Coge el libro y lo abre por donde lo había dejado. Aquel separador… Recuerda entonces al chico del Starbucks. Con todo lo que ha vivido en las últimas 24 horas, apenas había pensando en él. Era muy guapo, con esa sonrisa perfecta.
Va al final del libro y lee de nuevo la dirección de correo de aquel desconocido: [email protected].
Siente curiosidad ¿Por qué no? La chica se sienta de nuevo ante su PC, abre su MSN y agrega la dirección del joven del Starbucks.
¿Estará conectado?
Paula no conoce la razón, pero siente un ligero cosquilleo dentro.
Transcurren unos minutos y no hay señales de que aquel chico esté en su ordenador. La joven se impacienta.
"¿Qué le pasa a todo el mundo esta noche, que nadie responde?".
El ruidito característico del Messenger le anuncia que uno de sus contactos acaba de conectarse. Es Mario.
Paula, sorprendida, lee el nuevo nick de su amigo: "La vida es una mierda. El amor es una mierda. Las Matemáticas son una mierda". Además, la imagen de su ventana es una rosa negra.
"Pobre. Seguro que alguna chica le ha dado calabazas. Qué pena, con lo buen chico que es. Algunas no saben lo que se pierden…".
Quiere decirle algo, pero no sabe por dónde empezar. Bueno, lo que importa es que se anime y que vea que hay más caminos. Que esa chica se lo pierde. Pero en ese momento un nuevo contacto del MSN de Paula se conecta. Alexescritor está en línea.
En ese mismo momento en otra parte de la ciudad.
Está conectada. ¿Habrá leído el nick?
Mario no sabe qué hacer. ¿Le escribe? ¿Espera a que sea ella la que le diga algo? Tiene ganas de contarle cómo se siente: contarle que tiene el corazón roto; desahogarse y soltarlo todo… Pero por otro lado eso es imposible. Ella es precisamente el motivo de su dolor. No puede hablarle como si nada. Aquello es una tortura. Un laberinto sin salida. Su cabeza, además, no deja de reproducirle la imagen de Paula besando a aquel chico a la salida del instituto. Y cada vez que lo recuerda, siente que se quiere morir. Es como en aquel tema de Mecano que le viene a la mente,
Cruz de navajas
, cuando el protagonista de la canción, que casualmente se llama Mario, encuentra a su chica, María, besando a otro en la calle.
¿Le dice algo?
¿Y si ahora está hablando con él? O, lo que es peor, ¿y si están juntos en su habitación?
Ese último pensamiento desmorona por completo el ánimo de Mario. No tiene ganas de nada. Y sin pensarlo más, apaga el ordenador y vuelve a la oscuridad de su habitación.
Viernes de marzo por la noche.
Llega a casa con ganas de escribir. Se siente inspirado. Rápidamente, Alex enciende el ordenador para adentrarse en su novela. Julián y Nadia le esperan en
Tras la pared
. ¿Escena de sexo? Quizá.
Mañana comenzará con su plan. Desea que el señor Mendizábal tenga todo listo temprano. ¡Qué gran favor le está haciendo! Aunque los resultados son completamente inciertos: es una idea un poco descabellada, pero su intuición le indica que puede funcionar. No pierde nada por intentarlo.
Antes de ir al Word, pasa por su MSN para mirar el correo electrónico. Alguien desconocido le quiere agregar. Acepta.
Es una chica. Tiene escrito en mil colores su nombre, Paula, y su nick es "Mariposas bailan en mi pecho. TQ. Gracias por todo".
¿Será la chica del Starbucks? Está conectada. ¿Le escribe? Pero ella se anticipa.
—Hola. ¿Se puede pasar?
Alex se lo piensa. Le apetecía mucho escribir, pero la curiosidad le gana. Y con esa chica, la curiosidad es aún mayor.
—Sí, adelante, aunque no sé muy bien quién eres.
—¿No me reconoces?
—Tengo una ligera idea, pero no estoy muy seguro. ¿No me vas a decir quién eres?
—Soy Paula. Lo pone en mi nick. ¡Qué poco te fijas! —un icono sonriente termina la frase.
—Ya me había fijado en eso, pero no conozco a ninguna Paula.
—Sin embargo, yo sí sé quién eres.
—Es normal: tú me has agregado.
—Claro, porque tú me diste tu dirección. Bueno, más bien me la escribiste.
"¡Es ella!"
—¡Ah! Entonces eres la chica de la cafetería. Ya no me acordaba de que te había dado mi MSN —miente.
—Seguro —icono guiñando un ojo.
—Pues soy Álex, encantado.
—Yo, Paula, encantada.
¿Y ahora? ¿Por dónde llevar la conversación? Ambos están unos segundos sin decir nada. Finalmente, Álex opta por el camino más sencillo.
—¿Has terminado ya el libro?
—¿
Perdona si te llamo amor
? No. Precisamente estaba leyéndolo antes de agregarte.
—Ah.
—Por cierto, un gesto muy… ¿simpático? Me refiero al de escribirme al final tu correo y cambiarme el libro.
Álex se sonroja. ¿Se está riendo de él? No. Si al final ha decidido agregarle, será por algo, ¿no?
—Yo soy así.
—Jajaja.
—¿Qué te hace tanta gracia?
—Tú. Que seas así.
—Te recuerdo que fuiste tú la que se manchó el labio y la nariz de café o lo que fuera aquella bebida. Y la que se dio un golpe en la cabeza al levantarse.
—Ya no me acuerdo de eso.
—Tienes mala memoria.
—He estado muy ocupada.
—¿Leyendo el libro?
—Más bien viviéndolo.
Álex no ha entendido esa última frase, pero no pregunta sobre lo que ha querido decirle.
—¿Y qué te está pareciendo?
—¿Eso no me lo preguntaste ya ayer?
—Sí, pero te fuiste a hablar por teléfono.
—Ya. Pero cuando regresé eras tú el que te ibas.
—Tenía clases.
—¿Clases de…?
—Saxofón.
—¿Tocas el saxofón? ¡Qué guay!
—Bueno. Me gusta la música. Hablando de música…, mira esto.
Álex le pasa a Paula el siguiente archivo http://es.youtube.com/watch?v=4w7ShnVt3dE
La chica lo abre. Es un montaje de
Perdona si te llamo amor
con una preciosa canción italiana de fondo. Durante cuatro minutos y veintiún segundos, ambos disfrutan del vídeo.
—¡Me encanta! —escribe Paula mientras vuelve a ponerlo—. ¿Lo has hecho tú?
—Sí, aunque la canción no tiene que ver con la película.
—¡Ah!, ¿también hay una película?
—Claro, de ahí son las imágenes que ves. Pero el tema que he puesto es de Massimo Di Cataldo y se llama Scusa ma ti chiamo amore.
Paula no escribe. Ve terminar el vídeo una vez más. Le entusiasma la canción. Es preciosa. Va a ponerla otra vez cuando mira el reloj de su ordenador. Esto le lleva a pensar en Ángel. Es tarde y aún no la ha llamado.
Sin decir nada a Álex, coge su móvil y marca el número de su chico. Nada. Apagado. ¿Pero dónde se ha metido?
Siente el cuerpo flojo y los brazos pesados. Nota cómo le pican los ojos y cómo se forma un nudo en la garganta. ¿Qué estará haciendo?
—Hola. ¿Sigues ahí?
Es la frase con la que Paula se encuentra al volver al ordenador unos minutos más tarde. De repente, se le han quitado las ganas de todo. Echa de menos a Ángel. Quiere oírle. Siente una gran impotencia por no poder comunicarse con él de ninguna forma.
—Sí, estoy aquí. Perdona, me llamaron —miente Paula—. De todas formas me tengo que ir ya.
—Sí, yo también. Se ha hecho tarde y mañana madrugo.
—¿Un sábado? ¿También tienes clases?
—No, pero he quedado para que me den una cosa.
—Bueno, no te entretengo más entonces. Que descanses.
Es una pena. Se va. Y quién sabe hasta cuándo. ¿Qué impresión le habrá causado a Paula? Tiene ganas de conocerla más. Una idea sacude en esos momentos la cabeza de Álex. ¿Se atreve a proponérselo? Lo medita unos instantes y por fin se decide:
—Paula, antes de que te vayas… ¿tienes algo que hacer mañana por la mañana?
La chica lee con sorpresa la pregunta de aquel chico. Le ha dado muy buena impresión. No solo es guapísimo y con una sonrisa perfecta sino que es simpático, y le gusta su capacidad de conversación. Sin embargo, la última frase le desconcierta un poco. —¿Por qué me lo preguntas?
—Es que necesito ayuda, alguien que me eche una mano por la mañana.
—¿Qué tipo de ayuda?
—Queda conmigo y lo verás.
—¿Me estás pidiendo que quede contigo, que apenas te conozco, un sábado temprano, para ayudarte a algo que no me vas a decir lo que es? ¿No te parece todo un poco extraño?
—Mirándolo así, suena raro… Pero quiero que quedes conmigo. —Ahora es Álex el que pone un icono guiñando un ojo.
Paula no sale de su asombro. ¡Qué atrevimiento! Pero en realidad siente curiosidad. Y la compañía no está nada mal. Además, mañana por la mañana no tiene nada que hacer. Pensaba que tal vez pudiera pasar el día con Ángel, pero eso, a estas alturas de la noche, lo ve como algo imposible. No es nada malo ayudar a un amigo que la necesita, ¿no? Pero ¿ese chico puede considerarse amigo? ¿Y qué tipo de ayuda necesita? Cuánto misterio.
—No sé, Álex. ¿No me puedes decir para qué es?
—No, tendrás que confiar en mí.
Paula suspira. Se pone de pie. Coge el móvil y vuelve a llamar a Ángel. Una vez más se encuentra con una voz grabada indicando que el móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura. Impotente, molesta, triste, lanza el teléfono contra la almohada de su cama.
—Está bien. ¿Dónde quedamos y a qué hora?
¿Ha aceptado? Álex no se lo puede creer. ¡Ha aceptado!
Precipitadamente, escribe la dirección del lugar en el que deben reunirse a las diez de la mañana y le explica cómo ir.
Una curiosa felicidad le inunda aunque no entiende la razón de esa alegría repentina.
—Espero que esto no sea una broma —añade Paula.
—No lo es. Te agradezco mucho que vengas a ayudarme.
—Me vas a tener en ascuas hasta mañana, ¿verdad?
—Sí.
—Bueno, no insisto más. Por fin he dado con alguien más cabezota que yo.
—No soy cabezota —responde Álex.
—Sí lo eres.
—No.
—¿Ves cómo sí lo eres?
—Vale, quizá un poco.
Ambos sonríen al mismo tiempo, cada uno en su habitación. En la distancia. Sin tan siquiera ver que el otro también está sonriendo. Paula olvida por unos segundos a Ángel: por unos instantes, nada de lo que ha ocurrido en esos dos días ocupa su mente.
—Bueno, Álex. Te veo mañana entonces.
—Muy bien. Te esperaré. Buenas noches.
—Buenas noches. Un beso.
—Otro.
La chica desconecta su Messenger. Luego escucha una última vez la canción de Di Cataldo. Se tumba en la cama y se queda dormida con el móvil debajo de la almohada.
Álex permanece en el ordenador. Esta conversación le ha inspirado aún más de lo que ya estaba. Mientras escribe no deja de pensar en el día siguiente. Sí: mañana puede ser un gran día.
La noche anterior.
Katia conduce su Audi rosa con capota negra por las calles de la ciudad. A su lado está Ángel. Apenas han cruzado palabra. La cantante lo mira de reojo de vez en cuando. No parece muy contento sino más bien preocupado.
Van en dirección a la redacción de la revista donde él trabaja. Un semáforo en rojo. El coche se detiene. Ella aparta la vista de la carretera y se gira hacia él.
—¿Estás enfadado?
Ángel no dice nada. Ni siquiera la mira.
—Vale, queda claro. Estás enfadado —protesta Katia, apretando con fuerza el volante con las dos manos.
El semáforo cambia a verde y el Audi rosa acelera haciendo chirriar las ruedas.
—No estoy enfadado —dice por fin Ángel.
—Pues sí que lo parece.
—Es solo que…
Katia frena bruscamente. En un lugar prohibido, aparca en doble fila ante la mirada atónita de su acompañante.
—No nos vamos de aquí hasta que me cuentes qué te pasa.
—Pues… Supongo que es una tontería.
—Suéltalo ya.
—¿Por qué me has besado?
La chica del pelo rosa cambia su expresión. Muestra entonces una de esas sonrisas tranquilizadoras.
—¡Era eso! Te ha sorprendido que te diera un beso en los labios…
—Es normal. No todos los días una chica que acabas de conocer te besa en los labios sin esperarlo.
—Te tendría que haber avisado. ¿Con un cartelito, quizá? —se burla ella.
—No me ha hecho gracia —señala Ángel frunciendo el ceño.
—No te enfades. Ha sido un pico cariñoso. Nada más.
—¿Sueles ir dando por ahí "picos cariñosos" a todo el mundo?
Katia mira hacia arriba haciendo como que piensa.
—Pues…, contándote a ti ya van… sesenta y cuatro —responde y suelta una pequeña carcajada a continuación. Luego vuelve a hablar más serena ante los ojos acusadores del chico—. Ángel, no le des más vueltas. Ha sido solo un impulso cariñoso. Nada más.
El joven periodista no lo tiene tan claro. Ni eso, ni otras cosas. Puede que Katia esté haciendo ahora como que ha sido algo sin importancia, no premeditado. Pero la realidad es que le ha besado en los labios. Pero, ¿y él? ¿Qué ha sentido cuando ha notado los cálidos y dulces labios de la chica del pelo de color rosa? Eso tal vez le confunde más.
—Está bien. Si tú dices que ha sido un detalle cariñoso e impulsivo, te creo. Pero a partir de ahora solo nos damos la mano, ¿eh?
Katia sonríe y Ángel también termina haciéndolo.
El Audi rosa se vuelve a poner en marcha.
La noche es un entramado de luces y oscuros. De sonidos. De ruidos indescifrables. Katia canta en voz baja mientras conduce. Ángel está más tranquilo aunque algo en su interior parece alborotado.
De nuevo un frenazo brusco. El coche se detiene.
—¿Qué pasa ahora? Tienes que aprender a frenar, ¿eh? Si no, en dos meses no tienes discos de freno.
—¿Te apetece que entremos ahí a tomar una copa? Estoy seca —dice Katia, señalando un pequeño pub, cuyas letras luminosas rezan "Rounders".
—Katia, tengo que recoger los papeles de la redacción. Y mañana debo madrugar.
—Por favor… Por favor —ruega ella. Ahora más que nunca parece una chica de quince o dieciséis años.
—No puedo, Katia. De verdad que…
—Déjame invitarte aunque solo sea a una copa. Para compensarte que hayas venido y como disculpas por el beso. Por favor. Por favor…
El periodista se niega unas ocho veces. Katia insiste con sus "por favor, por favor" otras tantas.
—¡Vaaaale! Pero una, y nos vamos —termina diciendo. La chica aplaude y va a darle un beso, pero se da cuenta y termina alargando la mano para estrecharla. Ángel sonríe y se la da también a ella. Nota su piel suave. Sus dedos pequeños, afilados.