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Authors: John Varley

Trueno Rojo (2 page)

BOOK: Trueno Rojo
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Marte. Van a Marte. Los pasajeros del VentureStar eran el Ares Siete, la tripulación que marchaba a embarcarse en el Ares Siete, la nave.

Quince segundos.

3 y luego 1, ENTER. El último brazo mecánico se separaba de la nave y se desplazaba rápidamente hacia la izquierda para quitarse de en medio.

Once segundos.

5 y luego 4, ENTER. Una panorámica desde una cámara montada en un helicóptero, a cinco kilómetros de allí, con una ligera vibración producida por las lentes largas.

Nueve segundos.

75, ENTER. De nuevo, los motores. Las compuertas se abrieron y cayeron casi cuatro millones de litros de agua sobre la plataforma de lanzamiento, para enfriarla y absorber parte de la trepidación, que podría haber matado a un hombre sin protección antes de que las llamas lo vaporizasen.

Cinco segundos.

La vela se encendió con un colosal carraspeo de llamas anaranjadas que rápidamente se tiñeron de un azul gélido.

Dos segundos. La cámara 75 se fundió.

45 ENTER. Una cámara apuntada a los cierres de sujeción.

Un segundo.

Los cierres se soltaron y el VentureStar saltó inmediatamente hacia el cielo nocturno.

62 ENTER: esta se encontraba en lo alto de la torre. El cuerpo azul marino de la VStar ascendía rugiendo, perseguida por un manantial de fuego. La cámara 62 se fundió.

El sonido me golpeó desde kilómetros de distancia. Como siempre, tuve la impresión de que podía sentir que me sacudía el pelo, igual que una explosión. Levanté la mirada y vi que la línea de fuego describía un arco en la noche. Pude ver cómo aceleraba la VentureStar.

55 ENTER: la tripulación de vuelo estaba pegada a sus sillas, con los rostros distorsionados por una aceleración que había alcanzado las dos g y estaba aumentando. Volví a levantar la mirada. La nave estaba completando una maniobra de giro y enfilando la trayectoria inicial.

44 ENTER: todos los miembros de Ares Siete sonreían como idiotas. Cliff Raddison había levantado una mano sobre el pasillo, con la palma hacia arriba. A 2,4 g, hacía falta fuerza para hacerlo. Al otro lado del pasillo, Lee Welles aceptó el desafío, extendió el brazo y le dio una palmada a Raddison. Entonces, mientras las fuerzas continuaban creciendo, volvieron a retraer los brazos.

39 ENTER: vi cuatro objetos globulares en fila. Dos de ellos eran muy oscuros y los otros dos, de un marrón mucho más claro.

¿Qué demonios...? Se suponía que la cámara 39, montada en la cola de la nave, debía de estar orientada a popa. Era uno de mis ángulos favoritos, que permitía ver desde las alturas cómo se empequeñecía y desaparecía tras el horizonte el mosaico de luces de la ciudad de Florida...

—¡Dak! —grité—. ¡Serás capullo!

Bajé de un salto de la alta compuerta de carga, rodeé corriendo la camioneta y llegué justo a tiempo de ver cómo se incorporaban y volvían a ponerse los pantalones Dak y Alicia. Le di un buen empujón a Dak, pero él estaba riéndose con tantas ganas que simplemente se cayó sobre la arena. Las carcajadas de Dak eran agudas, como una especie de risilla. Las de Alicia eran más parecidas a lo que yo llamaría una risa con las tripas y en aquel momento, apoyada en la camioneta y tratando de sujetarse los pantalones con una mano, no se encontraba en mucha mejor condición que Dak. Me volví. No quería que Dak me viera sonreír.

Kelly llegó a la parte delantera de la camioneta justo a tiempo de ver cómo se desplomaba Alicia en la arena, junto a Dak.

—¿Alguien puede explicarme qué está pasando?

Me acerqué al capó de la camioneta y señalé la O del Dodge.

—Hay una cámara ahí —le dije—. Es del tamaño de un sello de correos. — Kelly se inclinó para estudiarla pero no pudo ver nada.

—Es por seguridad —dijo Dak mientras se levantaba con los ojos empapados de lágrimas—. Pueden pasarle cosas malas a un Nee-gro en el profundo Sur. Si a algún poli se le ocurre hacerme un Rodney King en la cabezota, no voy a cruzar los dedos y rezar para que alguien lo esté grabando con una cámara.

—Sigo sin entenderlo —dijo Kelly.

Le mostré la pantalla plana y apreté el botón de retroceso hasta que apareció la imagen que Dak había introducido entre el flujo de datos de la NASA.

—¡Sí, señora! —gritó Dak—. Ese cohete no va a Marte, ¡va a la Luna, cariño!

Todavía quedaba luz suficiente para que pudiera verse la sonrisa que se dibujó en las facciones de Kelly al comprender qué era lo que estaba viendo. Levanté la mirada hacia el cielo, donde el VentureStar había menguado hasta convertirse en un puntito muy brillante situado al sudeste. Los vientos de las alturas zarandeaban una estela de vapor blanco, apenas visible a la luz de las estrellas.

—Tienes un buen grano en el culo, Dak —dijo Kelly.

—¿Eh? Déjame verlo.

Kelly apartó la pantalla para que no pudiera cogerla y a continuación me la lanzó. Dak comprendió que le estaba tomando el pelo. Ayudó a Alicia a levantarse. Nos quedamos allí los cuatro unos momentos, observando cómo menguaba la luz del VentureStar y desaparecía tras el horizonte.

—Saludad a John Carter, espadachín de Marte, cuando lleguéis allí, chicos— dijo Dak.

—O a Valentine Michael Smith —añadí.

—Y esperemos que no os topéis con los marcianos de H. G. Wells —dijo Kelly.

Era una agradable noche de un miércoles de primavera, una de esas noches que casi compensan el calor y la humedad que sufre Florida la mayor parte del año. Nos encontrábamos en un aparcamiento de Cocoa Beach. Al norte, en un extremo, había media docena de coches bajo el cartel de neón del Salón Apolo. Anunciaba bailarinas de striptease, desnudos integrales y las "Mundialmente famosas Astroburgers". Teníamos toda la parte sur del aparcamiento para nosotros. Al otro lado había una duna de arena, la playa y el océano Atlántico. Detrás, no muy lejos, se encontraba el río Banana, que en realidad no es un río, sino más bien una alargada y fina bahía aislada del mar por la barrera insular que contiene la playa Indian Harbour, la base Patrick de las Fuerzas Aéreas, Cocoa Beach y Cabo Cañaveral, pocos kilómetros más al norte. Había lugares más próximos al complejo de lanzamiento a los que podíamos llegar sin necesidad de contar con un pase de visitantes, pero ninguno de ellos ofrecía una vista mejor del vuelo inicial de la mayoría de los VentureStar.

—Entonces, ¿está usted satisfecho con el lanzamiento, capitán García? — preguntó Dak.

—Desde aquí todo me ha parecido correcto —dije.

—No sé lo que harían esos tíos de la NASA si no contaran con tu ayuda para lanzarlos todas las noches —murmuró Dak.

—No es todas las noches, más bien...

—Un par de veces a la semana.

—Sí, vale —dije. Casi era cierto, al menos cuando podía convencerlo de que sacara el Trueno Azul del garaje y me llevara hasta allí—. Pero es que ese lleva la tripulación de la misión a Marte.

—¿Qué te pasa, Dak? —preguntó Kelly.

—Nada. Solo estoy un poco inquieto, supongo. A Manny le gusta venir aquí a ver cómo despegan. Desde mi punto de vista, no es más que otra nave qué se marcha sin llevarme a bordo. —Dirigió la mirada hacia el punto del horizonte en el que la nave se había fundido con el cielo negro. Parecía hambriento. Por fin se volvió de nuevo hacia nosotros.

—¿Qué me dices, Manny? —dijo—. ¿Volvemos al hotel de los corazones rotos a leer un poco? ¿O hacemos antes alguna carrera?

—¿Es una pregunta retórica?

Así que Kelly y yo volvimos a subir a la parte trasera de la camioneta, Dak y Alicia subieron a los asientos delanteros y, con un rugido, el Trueno Azul volvió a la vida. Nunca le he preguntado a Dak lo que lleva bajo el capó, pero tengo la impresión de que si los tíos de la NASA pudieran echar un vistazo se quedarían boquiabiertos. Ponle unas alas al Trueno Azul y probablemente sea capaz de alcanzar a un VentureStar. Dak pulsó varios interruptores en un panel de mandos casi tan complicado como el de un avión de pasajeros y empezaron a encenderse luces por grupos. La camioneta tenía luces sobre la cabina, en la parte trasera y faros giratorios. Debajo del parachoques delantero había unas luces antiniebla de color amarillo. Se podía hacer que una secuencia de lucecitas se encendiera alrededor del vehículo, como si fuera el cartel de un casino de Miami. Había más focos montados en la gran barra de cromo a la que Kelly y yo, de pie en la parte trasera de la camioneta, nos sujetábamos. Y justo detrás de un grueso alerón de plexiglás, en el capó, se encontraba el culmen de la gloria de aquel conjunto: un neón de color azul que rezaba, con una escritura sinuosa: "Trueno Azul". Yo había visto a macarras cubanos en inmaculadas chopper, gente nada fácil de impresionar, acabar en zanjas al borde de la carretera por culpa del asombro provocado por Dak al pasar como un cohete junto a ellos. A medida que se iban encendiendo más y más luces, su color empezó a hacerse visible: un azul tan intenso que el único lugar de la Tierra en el que uno hubiera podido encontrarlo era el fondo del océano, y de una trasparencia que solo podía conseguirse con docenas de capas de pintura e incontables horas de pulido. Más que un vehículo, el Trueno Azul era una obra de arte.

Lo que no quiere decir que, como vehículo, no fuera cojonudo. Salvamos la duna de un salto, que nos obligó a Kelly y a mí a sujetarnos con fuerza a la barra de la parte trasera, y entonces las cuatro enormes ruedas mordieron la fina arena de la playa y salimos disparados.

Yo sabía tan bien como todos los demás que deberíamos haber vuelto a casa para estudiar unas pocas horas. Pero de haberlo hecho, nunca habríamos topado con el ex astronauta.

Capítulo 2

En Florida no es estrictamente legal conducir por la playa.

Vale, va contra la ley. ¿Podéis creer que antes de que construyeran el gran circuito de Daytona celebraban carreras en la arena, no muy lejos del lugar en el que nos encontrábamos aquella noche? Es verdad, lo he visto en vídeo. Ahora se preocupan hasta de la última gota de aceite que podría llegar hasta el Atlántico. No estoy diciendo que sea una mala idea, pero si alguien cree que el Trueno Azul podría dejar una sola gota sobre las limpias arenas de Cocoa Beach es que no conoce muy bien a Dak. Sobre el bloque del motor de aquel vehículo se podría hasta cocinar y comer, siempre que Dak te permitiera hacer tal cosa con su amorcito.

Al día siguiente pasaría horas quitando la mayor parte de la arena salina. Desmontaría las ruedas, los frenos y los sistemas de suspensión para limpiarlos con un cepillo de dientes. Si pensáis que estoy exagerando, es que no conocéis a Dak.

Kelly y yo nos sujetábamos fuerte mientras Dak maniobraba entre la arena compactada y la espuma, y cada vez que pasaba sobre la lengua de una ola extendida por la playa, recibíamos una fina llovizna salina en el rostro. Cuando asomaba la cabeza por el techo retráctil de la camioneta podía oír los sordos latidos de la batería de un nuevo grupo sudafricano que Alicia había descubierto. Se veían las luces del salpicadero, incluido el sistema de alarma que le había ayudado a instalar. Se suponía que debía de avisarnos si se producía alguna transmisión policial en un radio de tres kilómetros a la redonda. Sabíamos que los polis nos habían visto en alguna ocasión, les habíamos oído hablar de nosotros. Sabían con bastante certeza quiénes éramos, pero hasta el momento no habían podido hacer nada al respecto. Para eso, primero habrían tenido que cogernos y no había un vehículo policial en toda Florida capaz de mantener el tipo contra el Trueno Azul sobre la arena.

Kelly tenía un brazo alrededor de mi cintura y otro en la barra de la baca y yo me sentía estupendamente. También la estaba rodeando con el brazo. El viento y la espuma le sacudían el pelo y estaba preciosa a la luz de la luna. Dak conducía cerca del agua y lejos de las dunas porque allí, entre la arena suave y ondulada, era donde les gustaba tender sus toallas a los amantes nocturnos.

La vida parecía perfecta. Y fue entonces cuando topamos con aquel tío.

La primera vez que lo vi parecía un trozo de madera arrastrado por la marea. Estaba tumbado de espaldas, contemplando las estrellas, al menos las pocas que podían verse con todas las luces de Cocoa Beach detrás de nosotros. Vi que volvía la cabeza y entornaba la mirada bajo el resplandor de los faros.

Kelly lo vio al mismo tiempo que yo. Gritó algo y empezó a aporrear el techo. Bajé la mirada.

Alicia enderezó la espalda...

Dak levantó la mirada hacia mí...

Kelly golpeó el techo aún con más fuerza...

Dak miró hacia delante... masculló una obscenidad... pisó a fondo los frenos.

Las ruedas del Trueno Azul se bloquearon y empezamos a resbalar de costado. Dak dio un volantazo. Había conseguido enderezar el vehículo cuando pasamos sobre las piernas del tipo.

Nos detuvimos. El motor de la camioneta se caló y durante un instante no se oyó más que el sonido de las olas. Entonces todo el mundo empezó a gritar a la vez.

No recuerdo lo que dijimos. No fue nada demasiado inteligente, de eso estoy seguro. Estábamos aterrorizados.

Kelly y yo bajamos de un salto de la baca y corrimos al costado del vehículo. Dak abrió la puerta pero pareció que eso era todo lo que podía hacer. Tenía las manos en el volante y la cabeza enterrada entre los brazos. Estaba temblando.

Alicia no pudo pasar sobre él así que rodeó la camioneta por la parte delantera. Las luces del estribo del vehículo nos deslumbraban y nos impedían ver lo que había en la oscuridad, tras ellas. Alicia enfocó la arena con su linterna y entonces lanzó un pequeño gemido angustiado y retrocedió unos pasos.

—Le hemos cortado las piernas —susurró. Kelly se dio la vuelta y estuvo a punto de vomitar. Me arrodillé junto al lugar que Alicia estaba iluminando con su linterna.

Se veía que las piernas del hombre terminaban bastante antes de lo que hubieran debido. El Trueno Azul había excavado unos grandes surcos de arena húmeda y pesada. No podía ver hasta dónde llegaba la mutilación porque la arena tapaba las piernas por debajo de las rodillas.

Pero sí que veía sus zapatos. Se encontraban a casi dos metros largos de sus rodillas y a un metro de la camioneta.

Dak salió del vehículo, echó un vistazo a uno de los pies segados, se tambaleó y vomitó sobre las olas.

Sentí ganas de hacer lo mismo... y entonces comprendí lo que había pasado. Me acerqué a los zapatos y empujé uno de ellos con el pie. Rodó. No había pie dentro.

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