El sábado 4 de julio, tres días después de mi... liberación de las cadenas de la FIFA, agarré mi equipo y partí hacia la estancia El Sosiego, en 25 de Mayo, una ciudad de la provincia de Buenos Aires, a 300 kilómetros de la Capital. El Sosiego era de don Antonio Alegre, por entonces presidente de Boca, nada menos, pero la historia no tenía nada que ver con eso. Digo que no tenía que ver con Boca, en principio. Allí mismo y justo aquel día, inicié el camino del regreso y también empezó una tremenda telenovela: las negociaciones para cambiar de club, irme del Napoli y llegar a... ¿adonde? Una posibilidad era el Marsella, otra vez. A Bernard Tapie, que en su momento nos había ofrecido la vida, no le estaba yendo muy bien: había perdido Adidas y también estaba afuera del gobierno. Afuera y de mala manera. Pero era una buena posibilidad, porque lo que yo buscaba era tranquilidad, y el fútbol francés seguía ofreciéndomela.
La otra chance, pero muy muy lejana, era la de siempre: Boca. El tema era la plata. Nosotros teníamos que levantar el muerto de un año y pico sin jugar, y Boca no estaba en condiciones. La única manera era con la aparición de algún inversor.
Para terminar, otra puerta podría abrirse por el lado de algún club europeo: Real Madrid, por ejemplo. O Sevilla, sólo porque ahí había aterrizado Bilardo y nos había mandado un mensaje, a través de Marcos:
Fíjate si podes hacer algo, porque éste puede ser un buen lugar para Diego. Acá no presionan, no piden campeonatos. Aunque con él, yo pienso que podemos ganar todo. No sé, fíjate, estudíenlo, vos sabes que yo quiero lo mejor para él.
El hijo de puta del Narigón había caído ahí, en el Sevilla, porque en la Argentina lo habían cagado con un negocio, la privatización del KDT, un centro deportivo, y entonces se había calentado y se había rajado. Pero estaba bien, tenía razón, era una linda posibilidad.
Mientras tanto, yo me entrenaba, ahora asistido por el profesor Javier Valdecantos y el doctor Luis Pintos. Y también jugaba, pero en la tele, canchita de cinco y césped sintético: eran aquellos partidos en
Ritmo de la Noche,
el programa de Marcelo Tinelli, por Telefé. Como todos, los jugaba en serio y me divertía como loco.
El tema principal era desvincularme del Napoli. Justamente, eso era lo más complicado. Los guachos me citaron para la presentación, que iba a ser el miércoles 15 de julio, con bombos y platillos, con las nuevas figuras, el uruguayo Fonseca, el sueco Thern, como si nada hubiera pasado, como si fuera un jugador más. Ellos estaban recalientes porque yo había hecho declaraciones muy duras en medios italianos, pero tenía razones muy fuertes para no volver.
En una entrevista con el canal Telemontecarlo, disparé munición bien gruesa. Les dije, bien clarito, que mi ciclo con el Napoli estaba definitivamente clausurado, que no le haría ningún favor a los napolitanos si volviera. Que al único que enriquecería, aún más, sería a Ferlaino, y él ya había ganado bastante plata conmigo. Para mí, el Napoli había aprendido a jugar sin Maradona y podía seguir así: si Maradona se iba, el Napoli no se moría. Después se fue al descenso, es cierto, pero que no me echen la culpa a mí: la culpa, siempre, fue de Ferlaino, que no puede manejar ni un colectivo. Decían que Ferlaino quería venir a visitarme a Buenos Aires. ¡Hijo de puta! Durante un año no se había interesado en lo más mínimo por lo que yo estaba pasando y ahora se prendía. Lo dije y lo repito: si yo hubiera estado en un club donde se preocupaban por el jugador pero también por el hombre, habría regresado al Napoli. Pero no, no, había demasiados antecedentes de jugadores maltratados allí: Bagni, Giordano, Garella. ¿Por qué iba a ser yo una excepción?
Encima Claudio Rainieri, el nuevo técnico, habló antes de conocerme, diciendo que con él al frente, Maradona no estaría en Nápoles de vacaciones. Habló, como decimos los argentinos, gratis. Y Matarrese, Antonio Matarrese, era el que había puesto su mano en mi caso, su mano, su mano negra. Les transmití mi certeza
,
de algo: no merecía la sanción, me habían hecho pagar porque era extranjero y porque impedí que Italia jugara la final del Mundial. En el fútbol hay intereses muy fuertes y aquel año se perdieron muchos millones de dólares. Pero aunque me sancionaran por diez años, el resultado de Argentina-Italia no cambiaría. Y mi suspensión, además, fue una ventaja para Ferlaino, porque en aquel momento no era el Maradona que él quería. Yo llevo el fútbol en la sangre. Y quisieron golpearme por las cosas que dije.
"Non ce la faccio piú", así le dije: no lo hago más, no puedo más, ¡basta! Todo eso quería decir en una frase o en mil, en lo que me saliera. Tenía razones para no volver. Y eran tan claras, que hasta Grondona salió a decir que, si no nos poníamos de acuerdo, él iba a recurrir a la FIFA para que resolviera la cuestión y que no tenía dudas de que, en ese caso, el fallo iba a ser a favor mío.
Esas razones estaban escritas en un fax que nosotros le mandamos al Napoli, a la Federación Italiana de Fútbol, a la AFA y a también a la FIFA justo un día antes de que se cumpliera la sanción, es decir, el 29 de junio de 1992. Tratábamos de explicar por qué no servía para un carajo que volviéramos. El riesgo era grande en serio.
El tema es que ellos no estaban de acuerdo y empezó una guerra de cartas y faxes y más cartas. En un momento me parecía que íbamos a quedar tapados por todos los papeles. Yo, por las dudas, fui haciendo lo único que podía hacer: en los Tribunales de Buenos Aires me presenté ante la jueza Amelia Berraz de Vidal, que era la que seguía mi caso desde el quilombo en la calle Franklin, y conseguí, por fin, la autorización para salir de la Argentina: yo quería estar con las valijas listas.
El equipo ya estaba armado: yo, de líbero; Juan Marcos Franchi, representante; Javier Valdecantos, preparador físico; Luis Pintos, médico; Rubén Navedo, psicoanalista; Carlos Handlartz, psiquiatra; Luis Moreno Ocampo, Antonio Gil Lavedra, Hugo Wortman Joffré y Daniel Bolotnicoff, abogados.
A partir de ahí, Franchi voló a Sevilla, después del contacto que Bilardo le había hecho con el presidente del club, Luis Cuervas. Y Bolotnicoff, al mismo tiempo, partió a Marsella, donde ya se había movido para verse con Bernard Tapie, a través de uno de sus ayudantes, que se llamaba Jean Fierre Bernés. Una movida enorme alrededor mío, todo para definir el club ideal, el club donde volver.
Mientras Marcos y Daniel negociaban, yo pesaba: lo que más me gustaba de Sevilla era que estaba el loco de Bilardo, que no había exigencias de vuelta olímpica y que la ciudad tenía onda, buena onda; pero las dudas de los tipos para decidirse me daban la impresión de que sentían que yo les quedaba grande, y no quería ni imaginar qué podía pasar si nos quedábamos sin respuestas y volvíamos a pelear el descenso. Lo que más me atraía del Olympique era Marsella, la villa soñada que tuve al alcance de las manos y que Ferlaino me quitó, la posibilidad de jugar la Copa de Campeones en un equipo competitivo y, a la vez, la tranquilidad de un campeonato como el francés; lo que miraba de reojo, porque no me gustaba tanto, era el ambiente de la ciudad, que se parecía mucho a Nápoles, y la obligación de enfrentar otro idioma, otra adaptación.
Tenía tiempo de pensar en todo eso aunque mi actividad era grande, ¿eh? En 25 de Mayo, cerca del campo donde había comenzado mi recuperación, jugamos otro partido a beneficio. Me sentía bien, me sentía jugador de fútbol, otra vez, aunque fuera en una canchita de pueblo. Me acuerdo que en ese partido jugaron Juanchi Taverna y Pablito Erbin, que eran de ahí, el Gringo Giusti, Daniel Sperandío, el Tata Brown y Julio Ricardo Villa.
Cuando terminó el partido —ganamos 7 a 0, por si alguien lo quiere anotar por ahí— armé una conferencia de prensa y dije: "Estoy en los primeros doce días de trabajo intenso. El sábado a la mañana hice cuarenta minutos de entrenamiento y en el segundo tiempo ni se notó. Hice cosas buenas en la primera parte, pero en la segunda ya estaba un poco cansado. Estamos por el buen camino, sin renunciar a ninguna práctica, porque esto nos va a servir para cuando venga la historia dura, la de competir oficialmente. Estoy decidido a volver para pagarle a un montón de gente que me brindó cariño en este año y medio en la Argentina. Sé que hay varios dirigentes que están haciendo gestiones, por ejemplo Grondona. Y hasta Pelé quiere que vuelva a jugar; me sorprendió, ¡no lo podía creer! Las primeras conversaciones están encaminadas hacia Sevilla y la otra es Olympique de Marsella. ¿Boca? Va a quedar para más adelante, no quiero que el club ponga un sope, porque en este momento se necesita mucha plata. Y después, sí, darle para adelante hasta que salgamos campeones. Que nadie dude que voy a morir futbolísticamente con la camiseta de Boca. Lo mismo que la Selección, cuando me ponga bien, quiero ganarme un puesto en el equipo. Tengo ganas, aunque en este momento es más un deseo. De jugar al fútbol no me olvidé, no. Y la cinta de capitán me queda bien, ¿no?".
Todo eso dije, de un tirón, el sábado 18 de julio, después de jugar un picadito en 25 de Mayo y con un frío que calaba los huesos. Lo que yo sentía, adentro también, era que la solución estaba al caer.
Pensando en eso volví a Buenos Aires, donde mi vida era de lo más sencilla: me entrenaba en Palermo, con el Profe Valdecantos y Carlitos Fren, ya había bajado 7 kilos; a la noche, un poco de tele y un poco de show: que fútbol en lo de Tinelli, que tango en lo de Antonio Gasalla. Sí, canté "El sueño del pibe" en
La verdá de la milanesa,
que así se llamaba el show de Antonio en un teatro... Algunos se sorprendieron con eso de Maradona cantando tangos, pero la mayoría ya sabía que yo había nacido también para eso. Me gusta mucho el tango: escucharlo y cantarlo. Muero por Julio Sosa, como muero por los rockeros... No sé, será otra de mis contradicciones.
"El sueño del pibe" es uno de mis preferidos, no sé, será porque tiene mucho que ver conmigo. Es más, cuando yo lo canto, le cambio los nombres de las figuras y me incluyo yo. Me gusta tanto que cuento esto y me dan ganas de cantarlo...
Golpearon la puerta de la humilde casa / y la voz del cartero muy clara se oyó / y el pibe corriendo con todas sus ansias / al perrito blanco sin querer pisó.
Mamita, Mamita, se acercó gritando / La madre extrañada, dejó el piletón / Y el pibe le dijo riendo y llorando: / "El club me ha mandado, hoy la citación".
Mamita querida / ganaré dinero/ seré un Maradona / un Kempes, un Boyé / dicen los muchachos / del oeste argentino / que tengo más tiro / que el gran Bernabé.
Vas a ver qué lindo / cuando allá en la cancha / mis goles aplaudan / seré un triunfador / jugaré en la quinta / después en primera / yo sé que me espera / la consagración.
Y sigue, con el sueño del pibe, el que yo cumplí...
Y con el rock, bueno, más que nada es identificación: con Andrés Calamaro, con Charly García, con Fito Páez, con los pibes de Los Piojos o de Attaque 77, con los monstruos de Los Redonditos de Ricota. Es identificación lo que siento con ellos: ellos también le dan alegría a la gente sin meterles la mano en el bolsillo, también hablan de la realidad sin caretaje. Ellos sí que no le toman la leche al gato... Me hicieron muchos temas a mí. Un montón. Yo lo siento como un homenaje, porque esas cosas, como los monumentos, sólo se las hacen a los muertos. ¡Y yo estoy vivo! Calamaro me hizo un tema que se llama... "Maradona", mira qué original; y me dice, en la letra:
Diego Armando / estamos esperando que vuelvas / siempre te vamos a querer /por las alegrías que le das al pueblo / y por tu arte también.
¡Un fenómeno! ¿Y Los Piojos? ¡Me hicieron ese que dice:
¡Maradooó, Ma-radooó/
Los franceses de Mano Negra, también... Un montón. Y no sólo rockeros, ¿eh? También Julio Lacarra, un músico uruguayo, escribió algo para mí:
Quería verte de nuevo / sobre el rectángulo verde / donde mueren las palabras / y tu zurda le habla a la gente...
Pero el que logró encerrar todo mi sentimiento en letra y música fue un tipo popular, un tipo al que voy a seguir llorando mientras viva porque en el poquito tiempo en que estuvimos juntos me sentí muy muy cerca de él: hablo de Rodrigo, por supuesto. Por ahí le dicen "cuartetero" despectivamente y no se dan cuenta de que están hablando de un tipo con un corazón enorme, tan enorme que fue necesario matarlo. Que sé yo, por ahí Rodrigo era demasiado peligroso para algunos. La cosa es que él me dedicó "Diego", el tema más lindo que me hicieron y me harán. Lo escucho y lloro... Lo sé de memoria.
En una villa nació / fue deseo de Dios, / ese deseo de vivir / una humilde expresión / de enfrentar la adversidad / con afán de ganarse/a cada paso la vida. / En un potrero forjó / una zurda inmortal / con experiencia sedienta / ambición de llegar. / De cebollita soñaba / con jugar un Mundial / y consagrarse en Primera. / Tal vez jugando pudiera / a su familia ayudar. / A poco que debutó / "Maradooó, Ma-radooó" / la Doce fue quien coreó / "Maradooó, Maradooó". / El sueño tenía una estrella / llena de gol y gambetas / y todo el pueblo cantó: / "Maradooó, Maradooó". / Pegó alegría en el pueblo / regó de gloría este suelo. / Cargó una cruz en los hombros /por ser el mejor, / por no venderse jamás / al poder enfrentó. / Curiosa debilidad, /porque Jesús tropezó, / por qué él no habría de hacerlo. / La fama le presentó / una blanca mujer / de misterioso sabor / y de prohibido placer, / deseo de sanar otra vez / involucrando su vida. / Y es un partido que hoy día / el Diego está por ganar...
En eso estábamos, justamente, tratando de volver al rectángulo verde, a la cancha, cuando se logró algo: que el Napoli aceptara negociar la rescisión del contrato en un lugar neutral y con un arbitro; esas dos cosas iba a ser la FIFA. Yo, a la distancia, entendía muy bien la política de Ferlaino: vivo el tano, no iba a ser él quien me dejara ir del Napoli; estaba llevando las cosas hasta un límite donde pudiera decirle a sus periodistas y a su gente:
Me lo arrancaron de las manos.
Eso estaba haciendo, clarito. Por eso había contestado violentamente a nuestro primer mensaje, para después aparecer como si lo hubiera presionado la FIFA para hacer la reunión. Encima, en el medio de la negociación, ellos mismos me pegaron un bombazo: me multaron en 168.000 dólares y me bajaron un 40 % de mi contrato. Estaba claro, querían guerra. La iban a tener, la iban a tener y se iban a sorprender.
Por esos días, también, el viejo Havelange dijo por enésima vez que me quería como a un hijo, como a un nieto. Que me quería,
bah...