—Solamente que se trata de una pistola de pequeño calibre. No puedo decir más hasta que no hayamos visto las balas.
—La cuestión es cómo pudo enterarse el asesino de que Peter Bovide iba a salir tan temprano —murmuró Wittberg—. A no ser que estuviera planeado, claro.
—Lo más probable es que lo planeara —aseguró Norrby cruzando una de sus largas piernas sobre la otra—. ¿Cuánto tiempo has dicho que llevaban en el cámping?
—Tres días.
—Está claro que el asesino ha seguido a Peter Bovide en el cámping y ha estudiado sus hábitos.
—Por lo visto, corría todas las mañanas a la misma hora. Siempre. Todos los días del año.
Karin se estiró para coger el termo del café que estaba sobre la mesa.
—Lo que no entiendo es por qué el asesino eligió matarlo justo al lado del cámping, que es un hervidero de gente. ¿No parece un poco estúpido?
—Quizá porque él también se alojaba allí —dijo Wittberg—. Puede haber sido una persona a la que Peter Bovide acababa de conocer.
—O puede que haya otra razón para que el asesino no quisiera hacerlo cerca de donde vivía Bovide —apuntó Smittenberg—: la de que se trate de un vecino, un compañero de trabajo o cualquier otra persona que mantuviera una estrecha relación con Bovide en su pueblo, en Slite. El matarlo aquí, en Fårö, puede ser una maniobra de despiste.
—No suena completamente descabellado —afirmó Karin—. Por su modo de actuar, podría decirse que se trata de un loco que anda suelto. Tenemos que hacer cuanto podamos para detenerlo lo antes posible. Lo primero es buscar el arma. Puede que el asesino se haya deshecho de ella en los alrededores. Estamos buscando con detectores de metal y hemos recibido ayuda de los buzos de la Guardia Costera, que están rastreando la zona donde encontraron el cuerpo.
Se dijo que tenía que lograr que el Laboratorio Estatal de Investigaciones Criminológicas, el SKL, le diera al caso la máxima prioridad y analizase las balas para averiguar qué arma se había utilizado. Se dirigió a Sohlman.
—Erik, ¿puedes encargarte de que el SKL se dé prisa? No podemos descartar que estemos ante un asesino psíquicamente enfermo que, en el peor de los casos, quiera repetir. Existe el riesgo de que vuelva a actuar.
J
ohnny Ekwall, el socio de Peter Bovide, estaba pálido y visiblemente afectado cuando llegó a la comisaría para ser interrogado la misma tarde del día en que se produjo el asesinato. Su cuerpo vigoroso parecía abatido y se veía que le costaba contener las lágrimas. Se dejó caer pesadamente en la silla que había enfrente de Karin, quien se encontraba al otro lado de la mesa en la reducida sala de interrogatorios. El hombre desprendía un fuerte olor a sudor. Karin arrugó la nariz, pero pensó que debía mostrar un poco de consideración con él puesto que su compañero de trabajo acababa de morir asesinado.
—Comprendo que es duro tener que venir aquí —le dijo a modo de condolencia—, pero lamentablemente es necesario. Tenemos que reunir toda la información acerca de Peter Bovide lo antes posible para poder detener al asesino.
Puso en marcha la grabadora y enunció los datos rutinarios. Luego se recostó y observó al hombre. Sabía que tenía cincuenta y dos años, pero a ella le parecía mayor. Le quedaba poco pelo y mostraba un rostro surcado de arrugas profundas.
—¿Cuánto tiempo hace que llevaban la empresa juntos?
—Cinco años. Era un sueño que Peter tenía desde hacía mucho tiempo, lo de crear su propia empresa, y ahora, por fin, el negocio empezaba a ir francamente bien. Es una cabronada —dijo mirando fijamente la mesa.
—¿Cómo se repartían ustedes el trabajo?
—Peter se ocupa más del trabajo administrativo. Él es quien lleva la contabilidad y busca obras y hace los presupuestos. Yo me ocupo de las cuestiones prácticas. Es decir, conseguir trabajadores para las obras y esas cosas. Me encargo de que las cosas funcionen. Yo trabajo más con los asuntos prácticos que Peter, estoy fuera, en las obras, todo lo que puedo. Peter pasa más tiempo en la oficina. Podría decirse que él es el cerebro de la empresa y yo el corazón.
Karin enarcó las cejas ante semejante comparación. Sintió inmediatamente simpatía hacia aquel hombre que hablaba de Peter Bovide como si aún estuviera vivo.
—¿Cómo se conocieron?
—Fue a principios de los años noventa, cuando escaseaba el trabajo en la construcción. Entonces los dos trabajábamos muy duro haciendo horas extras como cargadores en el puerto de Slite. Después coincidimos a menudo en las obras y nos hicimos amigos.
—¿Cómo es que decidió usted asociarse con Peter para crear una empresa?
—He trabajado para otros toda mi vida, y pensé que era hora de tener algo propio. Peter era el que siempre nos animaba en las obras, inspiraba a los compañeros para trabajar de una forma más eficaz y consiguió que nos pagaran mucho mejor los destajos, así que confiaba en él. Solo había una persona con la que se me podía ocurrir crear mi propia empresa, y esa persona era él. Además, yo tenía bastante dinero ahorrado, lo que bastó como capital inicial.
—¿Está usted casado? ¿Tiene hijos?
—No.
—¿Puede describirme a Peter? ¿Cómo era?
—Peter le caía bien a todo el mundo. Era un chico tranquilo, una persona formal, por decirlo de algún modo. Y una hormiga para el trabajo, eso es lo que era. No paraba de trabajar.
—¿Qué tal funcionaba su matrimonio?
—Vendela y los niños lo eran todo para él. Era una de las pocas personas que conozco que se llevaba realmente bien con su mujer. Trabajaba mucho, pero siempre tenía prisa por volver a casa cuando acababa.
Johnny Ekwall lanzó un suspiro profundo y se frotó los ojos. Karin aguardó antes de formularle la siguiente pregunta.
—¿Y dice usted que la empresa iba bastante bien?
—Sí, fue duro al principio pero este último año no nos ha faltado trabajo. La gente construye como loca, ya se sabe. Además, también hemos conseguido algunas obras más grandes y mejor pagadas. La empresa va cada día mejor. Incluso habíamos pensado en contratar a un par de trabajadores más. Y va y pasa esto. Es terriblemente injusto.
—¿Tiene alguna idea de quién podía querer hacerle daño a Peter?
—No, ni idea.
—¿Había notado algún cambio últimamente? ¿Alguna persona desconocida con la que haya mantenido contacto o alguna otra cosa? Ahora piénselo bien antes de responder, todo es importante, hasta el más mínimo detalle.
Johnny Ekwall vaciló antes de responder.
—Pues sí, el caso es que Peter me contó que a veces se sentía perseguido. Me lo dijo hace poco.
Karin se sobresaltó.
—¿Perseguido? ¿De qué manera?
—Creía que alguien lo seguía, que lo espiaban, sin más.
—¿En qué situaciones le ocurría eso?
—Una vez que estábamos en la oficina tomando un café como de costumbre, se levantó de pronto, se dirigió a la ventana y echó un vistazo fuera. Le pregunté qué pasaba y me dijo que le parecía que había oído algo y que había visto cruzar una sombra.
—¿Vio usted algo?
—No. Ocurrió lo mismo en otra ocasión, cuando estábamos de compras en Slite. Entonces se volvió varias veces diciendo que le parecía que alguien lo seguía.
—¿Cuándo empezó esto?
—Hace unas semanas, a primeros de junio, quizá.
—¿Había dado muestras de algo parecido antes?
—No. Pero últimamente recibía algunas llamadas extrañas.
—¿A qué se refiere?
—De esos que llaman y luego cuelgan el teléfono.
—¿Recibió usted alguna llamada de esas?
—No; lo único que sé es que a Peter le pasó varias veces.
—¿Qué decía el que llamaba?
—Creo que no decía nada. Quizá se tratara solo de las típicas bromas.
—¿A qué hora del día solían producirse esas llamadas?
—A cualquier hora, creo.
—¿Sabe si lo llamaban también a casa?
—No me comentó nada de eso.
—¿Recibió ese tipo de llamadas alguna otra persona relacionada con la empresa?
—No.
—¿Cree que tenían algo que ver con el trabajo?
—No tengo ni idea. Ni siquiera sé si lo seguía alguien en realidad o si eran figuraciones suyas. Era algo sensible psíquicamente, eso no lo puedo negar.
—¿Sensible? ¿Qué quiere decir?
—A veces andaba decaído y no pronunciaba apenas palabra en todo el día. Como si se encerrara dentro de sí mismo. Uno se daba cuenta de que estaba deprimido.
—¿Sabe a qué se debía?
—No.
—¿Hablaron ustedes alguna vez de ese tema?
—No. Intenté preguntarle varias veces, claro está, pero me di cuenta de que él no quería hablar de ello, así que dejé de sacar el tema.
—¿Lleva usted algún control de las cuentas de la empresa?
—Ninguno, la verdad. Como ya he dicho, Peter se encargaba de todo lo que tuviera que ver con los números. Yo de esas cosas no entiendo.
P
ia y Johan se apresuraban para que el reportaje estuviera listo antes de la primera emisión del telediario de la tarde. Se encontraban en la redacción local de
Noticias Regionales
en el edificio de Televisión Sueca de la calle Hansegatan, justo en el borde exterior de la muralla.
Noticias Regionales
cubría la información local de Gotland desde hacía unos cuantos años, pero carecía de redacción fija en la isla. Johan tuvo que acostumbrarse a vivir entre Estocolmo y Visby. Había sido duro, no solo desde el punto de vista laboral, sino que afectó también a su vida privada. Su relación con Emma Winarve era muy complicada de por sí, desde el principio. Ella estaba casada cuando se conocieron y tenía dos hijos. Se enamoraron perdidamente e iniciaron una apasionada relación en secreto. Cuando Emma se quedó embarazada de Johan, se divorció y tuvieron una hija, Elin, que había cumplido un año. Emma se había sentido demasiado aturdida después de su separación como para querer que Johan se mudase de inmediato a vivir con ella, algo que a él lo hirió profundamente.
De todas formas, con el tiempo, Johan pudo quedarse a vivir en la casa que Emma tenía en Roma, en el centro de la isla.
La alegría familiar duró poco. Cuando empezaron a vivir juntos fueron víctimas de un secuestro espeluznante, en el que un asesino, que había burlado a la policía y al cual Johan se había acercado demasiado en su trabajo de reportero para Televisión Sueca, mantuvo escondida a Elin durante unas horas aterradoras. Emma acusó a Johan de haber puesto en juego la vida de su hija, aunque en su fuero interno sabía que él no lo había hecho de manera consciente. Cuando encontraron a Elin, Emma rompió el compromiso. Habían pasado varios meses desde entonces y el contacto entre ellos aún era tenso. Solo se veían cuando él iba a buscar o a dejar a Elin.
Johan se había pasado aquella agitada primavera a caballo entre Estocolmo y Gotland, y había estado con Elin el mayor tiempo posible.
Televisión Sueca le alquiló un apartamento en el Adelsgatan, en el centro de Visby, para que no tuviera que vivir en un hotel. Era un cuartucho pequeño, ciertamente, pero más céntrico, imposible.
En el plano sentimental, Johan se encontraba en una posición calamitosa. Deseaba desesperadamente a Emma y sentía el dolor constante de la ausencia de Elin. Era como si tuviera un agujero negro en su interior. No sabía qué hacer en la situación actual y no le quedaba más remedio que aceptarla. Estuvo a punto de exigir la custodia compartida, pero fue su propia madre quien le hizo cambiar de idea.
Cada cosa en su momento, lo consolaba. Cada cosa en su momento. Presentarse con exigencias en mitad de aquel caos solo lo empeoraría todo. Su madre pensaba que Emma se tranquilizaría con el tiempo y actuaría con sensatez. Y él quería creerla.
La situación solo se podía definir como desastrosa. El drama del secuestro de finales del invierno y comienzos de la primavera también había afectado a Johan profundamente, y en aquel momento no se sentía con fuerzas para hablar con Emma y tratar de mejorar la relación. Mientras tanto, se conformaba con los pocos días que podía ver a Elin.
L
a noche había caído cuando Karin volvía dando un paseo desde la comisaría hasta su casa. Cruzó la calle Norra Hansegatan y bajó por la calle principal hasta el centro comercial Östercentrum. Los comercios estaban cerrados, en la terraza del McDonald’s una pandilla de chavales vociferaba en aquella cálida noche del mes de julio. La adelantaban grupos de jóvenes que bajaban hacia la muralla y hacia el centro amurallado de la ciudad. Eran casi las doce y aún no había conseguido hablar con Knutas; demasiado tarde para llamar a esas horas. En vez de eso le envió en escueto sms.
«Asesinato en Fårö. Hombre tiroteado, ejecución pura. Llámame cuando tengas tiempo.»
Cuando pasaba junto al puesto de comida rápida de Alí, a la salida de Österport, por la Puerta Este, sonó el teléfono.
—Hola, soy Anders. ¿Es una broma?
—Ojalá lo fuera.
Karin no pudo evitar esbozar una sonrisa al oír lo pasmado que se quedó; comprendió que se sentía contrariado por no estar allí.
—He intentado llamarte varias veces.
—¡Ah, sí! Puse el móvil a cargar y lo apagué. Luego se me olvidó. Ya sabes, estoy de vacaciones —bromeó—. Ahora, cuéntame, ¿qué ha pasado?
Karin le relató a grandes rasgos el curso de los acontecimientos mientras entraba en la zona amurallada de Visby por la Puerta Este y bajaba por la calle Hästgatan.
Los bares por los que pasaba estaban llenos de gente que disfrutaba de la cálida noche. La música de bares y restaurantes inundaba la calle. La vida nocturna de Visby era palpitante durante el verano, y en ese momento la temporada turística estaba en pleno apogeo.
Cuando terminó el relato ya se encontraba en la calle Mellangatan.
—¡Vaya! —exclamó Knutas—. ¿Qué vais a hacer?
—He hablado con Martin Kihlgård, mañana por la mañana estarán aquí él y algunos de sus colegas de la policía criminal.
El auricular se quedó un momento en silencio. Karin había llegado a su portal. Sintió un aguijonazo de mala conciencia. En parte, porque Knutas estaba disfrutando de unas vacaciones merecidas, algo que realmente necesitaba. Y en parte, porque era muy tarde y él debería poder dedicar ese tiempo a su mujer en lugar de estar hablando con ella de trabajo.
—Escucha —continuó—. De todos modos, ahora ya sabes lo que ha pasado. Pero estás de vacaciones. Nosotros podemos ocuparnos de ello, Anders.