Read Ángeles y Demonios Online
Authors: Dan Brown
—Oh —dijo Langdon, mientras se preguntaba si los fanáticos de Hubble del Departamento de Astronomía de Harvard habían mencionado alguna vez a Lemaître en sus conferencias.
—Cuando Lemaitre propuso por primera vez la teoría del Big Bang —continuó Vittoria—, los científicos afirmaron que era ridicula. La materia, dijeron, no se creaba de la nada. Por lo tanto, cuando Hubble asombró al mundo demostrando por medios científicos que el Big Bang era correcto, la Iglesia cantó victoria, y anunció que constituía la prueba de que la Biblia era correcta desde un punto de vista científico. La verdad divina.
Langdon asintió, concentrado en las explicaciones. —Por supuesto, a los científicos no les gustó que la Iglesia utilizara sus descubrimientos para promocionar la religión, de modo que tradujeron en matemáticas de inmediato la teoría del Big Bang, eliminaron todos los matices religiosos y se la apropiaron. Por desgracia para la ciencia, sin embargo, sus ecuaciones, incluso hoy, adolecen de una grave deficiencia que a la Iglesia le gusta subrayar. Kohler gruñó. —La
singularidad.
Pronunció la palabra como si fuera la maldición de su existencia. —Sí, la singularidad —dijo Vittoria—. El momento exacto de la creación, Tiempo Cero. Incluso hoy, la ciencia es incapaz de fijar el momento inicial de la creación. Nuestras ecuaciones explican el universo
primitivo
con gran eficacia, pero a medida que retrocedemos en el tiempo y nos aproximamos al momento cero, nuestras matemáticas se desintegran de repente, y todo pierde significado.
—Correcto —dijo Kohler en tono nervioso—, y la Iglesia se aferra a esta laguna como prueba de la intervención milagrosa de Dios. Vayamos al meollo de la cuestión.
Vittoria adoptó una expresión distante.
—La cuestión es que mi padre siempre creyó en la intervención divina en el Big Bang. Aunque la ciencia era incapaz de comprender el divino momento de la creación, él creía que algún día lo
haría.
—Señaló con tristeza una hoja impresa clavada con chinchetas cerca de la zona de trabajo de su padre—. Mi padre me restregaba eso por la cara cada vez que tenía dudas.
Langdon leyó el mensaje:
CIENCIA Y RELIGIÓN NO SON ADVERSARIAS. LA CIENCIA ES DEMASIADO JOVEN PARA COMPRENDERLO.
—Mi padre quería elevar la ciencia a un nivel superior —dijo Vittoria—, en que la ciencia sustentara el concepto de Dios. —Se pasó la mano por su largo pelo con expresión melancólica—. Estaba dispuesto a acometer algo que a ningún científico se le había ocurrido jamás. Algo para lo que nadie había dispuesto de la
tecnología
adecuada. —Hizo una pausa, como insegura de lo que iba a decir a continuación—. Ideó un experimento capaz de demostrar que el Génesis fue posible.
¿Demostrar el Génesis?,
se preguntó Langdon.
¿Hágase la luz?
¿Materia creada de la nada?
Kohler paseó su mirada mortecina por la sala.
—¿Perdón?
—Mi padre creó un universo... de la nada.
Kobler meneó la cabeza.
—¿Cómo?
—Mejor dicho, recreó el Big Bang.
Dio la impresión de que Kohler estaba a punto de ponerse en pie.
Langdon no entendía nada.
¿Crear un universo? ¿Recrear el Big Bang?
—Lo hizo a una escala mucho menor, por supuesto —dijo Vittoria—. El proceso fue de una simplicidad sorprendente. Aceleró dos haces de partículas ultrafinas en direcciones opuestas dentro del tubo del acelerador. Los dos haces colisionaron a velocidades enormes, y toda la energía de ambos se concentró en un solo punto. Consiguió densidades de energía extremas.
Enumeró a toda prisa una ristra de unidades, y los ojos del director se abrieron desmesuradamente.
Langdon intentaba no perder el hilo.
O sea, Leonardo Vetra estaba recreando el punto de energía comprimida del cual surgió el universo.
—El resultado —dijo Vittoria—fue espectacular. Cuando se publique, sacudirá los cimientos de la física moderna. —Ahora hablaba despacio, como si saboreara la trascendencia de la noticia—. Sin previo aviso, dentro del tubo del acelerador, en ese momento de energía muy concentrada, empezaron a aparecer de la nada partículas de materia. Kohler no reaccionó. Se limitó a seguir mirándola. —Materia —repitió Vittoria—. Surgida de la nada. Un increíble espectáculo de fuegos artificiales subatómicos. Un universo en miniatura que nacía a la vida. Demostraba no sólo que la materia puede crearse de la nada, sino que el Big Bang y el Génesis pueden explicarse aceptando la presencia de una enorme fuente de energía.
—¿Te refieres a Dios? —preguntó Kohler.
—Dios, Buda, la Fuerza, Yavé, la singularidad, el punto de unicidad, llámelo como quiera, el resultado es el mismo. Ciencia y religión defienden la misma verdad: la
energía
pura es el padre de la creación.
Cuando Kohler habló por fin, lo hizo con voz sombría.
—Vittoria, me tienes desconcertado. Da la impresión de que me estás diciendo que tu padre
creó
materia... ¿de la nada?
—Sí. —Vittoria indicó los contenedores—. Y ahí está la prueba. En esos contenedores hay especímenes de la materia que creó.
Kohler tosió y avanzó hacia los contenedores, como un animal cauteloso que diera vueltas alrededor de algo que intuyera peligroso.
—Me he perdido algo, sin duda —dijo—. ¿Cómo esperas que alguien crea que estos cilindros contienen partículas de la materia que tu padre
creó?
Podrían ser partículas procedentes de cualquier otro lugar.
—De hecho, eso no es posible —dijo Vittoria, muy segura de sí misma—. Estas partículas son únicas. Se trata de una clase de materia que no existe en la tierra. Por consiguiente
tuvieron
que ser creadas.
La expresión de Kohler se ensombreció.
—Vittoria, ¿qué quieres decir en realidad? Sólo existe
un
tipo de materia, y es...
Kohler se interrumpió.
Vittoria le miró con expresión triunfal.
—Usted mismo ha pronunciado conferencias sobre ella, director. El universo contiene dos clases de materia. Hecho científico. —Vittoria se volvió hacia Langdon—. Señor Langdon, ¿qué dice la Biblia acerca de la Creación? ¿Qué creó Dios?
Langdon se sintió perdido, sin saber qué hacer ni qué decir.
—Er, Dios creó... la luz y la oscuridad, el cielo y el infierno...
—Exacto —dijo Vittoria—. Todo cuanto creó tenía su contrario. Simetría. Equilibrio perfecto. —Se volvió hacia Kohler—. Director, la ciencia afirma lo mismo que la religión, que el Big Bang creó todo junto con su contrario.
—Incluyendo la propia
materia
—susurró Kohler, como si hablara consigo mismo.
Vittoria asintió.
—Y cuando mi padre llevó a cabo su experimento, aparecieron dos clases de materia, claro está.
Langdon se preguntó qué significaba esto.
¿Leonardo Vetra creó lo contrario de la materia?
Kohler se enfureció.
—La sustancia a la que te refieres sólo existe en otra parte del universo. En la Tierra no, desde luego. ¡Tal vez ni siquiera en nuestra galaxia!
—Exacto —contestó Vittoria—, lo cual demuestra que las partículas de esos contenedores tuvieron que ser
creadas.
La tensión era patente en el rostro de Kohler.
—Vittoria, no me estarás diciendo que esos cilindros contienen especímenes reales, ¿verdad?
—Pues sí. —La joven contempló con orgullo los contenedores—. Director, está viendo los primeros especímenes de
antimateria
del mundo.
Fase dos,
pensó el hassassin, mientras se internaba en el lóbrego túnel.
La antorcha que blandía en la mano era superflua. Lo sabía. Pero era para impresionar. Atemorizar al enemigo era fundamental. Había aprendido que el miedo era su aliado.
El miedo mutila con más
rapidez que cualquier arma de guerra.
No había espejos en el pasadizo donde admirar su disfraz, pero intuía, a juzgar por la sombra de su holgado hábito, que era perfecto. Fundirse con el entorno formaba parte del plan, de la maldad de la conspiración. Ni en sus sueños más desaforados había imaginado interpretar este papel.
Dos semanas atrás, habría considerado una misión imposible la tarea que le aguardaba al final del túnel. Una misión suicida. Adentrarse desnudo en la guarida de un león. Pero Jano había cambiado la definición de imposible.
Los secretos que Jano había compartido con el hassassin durante las últimas dos semanas eran numerosos. Este túnel era uno de ellos. Antiguo, pero perfectamente transitable.
Mientras se acercaba a su enemigo, el hassassin se preguntó si lo que le esperaba dentro sería tan fácil como Jano había prometido. Jano le había asegurado que alguien, desde el interior, tomaría las medidas pertinentes.
Alguien de dentro. Increíble.
Cuanto más lo pensaba, más se daba cuenta de que era un juego de niños.
Wahad... tintain.. thalatha... arbaa,
se dijo en árabe cuando estuvo cerca del final.
Uno... dos... tres... cuatro...
—Imagino que habrá oído hablar de la antimateria, ¿verdad, señor Langdon?
Vittoria le estaba estudiando, y su piel morena contrastaba con la blancura del laboratorio.
Langdon alzó la vista. De pronto, se sintió aturdido.
—Sí. Bien... Más o menos.
Una tenue sonrisa se insinuó en los labios de la joven.
—¿Sigue
Star Trek?
Langdon se ruborizó.
—Bien, a mis estudiantes les gusta... —Frunció el ceño—. ¿El combustible del
U.S.S. Enterprise
es la antimateria?
Ella asintió.
—La buena ficción científica hunde sus raíces en la buena ciencia.
—¿La antimateria existe?
—Es un hecho de la naturaleza. Todo tiene su contrario. Los protones tienen electrones. Los quarks
up
tienen quarks
down.
Existe una simetría cósmica en el nivel subatómico. La antimateria es al
ying
lo que el
yang
a la materia. Equilibra la ecuación física.
Langdon recordó que Galileo creía en la dualidad.
—Los científicos saben desde 1918 —continuó Vittoria—que en el Big Bang se crearon dos tipos de materia. Una materia es la que vemos en la tierra, la que compone rocas, árboles, personas. La otra es su contraria, idéntica a la materia en todos los aspectos, excepto en que las cargas de sus partículas son inversas.
Kohler habló como si emergiera de la niebla, inseguro. —Pero existen enormes obstáculos tecnológicos que impiden almacenar la antimateria. ¿Qué me dices de la neutralización?
—Mi padre construyó un vacío de polaridad invertida para absorber los positrones de antimateria del acelerador antes de que se destruyeran.
Kohler frunció el ceño.
—Pero un vacío también absorbería la materia. No habría manera de separar las partículas.
—Aplicó un campo magnético. La materia formando un campo voltaico a la derecha, y la antimateria a la izquierda. Tienen polos opuestos.
En aquel instante, la muralla de dudas de Kohler pareció resquebrajarse. Miró a Vittoria con manifiesto estupor, y después, sin previo aviso, sufrió un acceso de tos.
—Incre... íble —dijo, mientras se secaba la boca—. Y no obstante. .. —Dio la impresión de que su lógica aún oponía resistencia—. Y no obstante, aunque el vacío
funcionara,
esos contenedores están hechos de materia. No es posible almacenar antimateria en contenedores hechos de
materia.
La antimateria reaccionaría al instante con... —Los especímenes no están en contacto con el contenedor —dijo Vittoria, como si esperara la pregunta—. La antimateria está flotando. Los contenedores se llaman «trampas de antimateria», porque atrapan literalmente a la antimateria en el centro del contenedor, y la mantienen flotando a una distancia prudencial de los lados y el fondo.
—¿Flotando? Pero...
¿cómo?
—Entre campos magnéticos que se cruzan. Venga a echar un vistazo.
Vittoria atravesó la sala y recogió un aparato electrónico de buen tamaño. El artefacto recordó a Langdon los fusiles de rayos desintegradores de los dibujos animados: un cañón ancho con una mira telescópica encima y una maraña de elementos electrónicos colgando por debajo. Vittoria apuntó el aparato a uno de los contenedores, miró por el ocular y manipuló algunos botones. Después, se apartó e invitó a Kohler a mirar.
Kohler puso cara de perplejidad.
—¿Habéis extraído cantidades
visibles?
—Cinco mil nanogramos —dijo Vittoria—. Un plasma líquido que contiene millones de positrones.
—¿Millones? Pero si sólo se han detectado
algunas
partículas, a lo sumo, hasta el momento.
—Xenón —dijo Vittoria—. Mi padre aceleró el haz de partículas mediante un chorro de xenón, extrayendo los electrones. Insistió en mantener en secreto el procedimiento exacto, pero implicaba inyectar electrones puros en el acelerador al mismo tiempo.
Langdon se sentía perdido, y se preguntó si todavía continuaban hablando en una lengua incomprensible para él.
Kohler hizo una pausa y frunció el entrecejo. De pronto, respiró hondo. Se derrumbó como si le hubiera alcanzado una bala.
—Técnicamente, eso liberaría...
Vittoria asintió.
—Sí.
Montones.
Kohler volvió a posar la mirada en el contenedor. Con expresión perpleja, se izó en la silla y aplicó el ojo al visor. Miró durante largo rato sin decir nada. Cuando se sentó por fin, su frente estaba perlada de sudor. Las arrugas de su rostro habían desaparecido. Habló en un susurro.
—Dios mío... Es verdad que lo conseguisteis.
Vittoria asintió.
—Mi
padre
lo consiguió.
—No... no sé qué decir.
Vittoria se volvió hacia Langdon.
—¿Quiere mirar?
Indicó el aparato.
Sin saber muy bien qué esperar, Langdon avanzó. Desde medio metro de distancia, el contenedor parecía vacío. El tamaño de lo que hubiera dentro era infinitesimal. Langdon aplicó el ojo al visor. La imagen tardó un momento en definirse.
Y entonces, lo vio.
El objeto no se encontraba en el fondo del contenedor, tal como él esperaba, sino que flotaba en el centro, un globo brillante de líquido similar al mercurio. Flotando como por arte de magia, el líquido giraba en el aire. Diminutas olas metálicas recorrían la superficie de la gota. El líquido flotante recordó a Langdon un vídeo que había visto en una ocasión de una gota de agua en gravedad cero. Aunque sabía que el glóbulo era microscópico, podía ver cada surco y ondulación, mientras la bola de plasma giraba poco a poco en suspensión. —Está... flotando —dijo.