—
Pisa...
—
¿Qué? Yo le digo Loco a usted, doctor, pero es un apodo, nomás...
—
¿Alguna vez te fallé? Pisa, pisa suave.
Y pisé, con un cagazo enorme, pero pisé.
Una semana después, cuando teníamos la cita todos juntos para ver cómo iba mi evolución, Oliva y yo casi lo matamos de un infarto a González Adrio. Yo llegué caminando con muletas, con la pierna izquierda levantada...
Por acá, Diego, con cuidado,
me dijo el tordo del Barcelona, y me indicó unos escalones, por los que tenía que bajar para ir a hacerme la radiografía. Entonces yo le dije: "Téngame, doctor, por favor". Le di las muletas y bajé caminando, tranquilamente. A González Adrio se le cayeron los anteojos. Después vieron todo y, claro, mi caso quedó en manos de Oliva. Trabajamos un tiempito en Barcelona y enseguida planteamos eso de viajar a Buenos Aires. Por supuesto, el cabeza de termo de Núñez no quiso saber nada, pero a Cyterszpiller se le ocurrió una gran idea. Le dijo al enano:
—
Si lo deja viajar a Diego a la Argentina, nosotros le prometemos que en enero está en la cancha, para jugar. Si no cumplimos, no cobramos una peseta del contrato hasta que vuelva.
Al guacho de Núñez le brillaron los ojitos. Claro, él tenía la palabra de los médicos del Barcelona: por seis meses, mínimo, no iba a poder jugar. Se ahorraba unas pesetas, o se las quedaba él, qué sé yo.
La cosa es que gracias a la sabiduría y las ideas del doctor Oliva-que contradecían lo que proponía la mayoría de los médicos—, que me sacó el yeso a los siete días de la operación, pude volver a una cancha a los 106 días: el 8 de enero de 1984, bajo la lluvia, jugué contra el Sevilla. Ganamos 3 a 1, hice dos goles, el segundo y el tercero. Cuando estábamos dos a cero, la gente empezó a pedirle al Flaco que me sacara, para aplaudirme. En eso, el Sevilla se puso dos a uno, y se callaron todos. Hice el tercero y empezaron otra vez, hasta que Menotti me sacó. El estadio se vino abajo, gritaban todos, aplaudían. Más que el clásico
"¡Maradooó, Maradooó!",
no sé, era como un alarido: es una de las ovaciones que más recuerdo en mi carrera. ¡Nadie lo podía creer!
En el partido siguiente, le hice dos goles al Osasuna, pero no sirvieron para nada, porque ellos nos metieron cuatro. Enseguida empatamos con el Mallorca y llegó la revancha contra el Athletic, el 29 de enero: ganamos 2 a 1, hice los dos goles yo... Empezamos a pelearle la Liga al Real Madrid, cabeza a cabeza. Pero cuando jugamos contra ellos, el 25 de febrero del '84, nos caímos: perdíamos uno a cero, empaté yo y faltando cinco minutos, nos hicimos un gol en contra... Perdimos el campeonato por eso, terminamos terceros.
Yo estaba intacto gracias a Oliva, que les había hecho entender a todos que una de las claves de mi juego está en la movilidad de mis tobillos. Si me hacían una recuperación tradicional, yo iba a perder esa posibilidad que tengo de girarlos, que es mayor de lo normal.
Igual el problema no estaba en la cancha, sino afuera. Uno de los tantos encontronazos que tuve con Núñez fue porque no me dejaba hablar. Sí, no me dejaba hablar con un periodista en especial, José María García, que lo criticaba mucho a él. Yo igual hablaba, con García, con Pérez, con Magoya, yo hablaba para la gente... La cosa es que me llama un día y me dice:
Le prohibo darle notas a García.
Yo le dije que no, que a mí no me prohibía nada, que mientras yo me entrenara y jugara, que para eso había firmado el contrato, él no me podía prohibir nada. Le dije que no me había comprado la vida. ¡Para qué! Se puso como loco...
Con esas cosas, yo ya sabía que era boleta. Núñez ya me había dicho que el que mandaba era él. "Está bien, me parece perfecto que mandes vos", le contesté, pero a partir de ahí empezó una pelea muy fuerte a través de los diarios. Cuando jugábamos bien, no pasaba nada. Pero apenas empatábamos, ya empezaba con que "cómo" me había agarrado la hepatitis, que salía de noche, que andaba con mujeres, que esto, que lo otro. Todo con una prensa controlada. Entonces un día corté por lo sano y le dije:
—¡Quiero que me venda!
—¡No!
—Entonces, ¡no juego más!
Y salió lo del Napoli. Fue sucio lo que me hizo Núñez, muy sucio. Tan sucio que mucho tiempo después, cuando ya estaba en Italia y volví a España para recibir un premio, como el mejor jugador iberoamericano, o algo así, el tipo buscó venganza y me inventó una historia que me pudo haber salido muy cara. Un pibe dijo que yo lo había atropellado con el auto y le había quebrado las piernas. La policía me fue a buscar a la entrega de premios y me llevó preso. Los jugadores se enteraron y me fueron a buscar... Estaban Schuster, Hugo Sánchez, Juanito, que en paz descanse... Juanito les gritaba, desde afuera de la comisaría,
¡Viva Franco!,
y yo adentro, firmando papeles y mirándolo a los ojos al pibito: "¿Cuándo te pisé, yo? ¿Cuándo? ¡Contales todo, deciles que es una mentira de Núñez, por favor!".
La cosa es que mi paso por Barcelona terminó siendo nefasto. Por la hepatitis, por la fractura, por la ciudad también, porque yo soy más... más Madrid, por la mala relación con Núñez y porque allí en Barcelona arranca mi relación con la droga. Aunque no hace a la cuestión de lo que estoy contando, debo admitir que allí arranqué y de la peor manera: cuando uno entra, en realidad quiere decir que no y termina escuchándose decir sí. Porque crees que la vas a dominar, que vas a zafar... y después se te complica. Pero lo de la droga en Barcelona no tuvo ninguna incidencia en mi vida de futbolista, ¡ninguna! Si no, yo no habría podido tener los logros que tuve en el Napoli. Núñez dijo que me vendió porque él sabía que yo tomaba cocaína... ¡Mentira! Yo no habría conseguido todo lo que conseguí en Italia, porque esa porquería de la cocaína, en vez de motivarte, te desanima... Para el fútbol no te sirve como tampoco sirve —recién ahora lo sé— para la vida. Empezó como una jodita más. Y lo que en aquel momento parecía divertido, se volvió dramático. Hoy me arrepiento, cuando ya estoy en el baile y todavía tengo que zafar de alguna manera. Por mis hijas, por toda la gente que me quiere y que hice o hago sufrir. Pero es inevitable, es así, no es un invento mío; es el invento que hoy gobierna el mundo. Quiero ser clarito en este tema: los gobiernos no hacen nada para detener esto. ¿Por qué? Porque también les conviene tener adictos. Pero ésa es otra historia y otro tiempo.
En aquella época hablaban del "clan Maradona" y a mí me enojaba muchísimo. ¿Qué era el clan? Era mi gente, mi familia, mis amigos, mis empleados... Yo tenía una casa en el barrio de Pedralbes, en la zona más linda de Barcelona. Tres pisos, diez habitaciones, pileta, cancha de tenis. ¿Por qué no la podía abrir para la gente que yo quisiera? Repito hoy lo que decía en aquel tiempo: yo soy feliz cuando estoy al lado de la gente que quiero. Para mí, ellos —Osvaldo Dalla Buona, Galíndez, Néstor "Ladilla" Barrone, entre otros— eran argentinos que estaban necesitando que alguien los protegiera; y ese alguien era yo. Para que todos los catalanes me escucharan, declaré en televisión: "Quiero decirle a la gente de Barcelona que no todos los argentinos somos malos, que los argentinos no nos llevamos por delante a nadie, que sabemos vivir. Nosotros no tenemos la culpa de todos los que vinieron a hacerle mal a esta ciudad, y ahora nos quieren hacer
pagar
por otros". No me cansaba de repetirlo, para que entendieran: hay cosas que mis amigos argentinos podían hacer, como pelearse, fumar o tomar, sin que por eso tuviera que hablarse del clan Maradona. Lo que hicieran mis amigos me podía parecer bien o mal, pero no por eso iban a dejar de ser mis amigos ni tampoco yo estaba implicado en todas sus cosas. Estaba harto de que se hablara del clan Maradona; ¡en Barcelona no había ningún clan! Ayudé a los que me pareció que necesitaban y muchos no me lo agradecieron. Es más, muchos se me volvieron en contra. Entonces dije nunca más... Ahora es mi familia, mis amigos de verdad, y nadie más. pero que quede claro: ni clan ni entorno ni nadie me llevó a hacer lo que hice, a cometer los errores que cometí: si uno no quiere, no quiere. Y eso lo digo por la droga, por ejemplo.
Allí estaba Núñez siempre presente, y allí ha seguido hasta hace poco. Cosa curiosa, ni siquiera es catalán, porque nació en el País Vasco. No sabe lo que es una pelota ni nunca lo va a saber, no puede ser más importante que un jugador de fútbol ni nunca lo va a ser. Así como me persiguió a mí, siguió con Schuster después, y luego lo tuvo entre ceja y ceja a Rivaldo. Está obligado a inventar cosas para tener a la gente: si el Barcelona no sale campeón como salía antes por dos o tres puntos de ventaja, entonces él es más creíble que los jugadores que salen a la cancha. Si no ganan la Liga, a Rivaldo le van a inventar cualquier cosa. A Romario lo echó él, a Stoitchkov lo echó él... ¡Todas figuras!
Hay un especie de
macrimanía
entre los dirigentes. Por Mauricio Macri lo digo, por supuesto, por el presidente de Boca Juniors. Es algo muy perverso. Ellos no son agradecidos: nosotros les damos poder, les damos fama... Meten la mano en la lata y siguen siendo dirigentes. Porque Núñez ha sido presidente del Barcelona, pero "Núñez y Navarro" es algo más, es la empresa constructora que tiene con la mujer, la que levantó varias de las obras para los Juegos Olímpicos. Así son la mayoría.
La cosa es que ya no aguantaba más en Barcelona. El último partido, el 5 de mayo de 1984, en Madrid, fue una imagen de todo lo que me pasó allí: una batalla campal contra el Athletic, nuestro archienemigo, en la final de la Copa del Rey, que perdimos 1 a 0, con aquel gol de Endika que los vascos me recordarían muchos años después, cuando volví a jugar a España con el Sevilla. Terminé a las patadas con todo el mundo, porque nos estaban ganando y nos cargaban; hasta que uno me hizo un corte de manga y se pudrió todo.
Nos cagamos a palos en el centro de la cancha... Menos mal que salieron a defenderme Migueli y los muchachos, porque si no me mataban. No sé, creo que Goikoetxea quería terminar el trabajo que había empezado unos meses antes. Desde afuera querían saltar a la cancha los míos, todos esos amigos a los que llamaban el clan querían defenderme y no podían... Se colgaban del alambrado, que era como una reja, y la policía les pegaba en los nudillos, para bajarlos... ¡Una locura! A mí, después, me dio mucha vergüenza por el Rey. Claro, el rey Juan Carlos estaba ahí, en el palco de honor, era su Copa, y nosotros nos estábamos cagando a trompadas. Me dio pena por él, porque yo lo quería mucho, me caía muy bien. Había leído en las revistas lo que decía y me parecía un buen tipo. Por eso, una vez, antes de ese escándalo, le había pedido una audiencia, oficialmente. Y a los dos meses,
pin,
me llegó la respuesta, que me esperaba en el Palacio, en la Zarzuela. Un fenómeno Juan Carlos, a todos les daba veinte minutos y conmigo se quedó como una hora y media. Hablamos de fútbol, de la Argentina, de los asados... ¡Y de barcos! Al tipo le encanta navegar. Yo me lo imaginaba por los ríos de Corrientes al Rey de España. Bueno, la cosa es que estábamos ahí, charlando, y de golpe se abre una puerta y aparece ¡Felipe González!, el
presidente
de España. Los dos me pidieron una camiseta argentina para los pibes... Pero bueno, la historia terminaba. Mal, pero terminaba.
Después del escándalo, me decidí definitivamente y pegué un portazo. Del otro lado dejé un contrato en blanco, que me ofrecía el vicepresidente Joan Gaspart:
Pon la cifra,
me decía. De atrás, Cyterszpiller me susurraba:
Dale, dale, ponela y nos quedamos...
Yo le dije muchas gracias y me fui. No tenía ni idea hacia dónde.
Napoli '84/'91
Cuando yo llegué al Napoli estaba en cero...
Y con deudas.
En el 79, cuando todavía estaba en Argentinos, el Napoli ya me había venido a buscar... Si hasta me mandaron una camiseta al hotel donde yo estaba concentrado, con una carta que decía que estaban esperando que abrieran las fronteras a los extranjeros para llevarme. Me invitaban a pasar diez días allá, todo pago, viejo, todo pago, me querían llenar de regalos. ¡Yo no entendía nada! Por aquella época se hablaba también del Sheffield de Inglaterra, del Barcelona mismo, qué sé yo... Para mí, todos eran el Estrella Roja de Fiorito... Para mí, Napoli era algo italiano, como la pizza, y nada más.
Lo curioso es que años después, cuando me vinieron a buscar a Barcelona seguía sin saber mucho más de ellos. Vinieron a por mí, dirían los gallegos... Y la verdad es que lo único que yo quería era irme de ahí, irme de España, irme de Cataluña, irme de Núñez. A cualquier parte. Todos me preguntan ahora: ¿por qué no a Juventus, por qué no a Milán, por qué no a Inter? Y... ¡Porque el único que se preocupó por ir a ofrecerme algo fue el Napoli! Y también porque Giampero Boniperti, que había sido jugador y era Presidente de la Juve, había dicho que alguien con un físico como el mío no podía llegar a nada. Bueno, a algún lado llegué, ¿no? El fútbol es tan hermoso, tan incomparable, que le da lugar a todos.
Hasta a los... enanos como uno.
La cosa es que yo quería cambiar de aire y jugar. A ver si se entiende: no digo jugar bien, digo jugar... Jugar un campeonato entero. Y había más razones. Por un lado, cuando el Barcelona me vendió, sabía muy bien adonde, a ver sí le vas a ganar una a los catalanes: ellos no imaginaban a ese equipo italiano como un gran rival en Europa. Por el otro lado, lo más importante, algo que no he contado nunca en detalle: nosotros necesitábamos un negocio porque a Cyterszpiller le había ido tan mal con los números que estábamos en cero. Sí, señor, quebrados... Quebrados económicamente. Cuando yo llegué al Napoli estaba en cero... Y con deudas. Esa es otra de las causas por las que no fui ni a Juventus, ni a Milán, ni a Inter. Salió lo del Napoli y apuramos todo. Jorge había comprado cualquier cosa, petróleo, casas, bingos en Paraguay, qué sé yo... ¡Todo con mi plata! Ya está, ya fue. A mí me pasó lo que canta la Negra Sosa: me caí, me levanté. Tenía 25 años y ni un solo mango. Nunca se lo expliqué a nadie, ni a mi señora: sólo digo que me quedé sin un peso por mi culpa. Tuve que empezar de nuevo... Lo cierto es que teníamos necesidad, porque debíamos acá, debíamos allá. Tan era así que del 15 % que me correspondía a mí, que era 1.500.000 dólares, no vi una moneda. Y la casa de Barcelona, en el barrio de Pedralbes, la tuvimos que regalar para pagar deudas.