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Authors: Jens Lapidus

Tags: #Policíaca, Novela negra

Una vida de lujo (66 page)

BOOK: Una vida de lujo
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Jorge lo miró. Le pasó el cargador.

Esperaron. El arma estaba sobre las rodillas de Hägerström. Cargada y lista para usar.

El psiquiátrico penitenciario de Huddinge era un edificio de una planta, construido de hormigón, con una fachada desgastada y ventanas con rejas. Alrededor de la casa había un césped bien cortado. Donde terminaba el césped había una valla de dos metros de altura, con alambre de espino en la parte superior. Había cámaras de vigilancia colocadas en la valla y en soportes de metal en el césped. No parecía haber movimientos en el interior del edificio.

La entrada de visitas estaba en el otro lado. Aquí, junto a las verjas de entrada para los transportes, todo parecía tan tranquilo como en el reino de los muertos.

—Según el guarro del abogado, ya debería haber llegado —dijo Jorge.

—Sí, pero nunca se puede uno fiar de los abogados. Vendrá. Además, conozco el Servicio Penitenciario, todo lleva más tiempo de lo que uno piensa. Te lo prometo.

Cinco minutos más tarde, un Volvo V70 se acercó a las verjas. Estaba pintado de rojo, blanco y azul. Llevaba el logotipo del Servicio Penitenciario en el lateral.

Era un coche de transporte de la prisión preventiva. Esperaban que fuera
el
coche de transporte de la prisión. Las ventanillas de atrás eran oscuras. No se podía ver a quién transportaban.

Hägerström encendió el motor.

Arrancó el Opel con una sacudida. El coche dio un salto de cinco metros.

Lo colocó delante del coche de transporte. Bloqueaba el camino de entrada de las verjas.

Ahora era todo o nada. Esperaban que fuera Javier el que estaba en la parte trasera del coche.

Jorge se lanzó a la calle. Hägerström abrió la puerta del coche, él también salió corriendo.

Jorge sujetaba la Taurus con las dos manos.

Hägerström dudó durante una milésima de segundo. Después vio la cara de Javier delante de él. Levantó el fusil automático.

Jorge puso su pistola contra la ventanilla del conductor.

—Abre la puta puerta trasera —gritó.

Hägerström tuvo tiempo para atisbar una cara aterrada en el interior.

Luego se abrió una de las puertas traseras. Vio a Javier, sentado entre dos guardias de transporte. Las manos estaban encadenadas y había una cadena entre las esposas, conectada a un ancho cinturón de cuero.

Jorge apuntó con el arma.

—Déjale salir.

Hägerström no apartaba el Kaláshnikov del personal en el asiento trasero.

Javier pasó por delante del guardia que estaba sentado en el extremo.

Hägerström captó su mirada. Los ojos brillaban.

—Mete un balazo en cada neumático —gritó Jorge.

Hägerström dudó.

—He dicho que metas un balazo en cada neumático —repitió Jorge.

Hägerström apretó el gatillo con suavidad.

Efectuó un disparo. El sonido le resultaba familiar.

El neumático delantero del coche de transporte se aflojó con un suspiro.

Una hora después ya estaban en casa de Hägerström.

—Joder, todavía tengo el pitido de las sirenas en el oído —dijo Hägerström.

Javier se rio.

—Shit
, menudo numerito guapo. Habremos ido a ciento ochenta en los tramos más rápidos.

Lo contaron y lo volvieron a contar. Javier había entrado en el Opel de un salto.

Condujeron doscientos metros y después cambiaron a la ambulancia que habían robado. Pusieron las sirenas a tope. Entraron en la autovía hacia la ciudad. Se abrieron camino entre el tráfico como un coche en el
scalextric
de Pravat. A la altura de Årsta cambiaron a un coche que Hägerström había alquilado.

Jorge les había dejado allí. Llamaría a casa de Hägerström en cuanto tuviera más noticias. No dio detalles, pero Hägerström entendía a qué se refería.

Los dientes de Javier relucían blancos. Estaban en el sofá de Hägerström. Era la primera vez que Javier estaba en su casa. No habían tenido otra alternativa. Jorge no tenía casa y no tenía sentido llevar a Javier a casa de algún familiar. Era el primer sitio adonde la policía iría a buscarle. Además: según Jorge, solo iban a arreglar el asunto de esta noche y después se largarían a Tailandia otra vez. Era cuestión de unas pocas horas.

Les había llevado treinta y cinco minutos limar, cortar y golpear las esposas de Javier hasta reventarlas. Pero ahora ya tenía las manos libres. Habían perdido todo el moreno del sol. A Hägerström le parecía que su piel tenía un aspecto limpio, como la leche.

Javier le cogió la mano. Sonrió.

Hägerström se acomodó en el sofá.

Javier puso la cabeza sobre su hombro.

Estaban en el dormitorio. Habían bajado las persianas. Hägerström sabía que había cantidad de policías vigilando en la calle. La idea era que seguirían a Javier hasta Jorge, que a su vez les llevaría hasta el Finlandés.

Pero ahora mismo, él y Javier estaban en una isla en el tiempo. Hägerström quería aprovechar esos minutos.

Siguieron charlando. Media hora antes habían tenido sexo.

Javier le contó los detalles de los interrogatorios en el arresto.

Hägerström le contó cómo había sido el interrogatorio al que le habían sometido a él.

Era una sensación extraña, se sentía como un chaval de veintiún años. Las conversaciones le parecían tan importantes, tan llenas de significado, tan sinceras. Hablaban sobre la realidad. Sobre acontecimientos que significaban algo de verdad. Pero ¿qué tipo de acontecimientos? Trataba exclusivamente sobre la vida fingida de Hägerström en el mundo de los bajos fondos. Resultaba casi absurdo.

Horas más tarde sonó el teléfono fijo de su casa. Era Jorge, quería hablar con Javier.

Javier entró en la cocina. Hägerström trataba de escuchar. Solo pudo oír murmullos y respuestas cortas.

Javier volvió al dormitorio.

—Tenemos que largarnos ya. Me toca devolverle el favor. Jorge necesita ayuda realmente.

Hägerström se sentó.

—Dijo que pasaba algo con su hermana. ¿Qué ocurre?

—Alguien le está fastidiando. Tenemos que largarnos. Han quedado para saldar cuentas. Necesita nuestra ayuda.

Hägerström negó con la cabeza.

—No puedo ir.

—¿Por qué no?

—Esta noche tengo que cuidar de mi hijo. No puedo cancelarlo.
Sorry
, me resulta imposible ir.

Javier le echó una rápida mirada, pero no parecía que le importara demasiado. Todavía estaba flipando de alegría por estar libre.

En realidad, Hägerström iba a ir a ver a JW dentro de unas horas. Le llevaría a la reunión entre la hija de Radovan Kranjic y otras personas. No estaba seguro de quiénes eran. Lo único que sabía era que había que detener a JW en cuanto detuvieran a Jorge, Javier y el Finlandés. Y después iban a hacer registros en las oficinas de Bladman y en todos los locales, el local secreto incluido.

Javier se vistió y salió a la calle.

Hägerström pudo imaginarse la caravana de policías de paisano que le perseguían en la calle.

* * *

De:

Leif Hammarskiöld [[email protected]]

Para:

Lennart Torsfjäll [lennart.Torsfjä[email protected]]

Enviado:

17 de octubre

Prioridad:

ALTA

Asunto:

Re: Operación Ariel Ultra; el Mariposón, etc.

Lennart,

En primer lugar, acabo de enterarme del rescate de Javier. ¿Cómo cojones ha podido pasar esto? ¿Disparando a lo loco con fusiles automáticos? ¿No ejerces ningún tipo de autoridad sobre el Mariposón? Procura detener inmediatamente a Javier, a Jorge y, si hiciera falta, también al Mariposón. Si la prensa comunista se entera de nuestra operación, nos van a comer con patatas.

En segundo lugar, los investigadores de delitos económicos acaban de informarme de que han recibido avisos de varios bancos acerca de un número de transacciones efectuadas por Gustaf Hansén y/o JW y/o Bladman en los últimos días. También han conseguido sacar los nombres de las empresas involucradas y en una docena de casos han podido vincular estas a personas físicas de Suecia. También hay que mencionar que hace poco han encontrado a Hansén muerto. La policía de Mónaco confirma que en la actualidad no hay razones para sospechar de delito alguno.

Lennart, esta información es SUMAMENTE delicada.

Hemos visto nombres que ni tú ni yo queremos mancillar. Tus hombres tienen que actuar con extrema precaución y meticulosidad en el momento de llevar a cabo el golpe contra JW y/o Bladman. Hay mucho material que no debe ver la luz del día. Quiero que mantengas todo bajo un control estricto, por supuesto fuera de la vista del fiscal. ¡Llámame en cuanto puedas y lo hablamos!

BORRA ESTE
E-MAIL
COMO SIEMPRE.

Leif

Capítulo 63

E
l hotel Radisson Blu Arlandia: a dos kilómetros del aeropuerto de Arlanda. Según JW: los rusos lo querían así. Solo iban a quedarse un par de horas. Por fortuna, parecía que Natalie iba a estar con los que mandaban de verdad. No unos
hooligans
destinados a Suecia. No unos lacayos cualesquiera sin poder de decisión.

Entró en la sala de conferencias.

Un hombre se acercó y pasó un detector de metales por encima de su cuerpo.

Crepitaba, pero no hubo pitidos. Pasó la mano sobre sus brazos, el cuerpo y las piernas.

La mano del hombre estaba cubierta de tatuajes negros.

En los sofás del vestíbulo estaban Göran, Thomas y Adam. Sascha estaba sentado en un coche delante del hotel.

En otros sofás había visto también a Milorad y a algunos otros hombres de Stefanovic.

Además, Thomas había señalado a otro, diciendo que había un viejo colega policial suyo en el vestíbulo.

—Lo despidieron hace medio año, pero la verdad es que no sé qué pinta aquí.

Pero Natalie sabía quién era: el chófer de JW. El tipo que le daba malas vibraciones.

—A mí me parece raro —dijo Thomas.

Natalie no podía cancelar la reunión ahora. Si JW confiaba en aquel chófer, ella también tendría que hacerlo.

El acuerdo: solo ella y Stefanovic —cara a cara— en el interior de la sala de conferencias. Además, con JW y los rusos como mediadores.

Miró a su alrededor. Una mesa ovalada de madera con patas de acero. Paredes blancas con fotografías enmarcadas de aviones. Focos en el techo. Típica sensación de hoteles de precio medio. Natalie se había alojado en tantos sitios a lo largo de las últimas semanas que se había vuelto hipersensible a las paredes blancas y al diseño escandinavo.

Fuera estaba oscuro. Las cortinas estaban corridas.

Sobre la mesa había cinco vasos y una botella de Absolut Vodka.

Junto a la mesa estaban JW y dos hombres de mediana edad. Los rusos.

Natalie no sabía mucho sobre la gente con la que iba a reunirse. Pero Thomas y Göran le habían contado lo poco que sabían. Y JW también había mencionado alguna cuestión.

Solntsevskaya Bratva: uno de los sindicatos del crimen más importantes. Posiblemente la organización mafiosa más importante del mundo. Probablemente: la organización con más influencia en Rusia, pero con una orientación global. Podrían ser las personas más peligrosas del mundo.

Göran le había contado que su padre había trabajado en estrecha colaboración con la Avtoriteti.

Pero no era como Natalie había pensado: que los rusos hubieran contactado con su padre para que les ayudara con algo. Era al revés. Su padre había contactado con ellos hacía muchos años con un mensaje: «Tengo unos buenos recursos contra personas en Suecia que os podrían interesar. No me importaría venderos estos recursos cuando los necesitéis».

Aquello le enorgullecía. Se sentía en igualdad de condiciones con ellos. Su padre no había sido un recadero para la Avtoriteti. Él había tomado la iniciativa, les había ofrecido algo por lo que estaban dispuestos a pagar.

Se presentaron como Vladimir Minjailov y Sergei Barsikov. Responsables de Escandinavia.

Les estrechó la mano. Los ojos de JW relampagueaban.

El hombre que la había cacheado actuaba como intérprete.

—Bienvenida. Espero que le guste el vodka —dijo Vladimir Mijailov.

—Da
.
Tak
—contestó en ruso Natalie.

Iban pulcramente vestidos. Pero eran diferentes comparados con JW o Gabriel Hanna; los trajes de los rusos serían igual de caros, pero eran de otro estilo: la tela era más reluciente, las hombreras más anchas, los pantalones más amplios. Pensó en Semion, el Lobo, Averin.

Göran le había aconsejado que llevase joyas. Un brillante de dos quilates en un engarce sencillo alrededor del cuello, un regalo de su padre de cuando cumplió veinte años. Llevaba los pendientes de Tiffany’s y, en el dedo, un anillo con el escudo de los Kranjic grabado.

Se quitó el abrigo. Por debajo: un top de seda con una americana de color oscuro.

Llevaba el peine en el bolsillo interior. Thomas se lo había dado esa mañana. Era de fibra de carbono y estaba metido en una funda de cuero. El asunto: el mango estaba afilado. Natalie lo había probado con un folio en casa; cortaba igual que un cuchillo calentado cuando atraviesa la goma del pelo.

La puerta se abrió. Entró Stefanovic.

El mismo procedimiento: el hombre que hacía de intérprete lo cacheó con la ayuda del detector de metales. Pasó las manos sobre su cuerpo. Parecía estar limpio: no llevaba ni teléfono móvil.

Ya estaban más allá del tiempo y del espacio. Estaban en la tierra de los rusos. Tal vez.

Vladimir Mijailov le dio la bienvenida.

Llenó los vasos de vodka.

El otro ruso estaba callado, mascando chicle.

Vladimir levantó el vaso.

—Na zdorovje
.

Se tomaron el vodka de un trago.

—En primer lugar —dijo Vladimir—, quiero agradecer al señor J. Westlund por habernos ayudado a convocar esta reunión.

JW miró a Natalie. Después miró a Stefanovic.

—Mírense a los ojos. Porque no queremos más follones —continuó el ruso.

La mirada de Natalie cruzó la mesa en línea directa hasta encontrar los ojos de Stefanovic. Era como mirar los ojos de un tiburón.

—Hay un millón de personas a las que preferiría mirar antes que a él ahora mismo —dijo ella—. Pero lo hago por ustedes.

Stefanovic bufó.

Por el rabillo del ojo: vio una brevísima sonrisa en los labios de Sergei Barsikov, después continuó mascando su chicle.

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