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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Policiaco

Un inquietante amanecer (3 page)

BOOK: Un inquietante amanecer
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—Lo de siempre. —Fuera del cordón policial, Johan miraba de hito en hito hacia el cámping—. ¿Qué hacemos?

—Yo sé lo que vamos a hacer —dijo Pia cuando acabó de tomar la última vista panorámica—. Ven.

Entraron de nuevo en el coche. Pia condujo de vuelta hasta el cruce, allí giraron en dirección a una carretera que les llevaba a la parte este de Sudersand y continuaron hasta la colonia de casitas de veraneo. Al llegar a la altura de un pequeño sendero, no mayor que un camino de cabras, Pia giró y el coche empezó a dar tumbos en medio de un bosque lleno de maleza, y continuó a través de un prado cubierto de hierba y flores silvestres.

Johan pensó varias veces que iban a quedarse atascados, pero Pia conseguía que el coche siguiera avanzando. Cuando por fin se detuvo ante un arbusto grande que les impedía el paso, Johan pudo oír el mar. Eran las tres y media. Disponían todavía de una hora larga. Johan le dio una palmadita en el hombro a Pia.

—Joder, qué bien conduces.

Les costó dos minutos bajar hasta la playa. A un lado se veía la punta que señalaba el límite de la bahía de Sudersand, y al otro estaba el cámping. Abajo, en la orilla, habían levantado una pequeña tienda de campaña y un grupo de gente se congregaba alrededor. De repente se oyó un zumbido en el aire. Desde Estocolmo llegaba un helicóptero de la policía, probablemente con el forense a bordo.

Pia empezó a filmar enseguida. Johan era muy consciente de que se encontraba dentro de la zona acordonada, pero se acercó al piloto cuando el helicóptero tomó tierra. Se la jugó. Un hombre descendió y se dirigió a toda prisa a la tienda de campaña. Tenía que ser el forense.

—Somos de Televisión Sueca —le gritó al piloto—. ¿Era el forense quien ha llegado?

—Sí, era el forense. Venimos directamente desde el helipuerto del Hospital Karolinska.

—¿Cuándo pensáis volver?

—Tenemos órdenes de volver dentro de media hora, no puedo disponer por más tiempo del helicóptero. Tiene que salir luego para Bergen.

—Está bien.

Johan levantó la mano en señal de agradecimiento. Había conseguido lo que quería. Ahora iba a intentarlo con la policía. Alcanzó a ver al técnico Erik Sohlman, que se había alejado un poco para ir por un café.

—Hola, Erik; ¿qué ha pasado?

Sohlman saludó a Johan haciendo un gesto de asentimiento con la cabeza. Johan llevaba mucho tiempo en la isla como periodista de sucesos y, de hecho, había ayudado a la policía en varias ocasiones, llegando incluso a poner en peligro su propia vida y la de su hija, por lo que Sohlman se sintió obligado a atenderle. Tardó en responder y pareció que estaba sopesando lo que debía hacer. Finalmente se acercó.

—Lo que te puedo decir es que han encontrado el cadáver de un hombre y sospechamos que se trata de un asesinato. El forense está echándole un vistazo ahora, después se enviará el cuerpo, primero al depósito de cadáveres de Visby, y más tarde en barco hasta la Unidad de Medicina Forense del Hospital de Solna.

—Comprendo, pero…

—Lo siento, no puedo decir más. Os encontráis dentro de la zona acordonada y tengo que rogaros que la abandonéis.

Johan y Pia regresaron al coche. Los dos estaban muy satisfechos. Ahora solo tenían que grabar algunas opiniones y reacciones en el cámping.

El reportaje estaba más que conseguido.

A
última hora de la tarde, el grupo que dirigía la investigación del caso se reunió en la comisaría. Además de Karin Jacobsson, estaban presentes Thomas Wittberg y Erik Sohlman, así como el portavoz de prensa, Lars Norrby, y el fiscal, Birger Smittenberg.

Karin los saludó a todos y comenzó.

—Bueno, pues parece que estamos ante otro asesinato de una brutalidad inusual. Se podría decir que se trata de una ejecución pura y dura. Su esposa ya ha identificado a la víctima en la playa. Su nombre es Peter Bovide, nacido en 1966, casado y padre de dos hijos; era de Slite y se encontraba de vacaciones con su familia en el cámping de Sudersand desde el sábado. O dicho de otra manera: llevaba allí tres días. Esta mañana temprano, a las cinco y media, según su mujer, salió a correr. Al parecer, eso era habitual. Solía empezar el día haciendo
jogging
. Parece que la víctima tenía una vida familiar estable: Vendela Bovide y él llevaban seis años casados, tienen dos hijos, un niño de cinco años y una niña de tres. Hemos interrogado muy brevemente a la esposa cuando ha acudido a identificar a su marido. Sufrió una fuerte conmoción y fue trasladada al hospital, donde permanecerá ingresada esta noche. Espero poder hablar más con ella mañana.

Karin hizo una pausa breve y consultó un momento sus notas antes de continuar:

—El cuerpo sin vida fue hallado alrededor de las nueve y media de la mañana. Lo encontraron dos chavales de trece años de Estocolmo. Sus padres tienen alquilada una casita de veraneo en la colonia. Los chicos estuvieron jugando al fútbol en la playa y se habían ido alejando de la orilla cuando decidieron darse un baño y descubrieron el cuerpo en el agua, no muy lejos de la playa. Empezaron a gritar pidiendo ayuda y varias personas que se encontraban cerca acudieron en su auxilio. El hombre que llamó a la policía es el padre de uno de los chicos. La llamada llegó a la central a las diez menos cuarto. La primera patrulla se presentó cuarenta y cinco minutos después.

—¿Cuánto tiempo llevaba muerto? —preguntó el fiscal Smittenberg.

—Como mínimo, un par de horas, y como máximo, cinco o seis —respondió Erik Sohlman.

—Así es —afirmó Karin—. Por tanto, no había razón para cortar las carreteras ni para suspender la salida de barcos. Por supuesto, aun así hemos controlado a todas y cada una de las personas que han abandonado la isla en ferry a lo largo del día y seguiremos haciéndolo durante la noche. ¿Conocía alguno de vosotros a la víctima?

Todos alrededor de la mesa negaron con la cabeza.

—¿Qué sabemos entonces de Peter Bovide?

Karin se respondió a sí misma:

—Lo cierto es que aparece en el registro de delincuentes, si bien por un asunto menor. Fue condenado por un delito de lesiones en los años ochenta, cuando tenía veinte años. Una pelea en Burmeister, aquí en Visby; los porteros se negaron a dejarlo entrar en la discoteca y entonces golpeó a uno de ellos. Como no tenía antecedentes penales lo condenaron al pago de una multa. Desde aquello no hay nada más en el registro. Ha trabajado de albañil y ahora dirigía una empresa de construcción junto con otro socio. La empresa se llama Construcciones Slite y tiene seis empleados. El socio es Johnny Ekwall y lo interrogaremos esta tarde. En resumen, esto es cuanto podemos decir de la víctima de momento. Por lo que se refiere al crimen, lamentablemente no tenemos muchas pistas. Hemos llamado a las casas de los vecinos que viven por allí y no hay ningún testigo ocular, pero han oído los tiros. Una pareja que vive cerca oyó primero un estruendo y después varios estallidos; pensaron que eran tiros. El ruido los despertó. Según ellos, serían alrededor de las seis de la mañana. Pensaron que alguien estaba practicando el tiro o cazando conejos furtivamente, al parecer, algo habitual en la zona. Estamos interrogando a los campistas y al personal que trabaja en el cámping y en los restaurantes de los alrededores. Algunos campistas han abandonado el cámping a lo largo del día y estamos tratando de localizarlos. Puesto que tenemos que realizar una gran cantidad de interrogatorios, me he puesto en contacto con la policía criminal. Martin Kihlgård y algunos de sus colegas llegarán aquí mañana por la mañana.

—Bien —dijo el portavoz de prensa, Lars Norrby—. Parece que los vamos a necesitar.

Karin lo fulminó con la mirada. Resultaba imposible saber si el comentario era irónico o bienintencionado. Solo habían pasado seis meses desde el polémico nombramiento de Karin como subcomisaria. Cuando su colega, mayor que ella, se enteró de que sería Karin quien ocuparía el puesto, protestó airadamente y dedicó buena parte de su jornada laboral a hablar mal de Knutas y de Karin. Además, sospechaban que él había filtrado información a la prensa. Al final, lo apartaron del grupo que dirigía las investigaciones. Ahora estaba presente solo en calidad de portavoz de prensa, dado que era la primera reunión y debía mantenerse medianamente informado de lo que debatía el grupo que dirigía la investigación.

Karin quería creer que las viejas rencillas estaban olvidadas, pero no estaba segura. El gesto de Norrby no permitía adivinar lo que sentía. Era consciente de que ahora que Knutas estaba de vacaciones, quienes pretendieran ponerle trabas tenían el campo libre.

Karin se alegraba de que llegase Martin Kihlgård para colaborar en la investigación. A Karin le cayó bien el comisario de la policía de Estocolmo desde que se conocieron años antes, con motivo de la persecución de un asesino en serie.

Se dirigió a Sohlman:

—Erik, ¿quieres continuar tú?

—Sí, claro.

Erik se sentó junto al ordenador e hizo un gesto a Karin para que apagara la luz. En la pantalla blanca dispuesta en el frente de la sala apareció un mapa del cámping y de la bahía de Sudersand. El camino que supuestamente Peter Bovide había recorrido haciendo
jogging
estaba marcado con una línea roja.

—Aquí podéis ver la zona. El cámping se extiende a lo largo de toda la parte superior. La caravana de la familia Bovide estaba instalada cerca de la linde del cámping. Al otro lado de la valla hay una senda que conduce al restaurante y a la colonia de casas de veraneo. Peter Bovide no eligió ese camino, sino que bajó corriendo directamente hasta la playa, luego torció hacia la izquierda y siguió por la orilla hacia el norte. Dio la vuelta en la punta y en el camino de regreso se encontró con el asesino, a apenas unos kilómetros del cámping.

—¿Cómo lo sabemos? —preguntó Birger Smittenberg.

Era el fiscal jefe del juzgado de Gotland y había trabajado en tantos casos junto con la brigada que dirigía las investigaciones, que parecía uno de ellos. Hablaba sueco todavía con un marcado acento de Estocolmo, a pesar de que llevaba más de veinte años casado con una isleña y viviendo en Gotland.

—Hemos identificado las huellas del calzado de Peter Bovide; las hemos encontrado tanto en la senda que baja desde la caravana hasta el mar como a lo largo de la playa. Ha resultado fácil reconstruir su camino.

—¿No habéis encontrado huellas del calzado del asesino? —preguntó Karin.

—Hay varias huellas distintas cerca del lugar donde se encontró a la víctima. Las más interesantes pertenecen a un tipo de zapatilla deportiva del número 41. Seguimos trabajando en ello. Por lo demás, de momento, no hemos hecho ningún hallazgo.

—¿Ninguna bala, ningún casquillo?

—No, pero según parece la víctima tiene unas cuantas balas en el cuerpo. Le han disparado más de ocho tiros. El forense ha estado aquí y ha examinado el cuerpo en el lugar del crimen; por tanto, lo que os estoy contando son sus primeras impresiones y las mías. En otras palabras, esta información es provisional, así que tomadla con cierta reserva. Espero que mañana le practiquen la autopsia y que podamos disponer del informe preliminar por la tarde.

—Bien —dijo Karin—. ¿Cuál es tu lectura de las lesiones?

—Por lo que se refiere al disparo en la frente, podemos deducir que la bala ha entrado en el cráneo, ha penetrado en el cerebro y se ha quedado allí. A juzgar por el aspecto de la lesión, creemos que el tiro se disparó desde muy cerca. El asesino apretó el arma contra la frente o bien. el cañón de la pistola estaba como mucho a unos centímetros de la cabeza de la víctima.

—¿Cómo puede uno ver eso? —preguntó Thomas Wittberg, intrigado.

—Que se trata de un tiro a bocajarro se aprecia por el orificio de entrada en la cabeza de la víctima. Es bastante grande y con forma de estrella. Se forman ampollas alrededor, como podéis ver en la imagen. Eso sucede porque la bala va acompañada de una nube de gas caliente que penetra junto con ella en el cuerpo cuando el disparo se realiza desde cerca. El gas se concentra bajo la piel como una burbuja y revienta cuando la bala penetra; sí, más o menos como una espinilla, y entonces se produce una herida con forma de estrella. Se forman también partículas de ceniza alrededor del orificio. La víctima presentaba algunos restos de ceniza en la frente.

—¿A pesar de que ha permanecido varias horas en el agua? —preguntó Wittberg.

—Sí, aparece como un tatuaje.

—¡Uf! —exclamó Karin.

No entendía cómo Sohlman podía mostrarse tan impasible al hablar de las lesiones de las víctimas.

—El tiro en la frente habría bastado para matarlo, dado que le dispararon desde muy poca distancia —prosiguió Sohlman—. Pero nos preguntamos qué diablos ocurrió después.

La imagen siguiente mostraba los disparos en el vientre.

—En el caso de que disparase primero el tiro en la frente, entonces el asesino debió de volverse loco después. Según parece, vació todo el cargador. Disparó siete tiros en el vientre, también a quemarropa.

—¿Qué significa eso? —murmuró Karin—. ¿Por qué actuó así?

—Lo primero que se me ocurre es que lo hizo por rabia, por despecho —dijo Wittberg—. Tiene que ser alguien que está muy cabreado con la víctima.

—Sí —asintió Karin—. Parece totalmente impulsivo, puede que se conocieran.

—Poco profesional, diría yo —intervino Sohlman—. Si uno quiere matar a alguien no le dispara un montón de tiros en el vientre. En ese caso, hay muchas posibilidades de que la víctima sobreviva, a no ser que una bala le acierte en la aorta o en el corazón. Un profesional le habría pegado otro tiro en la cabeza en el caso de que no estuviera completamente seguro de que había muerto en el acto.

—Así pues, es un aficionado, alguien que no ha matado antes —constató Karin—. Al mismo tiempo, demostró mucha sangre fría. Quiero decir que no todo el mundo es capaz de disparar a una persona cara a cara, en la frente, y tan de cerca.

—Pero ¿por qué le dispararía primero en la cabeza y luego en el abdomen? —preguntó Wittberg—. ¿No parece más lógico lo contrario? ¿Disparar al vientre y luego, para estar completamente seguro, terminar con un tiro en la cabeza?

—No son más que mis impresiones —aclaró Sohlman—. En realidad no sabremos nada hasta que no le practiquen la autopsia. El forense podrá determinar en qué orden se dispararon las balas.

—¿Puedes decirnos algo del arma? —preguntó Karin.

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