bastante fuerte para revolverme el pelo y vi que la melena de Kelly se sacudía, y entonces, finalmente, levanté la mirada.

Y me vi a mí mismo, mirando hacia abajo.

Mi mente tardó otro segundo en asimilar lo que estaba viendo. Alguien había suspendido un espejo perfecto sobre nosotros, a un metro de altura. Al levantar la mirada, vi a otras cinco personas boquiabiertas, sentadas en sillas alrededor de una mesa de picnic.

Al verlo, Travis se estremeció involuntariamente, lo que puede que nos salvara a todos de "un buen dolor", como Jubal lo expresaría más tarde, porque su pulgar apretó el botón de EMPUJAR/TIRAR e, inmediatamente, la burbuja ascendió quince metros por encima de nuestras cabezas, en el mismo instante en que yo alargaba la mano hacia ella para tocarla. Así de cerca estaba.

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