Viaje a un planeta Wu-Wei (59 page)

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Authors: Gabriel Bermúdez Castillo

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Viaje a un planeta Wu-Wei
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EL CLARINAZO MATINAL Y AVISADOR IRREGULAR DE LA GRAN REGION EUROPEA

Precio: a convenir, pero eso no quiere decir que lo regale.

Número: No me acuerdo

Redaztor Jefe: Serapio Marcilla

DE HACE UNOS DIAS

Lo que le sucedio a Zacarias Gomez cuando estuvo en Africa. Dicen por ahi que hen la ultima espediczion del Caputan Grotton a Fafrica, en la que segun parese, murieron hunos kuantos centenares de personas, y alguna muger, a un tipo que le llaman Zacarias Gomez, y que segun parece no tiene hotra procesión que la de sablear a sus amijos para poder ir saltando de un xitio a otro xitio, le endiñaron, no se save muy bien por adonde; si por hadelante, o por hatras, un droga marabillosa que ¡balgame! le produjo tan fuherte grado de ecsitasion que el tio no fue capas de esperar a que alguna femina joben y ermosa se le pusiera al alcanse. ¿ke es lo ke hizo el cavallero en kuestion? Ni mas ni menos que comensar a encorrer monas (si haveis oído vien; monas de esas que se suven a los arboles, de esas ke llevan pelo por tos lados, y hacen ¡iiiih! y ¡juark! ¡juark!) ya e perdido el ilo. Y encorriendo monas se pasó toda la jornada con gran bullicsio de toos los que le contemplavan. Al final, consiguio capturar a una mona bieja y cometio con ella el delito de hadulterio que sus podéis imajinar. Creemos que la cosa kauso gran risa entre la trivu de monas, porque segun desian todas, se habia ido con la mas fea. Como no se kedo satisfecho el señor, dicen que luego kiso capturar a hotra, pero que no pudo, y pretendio hacer lo mismo con un helefante, con los resultados que os podeis pensar. Y si no lo pensais, es ke sois tontos del trasero, y no mereseis leer un periodico inteleztual y culto como este. ¡Estate quieta, Clarita! Perdon, ke esto no es del articulo. Parese ke Zacarias Gomez salio bibo de la aventura, aunke tuvo que ir al doztor Van Boren, para que le apañase ciertas resultas que le avian quedado en cierta parte puntiaguda y con funda. ¡Ombre, Zacarias, a ver si no somos asi de marranos, karanba, que hay muy buenas mujeres en heste mundo, y no es presiso buscarles las koskillas a las monas y los mamutes! Aparte de ke sabemos que estas juntado con una moza de Nueva Hestoril, y que tienes quince criaturitas con hella, y que la mastas a travajar para mantenerla. Vergüenza nos da que existan tales tipos por ahi.

SERAPIO (Sin mona)

HANUNCIO

Habenido un joben llamado Eduardo para decirnos que a puesto una fabrica de kurtir pieles a unos trescientos kilometros de Angoe, Hange, Hangoo, o como se diga, que no se yo de esas cosas, y dice tambien que las suyas son las mejores para todos los travajos y necesidades. Debe ser verdad, porque nos a regalado dos pieles de sorro, y un chaleco de ante, conque a ver si todos cambiais vuestras pieles en el establecimiento de Eduardo.

NOTA DE LA REDAJSION. Cambiamos el chaleco por otro, Eduardo, que nos viene pekeño; o si no, veras lo ke pone de tu puerca favrica el prosimo numero.

ECSPESIDION A LITTTLE AMERRICA

El Capitán Grotton, sijiendo con su mania de dejar ke los vandidos hagan lo ke les de la real gana, ha salido huyendo asia Littttle America, con el pretesto de traer mineral de kobre, por encargo del Herrero Morris. Afortunadamente se an ido con el una pandilla de desaprensivos y jorrones que mas vale no tenerlos hen kasa, ya que paresian la langosta en kualquier sitio que pasaban. ¡Adiós Capi, y que tardes en volver!

XIII
LOS VISITANTES DE LAS ESTRELLAS

—Me temo que esto te va a costar otro disgusto, Manchurri —dijo Sergio, doblando el periódico—. Y puede que no tengas quién te ayude.

El Manchurri acabó de cerrar las puertas del carromato y echó una nueva mirada a los recién adquiridos bueyes, que pastaban beatíficamente en un montón de heno. A cincuenta metros, brillaba la luz del farol en la veranda, mostrando algunas figuras sentadas.

—Puede ser —contestó el Manchurri, exhibiendo un esquelético brazo y tratando de hinchar un músculo inexistente—. Buen genio tengo yo, señor, para que nadie se meta conmigo, que desde que tuvimos la aventura del Saurio, y la otra aventura con el mago Herder, a quien, según dices, los demonios se llevaron…

—No eran demonios…

—Pues lo que fueran… Y con lo que pasó en África, y lo de la Ciudad del Espacio, ya tengo material suficiente para escribir sustanciosas novedades… Habré de interrogar también a esa mujer horrible y deslenguada, esa Marta, con la que no sé, señor, cómo has sido capaz de juntarte. Pero, ¿verdaderamente es posible que ella y la señora Edy, tan fina y amable, se lleven bien?

—Te aseguro que sí.

—Porque lo dices lo creo… porque no basta sólo que ya tengas que repartir tus favores entre ambas, cosa que no todas aguantan, ni todos, en el caso contrario, sino que además, resulta que hay que aguantar a esa lengua de víbora…

—Desde luego que tiene mala lengua —contestó Sergio—. La ha tenido siempre. Pero ni a Edy ni a mí nos asusta… Por otra parte, quiere a los niños horrores…

—¿Y ella, no…?

—No; ella dice que no quiere tener hijos. Bueno, yo normalmente duermo con Edy… ella sólo… no sé explicarlo. Es distinto.

—Claro que es distinto —contestó el Manchurri, comenzando a caminar hacia la casa—. Como que si fueran las dos iguales, cualquiera las aguantaba… y es bastante con una, aunque tenga el carácter dulce de la señora Edy…

—Sí, sí; dulce —dijo Sergio, quejumbrosamente, mirando al cielo—. A ver si es posible que ya que habéis venido, nos saque un poco de ginebra… porque a mí me la ha prohibido y no hay manera de convencerla…

En la veranda se hallaban los demás esperándoles; Edy sentada en un sillón, con el pequeño Jorge en los brazos, dormido completamente, como una pelota de carne, y exhalando de vez en cuando un leve sonido de satisfacción. Marta se hallaba recostada en la pared, con las botas colocadas sobre la barandilla de madera, pelando un trozo de nogal con su ancho cuchillo de monte; a su lado, el Vikingo, sin decir una palabra, miraba a lo lejos. El fresco relente nocturno agitaba a veces las llamas de dos lámparas de aceite, trazando sombras bailoteantes sobre la pared de piedra.

—¿Y ése, quién es? —preguntó el Manchurri, señalando a una figura sentada junto a la puerta, silenciosa y grande, de la que sólo se veía un rostro barbudo y unos fenomenales antebrazos.

—Es un forastero —dijo Edy, sonriendo—. Lleva aquí dos días. No habla mucho… vamos, la verdad es que no habla nada. Parece ser que tiene que ir a Abilene, a que le saquen una muela. Pero le da miedo, y se ha quedado aquí. Es muy fuerte, y nos ayuda mucho… suponemos que cuando las muelas le duelan en serio se irá otra vez.

El forastero hizo un ligero gesto con las grandes manos sin decir una sola palabra.

—Ha pasado mucho tiempo —dijo el Vikingo.

—No ha sido en vano… —contestó Sergio, ocupando un sillón entre Edy y Marta—. Hay muchas cosas de las que no me acuerdo ya… Resulta que se vive, se lucha… y luego… ¡es todo tan igual! ¿Habéis visto al Capitán Grotton?

—No te has leído el «Clarinazo» entero, señor —intercaló el Manchurri—. ¿No has visto las últimas noticias? Ha construido un barco, y ha jurado que lo traería de Little América cargado de mineral de cobre… Si vuelve, porque el Capitán se quedará en cualquiera de esas cosas que hace…

—No es fácil —contestó Marta, roncamente, sacando un gran cuchillo de monte y procediendo a limpiarse las uñas con él—. ¿O es que te crees tú, bota de vino, que el Capitán Grotton es un alfeñique como tú?

—Métete en la cama con una serpiente, antes que con mujer soez y deslenguada —comentó el Manchurri, mirando a otra parte.

—La deslenguada lo sería esa socia que te pescaste el otro día en Abilene, que no sé lo que hará con la lengua, pero seguro que la usa para algo más que hablar, ¡ceporro!

—La hembra fura, metida en un talego y al río —sentenció el Manchurri—. Me parece. Marta, que vas a acabar saliendo en un número del «Clarinazo».

—No lo verán tus ojos… porque te los sacaré con este mondadientes —aseguró la mujer, blandiendo de forma amenazadora el gran cuchillo.

—Bueno; vale —dijo Sergio—. Si queréis, os pegáis de verdad, aunque te veo mal si eso pasa, Manchurri.

—¿Os pongo algo de comer? —dijo Edy, un poco molesta. Aunque era broma, y ninguno de los dos se lo tomaba en serio, estos altercados verbales no acababan de gustarle.

—Ponle a esa un haz de paja…

—Basta ya; vais a despertar al niño.

—Eso sí que no —cortó Marta—. Al niño no lo despertéis, u os rajo.

—Mirad —dijo el Vikingo.

En la profunda oscuridad, un trazo luminoso, dorado, cortaba el cielo de un lado a otro, en sentido descendente. Lo vieron pasar a lo lejos, dejando un rastro de chispazos…

—¡Es una nave! —dijo el Manchurri.

—Seguro que es una nave… —contestó Sergio—. Habían prometido no mandar ningún condenado más a la tierra, y creí que lo cumplirían… Pero, un momento…

Sus ojos se cruzaron con la mirada del Vikingo, y los dos asintieron a la vez.

—Es buen wu-wei… No pasará nada malo… —continuó Sergio—. ¿No es así. Vikingo?

—Seguro…

—Entonces sólo puede ser… que han permitido bajar a alguien que lo deseaba. Quizás el Edecán Walther, o quizás otros… No; no hay nada malo en ello… De todas maneras, convendría que mañana echásemos una ojeada…

—¿La echamos a cara o cruz? —dijo el Manchurri.

—Échalo a ver, pero salga lo que salga yo iré…

—Y yo también —dijo el Vikingo.

—¿No nos íbamos mañana? —dijo Marta.

—¿Que os ibais? —preguntó Edy—. ¿Quiénes?

—Bueno; mira… —contestó Marta, sacando del bolsillo del pecho un cigarro negro y retorcido—. Yo he pasado un año estupendo con vosotros, contigo, Edy, y con Sergio… Nos hemos entendido muy bien los tres… pero estoy cansada de estar en el mismo sitio… Quiero mucho a Sergio, a los niños, y todo eso, y habrás visto, Edy, que como he sido la segunda en llegar, nunca he dicho una palabra más alta que otra. Pero ¡qué queréis! yo no sirvo para estar aquí siempre… Si no hubiera sido hoy, habría sido mañana, diablos… y ahora que el Vikingo y el Manchurri se marchan, yo me voy con ellos… Volveré cuando me canse… si es que queréis recibirme, ¡vaya!

—Tú ya sabías algo, ¿verdad? —dijo Edy, mirando a Sergio con fijeza.

—Algo, sólo algo; muy poco; nada… —contestó Sergio—. Ya hacía días que Marta estaba nerviosa… De todas maneras, es una sorpresa… una sorpresa para todos…

—Naturalmente —dijo Edy, de forma más bien seca—. Una sorpresa. Supongo que es buen momento para echar una copa; acostaré al niño, y os sacaré una botella…

Parecía un tanto seria, cuando se levantó y entró en la casa.

—No le ha gustado —dijo el Vikingo, suavemente—. No le ha gustado que Marta se marche.

—A mí tampoco —contestó Sergio—. Oye, Marta… ¿quién me va a traer whisky de Abilene, si te vas? Ya sabes que ella no me deja, y que sólo bebía un poco cuando nos íbamos de caza tú y yo… Bueno, cuando pasábamos el día juntos en el monte, de vez en cuando, y bebíamos un poco, y todo eso… ¿Qué hago yo ahora?

—A ella no le ha gustado eso —repitió el Vikingo, mirando a Marta con intensidad, como si quisiera perforarla. Bajo esa penetrante mirada, la mujer rehuyó la vista, se retorció, sacó y volvió a guardar su cuchillo de monte, apagó el cigarro de hoja, y al final, como un dique que se desborda, reventó.

—Claro que no le gusta a Edy —dijo—. Claro que no… ¿O es que crees que no estábamos de acuerdo las dos en que sólo bebieras cuando yo te traía algo de Abilene? ¿O es que crees que ella no lo sabía? ¡Por eso no le ha gustado! ¡Porque entre ella y yo te estábamos llevando muy bien… ahora que me voy, a ver qué pasará!

—Pero… ¡Marta!

El Manchurri se reía con toda la boca abierta, sin poder contenerse; en cuanto al Vikingo, una marcada sonrisa campeaba su rostro normalmente inexpresivo. El forastero, sin dejar de mirarlos a todos, no dijo nada.

—Mira, Sergio. Te estaba gustando demasiado el beber ginebra y whisky… y no ayudaba nada el que ese puerco del Capitán Grotton viniera por aquí con tanta frecuencia. De manera que Edy y yo nos pusimos de acuerdo un día, aunque ya lo estábamos en muchas otras cosas, y… ¡ya ves!

—Y también os pondríais de acuerdo para echar al Capitán… Hace seis meses que no viene…

—A ver… —contestó Marta—. Como que Edy y yo íbamos a dejar que semejante elemento apareciera por aquí… Menuda le dimos un día entre las dos… No quieras saber…

—Bueno, bueno —dijo Sergio, ceñudo y serio, al mismo tiempo que Edy aparecía con una botella y unos vasos—. He de pensar en esto; he de pensar mucho… ya lo creo.

—Y yo también —dijo Edy, moviendo la bonita melena—. No me gusta que te vayas. Marta… no me gusta nada.

Marta alzó los hombros, sin decir una palabra, como si quisiera expresar: «¿Y yo qué puedo hacer?». Edy, en silencio, vertió medidas dosis de licor en los vasos, tendiéndolos, una vez llenos, a cada uno de los presentes.

—La vida es muy complicada —dijo Sergio, mirando tristemente el contenido de su copa—. Mucho más de lo que parece.

El chispazo dorado había desaparecido, sin dejar rastro. De la noche llegaba el aroma de las plantaciones de piñas, el rumor de las ramas agitadas por la leve brisa, el ruido del agua del arroyo saltando sobre los guijarros. Había una lucecita en el laboratorio de Mansour, y otra, más grande, en la casa de los Maranzano.

—Pero antes de que os marchéis, podríamos ir a ver qué pasa con esa nave…

—Bueno —contestó el Vikingo—. Pues nos vamos pasado mañana; igual da. Manchurri, ¿tienes los trajes de salvaje a punto?

—Sí que los tengo. Faltaría más que no tuviera toda esa cosa preparada, por lo que pudiera suceder.

—¿Y esos gusanos que fabricas con tela y con cera? —preguntó Sergio.

—También. Lo tengo todo… ¿es que he fallado yo alguna vez, preparando los bártulos adecuados?

—No, hombre.

Sergio parecía disgustado. Edy parecía disgustada. Marta no estaba muy contenta. El Vikingo los miró a todos, sin decir nada, y después al forastero, que, como de costumbre, tampoco dijo nada.

—Adiós cacerías por el monte —murmuró Sergio, sordamente—. Y ginebra… y los ratos contigo. Marta.

La mujer gruñó en voz baja, sin hacer ningún comentario.

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