Authors: John Varley
Travis celebró sus nueve años de abstinencia. Un año de apariciones públicas y audiencias le costó un traspié, pero Alicia estaba allí para ayudarlo.
Había permanecido en segundo plano todo el tiempo posible durante las primeras y frenéticas semanas. Estaba encantado de dejar que los medios relataran la historia de los cuatro muchachos que habían construido una nave espacial casi solos, armados únicamente con la extraña máquina construida por Jubal —aunque en los primero tiempos nadie sabía esto— y en la que a él se le reservaba el papel de piloto contratado. Todos tratamos de corregir esta idea errónea en nuestras entrevistas, pero el hecho es que nuestra historia resultaba mucho más interesante. La de Travis tenía que ver con algo tan poco interesante como la posible destrucción de la civilización humana. Y con eso no se venden periódicos.
Pero al fin, cuando el incendio periodístico empezó a remitir un poco, la gente empezó a pensar en el lado oscuro de esta nueva tecnología.
Naturalmente, las Naciones Unidas querían estar al mando, desde los debates a las resoluciones, pasando por su uso práctico. Ofrecieron sus instalaciones y su enorme personal para facilitar las cosas. Travis rechazó educadamente la oferta. A continuación, envió una invitación a todos los países del mundo... salvo a China. Nunca olvidaría que algún miembro del gobierno chino había dado orden de que se destruyera el Trueno Rojo y se acabara con la vida de su tripulación. Cada una de las demás naciones debería elegir una delegación formada por dos científicos, dos líderes políticos y tres ciudadanos normales y corrientes, que, tres semanas más tarde, se reuniría en el Orange Bowl de Miami con Travis, Jubal y la tripulación del Trueno Rojo para determinar qué hacer con el motor Estrujador.
Una semana después invitó también a los chinos. No lo hizo por el inmenso revuelo diplomático que había provocado la exclusión de China. Esto le había encantado. Sabía que no podía excluir a una sexta parte de la población de la Tierra de aquello. Pero sí que podía darles un buen bofetón a sus líderes en la cara.
No fue ni de lejos la única queja. ¿Siete delegados por cada país? ¿Siete de la India y siete de Luxemburgo? ¿Tenía sentido tal cosa?
—Para mí sí —dijo Travis—. Y hasta que Jubal y yo nos levantemos para decir lo que tenemos que decir y se lo entreguemos, es nuestro estadio, nuestro bate y nuestra pelota. El que no quiera, que no venga.
Naturalmente, fue un zoológico. Los Estados Unidos enviaron al Presidente y al líder del Senado, que era del partido contrario. Nunca había habido semejante congregación de presidentes, jefes de gobierno y primeros ministros. Y puede que nunca vuelva a haberla. El Orange Bowl estaba rodeado de tanques y helicópteros artillados.
Todos los grupos de presión imaginables estaban allí. Algunos dijeron que el Estrujador era una herramienta de Satán o, peor aún, del Imperialismo Americano, el Sionismo, el Racismo, los Cárteles Internacionales, la Organización Mundial del Comercio, la industria del petróleo (que el Estrujador pronto dejaría fuera de juego, aunque nadie ha dicho nunca que los manifestantes tengan sentido común), el Comunismo, las Naciones Unidas o esos cinco alienígenas que habían llegado a la Tierra haciéndose pasar por seres humanos. En las calles se injurió a la tripulación del Trueno Rojo por "expoliar la belleza natural de Marte", polucionar el aire de la Tierra con radiación durante el despegue (una mentira pero, ¿cómo se demuestra esto?) y "alentar la cultura del consumo barriendo la basura de la Tierra debajo de la alfombra". Supongo que esto último era verdad. El Estrujador era una poderosa e inmensa alfombra, debajo de la cual se podía barrer un montón de basura. En menos de diez años, todos los depósitos de residuos nucleares y radiactivos de la Tierra se habían comprimido en pequeñas burbujas plateadas y se utilizaban para impulsar naves espaciales. ¿Es esto malo?
Todos se oponían a la recién bautizada Administración Internacional de Energía y preferían continuar con un Planeta Tierra contaminado y amenazado, y muchos de ellos lanzaban piedras y cócteles Molotov para demostrar con cuánta pasión amaban a la Tierra. Murieron tres policías y dos manifestantes.
A mí me preocupaba pero Kelly se mofaba de ellos.
—El habitual dos por ciento de descontentos —los llamaba—. Francamente, si Dios hiciera llover maná de los Cielos sobre esa pandilla, seguro que preguntaban si había utilizado pesticidas o le había puesto conservantes.
No quise decirle que era muy posible que Alicia hiciera esas mismas preguntas.
Así que se reunieron, un millar de delegados oficiales en el campo, rodeados por veinte mil periodistas al otro lado de la barrera, a unos cincuenta metros. El resto de los asientos los ocupaba todo el mundo que había acudido después de que Travis anunciara que se asignarían siguiendo este criterio: el que primero llega, primero se sienta.
El primer día fue todo él de Travis.
Traía una maleta de metal. La abrió y mostró un centenar de diales, palancas y controladores esféricos. Logramos no echarnos a reír al comprobar que se trataba del modelo Beta del Estrujador que Jubal había construido con material de desecho en su laboratorio-taller. El propósito de Travis era hacer que pareciera más complicado de lo necesario, a fin de desviar la atención de los científicos.
Hizo una demostración de las posibilidades del Estrujador a los delegados, expandiendo burbujas, contrayéndolas y haciendo que explotaran, cosa que hicieron con una poderosa reverberación en aquel estadio nuevo con su reluciente cúpula. Introdujo una burbuja en un cohete de juguete y lo hizo volar hasta el techo, le dio la vuelta y lo trajo de nuevo al suelo.
Luego le pidió a Kelly que tratara de utilizarlo. Nosotros cinco éramos los únicos que sabíamos lo que iba a ocurrir a continuación. El Estrujador gigante se fundió, con una reacción química demasiado brillante para mirarla directamente.
—No le ha gustado el patrón de su retina —dijo Travis—. La máquina utiliza un escáner láser para identificar a los usuarios autorizados. En este caso, yo era el único. Si cualquier otro lo hubiera intentado, el resultado habría sido el mismo.
»Les toca a ustedes crear algo parecido a esto. Tendremos que tener más de un Estrujador para hacer frente a la demanda y tendrá que haber más gente, aparte de mi primo Jubal, que sepa cómo se fabrican. Pero no se puede permitir que caiga en malas manos. Estas burbujas pueden ser tan poderosas como una bomba termonuclear pero, a diferencia de estas, son fáciles de hacer. El Estrujador es barato.
»Tienen una terrible tarea por delante. He dicho "malas manos". Pero, ¿cuáles son las "buenas manos"? ¿A quiénes confiaremos esta responsabilidad? ¿Cómo podemos identificar a alguien en quien se pueda confiar, alguien que no robe el secreto, lo venda o se lo entregue a su país natal? No les envidio, pero ahora les paso gustoso la carga. Gracias por darme esta oportunidad y, por favor, por favor, sean juiciosos.
Y se marchó. Los estupefactos delegados no sabían si aplaudir o detenerlo y arrancarle las uñas.
De modo que los miembros de la AIE propusieron y debatieron y aprobaron y rechazaron y discutieron y se gritaron unos a otros y llegaron a los puños y, al cabo de aproximadamente un año, tomaron una decisión. No satisfizo a todos pero probablemente fue la menos mala de las posibles. Algunos problemas no tienen soluciones fáciles ni obvias. Y otros no tienen solución.
Utilizando el dinero recaudado en los países miembros, la AIE compró las islas Malvinas, pobladas por 2.945 personas, 70.000 ovejas y millones de pingüinos de varias especies: magallánico, bobo, rey y macarrón. Trasladaron a los pastores, ahora multimillonarios, y a sus rebaños a climas más cálidos. A los pingüinos les dejaron quedarse. Y levantaron la instalación más segura de toda la Tierra, el único lugar en el planeta en el que se fabricaban las máquinas que producían las burbujas plateadas.
Las fábricas de las frías y ventosas Malvinas construían máquinas Estrujadoras, que creaban, expandían o contraían las burbujas. No construyeron muchas. Estas máquinas se enviaban a los gobiernos con estrictas normas de manipulación y lo que Travis llamaba, "un millón de cigarrillos explosivos" dentro. Si alguien trataba de manipularlas, muere. Todos los años hay algún imbécil que cree que puede hacerlo y se quema vivo.
La pregunta más complicada que afrontaba la asamblea reunida en el Orange Bowl era la siguiente: Jubal puede construir máquinas que crean, expanden, contraen las burbujas plateadas y extraen energía de ellas —pero no las hacen desaparecer, eso estaba prohibido—, pero Jubal no va a vivir para siempre. ¿Quién recogerá la antorcha de la potencia ilimitada cuando Jubal se haya ido?
La respuesta de la AIE fue algo que parecía una especie de sacerdocio y una especie de gremio. Los secretos del mágico arcano del Estrujador serían conservados, utilizados y transmitidos por una casta de científicos de elite. Para pertenecer a esa elite había que poseer la capacidad de comprender la física y las matemáticas implicadas. Eso nos eliminaba a Dak, Travis y yo. De hecho, reducía el número de candidatos a unos cien millones de personas.
Así que, a partir de aquel pequeño grupo, la AIE estableció las pruebas y exámenes más rigurosos que pudo concebir y empezó a escoger. Antes de que hubiera terminado con un candidato, lo había desmontado y vuelto a montar. Podías ser eliminado por un exceso de chovinismo o patriotismo, por tus convicciones religiosas o políticas, por ser egocéntrico o sencillamente por estar loco. Es asombroso cuántos doctorados en física pertenecen a esta última categoría.
La prensa popular bautizó de inmediato a los siete hombres y mujeres escogidos como Sumos Sacerdotes del Estrujamiento. Servían de por vida, pues aunque quisieran retirarse, habría que mantenerlos vigilados hasta que murieran. No era necesario que vivieran en las Islas Malvinas, pero si iban a cualquier otro sitio, eran objeto de una vigilancia constante, para protegerlos de los posibles secuestradores pero también para impedir que transmitieran los secretos del Estrujador.
Estas fueron las personas que construyeron los Estrujadores Primarios. Estos fueron los santos que se sacrificaron para recibir la revelación del fenómeno del Estrujador, que juraron no revelar a nadie bajo tortura, los sabios que se arriesgarían a probar la fruta del Árbol del Poder. Estos fueron los desgraciados que asumieron la carga que había caído sobre Jubal el día que despegamos en el Trueno Rojo.
Entre todos nosotros, es a Jubal al que más cruelmente han tratado las consecuencias del viaje. Vive en las Malvinas. No es que esté prisionero, pero cuando sale de allí, cuando lo hace, ha de someterse a unas tremendas medidas de seguridad. Ya no sale casi nunca.
Tres meses después de nuestro regreso, alguien intentó secuestrarlo. Faltó muy poco para que lo consiguiera, pero todo terminó con ocho secuestradores y tres Seals de la Marina, a quienes se había encomendado su custodia en el rancho Broussard, muertos. Travis cree que el plan fue planeado y financiado por los chinos, pero es que él ve comunistas chinos hasta debajo de las piedras. La mayoría de los criminales tenían apellidos italianos.
—Podrían haberlos contratados los chinos —me dijo. Por mi parte, pienso en un Estrujador en manos de la Mafia y me echo a temblar. O en las de rebeldes irlandeses, o palestinos, o sionistas, o cualquier otro grupo de descontentos paranoicos que se os ocurra.
Así que Jubal decidió dejar de tentar a la suerte. Al principio detestaba las Malvinas por su clima frío y ventoso y porque no se parecían en nada al sitio en el que había pasado toda su vida. La AIE hace lo que puede por tenerlo contento. Tiene una casa estupenda y un laboratorio maravilloso. Si quiere algo, solo tiene que pedirlo. Lo único que ha pedido en todo este tiempo son Krispy Kremes. Todos los días, un avión le lleva una docena.
Rema a menudo en las muchas calas de las islas, según me ha contado, pero lo hace con la compañía de un destructor, parte de la flota de protección de la AIE. Es una imagen curiosa, pero también triste.
Se ha convertido en toda una autoridad mundial sobre pingüinos, algo así como el Hombre de Alcatraz. A menudo se le puede ver entre ellos, aceptado como uno más.
Una vez le pregunté si creía que el sistema de la AIE sería efectivo a la larga.
—A la larga, larga, nada dura para siempre —me dijo—. Nunca digas que nunca se va a inventar un revienta-Estrujadores. Son muy listos esos siete, han averiguado cómo apagarlas, sí. Si sabes cómo hacerlas aparecer, no es muy difícil hacerlas desaparecer, y entonces... ¡Bum!
»Pero aparte de ellos, seguro que alguien lo descubre solo, como yo. ¡Espero que no tenga que darse un buen golpe, como yo! —Se echó a reír y se rascó los bordes de la abolladura de su cabeza.
Y es cierto. No se puede esconder el conocimiento eternamente. Lo único alentador que se me ocurre es que hace ya mucho tiempo que tenemos la bomba atómica y la última vez que destruimos una ciudad con ella fue en 1945. Puede que aprendamos antes de que alguien descubra cómo hacer su propio Estrujador.
Tratamos de visitar a Jubal al menos una vez al año. Algunas veces es una reunión con toda la familia, y algunas veces somos solo Kelly y yo. El vuelo a la capital, Stanley, te deja con la misma sensación de soledad que un viaje a Marte.
Seis meses después de nuestro regreso nos casamos lo más discretamente posible, pues no queríamos tener que pelear con un montón de paparazzi y ver helicópteros sobrevolándonos en todo momento. Dos años después nació nuestra hija, Elizabeth, y dos años más tarde el crío, Ramón.
Kelly se convirtió en madre a jornada completa... bueno, siendo Kelly, siempre saca tiempo para encargarse de algunos proyectos, cosillas como participar en la gestión de los muchos negocios familiares o servir como Senadora del estado en Tallahasse, donde ha contribuido a que se apruebe la primera ley útil de protección del medio ambiente de toda la historia de Florida.
Su padre está cambiando de reina de belleza, y últimamente se le ha visto en compañía de Miss Maine. Kelly y yo hemos hecho las paces con él, en la medida en que tal cosa es posible con un artero, traicionero y racista ladrón. Normalmente pasamos Acción de Gracias con él, salvo cuando se porta demasiado mal durante el año. Hasta mis abuelos, las dos ramas, han decidido que el hecho de que sea blanco o hispano no importa demasiado mientras sea rico y famoso. Después de aparecer en las emisoras de televisión locales diciendo lo maravilloso que soy, no hubiera tenido mucho sentido que siguieran ignorándome. Normalmente pasamos juntos alguna tensa Navidad.