Read Ángeles y Demonios Online
Authors: Dan Brown
—Menos mal —contestó Vittoria—. La antimateria es muy inestable. Hablando en términos de energía, la antimateria es la imagen especular de la materia, de manera que se anulan al instante si entran en contacto. Mantener aislada la antimateria de la materia constituye todo un reto, porque todo en la tierra está hecho de materia. Las muestras han de ser almacenadas sin que toquen nada... ni siquiera el aire.
Langdon se quedó asombrado.
Para que luego hablen de trabajar
en el vacío.
—Estas trampas de antimateria —interrumpió Kohler con expresión de estupor, mientras recorría con un dedo pálido la base de una—, ¿las diseñó tu padre?
—De hecho —contestó la joven—, las diseñé yo. Kohler levantó la vista. Vittoria habló con modestia.
—Mi padre produjo las primeras partículas de antimateria, pero no sabía cómo almacenarlas. Yo sugerí esto. Cápsulas de nanocompuestos herméticas con electroimanes opuestos en cada extremo.
—Das a entender que el ingenio de tu padre se había agotado.
—La verdad es que no. Tomé prestada la idea de la naturaleza. Las medusas atrapan peces entre sus tentáculos utilizando descargas nematocísticas. El mismo principio rige aquí. Cada contenedor tiene dos electroimanes, uno en cada extremo. Sus campos magnéticos opuestos se cruzan en el centro del contenedor y retienen la antimateria en ese punto, suspendida en el vacío.
Langdon miró otra vez el contenedor. La antimateria flotaba en el vacío, sin tocar nada. Kohler tenía razón. Era una idea genial.
—¿Dónde está la fuente de energía de los imanes? —preguntó Kohler.
Vittoria señaló.
—En la columna, debajo de la trampa. Los contenedores están atornillados a una plataforma que los recarga continuamente, para que los imanes no fallen nunca.
—¿Y si el campo falla?
—Ocurre lo evidente. La antimateria deja de flotar, toca el fondo de la trampa y presenciamos la aniquilación.
Langdon era todo oídos.
—¿Aniquilación?
No le gustó la palabra.
Vittoria no parecía muy preocupada.
—Sí. Si la antimateria y la materia entran en contacto, ambas se destruyen al instante. Los físicos llaman al proceso «aniquilación».
Langdon asintió.
—Ah.
—Es la reacción más simple de la naturaleza. Una partícula de materia y una partícula de antimateria se combinan para liberar dos partículas
nuevas,
llamadas fotones. Un fotón es una diminuta mota de luz.
Langdon había leído acerca de los fotones, partículas de luz, la forma más pura de energía. Decidió reprimirse y no preguntar sobre la tecnología que permitía al capitán Kirk utilizar torpedos de fotones contra los klingons.
—De manera que, si la antimateria cae, ¿veremos una diminuta mota de luz?
Vittoria se encogió de hombros.
—Depende de lo que considere usted diminuto. Se lo voy a demostrar.
Empezó a desenroscar el contenedor de su plataforma.
Kohler lanzó un grito de terror y se lanzó hacia adelante, apartando las manos de la joven.
—¡Estás loca, Vittoria!
Kohler, por imposible que pareciera, se había puesto en pie, apoyado sobre dos piernas maltrechas. Su rostro estaba blanco de miedo.
—¡Vittoria! ¡No puedes sacar esa trampa!
Langdon contemplaba la escena, perplejo por el repentino pánico del director.
—¡Quinientos nanogramos! —dijo Kohler—. Si rompes el campo magnético...
—Director —le tranquilizó Vittoria—, no hay peligro. Cada trampa cuenta con un mecanismo de seguridad, una batería de apoyo por si la sacan de su recargador. Los especímenes permanecen suspendidos aunque libere el contenedor.
Kohler no parecía muy convencido. Después, vacilante, se acomodó en su silla.
—Las baterías se activan automáticamente —dijo Vittoria—, cuando la trampa se separa del recargador. Tienen veinticuatro horas de vida. Como un depósito de reserva de gasolina. —Se volvió hacia Langdon, como si intuyera su inquietud—. La antimateria posee algunas características sorprendentes, señor Langdon, lo cual la convierte en algo muy peligroso. Sostenemos la hipótesis de que una muestra de diez miligramos, el volumen de un grano de arena, alberga tanta energía como doscientas toneladas métricas de combustible convencional de cohete.
La cabeza de Langdon se puso a dar vueltas de nuevo.
—Es la fuente energética del mañana. Mil veces más poderosa que la energía nuclear. Cien por cien eficaz. Sin secuelas. Sin radiación. Sin contaminación. Unos pocos gramos podrían proporcionar energía eléctrica a una ciudad grande durante una semana.
¿Gramos?
Langdon se alejó de la plataforma.
—No se preocupe —dijo Vittoria—. Estas muestras son fracciones minúsculas de gramo,
millonésimas
partes. Relativamente inofensivas.
Extendió la mano hacia el contenedor y lo desenroscó de la plataforma.
Kohler se agitó, pero no intervino. Al liberarse la trampa, se oyó un pitido agudo, y una pequeña pantalla se activó cerca de la base de la trampa. Las cifras rojas parpadearon, empezando a desgranar la cuenta atrás de veinticuatro horas.
24.00.00...
23.59.59...
23.59.58...
Langdon examinó la cuenta regresiva y decidió que el contenedor se parecía de una manera muy inquietante a una bomba de tiempo.
—La batería funcionará durante veinticuatro horas seguidas antes de gastarse —explicó Vittoria—. Se recarga colocando de nuevo la trampa en su plataforma. Está pensada como medida de seguridad, pero también es útil para el transporte.
—¿El transporte? —preguntó Kohler, desconcertado—. ¿Vas a sacar esto del laboratorio?
—Claro que no —dijo Vittoria—, pero la movilidad nos permite estudiarlo.
Vittoria guió a Kohler y Langdon hasta el fondo de la sala. Apartó una cortina que dejó al descubierto una ventana, tras la cual se veía una amplia habitación. Las paredes, los suelos y el techo estaban chapados de acero. La habitación recordó a Langdon la bodega de carga de un viejo petrolero en el que había viajado a Nueva Guinea para estudiar tatuajes
llanta.
—Es un tanque de aniquilación —anunció Vittoria.
Kohler levantó la vista.
—¿Has
observado
aniquilaciones?
—Mi padre estaba fascinado por la física del Big Bang: grandes cantidades de energía generadas por minúsculos núcleos de materia. Vittoria abrió un cajón de acero que había bajo la ventana. Colocó la trampa dentro del cajón y lo cerró. Después, tiró de una palanca que había al lado del cajón. Un momento después, la trampa apareció al otro lado del cristal, describió un amplio arco sobre el suelo de metal y se detuvo cerca del centro de la habitación. Vittoria sonrió.
—Están a punto de presenciar su primera aniquilación materia-antimateria. Unas pocas millonésimas de gramo. Un especimen relativamente minúsculo.
Langdon contempló la trampa de antimateria que descansaba en el suelo del enorme tanque. Kohler también se volvió hacia la ventana, con expresión dubitativa.
—En circunstancias normales —explicó Vittoria—, tendríamos que esperar veinticuatro horas, hasta que las baterías se agotaran, pero esta cámara contiene imanes bajo el suelo capaces de neutralizar la trampa y anular la suspensión de la antimateria. Cuando la materia y la antimateria entran en contacto... —Aniquilación —susurró Kohler.
—Una cosa más —continuó Vittoria—. La antímateria libera energía pura. Una transformación de masa a fotones del cien por cien. Eso quiere decir que no deben mirar directamente la muestra. Protéjanse los ojos.
Langdon estaba preocupado, pero se dio cuenta de que Vittoria había adoptado un tono melodramático.
¿No miren directamente al
contenedor?
El aparato se hallaba a casi treinta metros de distancia, tras un muro ultragrueso de plexiglás tintado. Además, la partícula del contenedor era invisible, microscópica.
¿Proteger mis ojos?,
pensó Langdon.
¿Cuánta energía podría esa partícula... ?
Vittoria oprimió el botón.
Langdon quedó cegado al instante. Un punto de luz brilló en el contenedor, y luego estalló hacia fuera en una oleada de luz que irradió en todas direcciones, lanzándose contra la ventana con fuerza colosal. Retrocedió dando tumbos cuando la detonación sacudió la cámara. La luz cegadora brilló un momento, y luego, al cabo de un instante, se replegó en sí misma, hasta transformarse en un diminuto punto que se desvaneció sin más. Langdon parpadeó, dolorido, mientras iba recobrando poco a poco la visión. Miró la cámara. El contenedor del suelo había desaparecido por completo. Desintegrado. Ni rastro.
—Dios.
Vittoria asintió con tristeza.
—Eso es justo lo que mi padre decía.
Kohler estaba mirando la cámara de aniquilación con una expresión de estupor total, debido al espectáculo que acababa de presenciar. Robert Langdon estaba a su lado, aún más estupefacto.
—Quiero ver a mi padre —exigió Vittoria—. Les he enseñado el laboratorio. Ahora, quiero ver a mi padre.
Kohler se volvió poco a poco, como si no la hubiera oído.
—¿Por qué esperasteis tanto, Vittoria? Tu padre y tú tendríais que haberme hablado de este descubrimiento enseguida.
Vittoria le miró.
¿Cuántos motivos quieres?
—Ya discutiremos de esto más tarde, director. Ahora quiero ver a mi padre.
—¿Sabes lo que implica esta tecnología?
—Claro —replicó Vittoria—. Ingresos para el CERN. Montones. Ahora quiero...
—¿Por eso lo guardasteis en secreto? —preguntó Kohler en tono de reproche—. ¿Porque temíais que la junta y yo votáramos a favor de otorgar la patente?
—
Debería
otorgarse la patente —replicó Vittoria, arrastrada a la discusión—. La antimateria es tecnología importante, pero también peligrosa. Mi padre y yo queríamos tiempo para mejorar los procedimientos y aumentar la seguridad.
—En otras palabras, no confiabais en que la junta directiva antepusiera la prudencia de la ciencia a la codicia económica.
El tono indiferente de Kohler sorprendió a Vittoria.
—Había otras cuestiones también —dijo—. Mi padre quería tiempo para presentar la antimateria a la luz apropiada.
—¿Qué quieres decir?
¿A ti qué te parece?
—¿Materia a partir de la energía? ¿Crear algo de la nada? Es la prueba definitiva de que el Génesis es una posibilidad científica.
—O sea, no quería que las implicaciones religiosas de su descubrimiento se perdieran en aras del mercantilismo.
—Por decirlo de alguna manera.
—¿Y tú?
Por una ironía, las preocupaciones de Vittoria eran más bien las contrarias. El mercantilismo era fundamental para el éxito de la nueva fuente de energía. Si bien la tecnología de la antimateria poseía un sorprendente potencial como fuente de energía no contaminante y eficaz, si se descubría su existencia prematuramente, la antimateria corría el riesgo de ser vilipendiada por los fracasos políticos y de relaciones públicas que habían matado las energías solar y nuclear. La nuclear había proliferado antes de ser segura, y se habían producido algunos accidentes. La solar había proliferado antes de ser eficaz, y hubo gente que perdió dinero. Ambas tecnologías tenían mala fama y languidecían sin remisión.
—Mis intereses eran algo menos elevados que la unificación de ciencia y religión —dijo Vittoria.
—El medio ambiente —aventuró Kohler.
—Energía sin límites. Sin minas. Sin contaminación. Sin radiación. La tecnología de la antimateria podría salvar el planeta.
—O destruirlo —repuso Kohler—. En función de quién la utilice y para qué. —Vittoria notó que el director del CERN fue presa de un escalofrío—. ¿Quién más está enterado de esto?
—Nadie —dijo la joven—. Ya se lo he dicho.
—Entonces, ¿por qué crees que asesinaron a tu padre?
Los músculos de Vittoria se tensaron.
—No tengo ni idea. Tenía enemigos en el CERN, y usted ya lo sabe, pero el crimen no puede estar relacionado con la antimateria. Juramos que mantendríamos en secreto el hallazgo durante unos meses más, hasta que estuviéramos preparados.
—¿Y estás segura de que tu padre fue fiel al juramento? Vittoria se estaba enfureciendo.
—¡Mi padre ha sido fiel a juramentos más difíciles que ése! —¿Se lo contaste a alguien?
—¡Claro que no!
Kohler exhaló un suspiro. Hizo una pausa, como si quisiera elegir sus siguientes palabras con cautela.
—Supón que alguien lo averiguó. Supón que alguien consiguió acceder al laboratorio. ¿Qué crees que buscaría? ¿Tu padre guardaba notas aquí? ¿Alguna documentación de su trabajo?
—He sido paciente, director. Necesito algunas respuestas ya. Habla de un hipotético intruso, pero ya ha visto el lector retiniano. Mi padre no ha descuidado en ningún momento el secretismo y la seguridad.
—No te vayas por las ramas —dijo con brusquedad Kohler, lo cual sobresaltó a la joven—. ¿Qué podría faltar?
—No tengo ni idea. —Vittoria examinó el laboratorio, irritada. Todos los especímenes de antimateria estaban controlados. La zona de trabajo de su padre parecía en orden—. Nadie ha entrado en el laboratorio —afirmó—. Todo aquí arriba parece estar en su sitio.
—¿Aquí arriba? —preguntó Kohler sorprendido.
Vittoria lo había dicho sin pensar.
—Sí, aquí, en el laboratorio de arriba. —¿También estáis utilizando el laboratorio de abajo?
—Como almacén.
Kohler rodó hacia ella y volvió a toser.
—¿Estáis utilizando la cámara de materiales peligrosos como almacén? ¿Almacén de qué?
¡De materiales peligrosos, claro está!
Vittoria estaba perdiendo la paciencia.
—De antimateria.
Kohler se izó sobre los brazos de la silla.
—¿Hay
más
especímenes? ¿Por qué demonios no me lo has dicho?
—Acabo de hacerlo —replicó Vittoria—. ¡Y usted apenas me ha concedido la oportunidad!
—Hemos de ir a ver esos especímenes —dijo Kohler—. Ahora.
—Especimen —corrigió Vittoria—. En singular. Y está seguro. Nadie podría...
—¿Sólo uno? —interrumpió Kohler—. ¿Por qué no está aquí arriba?
—Mi padre quería conservarlo bajo el lecho de roca como precaución. Es más grande que los demás.
La mirada de alarma que intercambiaron Kohler y Langdon no pasó inadvertida a Vittoria. El director rodó hacia ella de nuevo.