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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, Policíaco

Área 7 (3 page)

BOOK: Área 7
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Se procedió a telefonear al comando de Transporte de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, en la base Scott.

Estos se mostraron de lo más evasivos. No sabían nada de la existencia de unas cabezas de plasma en sus hangares civiles. Lo comprobarían con su gente y contactarían con O'Hare tan pronto como les fuera posible.

Fue entonces cuando empezaron a llegar informes de todo el país.

Cabezas idénticas, todas ellas rodeadas por sensores magnéticos de proximidad y provistas de antenas parabólicas apuntando al cielo, habían sido encontradas en hangares vacíos de la Fuerza Aérea en los tres principales aeropuertos de Nueva York: JFK, La Guardia y Newark.

Y posteriormente en Dulles, el aeropuerto de Washington.

Y después en el de Los Angeles, LAX.

San Francisco. San Diego.

Boston. Filadelfia.

San Luis. Denver.

Seattle. Detroit.

Catorce dispositivos en total, colocados en catorce aeropuertos por todo el país.

Todos activados. Todos preparados para su lanzamiento.

Todos aguardando una señal.

Primera confrontación

3 de julio de, 6.00horas

Los tres helicópteros rugían sobre la árida llanura del desierto, resonando en el silencio de la mañana.

Volaban en formación cerrada, como siempre hacían, levantando las plantas rodadoras y un tornado de arena tras ellos mientras sus costados recién encerados relucían con la luz del alba.

El enorme Sikorsky VH-60N volaba delante, como siempre, flanqueado a ambos lados por dos amenazadores Super Stallion CH-53E.

Con su techo de color blanco inmaculado y sus costados verde oscuro encerados a mano, el VH-60N es un ejemplar único entre los helicópteros militares estadounidenses. Se fabrica para el Gobierno de Estados Unidos en un sector de alta seguridad de la fábrica de aviones de Sikorsky en Connecticut. Jamás se emplea en ningún^ capacidad operativa del Cuerpo de Marines de Estados Unidos, la rama militar encargada de su mantenimiento.

Se utiliza para una y solo una cosa. No existe ninguna réplica en servicio activo (y por un buen motivo, pues nadie salvo unos pocos lúcidos ingenieros marines y ejecutivos de Sikorsky están al tanto de todas sus características especiales).

Resulta paradójico, pues, que con semejante secretismo, el VH-60N sea sin duda el helicóptero más conocido en el mundo occidental.

En las visualizaciones de datos del control de tráfico aéreo, el helicóptero se conoce como HMX-1, primer escuadrón de helicópteros de los marines, y su indicativo de llamada de radio es Nighthawk. Pero, con los años, el helicóptero que transporta al presidente de Estados Unidos en las distancias medias y cortas ha pasado a conocerse por un nombre más sencillo:
Marine One.

Conocido como
M1
para aquellos que vuelan en él, rara vez se observa en vuelo y, cuando esto ocurre, por lo general sucede en escasas ocasiones (despegando del cuidadísimo césped sur de la Casa Blanca o llegando a Camp David).

Pero no ese día.

Ese día el
M1
ruge con gran estruendo sobre el desierto, transportando a su famoso pasajero entre dos bases remotas de la Fuerza Aérea emplazadas en el yermo paisaje de Utah.

El capitán Shane M. Schofield, del Cuerpo de Marines de Estados Unidos, vestido con su uniforme de gala azul (gorra de visera blanca, chaqueta de color azul marino y botones dorados, pantalones azules con raya roja, botas relucientes, cinturón de charol blanco a juego con la pistolera de hombro provista de una pistola M9 revestida de níquel), se encontraba en la cabina de mando del helicóptero presidencial, detrás de sus dos pilotos, escudriñando el exterior a través del parabrisas delantero reforzado del helicóptero.

Schofield, que apenas medía un metro sesenta, era enjuto y musculoso, con un rostro anguloso y apuesto y cabello negro de punta. Y, aunque no se trataba de un atavío estándar para el uniforme de gala de los marines, también llevaba unas gafas de sol: unas gafas antidestellos con cristales plateados reflectantes.

Las gafas ocultaban unas considerables cicatrices verticales que cubrían los ojos de Schofield, heridas producidas en una misión anterior y el motivo de su alias operativo: Espantapájaros.

La plana y desértica llanura se extendía ante él, y su apagado color amarillento contrastaba con el cielo de la mañana. El polvoriento suelo del desierto se sucedía a gran velocidad bajo la parte delantera del helicóptero en movimiento.

A poca distancia, Schofield vio una montaña no muy elevada: su destino.

Un grupo de edificios se concentraba a los pies de la montaña rocosa, al final de una larga pista de aterrizaje de hormigón cuya iluminación apenas era visible con la luz de la mañana. El edificio principal del complejo parecía tratarse de un enorme hangar de aviones medio incrustado en un lado de la montaña.

Era el Área 7, una base especial restringida de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, la segunda base de la Fuerza Aérea que iban a visitar ese día.

—Equipo de avanzada Dos, aquí Nighthawk Uno, nos acercamos al Área 7. Rogamos que confirmen estado de situación —dijo por el micrófono de su casco el piloto del
M1
, el coronel marine Michael
Revólver
Grier.

No se produjo ninguna respuesta.

—Repito, equipo de avanzada Dos. Informen.

Siguieron sin responder.

—Es el sistema de interferencias —dijo la copiloto de Grier, la teniente coronel Michelle Dallas—. Los de las radiotransmisiones del Área 8 ya nos avisaron. Estas bases tienen una clasificación de seguridad de nivel 7, por lo que están cubiertas en todo momento por una radiosfera generada por satélite. Solo se pueden realizar transmisiones de corto alcance para evitar que nadie pueda transmitir información al exterior.

Esa misma mañana, el presidente había visitado el Área 8, una base de la Fuerza Aérea igualmente aislada y situada a unos treinta kilómetros al este del Área 7. Allí, acompañado por los nueve miembros de su séquito del servicio secreto, había efectuado una breve visita a toda la instalación para inspeccionar alguno de los nuevos aviones estacionados en sus hangares.

Mientras la visita tenía lugar, Schofield y los otros trece marines a bordo del
Marine One
y de los dos helicópteros de escolta presidencial habían esperado fuera, holgazaneando bajo el
Air Force One
, el gigantesco Boeing 747 presidencial.

Mientras esperaban, alguno de los marines había empezado a elucubrar las posibles razones por las que se les había impedido la entrada al hangar principal del Área 8. La opinión generalizada (basada únicamente en rumorología no corroborada) era que se debía a que la instalación albergaba alguno de los nuevos y ultrasecretos aviones de la Fuerza Aérea.

Uno de los soldados, un sonriente y charlatán sargento afroamericano llamado Wendall
Elvis
Haynes, dijo que había oído que tenían el
Aurora
allí, el legendario avión de reconocimiento en órbita baja capaz de alcanzar velocidades superiores a 9 Mach. El avión más rápido del mundo en esos momentos, el Lockheed SR-71 o
Blackbird
, solo alcanzaba una velocidad máxima de 3 Mach.

Algunos habían argumentado que allí se hallaba un escuadrón completo de F-44 (cazas ultraligeros con forma de cuña diseñados a partir del bombardero furtivo B-2).

Otros, quizá influidos por el lanzamiento de un transbordador espacial chino dos días atrás, sugirieron que el Área 8 albergaba el X-38, un transbordador espacial ofensivo que era lanzado al espacio por un Boeing 747. Se decía que el X-38, un proyecto negro llevado a cabo por la Fuerza Aérea en asociación con la NASA, era el primer vehículo espacial de combate, un transbordador de ataque.

Schofield hizo caso omiso de sus especulaciones.

No tenía que hacer conjeturas sobre si el Área 8 tenía algo que ver con la construcción de aviones secretos, probablemente con fines espaciales. Lo sabía, y por un hecho muy sencillo.

Aunque los ingenieros de la Fuerza Aérea se habían esmerado en ocultarlo, la pista de aterrizaje de color negro como el betún y tamaño reglamentario se extendía en realidad otros novecientos metros más en ambas direcciones (una pista de aterrizaje de hormigón blanco oculta bajo una fina capa de arena y plantas rodadoras cuidadosamente colocadas).

Se trataba de una pista de aterrizaje que había sido ampliada con el fin de que pudieran aterrizar y despegar aquellos aviones que requerían de una pista más larga; es decir, aparatos tales como transbordadores espaciales o…

Y entonces, de repente, el presidente había salido del hangar principal y toda la comitiva se había puesto de nuevo en marcha.

En un principio el presidente iba a volar al Área 7 a bordo del
Air Force One
. Iría más rápido que en el
Marine One
, a pesar incluso de tratarse de una distancia corta.

Pero había habido un problema con el
Air Force One
. Una fuga inesperada en el depósito de combustible del ala izquierda.

Razón por la que el presidente había cogido el
Marine One
, siempre a punto por si se daban situaciones como esas.

Razón por la que en esos momentos Schofield estaba contemplando la base Área 7, iluminada cual árbol de Navidad bajo la tenue luz matutina.

Mientras escudriñaba el complejo del hangar, sin embargo, a Schofield se le pasó por la cabeza un pensamiento un tanto extraño. Era curioso, pero ninguno de sus compañeros a bordo del HMX-1 conocía historia alguna del Área 7, ni siquiera alguno de esos rumores descabellados y sin fundamento.

Nadie, al parecer, sabía lo que ocurría en el Área 7.

* * *

Vivir pegado al presidente de Estados Unidos era otro mundo.

Resultaba emocionante y aterrador a partes iguales, pensaba Schofield.

Emocionante porque estabas muy cerca de una persona con mucho poder, y aterrador porque esa persona estaba rodeada de un gran número de gente que reclamaba esa influencia como suya.

Durante el breve periodo de tiempo que llevaba a bordo del
Marine One
, Schofield había observado que, en cualquier momento, siempre había al menos tres grupos de poder compitiendo por la atención del presidente.

Primero estaba el personal del presidente, personas (en su mayoría tipos engreídos de Harvard) a quien el presidente había nombrado para que lo asistieran en una serie de menesteres: desde la seguridad del país a la política nacional; desde la gestión de los medios a la de su vida política.

Daba igual su ámbito de experiencia, al menos por lo que Schofield había visto hasta ese momento, pues todo ese personal parecía tener un objetivo global: sacar al presidente fuera, a las calles, darlo a conocer al pueblo.

En claro contraste con ese objetivo (más bien, en directa oposición) se encontraba el segundo grupo que competía por la atención del presidente: sus protectores, el servicio secreto de Estados Unidos.

Con el estoico, sensato y totalmente impasible agente especial Francis X. Cutler al frente, el séquito encargado de la seguridad del presidente siempre estaba en desacuerdo con el personal de la Casa Blanca.

Cutler (el «jefe del séquito» en los discursos oficiales, pero Frank a secas para el presidente) era conocido por saber mantener la cabeza fría en momentos de tensión y por su total intransigencia respecto a las peticiones de los lameculos políticos. Con sus ojos grises entornados y su pelo de idéntico color cortado al rape, Frank Cutler podía mirar fijamente a cualquier miembro del personal del presidente y rechazar sus pretensiones con una sola palabra: «No».

El tercer y último grupo que pretendía la atención del presidente era la tripulación del
Marine One.

No solo estaban supeditados a los enormes egos del personal del presidente (Schofield jamás olvidaría su primer vuelo a bordo del
Marine One
, cuando el asesor de política nacional del presidente, un presuntuoso abogado de veintinueve años de Nueva York, le había ordenado que le trajera un café con leche doble, y «rápido»), sino que a menudo también tenían que vérselas con los del servicio secreto.

Garantizar la seguridad del presidente podía ser cometido del servicio secreto, pero cuando estaba en el HMX-1, tal como sostenían los marines, el presidente tenía al menos a seis marines a bordo con él en todo momento.

Finalmente se había concluido que, mientras estuviera a bordo del
Marine One
, la seguridad del presidente estaría en manos de los marines. Por tanto, solo los miembros más importantes de su séquito del servicio secreto (Frank Cutler y alguno más) volarían con él. El resto de su personal de seguridad volaría en los dos helicópteros de escolta.

Tan pronto como el presidente bajara del
Marine One
, sin embargo, su bienestar volvería a ser responsabilidad exclusiva del servicio secreto de Estados Unidos.

Revólver Grier habló por el micrófono de su casco:

—Nighthawk Tres, aquí Nighthawk Uno. Adelántense y comprueben el estado de situación del equipo de avanzada Dos por mí. Esta radiosfera está jodiéndonos las transmisiones de largo alcance. Recibo la señal de despejado, pero no puedo comunicarme por voz con ellos. Deberían encontrarse en la salida de emergencia. Y, si se acercan lo suficiente, intenten contactar de nuevo con el Área 8. Averigüen qué ocurre con el
Air Force One.

—Recibido, Nighthawk Uno —respondió una voz por onda corta—. Estamos de camino.

Desde su posición, tras Grier y Dallas, Schofield observó que el Super Stallion de su derecha se alejaba del grupo y ponía de nuevo rumbo al desierto.

Los dos helicópteros restantes del primer escuadrón de helicópteros de los marines prosiguieron su camino.

En algún lugar, en una sala a oscuras, un hombre de uniforme azul sentado delante del monitor de un ordenador hablaba en voz baja por el micrófono incorporado a sus auriculares.

—Iniciando pruebas de señal del satélite primario… ahora.

Pulsó un botón de su consola.

—¿Qué demonios…? —dijo Dallas mientras se llevaba la mano al auricular.

—¿Qué ocurre? —preguntó Revólver Grier.

—No lo sé —dijo Dallas mientras se revolvía incómoda en su asiento—. Acabo de captar un pico en la banda de microondas.

Miró la pantalla de visualización de las microondas (que mostraba una serie de picos y senos irregulares) y a continuación negó con la cabeza.

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