Read Vespera Online

Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Vespera (4 page)

BOOK: Vespera
3.05Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Durante diez años nadie supo de su paradero, añadiendo a la retahíla de tribulaciones de Thetia otra más, demasiado insignificante para que las potencias o príncipes en guerra desperdiciaran recursos aplastándolos. Podían haber continuado libres durante mucho tiempo, pero intentaron ir demasiado lejos cuando asaltaron la abadía de Exilio de Carmonde, la hundieron, torturaron a su congregación y a sus magos hasta la muerte y vendieron como esclavos al resto en las remotas islas del Archipiélago.

Pero los exiliados eran siervos de la diosa, hombres y mujeres que habían renunciado a la tierra de por vida y eran sagrados. Y Carmonde había sido un cenobio de la más grande de todas las abadías de Exilio, Sarthes. Cuando Sarthes reclamó venganza, las potencias de Thetis, sin importar cuáles fueran sus alianzas o enemistades en aquel momento, obedecieron.

Descubrir el rastro y seguir a los piratas hasta su guarida había sido un golpe de fortuna para Rafael, un agente de inteligencia aparentemente sin experiencia, con apenas dos años de servicio Allí permaneció durante casi un mes recabando información antes de regresar a la base naval más cercana del nuevo imperio y, conduciendo cuatro mantas de guerra bajo el mando del mejor almirante de la Marina Imperial y acompañado por un grupo de magos del mismo Sarthes, había regresado a la isla de Sertina para destruir a los piratas.

Le había costado dos días posicionar una serie de balizas de éter alrededor de la entrada del puerto sin que nadie lo viera, balizas con las que había señalizado el puerto y su fuerte desde otras docenas de ensenadas similares en la agreste costa oriental de la isla.

Rafael, que había estado en el fuerte hacía tan sólo unas semanas, escuchaba las agonizantes súplicas de gracia de los últimos cautivos supervivientes. No podía intervenir sin delatarse y liberar a los piratas para que sus desmanes y el terror se prolongaran otra década más. Ahora, los torturadores habían muerto y sus líderes supervivientes responderían ante el imperio por sus crímenes.

Con el tiempo, los sertinianos podrían haber sido perdonados por haber ejercido la piratería. Pero la destrucción de Carmonde y haber resucitado los crímenes propios de los momentos más siniestros de la historia de Thetis no tenía perdón posible.

Rafael apagó el brillante haz de luz de éter de la baliza que tenía al lado, la guardó en su pesada bolsa y bajó por el camino para reunirse con la Armada cuando llegara.

Mientras bajaba como podía por el sendero de detrás de la fortaleza, aún se encontraba a suficiente altura para ver cómo entraba el escuadrón en el puerto: dos mantas de guerra que transportaban soldados; las otras se quedaron de guardia en el exterior. Las mantas tenían enormes formas bajo la superficie. Se parecían en casi todo a mantas rayas desarrolladas hasta un colosal tamaño, con la piel superior de un color azul oscuro, casi negro, y la parte inferior blanca, sólo visible cuando sus alas se curvaban hacia arriba con cada aleteo. La más pequeña era ya bastante impresionante. Tenía más de treinta metros de longitud desde los cuernos hasta el extremo de la cola, y casi cien metros de envergadura, con las pálidas superficies de sus ventanillas, practicadas en la armadura de pólipo a sus lados. La más grande, sin duda el buque insignia de la flota, era un crucero de combate, mayor que el otro en medio cuerpo y con cuatro pisos en lugar de dos. Era demasiado grande para maniobrar en las aguas confinadas del puerto.

Había otras dos naves con ellas, aunque era imposible verlas de no ser por algún furtivo movimiento en el agua. Se trataba de diminutas embarcaciones monoplazas para los magos, que corrían como flechas entre sus primos mayores y daban vueltas a su alrededor a la manera de curiosos delfines.

Un momento antes de perderlos de vista detrás de las torres de la fortaleza, vio a los primeros soldados en el agua, tan alargados con su completo despliegue de aletas y palas que apenas parecían humanos. Se desplazaban rápidamente por el agua hacia los muelles.

Otra onda le llamó la atención... ¿se trataría de otra manta viniendo a gran velocidad? La miró fijamente un instante, pero no se distinguía bien y una nave habría generado una estela al desplazarse tan cerca de la superficie. Probablemente sería otra contracorriente provocada por el tsunami de los magos.

Rafael aceleró el paso al llegar a la línea de pleamar. Caminaba con mucho cuidado sobre las vigas y todo el equipamiento esparcido sobre el sendero y bajó hasta los escalones que conducían a la parte trasera de la fortaleza. Aún se mantenía en pie, a la manera de un homenaje póstumo a la riqueza espuria que allí se acumulaba. Sus bloques bien encajados de claro granito de Gorgano, con sus elegantes ventanas arqueadas y balcones en el patio, estaban ahora destrozados sin posibilidad alguna de reparación. Si bien una de las torres aún estaba en su sitio, las otras dos no eran más que montañas de escombros, con sus bloques de granito desparramados por el suelo agrietado de la fortaleza.

Había cadáveres por todas partes, algunos horriblemente mutilados y aplastados bajo las piedras; otros, simplemente desplomados sobre el suelo como marionetas inertes, empapados y patéticos. Seres vivos hasta hacía unos minutos. Rafael reconoció a uno o dos de ellos, hombres que había conocido durante su período como infiltrado. No todos habían sido crueles, no a todos les gustó lo que ocurrió con los magos, a pesar de compartir las mismas ideas que sus cabecillas. Eran una piña, unidos por haberse enfrentado a los mismos peligros y por algo parecido a la profesionalidad de la Armada. Inusual en una flota de piratas, pero hablan permanecido juntos durante mucho tiempo y Thetia era ahora un lugar peligroso.

Rafael atravesó los restos fragmentados del muro trasero, eludiendo el abrigo de la fortaleza y dejando atrás palmeras despedazadas y un montón de hojarasca, madera y restos domésticos empapados y amontonados tras la retirada de la ola. La mayor parte de las construcciones había salido peor librada incluso que la fortaleza y había sido reducida a pilas de escombros, mientras que otras más cercanas al puerto fueron arrasadas como si hubiera explotado una mina o un almacén de explosivos.

Todo estaba en silencio. No se oía ni una sola voz en una fortaleza que había sido el hogar de doscientas o trescientas personas. Muchos habían muerto el día anterior, emboscados de regreso de su última rapiña, y pocos (si es que había alguno) habían sobrevivido a las olas, que habían devastado todas las dependencias y patios. Se había formado un pequeño lago en el patio principal, con burbujas por todas partes, e iba bajando de nivel lentamente a medida que se llenaban los rincones y ranuras en los sótanos y se desaguaba en el puerto submarino devastado.

Rafael levantó la vista hacia la torre de la prisión, ligeramente alzada y cercada por un muro alambrado. Casi intacta. Bien. Había dado instrucciones específicas para que fuera evitada, ya que contenía el último grupo de comerciantes cautivos, las tripulaciones de dos mantas de clanes vesperanos hechas prisioneras unas semanas antes.

Rafael mantuvo la mano cerca del cuchillo que llevaba en la manga, preparado para sacarlo en caso de que algún superviviente intentara atacarlo, pero no vio ningún ser vivo hasta que los primeros soldados llegaron a la playa, avanzando a duras penas por el muelle o subiendo las escaleras. Eran figuras exóticas, embutidas en sus armaduras de escamas de pez y yelmos de vieira, abriéndose en abanico por los edificios, con las ballestas de repetición y los tridentes listos.

Algunos soldados apuntaron sus ballestas al verlo, pero rápidamente entendieron que ningún pirata andaría tan tranquilamente por la playa portando una baliza a la espalda. Y ningún pirata se parecería tanto al individuo a quien ya conocían.

Rafael se dirigió a su encuentro.

* * *

Pasó otro cuarto de hora aproximadamente antes de que el legionario legado declarara despejada la fortaleza. Rafael esperó en el muelle, ya que el legado había sugerido respetuosamente que sería mejor para él y la tranquilidad de todos los demás que Rafael guardara cierta distancia con respecto a la fortaleza. La cual, añadió innecesariamente, no había salido muy bien parada.

De manera que Rafael esperó y observó trabajar a los soldados sacando cadáveres y depositándolos en lugares escondidos hasta que el legado envió a uno de sus hombres para darle la señal de despeje total. Unos momentos más tarde, una manta muy pequeña, la lancha de un almirante con una envergadura de quizá nueve metros, amarraba en un tramo de muelle destrozado.

El almirante Edredha (también conocido cuando no estaba de servicio, como Valentino Tar' Conantur, heredero al trono del nuevo imperio Thetiano), fue el primer hombre en salir. No esperó a que los soldados improvisaran un pasillo, sino que dio un salto y fue caminando por el agua hasta la orilla con un raso uniforme naval sin las estrellas de almirante en el cuello.

Nadie confundiría a Valentino con otra cosa que no fuera un líder, aunque su sensatez y su sentido de la justicia proclamaban bien alto su falta absoluta de vínculos con la vieja dinastía imperial cuyo nombre llevaba. Incluso el padre de Valentino, Catilina III, una persona severa, aún en activo cercano a la setentena, suponía ya una mejora respecto a los primeros Tar' Conantur.

Como si eso compensara a sus víctimas. Su hijo (según la opinión de todos), era un hombre de corte muy diferente.

Valentino era más bajo de lo que Rafael esperaba, pero de hombros anchos y presencia impactante. Bronceado, lo que no era algo habitual en un hombre de la Armada. Las tripulaciones de mantas rara vez veían la luz del sol, pero Valentino era conocido por carecer de remilgos a la hora de mancharse las manos así como luchar en tierra. Lo que no era, ni de lejos, una actividad muy thetiana. Para eso estaban los tribunos.

Tribunos como los que iban algunos metros por detrás de Valentino, su escolta informal, guerreros de rostro aguileño, procedentes de algún grupo de islas dejadas de la mano de Dios en el Archipiélago occidental y que parecían recelar hasta de los propios soldados.

—Bienvenido a Sertina, almirante —dijo Rafael, con la más ligera de las reverencias. Valentino rechazaba cualquier privilegio que su rango pudiera concederle, hasta el extremo de adoptar un falso nombre cuando se alistó. Naturalmente no era más que un gesto. Todos sabían que acabaría por estar al mando, pero el nuevo imperio se llevó una grata sorpresa al descubrir la solvencia que poseía.

—Tú debes de ser Rafael —dijo Valentino, mientras sus ojos grises lo evaluaban en un segundo—. Gracias a tu trabajo, los piratas han quedado al descubierto, su flota ha sido destruida o capturada y hemos tomado su base. Todo sin que una sola vida se haya perdido. Me encargaré de que la Armada reconozca lo que has hecho y de que seas recompensado. Victorias como ésta no son precisamente muy comunes en épocas buenas y ésta no es, precisamente, una buena época.

Rafael se inclinó nuevamente, con el corazón latiéndole un poco más deprisa. Un elogio considerable, viniendo de un hombre como Valentino.

—¿Algún superviviente? —preguntó Valentino.

El legionario tribuno asintió con un gesto.

—Media docena más o menos; aún no podemos decir cuántos de ellos eran cabecillas.

—Traédmelos cuando hayáis acabado —dijo Valentino—. Rafael los identificará.

—Deberíamos interrogarlos —dijo el tribuno—. Deben de tener contactos en las ciudades que se hagan cargo de sus mercancías. Sería útil si queremos descubrir el paradero de los tesoros de Carmonde.

Un movimiento en la entrada del puerto despertó la atención de Rafael. Se trataba de otra manta, acercándose con rapidez peligrosa justo por debajo de la superficie.

—Quiero ver este lugar por mi cuenta, o lo que queda de él —estaba diciendo Valentino—. Rafael, te necesitaré para la identificación de cadáveres; así sabremos los líderes que han quedado.

—Tenemos visita, almirante —dijo Rafael, y ambos se giraron a tiempo de ver emerger la nave. Al principio, nada más que una oscura joroba antes de que fueran visibles los cuernos y la línea de las ventanas del puente entre ellos. Se trataba de una manta correo: poco más que un par de enormes reactores con una diminuta cabina al frente, construida para llevar despachos a gran velocidad a lo largo de los miles de kilómetros de océano vacío que separaban los dispersos dominios del imperio.

Una luz empezó a parpadear, la de un telégrafo manual de éter.

—Es un código prioritario —dijo Valentino—.Tribuno, despéjeles el paso. Mueva la lancha. Ya.

Rafael sintió un escalofrío en su columna como el tacto de un dedo frío y advirtió la tensión repentina en la postura de Valentino.

—Sería demasiado —dijo Valentino en voz queda— que en esta Thetia nuestra tuviéramos únicamente buenas noticias, aunque fuera sólo por un día. —Entrecerró los ojos—. Rafael, ¿conocías a aquel hombre de allí?

Señaló un cuerpo en la puerta de la fortaleza, uno que había quedado oculto a la mirada de Rafael mientras bajaba.

—Tirio, ése era su nombre. Y el asalto a Carmonde fue idea suya —dijo Rafael—. Aparentemente era un pariente recién llegado, con un rostro muy característico y una tos constante, pero sea lo que fuera lo que trajo al llegar, le valió un lugar en la élite de mando de los piratas.

Rafael le contó al almirante lo que sabía de aquel individuo y Valentino frunció aún más el ceño. Empezó a caminar y Rafael, aunque más alto, tuvo dificultad en seguirle el paso.

—Tuvo suerte de morir así —dijo Valentino, deteniéndose a su altura—, pues por lo que hizo, se merecía algo mucho peor. ¿Has dicho que era un recién llegado?

—No tenía ninguna relación con ellos en absoluto —dijo Rafael, deseando haber tenido más tiempo para averiguar más cosas sobre Tirio, que en su momento ya le intrigó—. No era como los demás y su acento era extraño, pero tenía mucha autoridad.

—¿Crees que tenían ayuda exterior? —inquirió Valentino, olvidándose momentáneamente del mensajero.

—No me sorprendería —contestó Rafael—, pero este individuo bien podía no haber sido más que un mercenario. O quizá ellos le capturaran y él estuviera ansioso por unírseles. —Se arrodilló junio al cuerpo de Tirio, el cual tenía una expresión congelada de furia y amargura más que de terror, y retiró los guantes de las manos del muerto. Siempre los llevaba puestos y Rafael se preguntaba por qué. Sabía de otros que hacían lo mismo para ocultar las cicatrices, pero en este caso era algo muy diferente.

BOOK: Vespera
3.05Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Castle of the Wolf by Sandra Schwab
Death in Cold Water by Patricia Skalka
The Affair: Week 8 by Beth Kery
La reconquista de Mompracem by Emilio Salgari
Across the Lagoon by Roumelia Lane
The Lord Son's Travels by Emma Mickley