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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Vespera (5 page)

BOOK: Vespera
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Le faltaban los dedos meñiques de ambas manos y el anular de la derecha. Sus huecos, en los guantes, estaban rellenos con trapos. El dedo anular izquierdo lo tenía cercenado por la tercera falange.

—¿Un criminal? preguntó Valentino. Todavía había partes del Archipiélago donde se practicaba la amputación legal, por fortuna muy lejos de Thetia.

—No, no lo creo —contestó Rafael. Tirio llevaba botas, algo extraño en un clima y un lugar como aquéllos, donde las sandalias eran el calzado común. El cuero era caro en Thetia, en su mayor parte importado de Qalathar o Mons Ferranis. Rafael se agachó y, con dificultad, le quitó una de las botas. «Congelación.»

—¿Congelación? —preguntó Valentino, totalmente desconcertado.

—En el lejano norte, si se te congelan los dedos de las manos o de los pies, se ennegrecen y se caen. Él estuvo en el Alto Ártico en algún momento de su vida. Probablemente hace mucho tiempo, pues estas heridas han cicatrizado completamente.

—¿Es suyo? —preguntó Valentino, agachándose para recoger un anillo que había caído de uno de los guantes. Era de plata, pero hecho rudimentariamente, y adornado con una estrella de siete puntas.

—Nunca antes lo había visto —contestó Rafael—. Si era suyo nunca lo mostró.

Valentino se lo tendió a Rafael.

—Averigua lo que significa. Has demostrado tu capacidad y me temo que mi recompensa será más trabajo del que te puedas imaginar. Desde este momento, formas parte de mi equipo.

Rafael se quedó helado por una fracción de segundo, sorprendido con la guardia baja por una vez.

—¿No crees que ya va siendo hora de volver? —le preguntó Valentino, más tranquilamente—. Has estado fuera de Thetia catorce años. Si quieres quedarte aquí afuera a la caza de piratas y apagando fuegos, eres libre. Si quieres enfrentarte a lo que sea de lo que has estado huyendo, si quieres hacer algo que realmente valga la pena, te estoy ofreciendo la oportunidad. Ven conmigo. Ayuda a reconstruir Thetia para que esto —y señaló las construcciones destrozadas a su alrededor— no vuelva a ocurrir.

Un espía al servicio del emperador en ciernes. Regresar de golpe al centro del poder en Thetia, aunque eso no significara volver a casa sino a un futuro del que Valentino sería el artífice, contra oponentes que supondrían un verdadero desafío: los clanes de Vespera, la Dama de Aroth. A la dividida y refulgente Thetia.

Adiós a la independencia. Excepto que esto no era cierto. Su tío tenía mucha y su tío era la razón por la que Valentino había confiado en Rafael con tanta rapidez.

—Como quieras, almirante —contestó Rafael, tras sólo otro segundo de vacilación—. Me honras.

—Está bien —sonrió Valentino y miró a su alrededor.

El mensajero estaba ya cerca, desplazándose entre el espacio que mediaba entre el crucero de batalla y su consorte. Se dirigía hacia el muelle con el único impulso de los motores sin la ayuda de las aletas, pues no había suficiente profundidad para emplearlas.

Caminaron de regreso en un silencio sólo punteado por los esporádicos gritos de los soldados tras ellos y el soplo del viento con fuerza sobre la túnica de Rafael hasta que se detuvo la manta correo.

Una figura gris emergió de la escotilla de la manta y se abrió paso por un improvisado pasillo hasta Valentino. Podía tratarse de cualquiera con un gusto sombrío en el vestir, y por un segundo o dos albergó esa esperanza, pero entonces el individuo levantó la cabeza y Rafael vio un espejo que le devolvía su propio rostro, con las huellas de la edad pero, por lo demás, demasiado parecido para sentirse cómodo. Un rostro severo, anguloso e imponente, con los párpados caídos y unos ojos muy grises, casi negros, como totalmente negra también era su túnica. Llevaba guantes, pese a aquel calor tropical.

Silvanos Quiridion, representante imperial en Vespera y
eminence grise
del servicio civil de inteligencia del nuevo imperio. Era toda la familia que Rafael había conocido en su vida.

Silvanos se detuvo en la cima y miró a su alrededor con más parsimonia que Valentino. Rafael sabía que ningún detalle del lugar o de las personas escaparía a su escrutinio. Una mirada que parecía barrer toda defensa hasta que la mente se quedaba inerme y desamparada. Sus ojos eran como los de los legendarios jaguares devoradores de almas de Tehama.

Un rostro sombrío. Rafael sintió de nuevo un escalofrío en la espalda, el atroz augurio de malas noticias.

Sólo un gesto y dos palabras.

—Mi emperador —dijo él, haciendo una profunda reverencia. Y Rafael vio cómo Valentino apretaba repentinamente el puño—. Tú padre, el emperador Catilina, ha muerto. Tu madre solicita inmediatamente tu presencia.

—¿Qué ha ocurrido? —dijo Valentino—. Lo último que supe de él es que tenía buena salud.

—Estaba en Vespera, ultimando negociaciones fronterizas con el príncipe de Imbria y el Consejo de los Mares —contestó Silvanos sin alterarse—. Concluyeron los acuerdos satisfactoriamente y partió para continuar nuestra campaña en las islas de Barlovento, pero su navío fue destruido en el canal Corala. No hubo supervivientes.

El tribuno palideció.

—Fue asesinado, mi emperador.

Capítulo 2

A cada lado se erguían altísimos acantilados desde el fondo del mar, escarpadas paredes de coral y roca de más de diez mil años de antigüedad con picos y crestones dentados que se perdían en la distancia como si cercaran una enorme fortaleza sobrenatural. La
Soberana
, el crucero de batalla del emperador, y su escolta se alejaban del océano, atravesando las montañas de la costa nórdica hasta llegar al mar de las Estrellas. Y desde allí, rumbo a Thetia, que Rafael había visto por última vez hacía catorce años, con sus calurosas islas con junglas y sus ciudades de piedra blanca alrededor de mares poco profundos. Y en el centro, cientos de kilómetros más allá, Vespera, la ciudad. El corazón del mundo.

Thetia fue una vez conocida como las islas de Verano y como el imperio de Coral, entre muchos otros nombres. La mayoría eran menos elogiosos, pues provenían de aquellos que, en todo el mundo, se habían enfrentado a sus flotas o a su emperador a lo largo de muchas centurias de poder. Habían dirigido sus ojos codiciosos hacia sus riquezas para acabar concluyendo que Thetia no podía ser conquistada, excepto por su propia gente: una raza de mercaderes, navegantes y exploradores arrogantes, testarudos y amigos de las discusiones, que había dominado los océanos, el comercio y la historia de Aquasilva durante setecientos años.

Hasta que se destruyeron a sí mismos, cuarenta años atrás.

Se dirigían hacia una abertura profunda en la costa, iluminada cenitalmente por una luz solar azul verdosa que hacia arriba y hacia el interior daba al extenso mar de las Estrellas. La manta gigante y sus dos naves escoltas de Exilio llevaban tres días de veloz travesía desde Sertina, batiendo sus alas a través de un océano vacío, mientras que el resto del antiguo escuadrón de Valentino había vuelto a la base como medida de seguridad en caso de revueltas en los territorios recién conquistados. Nadie sabía qué pasaba cuando un dirigente del nuevo imperio moría, pues Catilina había sido el primero.

La
Soberana
se elevó despacio, virando en redondo para alinearse con la entrada al paso, hasta deslizarse entre las murallas y adentrarse en el desfiladero. Ascendió unos quince metros por debajo de la superficie, desplazándose hacia adelante con un lento batir de alas.

Durante un rato, Rafael no pudo ver otra cosa a su alrededor que no fuera la fantástica formación de coral petrificado. A continuación, el coral muerto dio paso a un vivo arrecife. Al principio sólo como calveros que luego se extendían a lo largo y hacia la parte inferior en una pared de formas y colores, lo suficientemente próximos como para ver las siluetas de los peces más grandes nadar a lo largo del arrecife. Parecían ajenos a aquella presencia monstruosa en su territorio, aunque se mantuvieron a distancia de las aletas y de sus poderosos reactores.

Unos kilómetros más allá la altura de las paredes empezó a descender, ya que el elevamiento gradual del fondo del mar terminaba. Alrededor del navío se esparcían arrecifes rotos de coral y roca hasta una llanura de arena que muy pronto cedía el paso al gigantesco bosque de kelp. Un paisaje que Rafael no había visto desde su viaje de Vespera para su planeada educación en Sarthes. Había muy pocos bosques de ese tipo fuera de los mares thetianos, y Rafael no se había topado con ninguno en todos aquellos años de viajes.

Y ahora regresaba, por orden expresa de Valentino, para cazar a los asesinos de Catilina III, tal como hiciera con los piratas sertinos, de manera que el poder del nuevo imperio (y la venganza de la emperatriz madre, Aesonia) cayera sobre ellos.

Al principio no había más que una sombra delante, la oscuridad atravesaba los planos marinos, entre la superficie y el lecho del mar. El pequeño grupo de navíos estrechó las distancias siguiendo el canal que iba desapareciendo con rapidez, mientras que el fondo del mar empezaba a hundirse una vez más por los lados, cubriéndose de nuevo con arrecifes de coral.

Sin embargo, no fue el coral lo que atrajo la atención de Rafael. Un poco más adelante, unas formas empezaron a emerger poco a poco de las tinieblas, pilares enormes se perfilaban contra el mar plateado, con bancos de peces desplazándose en espiral entre ellos. Sus cimientos se perdían en las oscuras profundidades, mientras que su frondoso follaje iba perezosamente a la deriva con la corriente, como si un viento calmoso soplara a través de ellos, como si los segundos se hubieran convertido en minutos.

Más asombroso que su extraña y silenciosa belleza era su increíble tamaño: los troncos titánicos de kelp crecían cientos de metros desde el fondo del mar hasta la superficie, empequeñeciendo incluso a una manta del tamaño de la
Soberana
. Se perdían en la distancia como pilares irregulares de una enorme catedral, miles de hojas y ramas que conferían un color verde azulado a los rayos solares.

A su alrededor, el silencio era total. Ajenos a las llamadas de los delfines y las ballenas por la piel de la manta, se movían entre los troncos, como formas fantasmagóricas en el extraño paisaje del bosque de kelp. Rafael había creído que sería más pequeño después de tanto tiempo fuera, catorce años en los que había visto más de Aquasilva que la mayoría de gente en toda su vida. Más incluso que la mayoría de thetianos, pues ellos viajaban a donde existían ciudades, rutas comerciales y población. Sólo los exploradores y los buscadores se aventuraban a salir a los vastos y poco conocidos confines del Océano, más allá de los itinerarios comerciales y del cinturón ecuatorial colonizado. O más allá de la desolación del Alto Ártico.

La manta atravesó el borde más exterior del bosque, siguiendo el trayecto que durante siglos se había mantenido expedito, una avenida amplia entre troncos lo suficientemente ancha para que pasara una embarcación así. Mantener los miles de kilómetros de canales a través de los mares de Thetia era una empresa colosal y, desde la desaparición del antiguo imperio, había sido la labor de diferentes prioratos de Exilio y de varios clanes, pequeños y muy especializados, ubicados en la Vespera neutral.

Naturalmente, al nuevo imperio no le gustaba en absoluto esta situación, pero aun así luchaba para fomentar la destreza en disciplinas que no fueran únicamente las militares. Y los oceanógrafos, así como la mayoría de los artistas, poetas y eruditos, preferían la libertad y permisividad de Vespera a las traicioneras aguas de las cortes imperiales o principados. Incluso los que cantaban las alabanzas del nuevo imperio y se podían permitir ir a agasajarlas, como el compositor Tiziano, se mostraban reacios a vivir allí.

Puede que Vespera nunca se hubiera declarado un Estado independiente, pero no reconocía a ninguna otra autoridad que no fuera la de su gobierno, el Consejo de los Mares, y rehusaba tomar partido en las infinitas escaramuzas entre los principados y el Imperio. Naturalmente, era un hervidero de espías y confabulaciones; sin embargo, su enorme riqueza y la remota posibilidad de que sus clanes se aunaran para defenderse les habían protegido hasta ahora.

Una luz parpadeó durante unos segundos en la pantalla de éter.

—Manta a distancia máxima, capitán —anunció bruscamente el oficial de comunicaciones—. Se dirige hacia nosotros.

—Identificación —solicitó el capitán.

Rafael desvió de mala gana su mirada del paisaje que tenía delante y la dirigió hacia el grupo que había en el puente de mando. El emperador estaba en su asiento; había estado rondando por el puente durante la mayor parte del viaje, como si con su presencia pudiera lograr que el navío fuera más rápido.

¿Qué pensaría Valentino de su padre? Parecía más enfadado que triste por su muerte y, por algún comentario ocasional que la tripulación había dejado escapar, no siempre estaban de acuerdo él y Catilina.

—Están demasiado lejos.

—Ordene a una nave escolta que se adelante para investigar. Entorno de aguas hostiles. —El tono del capitán se mantuvo sereno, profesional, como durante todo el viaje. La tripulación de la
Soberana
era impecable, elegida entre lo mejor de las fuerzas armadas. Como el resto de la Armada, adoraban a Valentino por haber elegido la misma vida que la de ellos cuando no tenía por qué, por aceptar sus privaciones y rehusar un tratamiento especial. Y, por supuesto, por su indudable brillantez como comandante.

Catilina había sido competente; Valentino era otra cosa, se parecía más a un genio militar si es que los informes eran ciertos. ¿Cuál de los dos habría sido capaz de anunciar el final de aquella incómoda tregua de los últimos años, aquel estancamiento forzoso del nuevo imperio mientras se topaba con potencias que, simplemente, no podía aplastar? Los tres principados más grandes: Imbria, Aroth y Sommur. La Vespera neutral, con su control de los astilleros y su legendaria riqueza.

¿Es que acaso se trataba de un nuevo ataque de los asesinos? Y si así era, ¿quién sería el siguiente? Era una pregunta apremiante y, tras tanto tiempo lejos de Thetia, Rafael no tenía ni idea de la respuesta.

Momentos después, una nave escolta apareció por delante de la Soberana, lanzándose a gran velocidad por el canal hacia el misterioso buque. Claramente visible al principio, instantes más tarde empezó a confundirse con el agua, desvaneciéndose hasta convertirse en poco más que una sombra en el mar, perceptible sólo para aquellos que sabían dónde buscarla.

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