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Authors: Diego Armando Maradona

Tags: #biografía, #Relato

Yo soy el Diego (29 page)

BOOK: Yo soy el Diego
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A mí se me había caído el mundo encima. No sabía qué hacer, para dónde salir. Tenía que dar la cara, sí, pero no quería destrozar al resto de los muchachos. Teníamos que viajar a Dallas, para jugar contra Bulgaria, y me destrozaba el alma saber que el clima sería otro y que... yo no estaría allí, en la cancha. No me animé a decirle nada a nadie, los que sabían, sabían, y listo. No sé, por ahí, en el fondo me quedaba alguna esperanza de que los dirigentes hicieran algo, que me creyeran, que se dieran cuenta de que yo me había roto el culo, me había entrenado tres veces por día... ¡Si ellos me habían visto, carajo!

El miércoles 29 aterrizamos en Dallas. Cuando entramos al hotel, yo encabezaba el grupo. Llevaba puesto el uniforme del plantel, anteojos negros y un gorrito azul de Mickey que me habían regalado mis hijas. Las cámaras me apuntaban a mí, pero no por nada en especial, siempre pasaba eso. Nadie sabía nada, todavía, y para mí era una sensación rara, espantosa: veía las caras de los periodistas amigos, sonrientes, ilusionados... Muchos de ellos se habían peleado por mí, por defenderme, y ahora estaban disfrutando de su revancha, igual que yo. ¡Cómo me dolía, cómo me dolía llevar adentro lo que sabía!

Esa misma tarde fuimos a reconocer el estadio, el Cotton Bowl, como se hace siempre en los Mundiales. Un día antes del partido, a pisar el césped. Yo entré y lo pisé, pero estaba en otra parte. Sabía muy bien que al día siguiente no estaría allí, no me dejarían estar allí. No todos mis compañeros sabían la verdad, y por eso a algunos les extrañó que yo estaba más callado que de costumbre. Ni siquiera toqué una pelota, para hacer jueguito: me fui contra un arco y me quedé ahí, agarrado de la red, como preso.

Recién cuando nos empezamos a ir, noté un alboroto en la tribuna donde estaban los periodistas. ¡Se habían enterado! Vi que Julio Grondona caminaba hacia ese lugar, desde el campo de juego, y apuré el paso. Escuché que me gritaban:
¡Diego, vení, una pregunta!, ¡Maradona, acá, acércate, por favor!
Ni miré; sólo levanté el brazo y saludé. Me despedí. Eso hice: me despedí. Cuando ya había dejado el césped atrás y estaba a punto de perderme por el portón que llevaba afuera del estadio, giré la cabeza y lo vi a Grondona gesticulando, con dos mil micrófonos y cámaras apuntándolo:
Los dirigentes lo están manejando bien,
me había dicho Franchi. Y un escalofrío me recorrió la espalda y me sacudió.

A la noche, el lobby del hotel era un infierno. Ya todo el mundo conocía la noticia. Primero habían pensado en el Negro Vázquez, Sergio Vázquez, que había ido al control antidoping conmigo y estaba lesionado, medicado. Pero después todos supieron que el nombre era el mío.

Teóricamente, seguían las gestiones de los dirigentes, pero a última hora, cuando intentaba dormir, Marcos golpeó la puerta y me trajo la noticia:
Diego, se acabó todo, la contraprueba también dio positivo.
Con ese dato en las manos, la AFA había decidido sacar mi nombre de la planilla. Ya no pertenecía a la Selección Nacional.

Estaba solo, solo... Entonces grité, grité: "¡Ayúdenme, por favor, ayúdenme! ¡Tengo miedo de hacer una cagada, ayúdenme, por favor!".

Vinieron a la habitación algunos de los muchachos, pero no había nada que hacer, nada que decir. Yo lo único que quería era llorar, porque sabía que al día siguiente tenía que dar la cara y ahí sí que no iba a llorar. Se lo había prometido a Claudia y lo iba a cumplir.

Se hizo de día, por fin, y yo no había pegado ni un ojo. Marcos se había quedado toda la noche conmigo, también Fernando.

Cuando llegó la hora, todo el plantel se fue para el estadio. Yo no, yo me quedé. Quería explicarle todo a los argentinos. Estaba el periodista Adrián Paenza, con las cámaras de Canal 13. Nos fuimos hasta la habitación de Marcos y me senté en una cama, la que estaba más cerca de la ventana, mientras Adrián y el camarógrafo, el Cordobés, preparaban todo. A Marcos, Fernando y Salvatore, les pedí que se sentaran atrás mío, si querían. Tomé aire, carraspié un poco y anuncié que estaba listo. Entonces dije todo lo que se resumió en una frase que puedo repetir, tranquilamente: insisto, hoy, me cortaron las piernas.

¿La verdad? No tenía ganas de hablar una mierda, pero pensé que la gente se merecía por lo menos eso... Si me escuchaban, por ahí podían entender. Además, no quería que estuvieran pendientes sólo de una campana, la de los hijos de puta. Yo me senté en el borde de la cama y decidí enfrentar la cámara
.
Antes había hablado por el teléfono con Claudia y le había prometido que no iba a llorar, que no les iba a dar el gusto como en el '90. Pero, la verdad, me costaba un huevo no quebrarme...

Arranqué con lo que le venía comentando a Marcos por el pasillo, antes de enfrentar la cámara: que quería correr, que quería ir a entrenarme, que quería volar, ¡que no sabía qué hacer! Me había preparado tan bien para ese Mundial, tan bien, ¡como nunca! Y me estaban dando por la cabeza justo en el momento en el que empezaba a resurgir. Y le dije, también, me acuerdo porque fue tal cual: "Yo, el día que me drogué, fui y le dije a la jueza: me drogué, cuánto hay que pagar. Y lo pagué, y fueron dos años durísimos, de ir cada dos o tres meses o cuando me llamaba la jueza para hacer una rinoscopía o hacer pis. Pero así no la entiendo. No entiendo porque no tienen argumento. Yo creí que la justicia iba a ser buena, pero conmigo se equivocaron".

Yo lo que juraba y recontrajuraba y pretendía que quedara bien claro, era que no me había drogado para jugar, para correr más, ¡por mis hijas lo juraba y por mis hijas lo juro! Si yo me había entrenado como me había entrenado, ¿¡qué necesidad tenía de drogarme!? Sonaba que los hinchas entendieran eso, que les quedara clarísimo que no había corrido por la droga, que había corrido con el corazón y por la camiseta. Nada más. Me acuerdo que cuando dije eso, me quebré, me quebré... Le había prometido a Claudia que no iba a llorar, pero no podía más.

En ese momento sentía que ya no quería más revanchas en el fútbol: me habían cortado las piernas, sí, pero también tenía los brazos caídos y el alma destrozada. Yo estaba convencido de que ya había pagado con lo de Italia, con el penal aquél, con mi derrota. Pero parece que la FIFA quería más sangre mía, no les alcanzaba con mi dolor... ¡Querían más!

Sé que después se vio mi testimonio encima de la imagen de mis compañeros, mientras ellos cantaban el himno, antes de jugar el partido contra Bulgaria. No sé, yo no lo vi y no me animaría a verlo jamás, jamás, creo que no lo soportaría... Demasiado lo soporté aquella vez, todavía no sé cómo.

De la habitación de Marcos nos fuimos a otra, a ver el partido. Invité a un pequeño grupo de periodistas amigos, que no habían ido a la cancha, que se habían quedado allí para ver qué hacía yo. También estaban Fernando y Salvatore. Marcos andaba por ahí, viendo si se podía hacer algo, todavía. ¡Qué mierda iba a hacer, qué mierda iba a hacer!

Yo me senté en el piso, con la espalda apoyada contra la cama. Tenía el televisor a menos de medio metro. Empezó el partido, no grité ni una sola vez, no me paré, no me moví. No era yo, era otro el que estaba mirando ese partido: ahí estaba mi camiseta, ahí tendría que haber estado yo. Ahí estaba mi bandera, también, una que me habían regalado mis hijas y yo le pasé a Cani, se la ofrecía de corazón.

De aquel partido contra Bulgaria me queda una frase de Redondo. Una frase que, cuando yo se la conté a Dalmita, porque Dalmita me preguntaba mucho, nos pusimos a llorar los dos juntos. Fernando me dijo, así, con lágrimas en los ojos:
Yo te buscaba, te buscaba en la cancha y no te podía encontrar... Todo el partido te busqué.
Claro, ¿qué pasa? Nos habíamos convertido en un equipo ya, que jugaba de memoria. De memoria: dásela a Diego, redonda, que él también te la va a dar redonda; a Balbo, a Bati, a Redondo, al Cholo, todos sentíamos el juego de la misma manera... Eso, eso era ese equipo: sentir el fútbol como si jugáramos a la pelota.

Aguanté veinticinco minutos, no más. Les pedí disculpas a todos y me fui a mi habitación. Allí me quedé, solo, hasta que volvió Marcos, hasta que volvieron los muchachos. Lo único que quería era volar de ese lugar y a las cinco de la mañana tenía un vuelo para llegar a Boston, a reencontrarme con Claudia, con las chicas. Ellas no entendían nada, todavía. La llamé por teléfono a Claudia y le pregunté cómo estaban. Me contestó que ya habían preguntado algo y que les había dicho que me habían dado un remedio, y por eso no había podido jugar. Se me hizo un nudo en la garganta y corté. Las venas me quería cortar, las venas... Me sentía más solo que nunca.

La actitud de Julio Grondona, cara a cara, me pareció excelente, pero después no me pareció tanto, creo que no supo defenderme como yo hubiera querido. Primero, porque lo mío ¡no era cocaína, no era reincidencia de cocaína! Después, porque fue una equivocación ¡involuntaria! de Cerrini. Se acabó el frasco de lo que yo venía tomando en la Argentina y compraron otro ahí, en Estados Unidos; era el mismo producto, sólo que el de la marca estadounidense llevaba un mínimo porcentaje de efedrina: en vez del Ripped Fast que yo estaba tomando y se acabó, Cerrini compró Ripped Fuel, que también era de venta libre y similar. Los dos se llamaban Ripped, pero el Fuel tenía una hierbas, unas mierdas, y daba efedrina, un poquito de efedrina. Con el doctor Lentini, en Buenos Aires, se hicieron todas las pruebas y se demostró que, con ese producto, aparecían las sustancias ésas que me encontraron a mí.

Yo también creí mucho en Eduardo De Luca, el dirigente argentino de la Confederación Sudamericana de Fútbol, parecía que él tenía todos los elementos para salvarme, porque eso me había dicho una vez que conversamos. Sólo era cuestión de hacerles entender que yo no había intentado sacar ventajas, ¡que no saqué ventajas! Por eso, le dije: "¡De Luca, por mis hijas...!", por mis hijas se lo pedí, pero, qué va a hacer, pudo más el poder.

Porque eso nunca me lo van a aceptar los poderosos, nunca. ¿Por qué? Porque son sucios, porque están con mierda hasta acá y ganan la plata con sangre... Porque lo que me hicieron a mí es ganar plata con sangre, es sacarle la ilusión a un país y también a un tipo de 34 años que hizo un esfuerzo grandísimo y que estaba a punto, bien. ¿A quién se le ocurre pensar que yo iba a reemplazar la cocaína con efedrina, a quién? Si yo terminé cansado, muerto en ese partido, ¡muerto! Le pedí el cambio al Coco y él me contestó:
¡No, no! Quédate que los negritos se nos están viniendo encima, quédate, por favor.
Yo tomé aire, lo saqué desde donde no tenía y me quedé... ¡Pero yo quería salir, lo juro por mis hijas!

Y si después dije lo que dije, aquello de que me cortaron las piernas, fue porque me había jugado mucho en esa vuelta: yo quería que, de una vez por todas, los argentinos se sintieran orgullosos de su Selección con Maradona. Había hecho un esfuerzo enorme, me había encerrado allá en La Pampa, bajé de 89 kilos a 76. Le pedí tanto a Dios para que todo saliera bien, pero Dios... Dios no tenía nada que ver, o estaba distraído, o muy ocupado, que es lógico, porque si no tendría que haber logrado que Blatter, que Havelange, que Johanson, que todos esos dinosaurios, me perdonaran. Porque, insisto, no era reincidencia en la cocaína, no lo era. Ellos, que se llenaban la boca con el Fair Play, se estaban olvidando de un ser humano. Porque yo no había tomado nada para sacar ventajas, nada. Por eso no lo asumo como la cagada más grande de mi vida ni nada que se le parezca; lo asumo, pero como un error de otro. A nosotros nos sacan del Mundial porque a mí me dan efedrina, y la efedrina es legal, o debería serlo.

Aparte, yo no escondía nada, todo estaba bien claro: el Profe Echevarría sabía cómo trabajaba con Fernando Signorini en lo físico, y todos ellos sabían también que Daniel Cerrini se encargaba de los complementos, todo legal. A Ugalde, al doctor Ernesto Ugalde, preferiría ni nombrarlo, porque ¡es nefasto! Ojalá algún día me lo cruce por la calle, ¡ojalá!... No sabía nada y se quiso hacer el taura. Y salió a hacer una conferencia de prensa, ¿¡para qué!? Para decir que él no tenía nada que ver... yo nunca dije que él me hubiera dado nada. ¡Si yo me había hecho responsable por lo de Cerrini! Cuando me enteré, no lo pude agarrar; si no, lo mato a trompadas a ese
Carabobo y San Martín.

Nunca nada quedó claro, hay una causa abierta todavía. Pero como el bonito de Ugalde salió a sacarse el problema de encima antes de que nadie le dijera nada, no lo dejaron hablar al doctor Carlos Peidró. Todo lo contrario: a Peidró lo hicieron callar la boca y lo rajaron. El había dicho:
Cuando fuimos a ver la contraprueba, el frasco estaba abierto. Y eso debería haber eliminado directamente el control.
Pero como el otro había hablado, como al otro lo único que le había interesado era salvarse él, no se pudo hacer nada. No se pudo hacer nada por ese cagón.

En Estados Unidos tenía en contra hasta a O. J. Simpson, ¡tenía en contra a todos! De los únicos que recibí apoyo fue del Coco Basile y de los jugadores. Después, de nadie más.

Por ahí, la sigo peleando, porque nunca es tarde, ¡nunca es tarde! Lo del doping en Italia, por ejemplo, eso de que están investigando al laboratorio que hizo todos los análisis en su momento, me hace sentir bien. Me llena de esperanza. Porque por ahí hay gente que todavía no puede dormir porque sabe que alguien le dijo:
Hacele esto a Maradona,
y lo hizo.

Me gustaría agarrar todos los elementos, todas las pruebas —lo voy a hacer—, y después ir a la FIFA. ¡Con 60 años, pero ir y patearles la puerta, y descubrir la verdad.

LOS REGRESOS

Sevilla, Newell's Old Boys

Por favor, ¿qué número uno?

"Por favor, ¿qué número uno? Hoy por hoy, soy el futbolista número diez mil, considérenme así." Le dije eso a los periodistas, cuando más de uno se entusiasmó de más con mi nuevo regreso, esta vez al Sevilla, después de negociaciones que, más que eso, parecieron una telenovela. Un culebrón, como dicen en España.

Es que me sentía el número diez mil, en serio, fiera, ¿cómo no me iba a sentir así? Recién el lº de julio de 1992 había cumplido con la injusta sanción de los italianos; habían pasado, por fin, aquellos quince meses terribles, de los más terribles de toda mi vida.

Yo me volví de Italia el 1 de abril de 1991. No me escapé: me volví porque quise, porque ya no podía más. La tengo grabada esa fecha. Porque no me merecía irme así, como un delincuente, y porque marcó un antes y un después en mi carrera, muy muy clarito. A la semana, nomás, los italianos comunicaron desde allá que me colgaban por quince meses, ¡por quince meses no me dejaban hacer lo que sé hacer, jugar a la pelota! Fue una condena terrible, injusta, que hoy, por suerte, está en duda.

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