Lo del Marsella se derrumbaba de a poquito, sobre todo porque lo que vivieron Bolotnicoff y Franchi, que viajó unos días más tarde desde Sevilla para reunirse con Tapie, fue terrible. Un ambiente muy pesado que le hizo sentir a Marcos, cuando finalmente aterrizó en Sevilla en un avión privado, que estaba volviendo a su casa. En realidad, lo hizo: un viaje relámpago, Sevilla-Madrid-Buenos Aires, para ponerme al tanto de todo y para solucionar algunas cosas personales de él. Entonces, se nos ocurrió una nueva estrategia: citar a los dirigentes del Napoli para dialogar, pero en Barcelona, donde se estaban haciendo los Juegos Olímpicos en ese momento, un lugar neutral, con la gente de la FIFA cerca. Les mostrábamos justamente a ellos, a los dirigentes de la FIFA mi intención de dialogar y les poníamos un plazo a los napolitanos. Contestaron, sí, pero parecía que estaban de joda: nos decían que estaban dispuestos a recibirnos, para tener una reunión, y nos daban ¡la dirección de la sede del Napoli! Además, como si nos estuvieran cargando, los guachos metían el horario en el que atendían, fuera de los fines de semana y feriados, como si hablaran de una oficina... ¡Ah! Y también me recordaban que me seguían esperando en el lugar donde el equipo estaba haciendo la pretemporada. ¡Estaban de joda los hijos de puta!
Pero nos vino bien ese tono en el fax, porque la FIFA se vio obligada a armar la reunión en Zurich, en la sede central. Mi teléfono explotaba: me llamaba Bilardo, desesperado porque la cosa no se hacía; me llamaba Marcos, para pedirme que me quedara tranquilo; me llamaba ¡Bernard Tapie! para rogarme que aceptara su oferta; me llamaba Grondona, para decirme que confiara, que todo iba a terminar bien.
El mismo Grondona viajó a Barcelona y ahí se encontró con Marcos. Vieron la final olímpica que España le ganó a Polonia y partieron los dos, cada uno por su lado, creo, a Zurich, donde se iba a hacer la reunión, el 11 de agosto... ¿Cuándo había empezado todo esto? El lº de julio, cuando me levantaron la sanción: un mes y medio había pasado, ya. Era hora de que fuera terminando. El tema era: ¿cómo?
Apenas llegó a Suiza, un día antes de la bendita reunión, Franchi me llamó por teléfono y casi me mata de un ataque al corazón:
Diego, les voy a decir que volvés al Napoli.
Me volví loco, no lo podía creer, no entendía nada y Marcos me decía:
Para, para, para, déjame que te explique...
í- ¡Yo no entendía un carajo! Habíamos llegado hasta ese punto sólo para separarnos del Napoli y ahora nos estábamos sirviendo en bandeja.
Cuando logró pararme, Marcos me explicó:
Les vamos a decir que volvés, pero bajo... cienos condiciones.
Aaahhh, empezaba a entender, pero, ¿y si el Napoli aceptaba?
Bueno, ése es el riesgo, pero quédate tranquilo, van a decir que no,
me contestó Marcos y a mí me temblaron las piernas.
La reunión se hizo y la noticia sacudió al mundo. Me acuerdo que los tanos festejaban,
La Gazzetta dello Sport
mandó en la tapa:
"Diego: sí al Napoli. Ganó Ferlaino".
Yo no creía que esa euforia se podía dar vuelta... La Claudia lloraba, mis viejos también, yo salí a hablar, como para seguir con la táctica que había elegido Marcos, y dije: "La idea era no regresar al Napoli y tratar de resolver esto con la ayuda de la FIFA. Pero nosotros, viendo la mala predisposición del club, viendo que nos ponen un montón de trabas, viendo que la FIFA no puede resolver, hemos decidido ponerle un montón de cláusulas y volver ahí. Se acortan los tiempos en todos lados y yo lo único que quiero es entrar de nuevo en una cancha. Hace 36 días que estoy entrenándome, necesito un equipo, necesito estar a las órdenes de un técnico. Sería bárbaro que el Napoli acepte las cláusulas que pusimos, sería bárbaro. Pero yo no sé hasta qué punto le convendría a Ferlaino, políticamente o de cara a la gente, que acepte las condiciones que les ponemos nosotros". ¡Las pelotas sería bárbaro! Esperaba con terror la respuesta del Napoli: si decían que sí...
La respuesta llegó, el viernes 14: el Napoli contestó que... ni. Sí, contestó ni, porque aceptó todas nuestras condiciones a nivel humano pero no las que estaban relacionadas con lo económico, las de la guita. Y como en la reunión se había dicho que la respuesta tenía que ser por sí o por no, se consideró que el Napoli le respondía negativamente a nuestra propuesta. ¡Era mi primer paso hacia la libertad!
Faltaba, ahora, que el Sevilla se lanzara a solicitar oficialmente mi pase. Antes no lo había podido hacer por miedo, sí, por miedo: si a la UEFA no le gustaba que en mi conflicto con el Napoli se metiera un tercer club, y encima uno chico de España, por ahí les metían una patada en el culo a la primera de cambio. Pero ahora ya no había razones para tener miedo: sólo tenían que comprarme.
¿Y? ¿Qué pasó? Pasó que el Sevilla se tomó su tiempo. Franchi y Bolotnicoff se desesperaban, pero los dirigentes andaluces tranquilos, sin dramas. Empecé a darme cuenta de algo: lo que me había parecido al principio, que estaban asustados, que yo les quedaba un poco grande, se estaba cumpliendo. Y encima, el Napoli hacía todo lo posible para reconquistarme: se empezó a decir que ya tenían reservada para mí una villa en la isla de Capri, con vista al Tirreno, y también un helicóptero, para transportarme todos los días hasta Nápoles, además de un yate, por supuesto. Además, protestaban oficialmente ante la FIFA porque decían que ellos no me habían contestado que no a mis condiciones. Y los hinchas, bueno, otra historia: los hinchas, los que siempre estuvieron conmigo, los que se encadenaron o hicieron huelgas de hambre para que yo llegara, ahora volvían a hacer esfuerzos, pero para que me quedara. Decían:
No tenemos viviendas, ni escuelas, ni ómnibus, tampoco servicios de higiene o ideas... Pero tenemos a Maradona.
Pobres, no era de ellos la culpa, no era de ellos.
Yo seguía esperando que estos andaluces hicieran algo. Recién el martes 18 de agosto el Sevilla mandó un fax al Napoli ¡solicitando mi cotización! Yo me comía los codos, no aguantaba más. Jamás el Napoli iba a responder a esos papelitos! ¡Por Dios, tenían que ir a por ellos, ¿o es que no eran españoles, matadores?
Empezó otro tironeo insoportable, que ni siquiera se destrabó con lo que dijo Blatter. Era un miércoles, el miércoles 9 de septiembre, y el suizo mandó, desde algún lugar del mundo, que la mejor solución para este problema era que el Napoli me cediera, que el Sevilla me comprara y que, bueno, que se dejaran de joder, eso les dijo. Enseguida, metí mi ultimátum: "Si el sábado 12 no se define esta historia, rne retiro... Lo juro por mis hijas". Se debe haber asustado Franchi, Porque el viernes 11 armó el viaje para el día siguiente: ¡todos a España, nosotros sí que íbamos a por ellos! En realidad, Marcos no había escondido nada:
Si esto pasa del fín de semana, vamos a tener problemas con Diego,
había dicho. Y tenía razón, me empezaba a conocer el hijo de puta.
Con todo el lío, la autorización de la jueza para salir del país incluida, no me di cuenta de una cosa: era mi regreso a Europa, después de mi salida de Italia, tan fea, tan dolorosa. El sábado a la mañana me levanté al mediodía y casi ni comí. Me despedí largamente, largamente de mis hijas y me fui para el aeropuerto. El quía con traje color cereza, una pinturita... Arriba, hice el primer lío: les dije a los periodistas que mi partido debut se lo iba a dedicar a Sonia Pepe, por su entereza, y al Bambino Veira y a Carlos Monzón, porque estaban cumpliendo su pena en la cárcel, uno acusado de violación y el otro de asesinato, pero igual los seguían destruyendo.
Aterricé en Europa otra vez, en España para ser preciso, a las 7 de la mañana del domingo 13 de septiembre. Desde Barajas, nos llevaron en un avión privado a Claudia, a Marcos y a mí hasta Sevilla, al aeropuerto San Pablo. Ahí le di la mano, por primera vez, a Luis Cuervas, el presidente. Tenía unas ganas de decirle "¿por qué no apuras un poco las cosas, lenteja?", pero me pareció demasiado para el primer encuentro.
Ya tuve bastante, después, con lo que vi en la cancha, en el estadio Sánchez Pizjuán donde el Sevilla jugaba de local: una caída contra el Deportivo La Coruña que yo ya empecé a sufrir como propia. Aunque éstos tenían que concretar, todavía. Igual, me sentía en casa: estaba el Narigón ahí, loco en el banco; estaba el Cholito Simeone, ya más grande, metiendo y metiendo en la mitad de la cancha. Además, me acordaba de mi debut en el Napoli contra Verona: nos bailaron y terminamos ganando dos
scudettos.
No sé, de golpe estaba todo bien: entendía que Havelange y Blatter me defendían porque sabían que había cumplido con mi pena y también sabía que tenía que estar agradecido al Sevilla, como en su momento al Napoli, porque la verdad es que no hubo muchos clubes que me quisieran.
Me instalé en la suite del Andalusí Park, un hotel espectacular, onda árabe, que estaba en las afueras de la ciudad, camino a Huelva y me dispuse a entrenar y a esperar. La cosa es que todo lo que estaba bien, en una semana podía estar mal. Porque el Napoli no aflojaba, porque el Sevilla no apuraba, porque siempre prometían una reunión decisiva para mañana. La verdad es que el viernes 18 no me volví a Buenos Aires porque cuando me levanté encontré un papel debajo de la puerta: el conserje del hotel me había pasado por ahí un fax enviado por mis hijas, desde Buenos Aires. Decía:
Papi, no vengas. Espéranos que vamos para allá.
Ese papel... ese papel fue pías importante que el contrato mismo, ¡porque me volvía, ¿eh?!
Salí a correr, una vez más, con el apoyo del Profe Valdecantos, por el campo de golf Las Minas, ¡Las Minas, se llamaba!, que estaba cerca del hotel. Cada tanto, usaba una camiseta de Michael Jordán, del Dream Team, y entonces decía: "¡Sáquenme fotos con ésta, sáquenme fotos con ésta, así me ve Jordán!". Así, Jordán va a preguntar:
¿Y éste quién carajo es?, ja, ja, ja.
Otra vez, me seguía un camarógrafo italiano, entonces aproveché para gritarle a la cámara, mientras corría: "¡Me obligan a hacer esto, me obligan a dejar! Lamentablemente para mí, porque tengo ganas de correr, como me han visto. Que Ferlaino también vea la filmación, que vea que soy un hombre vivo... Que no estoy muerto". Entonces me quedé en aquello que yo bauticé "La dulce espera". Aunque de dulce no tenía nada.
Hasta que llegó el martes 22 de septiembre. Eran casi las tres de la tarde y yo estaba de sobremesa, rodeado por toda mi familia, en el restaurante del hotel. No sé, jugaba con unas miguitas o algo en el mantel. De golpe, levanto la vista y lo veo venir a Franchi. Parecía que tenía la cara llena de risa y estaba como iluminado... Se me paró al lado y me dijo, mirándome desde arriba, porque yo seguía sentado.
—
Pibe, sos libre.
—
No te creo, me estás jodiendo...
—
Te estoy hablando en serio, sos libre, sos libre de verdad.
Franchi me dijo eso y se derrumbó, se cayó así sobre una silla y sobre la mesa y se puso a llorar. A mí me empezaron a saltar las lágrimas mirando a todos los que estaban a mi alrededor: la Claudia, mis viejos, mis suegros. Apunté a Gianinna, la apreté contra el pecho y le empecé a decir, en el oído: "Soy libre, soy libre, estoy feliz... Por fin vas a poder verme en una cancha, con una pelota, Por fin".
Seis días después, el lunes 28 de septiembre, volví a ser, definitivamente, jugador de fútbol. Se armó la fiesta de presentación contra el Bayern Munich de mi amigo Lothar Matthaus y al fin pude saltar al césped del Sánchez Pizjuán con el diez en la espalda, escuchando un tema que significaba mucho para mí: "Mi enfermedad", de Fabi Cantilo.
¡Estoy vencida porque el mundo me hizo así / no puedo cambiar / soy el remedio sin receta, y tu amor / mi enfermedad!,
decía. Y a mí me conmovía, me hacía sentir... ahí.
Ganamos 3 a 1, pero eso no le importaba a nadie, creo... Al menos no me importaba a mí: me gustó tocar con el croata Davor Suker, esperarlo a Simeone, escucharlo a Bilardo, meter un tiro libre casi desde el córner que reventó el travesaño, mandar un pase gol para Monchu... Me gustó jugar a la pelota, otra vez. Y lo festejé a lo grande, con el mismo Matthaus, que vino al hotel y se sumó a nosotros. El, su presencia, me hacía sentir que el fútbol estaba feliz porque yo había vuelto.
La cosa, entonces, era definir cuándo debutaba de verdad, por los puntos. Miré el fixture y lo vi, ahí estaba: domingo 4 de octubre, Athletic de Bilbao, Estadio San Mamés. ¡Ese tenía que ser mi debut, lo marcaba la historia! Ningún rival más significativo para mí, ninguno. Por historia y por presente. Resulta que apenas arreglé con el Sevilla, al técnico del Athletic, que era el alemán Jupp Heynckes se le ocurrió inventar, y lo dijo públicamente, que él sabía que en mi contrato con el Sevilla yo había exigido que pusieran que no iba a jugar ni en el Camp Nou, la cancha del Barcelona, ni en el San Mamés, el estadio del Athletic... ¡¿Cómo que no?! ¡Si yo quería jugar más ahí que en ningún otro lado! Por eso, quería revancha con ese alemán también.
Eran tantas las cosas que me unían o separaban de ese club vasco que no podía ser otro el rival, no podía... El Athletic fue, para empezar, el club que me quitó la oportunidad de ganar las dos Ligas mientras yo estuve en España. Con ellos perdimos la Copa del Rey, la última, que fue al fin mi despedida del Barcelona, mi último partido con aquella camiseta blaugrana: terminamos a las patadas, todos los jugadores en la mitad de la cancha, un escándalo terrorífico que empezó porque alguien me cargó. Y también, claro, un jugador símbolo del Athletic, Andoni Goikoetxea, me había fracturado el tobillo en 1983, el mismo que me había provocado la lesión más grave que yo tuve en toda mi carrera. En 106 días había regresado, aquella vez, y me había puesto la camiseta del Barcelona para enfrentar justamente ¡al... Sevilla!
Demasiadas, demasiadas coincidencias como para dejar pasar esa oportunidad de debutar en mi nuevo equipo, el Sevilla, contra mi viejo rival, el Athletic de Bilbao.
Fue el domingo 4 de octubre de 1992, ya lo dije, y un día antes recibí una visita que me confirmó que estaba todo bien, que el Barba (Dios) me había puesto en ese lugar y en ese momento por una razón especial. Yo estaba en mi habitación cuando me llamaron de abajo, de la conserjería y me dijeron que alguien quería verme. "¿Quién?", pregunté, con fastidio.
El señor Andoni Goikoetxea,
me contestaron. Bajé las escaleras corriendo y ahí estaba el hombre: era la primera vez que nos encontrábamos así, después de aquello. Eramos más hombres, los dos. El me dijo:
Hombre, es un gusto reencontrarte, saber que estás bien, que has vuelto para jerarquizar al fútbol... Nada, hombre, verte simplemente.
Y hablamos de nuestras hijas, de la vida, de todo un poco... ¿De aquello? De aquello nada.