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Authors: Blue Jeans

Tags: #GusiX, Infantil y Juvenil, Romántico

Canciones para Paula (45 page)

BOOK: Canciones para Paula
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Ha mirado varias veces de refilón, por encima del hombro, hacia la esquina de las Sugus. Ha tropezado con los ojos y la sonrisa de Diana en un par de ocasiones y también con la mirada de Paula. La ha visto distinta, triste, como si supiese lo que él está pensando.

Está guapa. Muy guapa.

En el recreo hablará con ella. ¿Pena? Ninguna. ¿Acaso ella sintió ayer cuando le mintió? No.

Es preciosa.

La clase está alborotada. Siempre pasa entre horas cuando se va el profesor y se espera el siguiente. Hay ruidos, gritos, carcajadas… Algunos se fuman un cigarro a escondidas; otros aprovechan para copiar deprisa y corriendo los ejercicios que no han hecho en casa; incluso alguna chica saca el móvil y manda un SMS a un novio cibernético que vive en otra punta del país.

Paula se levanta de la silla. Ella no puede esperar hasta el recreo. Falta demasiado. Bastante se ha comido ya la cabeza durante la clase de Matemáticas. Se siente mal, por ella, por Mario, por todo. No debió engañarlo. Camina hasta el otro lado del aula, con un nudo en la garganta, sin saber muy bien qué decir. ¿Por dónde empieza la disculpa?

Diana la observa. La ve aproximarse a Mario. Esos dos… No sabe ni qué ni el porqué, pero algo sucede en su interior, cerca del corazón, en esa cajita invisible donde se almacenan los sentimientos. Son celos, pero no quiere admitirlo. No: una Sugus no puede sentir celos de la otra Sugus. Y Mario no es ni su novio ni el de ella. Se gira y empieza a hablar con Miriam de alguna cosa intrascendente, uno de esos temas típicos de Diana, una de esas cosas que la alejan del chico de quien se está enamorando.

No, no es su novio.

—Hola, ¿ocupado?

Paula agacha la cabeza. No puede mirarle a los ojos. Duele.

Mario la ha visto llegar o, al menos, acercarse. Quizá ella no fuera a verlo a él. Es lo que suele pasar. Pero esta vez la chica ha terminado delante de su mesa, en el otro extremo de la clase. Ha pensado cientos de frases para ese momento, millones de palabras que decirle; ha ensayado toda la noche, tirado en la cama, abrazado a la almohada y suspirando con lágrimas en los ojos. Ruegos, preguntas y verdades a la cara. Sin embargo, ahora su mente se queda en blanco.

—No —se limita a contestar.

—Oye, Mario… ¿Podemos quedar a estudiar esta tarde?

No hay convencimiento en las palabras de la chica. No es una disculpa, solo intenta pasar la página.

El chico tampoco sabe qué responder. Todos sus planes se han venido abajo. No tiene valor. A la hora de la verdad, él no es capaz de negarse a nada que ella le pida. El pecho se le contrae, la garganta se le seca y las palabras no fluyen. Opresión.

En centésimas de segundo trata de convencerse a sí mismo, reunir valentía para gritarle que se olvide de él, que se vaya, que ya no puede más. ¿No ha sufrido ya bastante?

—Vaya… Tienes muchas cosas que hacer.

—No es eso. Lo cierto es que…

"Estoy enamorado de ti y me estás haciendo la vida imposible. No te basta con no quererme, con liarte con otro delante de mí, más guapo, más maduro, mejor que yo. No te vale con hacer que mi existencia sea un infierno, que no piense en otra cosa que en tus ojos, tus labios, tu cuerpo perfecto. No es suficiente para ti que ya ni siquiera pueda oír nuestras canciones porque me pongo a llorar como un bebé. No basta todo eso sino que, además, me mientes. Me siento humillado. Haces que me preocupe por ti, me dejas plantado y no me cuentas la verdad".

—Estás enfadado conmigo, ¿verdad?

Por fin Paula mira a los ojos a su amigo. No, no puede pasar página así como así. Mario enmudece. Todo cambia en su mente de pronto. La ira, el enfado, el sufrimiento, las ganas de contarle la verdad, su verdad, se esfuman. Observa cómo los ojos claros de Paula se humedecen y brillan. No es esa chica segura y deslumbrante que arrasa con su presencia allá donde va: ahora es frágil, débil.

—Bueno…, no. No estoy enfadado.

—Lo siento, Mario. De verdad. He sido una estúpida. Lo siento.

Una lagrima. Y otra. Un sollozo silencioso en medio del enjambre de voces que gobierna la clase, testigo involuntario del momento. La rendición de la princesa.

El chico no sabe qué decir. Ahora menos que nunca. Pero tiene que hacer algo. Se pone de pie, a su lado, en la esquina opuesta en donde habitan las Sugus. Es más alto que ella y no puede sostenerle la mirada. Es demasiado increíble: esos ojos castaños, brillantes, inmensos, han eliminado de él cualquier tipo de resentimiento. Sus cuerpos están cerca. Y la abraza. Intenta consolarla. Paula pasa sus brazos por la cintura y apoya la cabeza contra uno de sus hombros.

Es un instante mágico. La vida de Mario vuelve a tener sentido. En unos segundos, esos segundos maravillosos, crece, madura, gana la confianza con la que no nació.

—Vale, no te preocupes. No ha pasado nada. No estoy enfadado —susurra, mientras le da un toquecito en la espalda.

—No debí mentirte. Se me fue de las manos. Perdóname.

—Te perdono. Te perdono.

"No te vayas Paula. Quédate abrazada a mí para siempre. No te vayas. Paula".

La clase estalla en un ruido atronador de sillas y de mesas arrastrándose. Llega el siguiente profesor, el de Filosofía.

El abrazo terminal Los chicos se separan. Ambos sonríen.

—Me voy rápido, que viene el de Filo.

—Vale. ¿Pasas por mi casa a las cinco? —pregunta Mario—. Tenemos mucho que estudiar.

—Vale. A las cinco estaré allí, te lo prometo.

Le da un beso en la mejilla y corre a su asiento sorteando a cuantos compañeros se cruzan en el trayecto.

Mario la observa. Ella lo mira cuando llega hasta su mesa y lo saluda con la mano sonriente. Él la imita.

Su mejilla arde, casi tanto como su corazón, que late de nuevo, deprisa, acelerado.

No era lo que había previsto. Jamás pensó que aquello fuera a resolverse de esa manera. ¿Cómo iba a imaginarlo? Pero se alegra, aunque sabe que, con toda seguridad, continuará sufriendo por ella.

Capítulo 59

Esa mañana de marzo, un poco más tarde, en un lugar de la ciudad.

Tal y como pensaba, el profesor no le ha recriminado por faltar a la primera clase. Se ha limitado a sonreír, darle la bienvenida y repasarla de arriba abajo. No esperaba menos. Ese escote y las medias negras siempre dan resultado.

Irene cruza las piernas y simula que atiende a las explicaciones de este hombre que se muere por llevársela a la cama.

El chico con quien fue a cenar también la observa. Está decepcionado. Nada más verla, se ha acercado y ha intentado establecer una conversación con ella. Quería salir otra vez por la noche, quizá para algo más que para cenar. Irene se ha negado otra vez. Un polvo, un buen polvo, sí le apetece, pero ahora tiene cosas más importantes en las que pensar.

El desayuno con Álex no ha ido mal. Su hermanastro aún es poco amable y simpático con ella, pero nota cómo la mira nervioso, inquieto. Tal vez, a través del deseo llegue hasta él.

Siempre logra lo que se propone. Siempre.

Entre palabras y palabras aburridas del profesor cincuentón, un ruido inesperado interrumpe la clase: es un móvil, el de Irene. Se ha olvidado de ponerlo en silencio. Es un SMS.

Todos los ojos se centran en la chica del vestido morado que, azorada, pide disculpas sonriendo. Un murmullo invade el aula y, sin embargo, nadie la reprende.

Irene saca el teléfono del bolso y lee rápidamente el mensaje. Por fin lo que estaba esperando desde anoche: ¡Paula!

"Hola, Álex. Perdona por tardar en responder. Lo siento, esta tarde tengo que estudiar a las cinco, ya he quedado con un amigo. Pero si quieres podemos vernos a las siete y media u ocho en el mismo sitio. ¿Qué te parece? Tengo curiosidad por saber qué eso tan urgente que tienes que decirme. Contesta cuando puedas. Un beso".

Picó el anzuelo.

—Profesor, ¿puedo salir un momento? Es mi madre, que me quiere decir no sé qué cosa muy importante.

—Claro, claro, pero no tarde en volver.

La chica se levanta con el móvil en la mano sin dejar de esbozar una pícara sonrisa. Ninguno de sus compañeros pierde detalle. El profesor también contempla la escena.

Irene camina hasta la puerta, coqueta, con el vestido ligeramente subido y andares de modelo. Su contoneo eleva la temperatura corporal de los asistentes masculinos.

¡Qué sencillo es contentar a un hombre…! Seguro que cualquiera de esos estaría dispuesto a lo que fuera por ella. Se vanagloria de su poder y sale.

No hay nadie en el pasillo. Se apoya contra la pared y lee otra vez el mensaje que le ha mandado Paula. A las siete y media a las ocho… Mejor, así no tendrá que faltar a más clases. Tampoco hay que abusar. Piensa lo que tiene que poner y comienza a escribir. Mientras teclea, algo le pasa por la cabeza. ¿Y si Álex desde su móvil le llama o le envía SMS? Espera que no. Al menos hoy no.

Esa misma mañana de marzo, en otro lugar de la ciudad, instantes después.

—¿Qué murmuráis?

La hora del recreo. Paula llega hasta el escalón en el que sus amigas están sentadas comiendo chucherías y patatas. Cuchichean sobre alguna cosa. Tienen un plan, un nuevo plan, pero ella no puede saber nada.

—Hablamos de ti —indica Miriam, soltándose el pelo para recogerlo de nuevo en una coleta.

—¿De mí?

La recién llegada no se sienta junto a las otras tres. Ahora llamará a Ángel, a quien tiene que contarle lo de sus padres. ¿Cómo se lo tomara?

—Claro, ¿de quién si no? Eres la estrella del momento. Tienes un novio que te envía rosas rojas a clase y te "secuestra" en horas de instituto, un amigo escritor que está buenísimo, sales en la tele, conoces a famosos, todos los chicos están pendientes de ti, tu cumpleaños es el sábado… La palabra
popular
ya te queda corta.

Paula se sonroja al oír a su amiga hablar. Es cierto que todo eso está pasando, pero ella es la de siempre. La misma. Y no le da tanta importancia a su situación actual, por más que esta sea dulce, muy dulce. Pero no se considera especial por ello.

—¡Bah, exagerada! Eso le puede pasar a cualquiera. Es una racha buena, nada más.

—No seas modesta. Eres una Sugus. Así nosotras podemos presumir de ti, de que te conocemos —bromea Cris.

—Qué tontas estáis, ¿eh?

—Yo creo que deberíamos hacer camisetas con tu foto y el nombre del grupo para venderlas. Nos sacarían un pastón —propone la mayor de las chicas.

—Se te va a la cabeza. Cada vez te pareces más a Diana, ¿verdad?

Pero la aludida, no está prestando atención.

—¿Diana?

—¡Diana, despierta!

Entonces la chica, que oye su nombre y siente el zarandeo de Cristina en el hombro, se da cuenta de que es con ella. Lleva unos segundos ausente, sin prestar atención al resto.

—¿Qué decíais de mí?

—Pero, chica, ¿dónde tienes la cabeza? ¿En qué piensas?

—En mi hermano, está claro —dice Miriam, guiñando un ojo.

—Pero, ¿qué dices, loca? ¡Ya estamos con lo mismo!

—No te preocupes, si todas hemos estado enamoradas alguna vez… Ya es hora de que te tocara.

―No estoy enamorada.

¿O sí? Si no lo está, aquellas sensaciones se parecen mucho a lo que describen como amor. Y sí, estaba pensando en Mario. En Mario y en Paula. En aquel abrazo que hace un rato vio, en la punzada que sintió en su interior. ¿Un abrazo de amigos? Sí, seguro que era eso. Además, qué más da: ella no es su novia y Paula tampoco lo es. Entonces, ¿por qué se siente tan mal?

―Ya, seguro, ¡Dame un beso, cuñada!

Miriam se lanza encima de Diana, pasando por encima de Cris. Trata de esquivarla, pero finalmente los labios de una contactan con la mejilla de la otra.

―¡Cuando quieres, eres insoportable! —exclama Diana, que sonríe mientras se frota el rostro.

Las demás Sugus también ríen.

El móvil de Paula suena entonces. Acaban de enviarle un SMS. Saca el teléfono del bolsillo y lee el mensaje que acaba de recibir. Es de Álex, desde ese número nuevo:

"Vale. Perfecto. Entonces de siete y media a ocho te espero. Ya te lo contaré todo. Un beso, Paula"

La chica sonríe. Siente curiosidad, quizá demasiada. Y le apetece verlo.

Mira el reloj. Solo faltan diez minutos para que termine el recreo.

—Chicas, os veo en clase.

—¿Te vas?

—Sí, tengo que llamar a Ángel.

—¿Su correo es [email protected] —suelta Miriam, de repente.

—Sí, ¿cómo lo sabes y por qué me lo preguntas? ―responde Paula desconcertada y sorprendida.

―Lo sé porque soy muy lista y lo pregunto para confirmarlo. Te importa que lo agregue.

En realidad ha cotilleado entre las cosas de Paula mientras esta hablaba con Mario en el descanso de la primera y segunda clase. Necesitaba el móvil o el correo de Ángel, y en su agenda estaba apuntado.

―No, claro. Pero…

―¿Puedo agregarlo yo también? ―Interviene Cris.

―Esto…, chicas…

―Ya que estamos, me uno, no voy a ser menos ―señala Diana.

Paula mira a sus amigas, ¿Qué traman? No tiene ni idea, pero le resulta extraño que se comporten así. Hay gato encerrado, pero no tiene tiempo de pararse a investigar.

―Vale. Agregadlo. Pero él es mío, que lo sepáis.

Y sin decir nada más, se da la vuelta y busca un lugar tranquilo desde el que hablar con su novio.

Capítulo 60

Esa mañana de marzo, en otro lugar de la ciudad.

El cierre del número de abril se acerca y el nerviosismo se nota. El jefe corre por la redacción de un lado para otro, tenso, malhumorado, injuriando a este y a aquel por una foto mal puesta, un título sin sentido o un artículo incompleto. Ángel sonríe al verlo tan alterado. Eso es el periodismo: tensión a contrarreloj. Constantemente se mira la hora; los minutos pasan más deprisa que en cualquier otra profesión, por no hablar de la incidencia que tiene cada frase que se publica. Lectores implicados examinarán con lupa y opinarán sobre cualquier cosa que se escriba. Eso significa que, si eres un buen periodista, te debes acercar lo máximo posible a la realidad. Una información a destiempo o incorrecta puede provocar un terremoto mediático, aunque solamente pertenezcas a una pequeña revista de música.

Sentado delante del PC, Ángel repasa todo lo que ha escrito Katia. La entrevista está muy bien. También le gusta cómo ha quedado la noticia del accidente. Sí, es un buen trabajo y está satisfecho.

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