Canciones para Paula (12 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #GusiX, Infantil y Juvenil, Romántico

BOOK: Canciones para Paula
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La luz ahora es más acogedora, más íntima, propia de una velada de enamorados.

Ángel aparta sus manos de la cara y las coloca sobre el pecho. Está más tranquilo.

—Voy a cambiarme. No te vayas, ¿eh? —bromea Katia.

El chico no oye lo que le dice. No entiende qué es lo que ocurre. Es como si todo le diera vueltas. Se siente muy cansado: le pesa todo el cuerpo, sobre todo la cabeza, y el estómago le da punzadas. ¡Paula! La tiene que llamar. Sí. Tiene que telefonear a Paula. Pero ahora no. Cuando desaparezca ese dolor de cabeza que tiene. Cuando haya descansado la llamará. Sí. ¿Qué hora será?

En otra habitación, Katia se desnuda. Menuda nochecita. Cuando invitó a Ángel a que tomaran una copa, jamás pensó que aquello pudiera terminar así. Aquel chico no parecía que fuese capaz de emborracharse y perder de esa manera los papeles. Siempre tan atento, siempre tan bien puesto. Sin embargo, ahora lo tenía acostado en

un sofá de su salón, bebido y mareado. Aún así, no puede evitar cierta atracción por él. ¿Y ahora, que?.

La cantante se cambia de ropa. Se viste solo con un camisón blanco de tirantes que no le llega a las rodillas y unas braguitas blancas. Descalza, pasa por el baño y vuelve al salón.

Ángel continúa en la misma posición en la que lo había dejado. Respira profundamente. Parece dormido.

—Hola. He vuelto. ¿Me oyes?

El periodista cree escuchar que alguien le está hablando y refunfuña.

—Parece que sí, que me oyes —comenta ella sonriendo—. No puedes dormir ahí. Cogerás mala postura y mañana no podrás ni moverte…

Pero Ángel no reacciona.

La chica suspira. No puede dejarlo ahí tirado.

Con mucho cuidado baja primero sus pies del sofá. Ángel protesta, pero termina sentándose. Luego, ella le coge de la mano y le pide que se levante.

—Vamos, un pequeño esfuerzo más.

El joven se deja hacer y, ante el tirón de la chica, consigue ponerse de pie. Otra vez Katia carga con él como puede, apoyando su brazo en sus hombros y forzándole a que camine.

Los dos entran en el dormitorio y se sientan en la cama. Katia lo mira. Está con aquel chico a solas en su dormitorio. El deseo la consume. Quizá desde que lo vio por primera vez, había deseado un momento como aquel.

—Levanta los brazos —le indica.

Él no hace caso, pero ella le ayuda a quitarse la camiseta. El deseo se está haciendo cada vez mayor. La imagen de su torso desnudo la enciende un poco más.

Katia acaricia el pecho de Ángel. Lo besa. El chico no opone resistencia. Parece que poco a poco está mejor. Aún le duele mucho todo y no se ubica, pero han desaparecido las arcadas. Alguien parece que le está besando. Primero ha sentido besos en su pecho. Ahora le besan los labios. ¿Paula?

Katia se quita el camisón. Solo sus braguitas blancas evitan una completa desnudez. Vuelve a situar sus labios sobre los de Ángel. La pasión que siente en estos instantes es incontenible.

Coloca los pies de Ángel encima de la cama. Le quita los zapatos y estira su cuerpo sobre las sábanas. Ella se sitúa sobre él, sentada sobre su pantalón. Se flexiona y lo vuelve a besar. Coge las manos de Ángel y las sitúa sobre sus pequeños pechos.

Sin embargo, cuando busca sus ojos, su mirada, Katia se da cuenta de que aquello no está bien.

Tiene muchísimas ganas de hacer el amor, pero quizá ese no es el momento. Se está aprovechando de él y eso la corroe por dentro. Además, aquel chico tiene novia. Tal vez si él estuviera sereno y la eligiera a ella, todo sería distinto. En las relaciones…

La cantante sale de la cama y vuelve a ponerse el camisón.

Ángel apenas se mueve.

—Es una pena que no estés en condiciones. Quién sabe si un día de estos… Que descanses.

La chica le besa en la frente, lo tapa con una sábana y una manta, y sale de la habitación cerrando tras de sí la puerta y la tentación.

Ángel dormirá toda la madrugada sin saber que esa noche estuvo a punto de serle infiel a Paula.

Capítulo 12

Al día siguiente, muy temprano por la mañana.

Una brisa matinal entra por la ventana. Ángel se despierta. : Siente frío en su torso desnudo. Abre los ojos y recorre con ellos la habitación que está casi a oscuras. Entonces se da cuenta de que aquella cama no es la suya. Da un brinco y rápidamente se lleva las manos a la cabeza. Le duele.

¿Dónde está?

Lo último que recuerda es aquel pub al que fue con Katia: la cerveza, los chupitos azules, la camarera con trenzas… ¡Uff! Luego todo es muy confuso. Lagunas.

Incluso le parece que ha soñado que alguien le besaba. Se sienta en aquella cama e intenta acordarse de más, pero le resulta imposible. Tiene tal dolor de cabeza que es incapaz de pensar.

Entonces decide que lo principal en esos momentos es averiguar qué hace allí.

Se pone la camiseta y los zapatos. Se mira en un espejo que encuentra en una de las paredes del cuarto: tiene los ojos hinchados y enrojecidos. Suspira y, lentamente, sale de la habitación. No se oye nada ni se ve a nadie.

¿De quién será aquel apartamento?

Ángel entra en el salón en el que la noche anterior había estado tumbado en uno de los sofás. Un pequeño fogonazo le viene cuando lo ve. Sí. Recuerda que una luz lo cegó y que luego, desde allí, caminó hasta el dormitorio. Pero todo sigue estando muy vago en su mente.

—Buenos días, caballero, veo que ya puedes andar tú solo…—dice una voz a su espalda.

El joven se gira y contempla a la chica del pelo rosa en todo su esplendor. Lleva un camisón blanco que le tapa lo justo, con las piernas al descubierto. Está seductora. Descalza, camina hacia él y le besa en la mejilla.

—¿Ka…, Katia? ¿Cómo he llegado hasta aquí?

La chica lo mira fijamente y sonríe.

—¿No te acuerdas de nada?

—No —responde él muy serio.

—¡Qué lástima…! Con lo bien que lo pasamos…

—¿Que lo pasamos bien?

El periodista no sabe cómo encajar aquello. ¿Pero qué demonios han hecho? El beso en el parque…, las copas…, el dormitorio… Su pecho desnudo… No habrán…

—¡Claro! No entiendo cómo puedes haber olvidado nuestra noche loca de pasión… —dice Katia muy expresiva, como si verdaderamente estuviera actuando en un drama. Hasta se lleva teatralmente la mano a la frente—. ¡Ay, pobre de mí! —gimotea, adoptando la expresión de una niña a punto de iniciar un puchero.

Pero pese a la comedia de la cantante, Ángel no entiende nada. Está preocupado. Y enseguida piensa en Paula. No la llamó, ¿verdad? Casi prefiere no haberlo hecho porque seguramente no habría sido una llamada afortunada.

—Tengo que irme.

—Espera, Ángel. Me visto y te llevo a tu casa.

—Déjalo. Creo que ya hiciste anoche bastante por mí.

La chica nota cierto aire hostil en la contestación.

—No me digas que estás enfadado.

—No, pero no sé qué hago aquí ni cómo llegué a tu casa. Ni siquiera me acuerdo de si ocurrió algo entre los dos. Además, no llamé a Paula, y ahora mismo debe odiarme o estar muy preocupada.

Katia no sabe si contarle lo que estuvo a punto de pasar entre ellos. Siente vergüenza de sí misma y se lo calla.

—No te pongas a la defensiva conmigo. Yo solo te ayudé. Te sentó mal el alcohol y… no tuviste una buena noche.

La chica se acerca para darle un abrazo pero, cuando lo intenta, Ángel se aparta.

—Tengo que irme. Luego te llamo.

Avergonzado, abre la puerta del apartamento y sale del ático todo lo deprisa que sus piernas le permiten.

Esa misma mañana de marzo, en otro punto de la ciudad.

No la ha llamado. Ni un maldito mensaje.

Paula está enfadada. También preocupada. No comprende qué ha podido pasarle a Ángel para que ni siquiera tuviera el teléfono encendido. ¿Lo habrá desconectado a propósito?

¿Y si se ha asustado? Quizá se ha dado cuenta de que ella es solo una niña. O ha visto que todo iba muy deprisa y se ha echado atrás.

Aquellos dos días habían sido tan intensos, tan bonitos… ¿Por qué aquel final tan extraño? A lo mejor ella estaba exagerando. Sí, eso sería. Habría algún motivo razonable para explicar la desaparición de Ángel y estaba deseando escucharlo.

¿Y si no lo volvía a ver?

¡Qué lío!

No le apetece salir de la cama. Es sábado, temprano. Tiene un nudo en la garganta y ganas de llorar, pero ha quedado con Álex para ayudarlo con algo que ni tan siquiera sabe lo que es.

"Me meto en cada follón… ¿Por qué tuve que decirle que sí?", piensa bajo las sábanas.

Ni ella misma lo sabe. Finalmente se levanta de la cama gruñendo. Solloza y mira su móvil: sigue sin noticias de Ángel.

Se despereza delante de la ventana y comprueba que el día afuera es soleado. Esto le anima un poco.

Mientras se viste, continúa en la búsqueda de respuestas. Seguro que hay una explicación que se le escapa. Pasados unos minutos se da por vencida: es mejor no pensar más, olvidarse de ello y tratar de disfrutar la mañana, sea lo que sea lo que esta le depare.

Y a todo esto, ¿qué querrá Álex? ¡Qué chico tan misterioso! Lo conoce de un ratito en una cafetería de manera casual. Su primer encuentro parece sacado de una película de estas romanticonas. Se acuerda de ¿Conoces a Joe Black?, cuando Brad Pitt aparece en aquella cafetería y termina desayunando con la protagonista de la historia. "Me gustas mucho", le dice él en un momento de la escena. Ella le contesta lo mismo.

¿Le gustará ella a Álex? No, eso es absurdo. Si no la conoce… Pero existen los flechazos. Y a ella, ¿qué le inspira él? Parece simpático. En el Messenger también le había dado una grata impresión: locuaz, inteligente, educado, soñador. Pero, pensándolo bien, en realidad no sabe nada de él.

Termina de vestirse. Se peina y baja la escalera. Toca mentir otra vez a sus padres. En la cocina está su madre, quien, cuando la ve lista para salir, se sorprende muchísimo. Paula la saluda con un beso y va al frigorífico del que saca un cartón de leche. Se sirve en un vaso y se sienta en la mesa.

—¿Te has vestido para salir? —pregunta Mercedes, que aún no sale de su asombro.

—Sí, voy a casa de Miriam. Tenemos examen de Matemáticas el viernes.

—¿Y vas a estudiar un sábado tan temprano?

Lo cierto es que aquello, se mire por donde se mire, suena extraño. Pero Paula decide continuar con el engaño utilizando todos sus recursos. Bebe un sorbo de leche y muy tranquila contesta:

—Sí, nos va a ayudar Mario. Sabes quién es, ¿no? El hermano de Miriam.

—Sé quién es. Jugabais de pequeños juntos. Hace tiempo que no lo veo.

—Ya lo traeré algún día a casa para que lo veas. Es un buen chico y un as en Matemáticas.

¿Traerlo a casa? ¿Será Mario el chico que le gusta a su hija? Paula no suele hacer concesiones al hablar de chicos. "¿Está preparando el terreno?", piensa su madre.

—Me sigue pareciendo muy raro eso de que quedéis los tres un sábado por la mañana para estudiar.

—Pues no tiene nada de extraño. Tenemos examen y este chico nos ayuda.

—Bueno, ya llamaré y preguntaré por ti, a ver qué tal os va —dice Mercedes sin darle demasiada importancia a sus palabras.

El comentario alerta a Paula. ¿Sería su madre capaz de llamar a casa de Miriam para preguntar por ella? No pensaba que lo dijera de verdad. Pero ¿y si iba en serio?

—Me voy —dice posando el vaso de leche, ya vacío, en la mesa.

Paula besa a su madre y sale de la cocina hacia el salón. Su hermana está viendo dibujos animados en la televisión. Tiene la boca manchada de chocolate.

—¿Te vas? —le pregunta la niña rubia cuando ve que Paula se encamina hacia la puerta.

—Sí, he quedado —contesta Paula—. No comas tantas galletas, Erica.

—La última.

—La última.

La chica le limpia la boca a su hermana pequeña y le quita el paquete de galletas.

—Paula, ¿te vas a tener
sekso
? —pregunta la cría inocentemente.

Su hermana mayor se queda boquiabierta al oír aquello. No sabe que fue precisamente la pequeña la que, sin querer, puso en sobre aviso a sus padres.

—¡Qué adelantada estás tú!, ¿no? —le dice alborotando su rubia melena.

Le da un beso y se va. Erica se queda con las ganas de saberlo. ¿Por qué todo el mundo pone esa cara tan rara cuando ella pronuncia la palabra
sekso
?

Se levanta y coge otra galleta de chocolate prometiéndose a sí misma que esta será la última.

Paula cierra la puerta de su casa. Camina unos pasos y, cuando está a cierta distancia, saca su móvil del bolso. Tiene que atar todos los cabos por si acaso.

Marca el número de Miriam y espera unos segundos. Nada, no contesta. Insiste, pero con el mismo resultado negativo.

¿La llama luego? No está segura de que su amiga se vaya a despertar antes de las dos un sábado.

Medita qué hacer y, tras dudarlo mucho, marca otro número. En este caso tiene más suerte.

—¿Paula? —contesta una voz adormilada al otro lado del teléfono.

—Hola, Mario, perdona por llamarte tan temprano y en sábado, pero tengo que hablar contigo.

El chico no dice nada. Se acaba de despertar. ¿O está soñando todavía?

—¿Mario? ¿Sigues ahí?

—Sí, sí. Aquí estoy. Dime, Paula, ¿de qué tienes que hablar conmigo?

Sus sensaciones son extrañas. Una mezcla rara entre confusión por la llamada, alegría por oírla y hablar con ella, incertidumbre por no saber de qué va aquello… Y todo aderezado con el desconcierto propio de quien se acaba de levantar.

—Pues verás… —la chica titubea. No sabe cómo enfocar el asunto—. Resulta que tengo que salir de casa esta mañana. De hecho estoy ya fuera. Y le he dicho a mi madre que me iba con vosotros a estudiar Matemáticas para el examen del viernes. He llamado a tu hermana para que me encubra por si mi madre llama a vuestra casa, algo que no sucederá, pero nunca se sabe. Pero como Miriam no me coge el teléfono, tú eres mi último recurso.

Así que era por eso… Las últimas palabras rompen un poco más el astillado corazón de Mario.

—Tu "último recurso"…

Paula comprende que no ha estado acertada con aquella definición por el tono con que el chico ha recalcado sus palabras.

—Bueno, a ver… No quería decir que…

—No te preocupes. Ahora aviso a Miriam y se lo cuento.

Su voz es triste, como apagada por el sueño o por el cansancio. Está cansado de imposibles. De esperanzas. De amarla. De sufrir en silencio. De compartir grupo preferido. Mario está cansado de todo, y eso se hace palpable en su voz.

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