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Authors: Blue Jeans

Tags: #GusiX, Infantil y Juvenil, Romántico

Canciones para Paula (8 page)

BOOK: Canciones para Paula
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Lo que más llama la atención de Paula es el silencio que hay en aquel sitio. Un silencio fuera de lo normal. Casi puede oír sus propios pensamientos.

—Es muy… romántico —eso es todo lo que consigue decir. Ángel entonces empieza a reír sin poder contenerse.

—Amor, no te he traído a este sitio para que hagamos nada de lo que estás pensando. Hace un rato me has dicho que te apetecía gritar, ¿verdad?

—Sí.

—Pues eso es lo que vas a hacer: ¡gritar!

—¿Cómo? No te entiendo…

—Esta es una "habitación del grito". O también llamada "sala acorchada". Está recubierta de una serie de paneles para que el sonido ni entre ni salga de este recinto.

Ahora entiende aquel silencio tan sepulcral.

—¿Quieres decir que estas habitaciones están construidas solo para que la gente se desahogue gritando?

—Así es. Es una idea del profesor Cornelio. Hay días en el que el estrés nos supera y nos apetece gritar como locos, pero no podemos. En plena ciudad, no se puede gritar así como así.

Es cierto. Paula piensa en lo que Ángel le dice. Si gritas en plena ciudad, te pueden tachar de loco o puedes alarmar a alguien.

Y sí, tiene ganas de gritar. Antes de felicidad. Ahora de alivio. Quiere soltar la tensión acumulada en esos minutos en los que sentía que perdía el control de la situación.

Por otra parte se siente ridícula. ¿Cómo ha podido pensar que Ángel la llevaría allí para acostarse con ella, sabiendo él que iba a ser su primera vez? Sí, definitivamente tiene muchas ganas de gritar.

—Entonces… ¿puedo gritar?

—Sí. Espera

Ángel la besa en la frente. Luego se aleja hasta el otro extremo de la habitación.

—¿Preparado?

—Sí, ¡grita! —le dice el joven, mientras se pone las manos en los oídos.

Paula respira hondo, cierra los ojos, aprieta los puños y grita lo más fuerte que puede. No piensa en nada mientras lo hace, solo se libera. Es un grito de alegría, de felicidad, de pasión, de nervios, de ilusiones.

Ángel la observa. Sabe exactamente lo que está sintiendo. Él lo ha experimentado en varias ocasiones. Está soltando todo lo que lleva en su interior: adrenalina pura.

Quince segundos más tarde vuelve el silencio a la habitación del grito número siete. La joven jadea. Respira con dificultad tras el esfuerzo. Ha sido solo un momento, pero le ha parecido toda una vida. Aún cree oír su propia voz dentro de la cabeza. Se encuentra bien, incluso más ligera, como si hubiese perdido algún kilo.

—¡Ha sido bestial! ¡Qué sensación!

Ángel se acerca y la abraza rodeándola por detrás. Luego se besan.

—Vamos, aún nos queda la segunda parte de la terapia.

—¿Tú no gritas?

—Yo, con verte a ti hacerlo, ya me he liberado

Salen de la sala acorchada y se despiden del hombre de la bata blanca, entregándole la llave de la habitación.

—Imagino que debajo de la ropa no traerás un bikini o un bañador, ¿verdad?—dice Ángel mientras caminan.

—Claro, es lo más normal para ir al instituto. —ironiza la chica—. ¿Para qué quieres saberlo? ¿Es que tienes curiosidad por mi ropa interior o es que nos vamos a dar un baño?

—Las dos cosas —responde riéndose.

—Pues de la primera…, ¡te vas a quedar con las ganas!

—Seguro que no pensabas lo mismo hace un rato cuando tartamudeabas.

Paula le suelta la mano y le golpea en un hombro con el puño cerrado, pero sin fuerza.

—Capullo…

Y entre bromas llegan a un lugar al que Ángel antes había nominado como "Climatizada B". Una puerta de cristal separa a la pareja de una enorme piscina. No hay nadie en ella. Una mujer regordeta con bata blanca y que examina con atención una revista de crucigramas se encuentra sentada en la entrada.

Al verlos llegar deja a un lado su pasatiempo y esboza la mejor de sus sonrisas.

—Bienvenidos. ¿Me pueden dar sus tarjetas, por favor?

Ángel le entrega las dos tarjetas de plástico que antes le habían dado en recepción. La mujer las pasa por una máquina lectora y las coloca en un fichero.

—¿Han traído ropa de baño?

—No. Ni toallas —señala apresuradamente el joven.

La mujer no abandona en ningún momento su agradable expresión. Anota algo en una libreta y se incorpora de su asiento. A continuación, abre la puerta de cristal.

—Síganme, por favor.

Paula y Ángel caminan detrás de la señora de los crucigramas. Los tres entran en aquella sala que prácticamente ocupa en su totalidad la enorme piscina. Paula entonces puede observar que no es una piscina cualquiera. A un lado y a otro llegan suavemente pequeñas olas que se forman desde el centro. Su simple visión ya transmite tranquilidad.

Una chica rubia de pelo rizado y con bata blanca acude a la llegada del trío.

—Silvia, facilita al señor ropa de baño y toallas para los dos —ordena la mujer en cuanto la chica rubia llega hasta ellos—. Usted acompáñeme, por favor —dice dirigiéndose a Paula.

La chica le hace caso y ambas entran por una puerta al final de la estancia. Ángel las ve alejarse y se queda solo con el leve ruido de las olitas como única compañía.

Silvia llega con un bañador de color azul marino y dos toallas blancas.

—Creo que este le estará bien. Allí está el vestuario para hombres donde puede cambiarse —explica la joven rubia de pelo rizado señalando la puerta de al lado por la que Paula y la mujer regordeta han entrado.

El joven periodista da las gracias a Silvia y se introduce en el vestuario masculino. Primero se quita la chaqueta y la camiseta, dejando libre su torso pulido y suave, y su vientre plano. Luego, el resto. Se desnuda completamente. Está bastante moreno pese a que hace tiempo que no toma el sol. Se pone el bañador azul y se mira en un espejo. Le llega hasta casi las rodillas. Hace un par de estiramientos a un lado y a otro para

comprobar la elasticidad de la prenda. Sí, se siente cómodo con él. Guarda su ropa en una taquilla y sale de nuevo.

Paula aún no está y él no quiere entrar en la piscina sin ella. Mientras llega piensa en todo lo que le está pasando, en estas maravillosas horas junto a esta jovencita. Ni un día y, sin embargo, esa sensación de que llevan juntos toda la vida… Cree que existe esa química entre ellos por todas las horas que se han pasado hablando en el ordenador. No se veían, no se escuchaban, y sin embargo estaban conectados por algo inexplicable. Él le había contado cosas a ella que jamás había contado a nadie. Ella, igual. ¿Podía ser Paula la chica de su vida?

Pero Ángel enseguida se olvida de todo lo que está pensando. Ahí está ella.

Camina hacia él descalza. Se ha cogido una coleta alta. Viene sonriendo. Su cuerpo solo está cubierto por un bikini negro. La parte de arriba esconde la juventud perfecta de una chica de dieciséis años. La parte de abajo deja sin respiración al más sereno de los mortales. Ángel traga saliva e intenta recobrar la compostura.

—Me han dado un gorro para que no se me moje el pelo, pero prefiero no ponérmelo. Odio tener la cabeza enlatada… —dice al llegar. Paula se da cuenta entonces de que Ángel la observa como quizá no lo había hecho hasta ahora. Incluso se pone algo colorada—. ¿¿Qué miras??

—A ti. ¡Estás increíble!

La joven suelta una sonrisilla nerviosa y se pone aún más roja.

—Gracias. Tú también lo estás.

El juego de miradas continúa un instante. Ya ha habido besos, caricias, roces. Pero es la primera vez que ambos notan que una llama distinta se ha encendido.

—¿Entramos? —pregunta por fin Ángel.

—Claro.

Cogidos de la mano, la pareja entra en la piscina. El agua está tibia. Ambos sienten cómo las pequeñas olas chocan dulcemente contra sus piernas produciéndoles cierto cosquilleo. El agua, las olas, la compañía.

Avanzan hacia uno de los extremos y se sientan en un escalón, uno al lado del otro. Estiran las piernas, rozándose. Están más cerca que nunca, en ese mar templado de tranquilidad, con el leve ruido de las olitas.

—Esto es perfecto —dice Paula, que ha puesto su cabeza sobre el hombro de Ángel.

—Sí, es por las sales que le ponen al agua. Cada ola que tropieza con tu piel te abre los poros y penetra haciendo que tu cuerpo entre en un estado de relax.

—Lo decía por la compañía…

—Ah, yo no me puedo quejar tampoco —responde mientras la abraza sintiendo la desnudez de parte de su cuerpo.

—¿Vienes aquí a menudo? Te veo muy puesto.

—Cuando estaba en la Facultad venía de vez en cuando para relajarme. El profesor es un viejo amigo.

—¿Y has traído aquí a todas tus novias?

—¿"Mis novias"… ? Así que somos novios… —deduce Ángel acariciándole el pelo.

Paula se da entonces cuenta de lo que ha dicho instintivamente. Sin querer. ¿Son novios?

—Sí, lo somos.

Sin más, deja caer todo su cuerpo debajo del agua. Ángel la imita y se encuentra con ella. Al igual que las olas desaparecen al llegar a cada lado de la piscina, así desaparecen también Ángel y Paula de la superficie unos segundos para unir sus labios bajo aquel mar de paz y tranquilidad.

Pero en el amor, por motivos que se escapan a la razón, no todo es paz y tranquilidad.

Capítulo 9

Ese mismo día de marzo.

El amor no correspondido es el mejor amigo de la soledad.

Mario quiere estar solo. Lleva encerrado en su habitación desde que llegó del instituto. No ha comido fingiendo que le dolía el estómago, aunque lo que realmente le duele es el alma.

Está tumbado sobre la cama. No sabe ya en qué postura ponerse porque en todas está incómodo. También intenta dormir. Imposible. ¿Cuánto le durará esto? ¿Es proporcional el tiempo que llevas enamorado de alguien al tiempo que dura el dolor del desamor? Si es así, lo suyo va para largo.

¡Qué cruel es el destino a veces…! Justo el día en el que pensaba contarle a Paula lo que sentía por ella, se entera de que tiene novio.

Primero, esas rosas rojas. Luego, el beso a aquel desconocido, un tipo alto, guapo, maduro. Perfecto para Paula.

Pero es lógico que una chica como ella tenga pareja. Lo extraño sería que no fuera así o qué estuviera con alguien como él. Sí, ahora más que nunca se siente inferior, muy inferior. No tiene a nadie a su lado. Quizá porque, a la única persona que quiere a su lado, jamás la conseguirá.

Ese sentimiento le hace derramar nuevas lágrimas. Hace ya un rato que no llora, pero, de nuevo, no puede evitarlo. Y en un momento los ojos se le encharcan.

—Eres gilipollas —dice en voz alta mientras se levanta en busca de un pañuelo de papel.

El paquete de clínex está junto al ordenador. ¿Música? Sí. Quiere oír algo que le ayude. Antes lo ha intentado con Maná, pero ha sido peor el remedio que la enfermedad. Todas sus canciones le recuerdan a ella: cada letra, cada acorde. Finalmente, se da por vencido y deja de escuchar a su banda preferida. Esperaba que esto fuera un mal transitorio. Compartir grupo favorito con la chica que te acaba de romper el corazón implica que, además de perderla a ella, pierdes las canciones que te la recuerdan.

Busca en el archivo de música. Canciones en inglés. Christina Aguilera.
Beautiful. Play
.

Every day is so wonderful

and suddenly, it's hard to breathe.

Now and then, I get insecure…

"Cada día es tan maravilloso. Y de repente, es duro respirar. Ahora y entonces, me siento inseguro…".

El chico vuelve a la cama. Se acuesta de lado con las manos juntas pegadas a la cabeza. Un nuevo pinchazo le atraviesa, el pinchazo de la angustia.

Suena la puerta y Mario rápidamente se seca las lágrimas que le quedan en la manga de la camiseta. Con desgana se sienta en la cama.

—Pasa.

Su hermana, vestida de viernes por la tarde, entra en la habitación. Lleva una minifalda cortísima, unas botas que le llegan casi a las rodillas y demasiado escote.

—Me voy a dar una vuelta… —Miriam se da cuenta de que su hermano tiene los ojos enrojecidos. Además, esa canción…—. ¿Estás bien? Tienes los ojos rojos, ¿has llorado?

—No, será que me acabo de despertar.

—Será eso —dice la chica no muy convencida—. Si te pasa algo, puedes contármelo, ¿eh?

—No me pasa nada, no te preocupes.

Se observan en silencio hasta que ella vuelve a hablar.

—Bueno, no insisto. Me voy con mis amigas… —Miriam se queda por un momento pensativa. Quiere decir algo para animarlo—. ¿Sabes que una de ellas dice que estás muy bueno?

¿Una de sus amigas? ¿Paula?

—¿Quién dice eso? —pregunta tratando de mostrar calma, pero ansioso de saber la respuesta.

—Diana. Dice que no estás nada mal.

Decepción.

—A Diana, hasta Bugs Bunny le parece que está bueno.

Miriam ríe ante el comentario de su hermano aunque, en realidad, lleva razón.

—Bueno, pequeño, me voy. Por cierto, ¿cómo llevas Matemáticas? Creo que eres de los pocos de la clase que se entera de algo…

—Porque el resto pasáis de todo.

La chica vuelve a reír.

—Puede ser. Ya me echarás una mano… Bueno, ahora sí que me voy con estas. ¡Y escucha algo más alegre, hombre, que es viernes por la tarde! Seguro que cuando me vaya te dedicas a resolver derivadas. Las Matemáticas parecen tu novia…

Miriam se despide con un besito imaginario y cierra la puerta.

¡Qué hermana tan divertida! ¿Derivadas? ¿Matemáticas? ¿A quién le importa todo eso cuando acaba de sufrir el mayor palo de su vida?

—Las Matemáticas son una mierda. Todo es una mierda.

Pero pronto Mario se iba a arrepentir de haber insultado a sus "queridas" Matemáticas.

Capítulo 10

Ese mismo día de marzo. Ya ha anochecido.

Está sentada en uno de los sillones de salón. Tiene las piernas cruzadas y una sonrisa de oreja a oreja a pesar de aquel "tenemos que hablar" que se ha encontrado cuando ha llegado a casa.

¿Le iban a echar otra bronca? ¡Qué más da! Es feliz. La tarde ha sido increíble. Tanto que ojalá hubiera durado para siempre. Aún saborea en sus labios el último beso de la despedida.

Minutos antes.

Paula: "Gracias por este día y por el de ayer. Han sido perfectos".

Ángel: "Nada habría sido perfecto sin ti".

Paula, suspirando: "Me tengo que ir. No hace falta que me acompañes hasta casa hoy".

Ángel: "Quiero hacerlo".

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