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Authors: David Wellington

Vampiro Zero (4 page)

BOOK: Vampiro Zero
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—Eres Raleigh, ¿verdad? —preguntó Caxton y le tendió una mano a la hija de Arkeley, que asintió, pero no le devolvió el gesto. Llevaba un vestido negro holgado y un abrigo grueso que le caía como una tienda de campaña. No llevaba maquillaje y sus párpados y pestañas eran casi tan incoloros como su vestido—. Hemos hablado por teléfono.

—Hola, agente. Me alegro de conocerla.

—Igualmente. Y tú debes de ser Simón —dijo entonces Laura volviéndose hacia el hijo de Arkeley—. Mi más sincero pésame.

—Mi padre no está muerto —replicó éste—. ¿Podemos acabar ya con esta farsa? Tengo que regresar a la residencia universitaria esta noche y es un largo viaje en tren.

Simón Arkeley tenía unos rasgos angulosos y pálidos, una nariz larga y delgada, y ojos rasgados. Iba mal peinado y llevaba un traje azul pastel que no parecía lo bastante grueso para el tiempo que hacía.

—Estás estudiando en Syracuse, ¿verdad? —le preguntó Caxton—. ¿Qué carrera?

—Biología —respondió él, mirándola fijamente a los ojos.

—Ya estamos todos —anunció Urie Polder.

Laura se dio cuenta de que se encontraba justo delante de la lápida. Si hubiera habido una tumba, la habría estado pisando.

Los demás estaban a su alrededor. Caxton retrocedió unos pasos y se colocó entre Clara y Patience. La niña la cogió de la mano.

Vesta Polder dio un paso al frente y levantó las manos, cuyos dedos lucían con decenas de anillos idénticos. Poco a poco se retiró el velo de la cara y Laura se dio cuenta de que la mujer no había dicho una sola palabra desde que la habían recogido. Todos, incluso Simón, la observaron mientras se levantaba el velo, lo alisaba sobre sus hombros y se soltaba el pelo rubio. Tenía los ojos cerrados.

Cuando los abrió, presentaban un aspecto terrible, los tenía rojos e hinchados, como si hubiera estado llorando, aunque había en ellos un brillo febril. Se volvió. Con los labios apretados, fue mirando a todos los presentes, también a Urie y Patience, uno a uno, hasta que éstos apartaban la vista. Entonces empezó a hablar.

—Antiguamente —dijo con voz alta y clara— no se celebraban funerales en invierno. Si un hombre moría en invierno, envolvían su cuerpo en una sábana y lo dejaban en la bodega, donde hacía más frío, hasta que los árboles empezaban a brotar.

Raleigh frunció el ceño.

—¿Y eso por qué? ¿Porque el invierno traía mala suerte?

Vesta Polder no pareció molesta por la interrupción.

—No, porque el suelo era demasiado duro para cavar. Antiguamente todas las tumbas se cavaban con pico y pala. Un hombre habría podido partirse la espalda tratando de cavar en el suelo helado. Pero ahora tenemos excavadoras y las tumbas se abren durante todo el año. Sin embargo, aquí no hay ninguna tumba, sólo una lápida. Aunque en realidad tampoco es una lápida, sino un cenotafio.

—¿Qué es un cenotafio? —preguntó Patience.

Vesta no le sonrió a su hija y ni siquiera la miró.

—Es un monumento funerario dedicado a un hombre cuyos restos yacen en otra parte. Esta piedra nos recuerda a un hombre que ha muerto, un hombre que merece ser recordado. Jameson Arkeley dedicó su vida a proteger a los demás, a proteger a la humanidad. Su sacrificio se conmemora aquí.

Su sacrificio. Laura se mordió el labio y no dijo nada. Arkeley había quedado lisiado y a partir de aquel momento había sido incapaz de conducir o de hacerse el nudo de la corbata. Había sufrido esas heridas luchando contra los vampiros. Pero al aceptar la maldición se había convertido de nuevo en un ser fuerte y completo. Es posible que en su momento él mismo creyera también que estaba haciendo un sacrificio, pero a estas alturas lo más posible era que considerara su estado como un don. Había tenido la oportunidad de darle a su muerte un significado: después de salvarle la vida a Caxton, habría podido presentarse ante ella y dejar que le disparara una bala al corazón. Eso sí habría sido un verdadero sacrificio.

Pero en lugar de eso había optado por huir y esconderse. A lo mejor creía que podía resistirse a la maldición. El hombre junto al que había trabajado habría sabido que no era así, pero la maldición podía ser muy persuasiva. Su sacrificio había sucumbido a la sed de sangre, a la gula de la sangre.

—Además, podemos interpretar este cenotafio como una advertencia. Una advertencia de lo que él aún es —dijo Vesta, volviéndose hacia Caxton. Entonces alargó aquellas manos cubiertas de anillos y Caxton se las tomó. Vesta la miró a los ojos—. Es una advertencia y un aviso para ti, agente. Hemos dispuesto este lugar para que él pueda descansar. Hemos preparado una hermosa tumba para este hombre. Ahora es responsabilidad tuya llenarla.

A Caxton se le cayó el alma a los pies. Abrió la boca para responder, pero ¿qué iba a decir? No había nada, no había palabras. «Estoy trabajando en ello» habría estado fuera de lugar, y «haré lo que pueda» tampoco habría sido adecuado.

—¡No! —exclamó Simón, que agarró a Vesta por el brazo y la apartó de Caxton. La anciana se tambaleó como si le hubieran dado un puñetazo en la boca. Por un segundo, Caxton sintió que le rodaba la cabeza, pero se recuperó pronto. Se interpuso entre Simón y Vesta, y se llevó al chico lejos de la tumba y del círculo de dolientes.

—¿A qué ha venido eso? —le preguntó entre dientes mientras se lo llevaba donde nadie los oyera.

—¿Por qué ha permitido que esa mujer hablara de ese modo de mi padre?

—Porque es una buena amiga y, además, tiene razón.

—No quiero que mate a mi padre —dijo entonces el chico, sin más.

Caxton sacudió la cabeza.

—Ya no es tu padre, es un vampiro. No sé si entiendes lo que significa eso...

Simón soltó una carcajada seca que no contenía ni una pizca de humor.

—... Y mi trabajo es cazarlo. Y voy a hacerlo. ¡Representa un peligro para la comunidad, para todo el mundo!

Simón reflexionó un momento antes de responder:

—Dígame algo. Y no le pido opiniones, sólo hechos, ¿de acuerdo? ¿Tiene alguna prueba de que mi padre le haya hecho daño a un solo ser humano? ¿Ha encontrado algún cuerpo?

—Bueno, no, pero...

—Pues déjelo en paz, joder.

Le dio la espalda y empezó a alejarse. Caxton quiso amarrarlo por el brazo, pero Simón se desembarazó fácilmente de ella. Casi esperaba que se echara encima de Vesta Polder, pero el chico pasó de largo del grupo y se dirigió hacia donde estaban los coches.

—Tengo que marcharme —gritó, y se cruzó de brazos.

No tenía nada más que decir.

Capítulo 6

Los deudos habían empezado ya a romper el círculo y se dirigían hacia los coches. Al parecer, nadie quería seguir con aquella ceremonia tan discutible. Caxton se apresuró hacia la furgoneta a la que ya estaban subiendo Angus y Raleigh.

—Quisiera hablar con todos ustedes —dijo—. A lo mejor saben algo que pueda ayudarme a encontrarlo.

—Lo dudo mucho, la verdad —dijo Angus—. Dejé de verme con mi hermano hace veinte años, pero en fin... —añadió, y se detuvo a media frase. Miró a Caxton de pies a cabeza, de las piernas al pecho, aunque no logró llegar hasta los ojos—. Iba a ducharme y a echar una siesta, pero si quiere que tomemos algo esta noche, no veo el problema. Me hospedo en un hotel cerca de Hershey. Se me ocurrió que, ya que venía hasta aquí, le echaría un vistazo al parque temático. ¿Qué dices tú, cariño? ¿Quieres hablar con esta policía?

Raleigh bajó los ojos y se ruborizó.

—Por favor, agente, no se ofenda. Mi tío es un buen hombre, sólo que creció en un entorno pobre. No es tan... —se encogió de hombros y miró al cielo, buscando la palabra apropiada hasta que por fin la encontró— ... tan ignorante como parece.

—También yo nací en un entorno pobre —respondió Caxton—. Mi padre era el sheriff de una región carbonífera sin futuro situada un poco más al norte. Y, aun así, me siento bastante capaz de encargarme de uno o dos veteranos.

Angus soltó una risita.

—Pero no has contestado a la pregunta. ¿Te importaría charlar conmigo un rato? Entiendo que ahora mismo pueda resultarte difícil hablar sobre tu padre...

La chica se encogió de hombros y se frotó las manos.

—No, no, no pasa nada. Pero no aquí, los cementerios me dan escalofríos.

—Vale —dijo Caxtón—. Podemos quedar para más tarde. Tú vives en Emmaus, ¿verdad?

—Cerca de allí, sí.

Con eso Caxton se dio por satisfecha. No creía que Simón accediera a concederle una entrevista, de modo que lo mejor era dejarlo tranquilo. Sin embargo, éste aún no había terminado de causarle problemas. Había pasado un buen rato hablando tranquila pero animadamente con Clara. Finalmente ésta soltó un suspiro de desesperación y fue hacia donde estaba Caxton con los brazos cruzados sobre el pecho.

—Quiere que lo lleven directamente a la estación de trenes —dijo.

—No creo que eso suponga ningún problema —respondió Caxton, mirando a Angus. El viejo levantó los brazos y los dejó caer.

—Quiere que lo lleve yo. Dice que, como aún no me conoce, tampoco me odia. Dice que no quiere ir en coche con su familia, porque ha traicionado a Arkeley. A Jameson Arkeley, quiero decir —se corrigió, mirando a Angus y a Raleigh—. Dice que el simple hecho de acceder a hablar contigo ya es una traición. Y dice que tampoco quiere ir contigo porque quieres matar a su padre.

Caxton frunció el ceño. No entendía por qué tenía que preocuparse por aquello. Sin embargo, en aquel momento se acordó del agente Glauer, que no paraba de recordarle que debía ser más sensible a las necesidades de los demás y a los sentimientos de los civiles.

—Vale. Podemos arreglarlo. ¿Tiene algún problema en ir con Vesta?

—Sí —dijo Clara—, pero no tanto como contigo. O con su familia. Eso dice.

Caxton volvió la cabeza y miró a Angus.

—¿Puede llevarme hasta Harrisburg? Porque en ese caso Clara puede llevar a su sobrino a la estación y dejar a los Polder de camino.

—¿Te importa ir en el asiento trasero, cariño? —le preguntó Angus a Raleigh, que sacudió la cabeza.

Aquello era un fastidio, pensó Caxton, una pérdida de tiempo. Tenía trabajo que hacer (había una reunión de la USE esa misma tarde) y necesitaba tiempo para preparase. La pataleta de Simón le estaba costando varias horas productivas. Y, sin embargo, la vida cotidiana de la mayor parte de la gente estaba llena de esas pequeñas negociaciones, obligaciones e imposiciones. Todas las cosas que Jameson Arkeley había decidido ignorar para dedicarse a luchar contra los vampiros. Y, precisamente por eso, todo el mundo (incluida Caxton) pensaba que era un gilipollas cuando lo conocía. A lo mejor debía intentar ser un poco más comprensiva. Se despidió de los Polder. Urie y Vesta le dedicaron una sonrisa cariñosa, pero la niña, Patience, la coció de la mano y no se la soltó hasta que Caxton la miró a los ojos.

—Agente, quiero darle sinceramente las gracias por dejarme asistir a esta ceremonia —dijo la niña, recitando las palabras como si se las hubiera aprendido de memoria—. Ha sido un verdadero placer.

—Muchas... gracias —respondió Caxton.

La niña le tendió la mano y Caxton se la estrechó.

—Espero fervientemente —añadió Patience— que logre dar muerte al mal antes de que éste le dé muerte a usted. Aunque las perspectivas no sean halagüeñas.

Se alejó y se subió al coche.

A esa edad las niñas no tendrían que ser tan sinceras, pensó Caxton.

Clara asomó la cabeza por la ventana del conductor, le mandó un beso a Caxton y puso el coche en marcha. Simón iba en el asiento del acompañante y no se volvió ni una sola vez a mirarlos.

Caxton suspiró y se volvió hacia los dos Arkeley, que la esperaban. Angus tenía ya un pie en el estribo de su furgoneta y Raleigh esperaba pacientemente para sentarse detrás del asiento de Caxton. Ésta se acomodó en el asiento abatible, se abrochó el cinturón de seguridad e intentó olvidarse de todo lo sucedido. Era hora de pasar al modo de interrogatorio, consistente en formular preguntas, escuchar atentamente las respuestas y no emitir juicios de ningún tipo. Dudaba sinceramente que la familia Arkeley tuviera nada relevante que contarle pero ¿quién sabía? Ésa era la primera norma en las investigaciones policíacas: la mejor pista la brinda siempre la persona que uno menos se espera.

La primera sorpresa se la llevó cuando se sentó y miró a su alrededor. La cabina de la furgoneta estaba inmaculada, incluso habían lavado las esterillas del suelo con jabón, y eso que el vehículo debía de tener más de cien mil kilómetros. Angus era el tipo de persona capaz de acudir a un entierro con camiseta blanca y unos vaqueros gastados, pero al parecer se sentía muy orgulloso de su furgoneta. Lo único que empañaba el interior del vehículo era un paquete abierto de cecina de vaca encajado entre el parabrisas y el salpicadero.

—Aún no me lo he acabado —dijo Angus al ver que Caxton lo observaba. Se volvió y le dedicó una ancha sonrisa que reveló unas encías sin un solo diente—. Lo mejor de la cecina es que al principio parece que esté dura, pero si la tienes en la boca el tiempo suficiente termina ablandándose. Compré tres paquetes antes de salir para no tener que comer nada más durante el viaje.

Caxton abrió la boca pero no se le ocurrió nada que decir.

—Que conste que la he advertido —dijo Raleigh desde el asiento trasero.

Capítulo 7

Conversaron únicamente sobre asuntos triviales durante el trayecto a Harrisburg. Caxton estaba ansiosa por empezar a interrogar a los Arkeley, pero necesitaba hablar con ellos por separado y en un entorno controlado donde pudiera grabar lo que decían y donde ella pudiera pensar claramente qué cosas quería preguntarles. Aquella furgoneta no estaba diseñada para la comodidad de los pasajeros y decidió hacer la única pregunta que no podía esperar:

—Raleigh —dijo—, ¿y tu madre? No ha venido al funeral...

La chica soltó un suspiro.

—No. Se lo pedí mil veces, pero no le apetecía. Dijo que no quería compartir sus recuerdos de papá con extraños, y mucho menos ante la presencia de Vesta Polder.

Caxton frunció el ceño.

—¿Se conocen?

—Desde hace tiempo. Mamá presentó a papá a los Polder hace muchos, muchos, años, cuando aún vivíamos en State College. Hace unos diez años, mamá y Vesta se pelearon o algo así. Desde entonces no han vuelto a coincidir y ninguna de las dos parece interesada en que eso cambie. Pero desconozco los detalles, lo siento.

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