Un inquietante amanecer (8 page)

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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Policiaco

BOOK: Un inquietante amanecer
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—¿Cómo se llama la empresa?

—Construcciones Slite.

—¿Cómo era Peter como persona?

—Un tío legal, absolutamente, aunque tenía algunas costumbres un poco raras.

—¿Y cuáles eran esas costumbres?

—Salía todas las mañanas a correr, por ejemplo. Y jodidamente temprano. Yo solía verlo a veces, cuando tenía que estar aquí más pronto de lo normal, para recibir el pan o así. Lo veía llegar corriendo antes de las seis de la mañana.

Johan estaba tan impresionado de la cantidad de información que brotaba del hombre que tenía delante que casi se le olvidó que estaba haciendo una entrevista. Se dio cuenta y cambió el curso de las preguntas.

—¿Cómo reaccionaste cuando supiste que lo habían asesinado?

—Uno se siente conmocionado, ¿sabes? ¿Cómo te vas a imaginar que pueden asesinar a alguien aquí? Para colmo, a alguien que conoces. Y de la manera que fue. Acribillado a tiros. Al más puro estilo gánster, aquí en nuestro pequeño cámping.

—¿Cómo ha afectado el asesinato al resto de los campistas?

—Están preocupados, lógicamente. Desde que ocurrió, me he visto obligado a mantener abierta la recepción todo el tiempo. Han sido muchos los clientes que han venido aquí a preguntar.

—¿Qué preguntan?

—Que qué ha pasado, cómo ocurrió y si han detenido al autor del asesinato. Creen que tengo respuesta para todo. Yo tengo que hacer las veces de central de información, psicólogo auxiliar y detective experimentado. Y, la verdad, yo no sé mucho. Pero de todos modos no creo que el asesino fuera alguien que se alojara aquí en el cámping.

—¿Y por qué no?

—¿Quién iba a ser? Aquí vienen personas absolutamente normales que solo quieren pasar unas vacaciones tranquilas. ¿A quién se le iba a ocurrir salir por ahí con una pistola y empezar a matar gente? Tú mismo podrás juzgar lo absurdo que suena.

Había un ruego en el tono de voz del dueño y Johan asintió, animándolo para que siguiera hablando.

—De todos modos, tú tienes que haberle dado muchas vueltas. ¿Ha ocurrido algo extraño últimamente que pueda guardar alguna relación con el asesinato?

—No, nada. Todo ha sido igual que siempre. El tiempo ha sido solo regular, pero la mayoría de la gente parecía bastante contenta, eso creo yo. No ha habido ninguna pelea ni nada de eso.

—¿Ningún desconocido que se haya comportado de forma sospechosa?

Mats Nilsson negó con la cabeza, apesadumbrado. Johan tuvo la sensación de que empezaba a asimilar en serio lo que había ocurrido realmente en las inmediaciones de su apacible cámping.

—¿Ha habido cancelaciones después del asesinato?

—Muchas personas desaparecieron en cuanto supieron lo que había pasado y habremos recibido la llamada de unas veinte o treinta personas que querían cancelar su estancia. Aunque la verdad es que muchos se han quedado, sobre todo los clientes fijos. Seguro que tenemos un ochenta por ciento de clientela fija, ¿sabes? Muchos vuelven todos los años; la mayoría son de Gotland y seguramente comprenden que esto es un hecho aislado.

—¿Tú estás seguro de que es así?

—Claro, eso nunca se puede saber, pero me cuesta creer que tengamos un asesino en serie cuyo objetivo sean los campistas de la isla de Fårö. ¿Qué crees tú?

Johan no contestó la pregunta; la dejó flotando en el aire.

C
uando Karin Jacobsson volvió a la comisaría después de la visita a Vendela Bovide, Thomas Wittberg ya había localizado a los pasajeros que habían viajado a Fårö el día anterior en el primer ferry.

El capitán recordaba información suficiente de las matrículas como para que fuera posible rastrear a los dueños.

—Dar con estas personas ha resultado más fácil de lo que creía —le comentó satisfecho Thomas a Karin cuando se sentaron el uno frente al otro en el despacho de ella. Se retiró el flequillo rubio de la frente y leyó en voz alta—: Vamos a empezar con la pareja joven. Son de Gotemburgo y llevan una semana de vacaciones en Fårö. Habían estado de juerga en Visby y venían de vuelta. Por eso viajaban tan temprano. Alquilan una casa a una familia de campesinos y están citados a declarar ahora, a la una. Vuelven a casa en el ferry de esta tarde.

—¿Ah, sí? Eso ya se verá; volverán si nos parece que podemos dejarles marchar.

—La mujer que iba sola está casada y vive en Kyllaj.

—¿Todo el año? Creía que allí solo había veraneantes.

—No, lo cierto es que ella y su familia tienen allí su residencia permanente, pero creo que están casi solos. Puede que haya alguna familia más.

Karin solo había estado en Kyllaj una vez en su vida. Fue en una fiesta de verano, cuando tenía trece años; allí le habían dado el primer beso, en la playa. Era un recuerdo bonito y aquel pequeño lugar a la orilla del mar ocupaba un sitio especial en su corazón.

Dejó pasar aquel pensamiento.

—¿También va a venir?

—No, está embarazada y en un estado bastante avanzado, por lo que sé. Ha pedido que la interrogásemos por teléfono, pero le he explicado que eso no es posible, que tenemos que verla personalmente. Al parecer, le cuesta moverse, ha dicho algo de desprendimiento púbico.

—Si está en un estado avanzado, no será de mucho interés para la investigación, pero puede haber visto algo, lógicamente. Iré con gusto a Kyllaj, no he estado allí desde que tenía trece años. Hoy no me da tiempo. Habla con ella y pregúntale si observó algo extraño, de momento tendremos que conformarnos con eso. Por cierto, ¿qué hacía en el ferry de Fårö a las cuatro de la mañana?

—Me dijo que no podía dormir ahora que está embarazada, y que hace tanto calor que aprovecha para viajar por los alrededores y conocer la zona a horas en las que no hay apenas gente. No lleva mucho tiempo viviendo aquí. Además, hay luz casi toda la noche.

—Suena un poco raro, pero una ya ha oído hablar de todo tipo de antojos absurdos que se les ocurren a las embarazadas. ¿Qué pasa con el tercer coche, el que llevaba un remolque de caballos?

—El dueño es un campesino de Fårö. Su hijo había viajado a la Península para comprar un caballo y volvía desde Nynäshamn en el ferry nocturno. La familia lleva muchos años al frente de una granja en Fårö.

—¡Qué mierda! —Karin se dio la vuelta en la silla—. Yo creía que íbamos a sacar algo del ferry. Pero, claro, habría sido demasiado fácil. ¿Cuántas veces se encuentra uno con personas con una memoria y una capacidad de observación como la de ese capitán?

—No debemos abandonar del todo esa pista. Aún tenemos que interrogar a los pasajeros.

—Sí, claro, aunque lo más probable es que el asesino de Peter Bovide ya se encontrara en Fårö la mañana en que se cometió el crimen, quiero decir que tuvo que pasar allí la noche. Y, desde luego, tampoco hay que descartar que aún esté en la isla. Seguid controlando los barcos unos días más.

K
arin acababa de hablar con la Oficina Nacional de Delitos Económicos, a la que había solicitado que se investigara la empresa de Peter Bovide, cuando oyó voces en el pasillo. Habían llegado los colegas de la Policía Criminal. Se le alegró el corazón al reconocer el bullicioso tono de voz de Martin Kihlgård entre risas y voces alegres. En cuanto el comisario Kihlgård aparecía, el ambiente se animaba de manera considerable. Su sola presencia hacía sonreír a todos. Martin Kihlgård medía cerca de uno noventa y pesaba más de cien kilos. Llevaba el pelo despeinado y le salía disparado en todas las direcciones. Tenía los ojos redondos y daba la impresión de que siempre miraba con mucha atención a su interlocutor.

—Hola, Karin —exclamó Martin cariñosamente al ver a su colega. Treinta centímetros más baja que él y con la mitad de peso, Karin desapareció entre sus brazos.

—Hola, me alegro de que estés aquí.

Karin respondió al abrazo de oso lo mejor que pudo. Tras el corpulento comisario vio a varios colegas de Estocolmo.

Enseguida se reunió todo el grupo que dirigía la investigación en la sala de reuniones de su sección. Les sirvieron una bandeja con café y bebidas frías junto con un plato de fruta. Karin había insistido en que en las reuniones se sirviera un refrigerio más saludable que los habituales bollos de canela y los pasteles cubiertos de azúcar glaseado. Observó divertida la cara de decepción de Martin Kihlgård.

—He oído que Knutte está de vacaciones —dijo el comisario, una vez que todos estuvieron sentados.

—Sí —respondió Karin—. Está en Dinamarca con la familia. Su mujer es danesa, como sabrás.

—Line, sí. Una mujer increíblemente agradable. Qué sentido del humor. Son divertidos, los daneses.

—Sí, es verdad.

Karin sintió un fugaz ramalazo de irritación. No sabía a qué se debía. Desapareció tan rápido como llegó.

—¿Cuándo vuelve?

—Dentro de una semana.

—¡No me digas!

La mirada de Kihlgård recorría la mesa. Probablemente busca algo dulce, pensó Karin. Era un tragaldabas y el mayor goloso que había conocido.

Pidió a los colaboradores que se presentaran brevemente antes de volverse hacia Thomas Wittberg.

—Thomas, tú que has recopilado los resultados de los interrogatorios, ¿qué conclusiones tenemos?

—El asesinato se produjo ayer por la mañana poco después de las seis. Podemos estar seguros de ello porque una pareja que vive en una casa cercana al lugar del crimen oyó los disparos mientras escuchaba las noticias por la radio. Ambos contaron al menos cinco o seis disparos. No llamaron a la policía porque estaban seguros de que se trataba de una cacería de conejos. Es una práctica bastante habitual en esta zona; la caza ilegal de conejos, quiero decir —puntualizó volviéndose hacia sus colegas de Estocolmo—. Arriba, en las tranquilas tierras de Fårö, uno no puede imaginar siquiera que se trate de un asesinato.

—De todos modos, podrían haber llamado a la policía —protestó Kihlgård—. ¡La caza de conejos es ilegal!

—Sí, claro —asintió Wittberg—. Pero los habitantes de Fårö están tan acostumbrados que ya no le prestan atención.

—Sí. En cualquier caso, no hay nada que contradiga la observación de los testigos sobre la hora del asesinato —cortó Sohlman—. Lo más probable es que Peter Bovide falleciera inmediatamente después del primer disparo, el que le impactó en la frente. Por lo tanto, cuando lo encontraron, llevaba muerto tres horas y media.

Se levantó y desplegó la pantalla del proyector sobre la pared de enfrente. Apagó la luz y encendió el ordenador. Enseguida apareció un plano detallado de la bahía de Sudersand y del cámping.

—Si salió del cámping poco después de las cinco y media, debió de llegar al lugar donde fue asesinado como muy tarde a las seis menos cinco o menos diez. Se tarda aproximadamente un cuarto de hora, o veinte minutos, en llegar corriendo hasta la otra punta de la playa.

Sohlman señaló con un lápiz el camino que Peter Bovide había recorrido. Todos en la sala estaban callados, como en misa.

—Aquí en la playa, en algún punto, justo en la orilla, se encontró con su asesino. Localizamos las huellas del calzado al examinar el lugar. Tanto las manchas de sangre que había en la arena como la forma en que cayó el cuerpo de la víctima nos indican que recibió el primer disparo en la frente. La víctima cayó en la arena y luego, el agresor se acercó y siguió disparando. Estamos hablando de, como mínimo, siete disparos que le impactaron en el vientre. Después el cuerpo fue arrastrado hasta el agua, donde se alejó de la orilla un buen trecho, al menos veinte o treinta metros. Ayer por la mañana el viento soplaba de tierra, así que no es tan raro.

Sohlman, como de costumbre, se rascó la cabeza y continuó.

—Hemos encontrado dos casquillos en la playa, pero ninguna bala. Probablemente sigan alojadas en el cuerpo. Le están practicando la autopsia justo en estos momentos, por lo que tendremos que esperar a ver el resultado preliminar.

—Sí, espero tenerlo ya esta tarde —dijo Karin—. Quiero que nos concentremos un momento en qué puede haber detrás de este asesinato. ¿Qué alternativas hay, en vuestra opinión? Quiero una buena tormenta de ideas. Pensad libremente.

Alrededor de la mesa, sus colegas, que habían trabajado con Knutas durante muchos años, la miraron sorprendidos. No estaban acostumbrados a que los animaran a fabular sobre las posibles hipótesis con tan pocos datos sobre la mesa. Knutas detestaba las especulaciones. Thomas Wittberg fue el primero en recoger la pelota.

—Si lo mataron de un disparo poco después de las seis, y resulta que el cuerpo llegó al lugar donde lo encontraron cinco o diez minutos antes de las seis, cabe preguntarse ¿qué hizo Peter Bovide durante sus últimos minutos de vida?

—Quizá sintiera algún dolor mientras iba corriendo y tuvo que pararse. O sencillamente, puede que estuviera muy cansado y necesitara descansar un poco —sugirió Karin.

—¿Cómo iba a estar cansado después de unos pocos kilómetros? —objetó Wittberg—. Estaba acostumbrado a correr todos los días, llevaba años haciéndolo. Puede que se detuviera para hablar con el asesino antes de que este le disparase.

—Me parece una explicación verosímil —replicó Kihlgård—. La víctima y el asesino podrían conocerse.

—Otra posibilidad es que se encontrara con un loco armado que solo pretendía matar a alguien —siguió Karin—. A quien fuera.

—En cualquier caso, la pregunta que debemos hacernos —dijo Kihlgård— es: ¿cómo es posible que un albañil y padre de familia de Slite haya sido asesinado a tiros con total frialdad en un cámping durante su sesión habitual de
jogging
? Suena absolutamente incomprensible. Además, en la pequeña y tranquila isla de Fårö.

—No digas eso —protestó Wittberg—. Ya sabes que tuvimos una terrible persecución en la isla de Fårö hace tan solo unos años. ¿Te acuerdas de Emma Winarve? Te encantaba.

—Ah, sí, —exclamó Kihlgård, y se le iluminó la cara—. A propósito, ¿sigue con ese periodista tan obstinado?

—Ni idea. —Wittberg extendió los brazos—. Tuvieron un bebé y todo, pero parece que luego se ha complicado la cosa.

—Basta ya —interrumpió Karin—. Volvamos al tema. El chismorreo y las estupideces los podéis dejar para después. —Dirigió una seria mirada a los colaboradores sentados alrededor de la mesa y prosiguió—: Según su socio, últimamente Peter Bovide se sentía perseguido. Johnny Ekwall no supo precisar de qué se trataba, pero Peter le había comentado varias veces que le parecía que alguien lo seguía. También había recibido llamadas anónimas en la oficina. Al parecer, colgaban sin decir nada, pero, según he podido deducir, a él le preocupaban.

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