—Es normal —contesta él tratando de mostrarse sereno—. Mira, abre el cuaderno por la primera página y léela.
Paula obedece y, mientras lee, escucha la voz de Álex:
Hola, querida lectora o querido lector. Espero que esté teniendo un buen día. ¿Sorprendido? Yo lo estaría. No me extenderé mucho para no hacerle perder tiempo. Esto que acaba de encontrar es el comienzo de
Tras la Pared
, una novela que en estos momentos se está escribiendo. Cada día coloco un trocito en www.fotolog.com/tras_la_pared. Es la historia de Julián, un escritor en cuya vida se cruza una chica de catorce años.
¿Qué es lo que busco o pretendo con este adelanto de catorce páginas? Que lo lea. Y, si le gusta, puede seguir la historia en la dirección que he puesto arriba. Como ya he dicho, cada día escribiré un fragmento.
También le pido que, una vez que haya leído este dosier, si así lo ha decidido, deje la carpetita encontrada en otro lugar visible para que otras personas puedan leerlo. Una especie de boca en boca.
No sé si tendrá éxito, pero fue una idea romántica que tuve y no pude, ni quise, frenarla. Yo sólo quiero saber si realmente valgo para esto. Y cuanta más gente opine, mucho mejor.
Así que le ruego que no se quede con
Tras la Pared
, y, por favor, tras leerlo y anotar la dirección indicada, déjelo en algún lugar donde más personas puedan verlo.
No es un juego. Bueno, realmente sí lo es. Pero, más que un juego, es el intento de cumplir un sueño: el de ser escritor. Y usted está formando parte de ello y puede cambiar la vida de una persona.
También le dejo la posibilidad de comunicarse conmigo a través de [email protected]. Así podré saber si esta locura está teniendo éxito.
Y nada más, querida lectora, querido lector. Espero no defraudarle en las siguientes páginas y que, de una u otra manera, este proyecto llegue a su meta.
Muchísimas gracias por su respeto, amabilidad y especialmente por su tiempo.
Se despide atentamente,
El Autor.
Paula no sale de su asombro. Aquella idea es…
—Si he entendido bien, lo que pretendes es dejar estos cuadernillos por la calle y que la gente los encuentre.
—Así es, pero no en cualquier sitio. Tenemos que buscar lugares en los que las personas que los encuentren realmente crean en esto. Como un golpe del destino. Como si fuera el cuadernillo el que encontrara a la persona indicada, y no al revés.
A Álex se le iluminan los ojos al hablar. La chica lo mira embelesada. No había oído una idea tan romántica jamás. Quizá aquello no sirviera de nada, pero qué bonito intento de cumplir un sueño. ¡Y ella estaba formando parte de eso!
—Y quieres que yo te ayude a buscar esos sitios…
—Pues sí. Si tú quieres, claro.
—¡Por supuesto! Pienso que estás fatal de la cabeza. —Y suelta una carcajada—. Pero me encanta la idea que has tenido. Será muy divertido.
Álex esboza una tímida sonrisa. Por lo menos piensa que va a ser divertido. No está mal. Loco, pero divertido. Y lo será. Con ella aún más.
De una de las mochilas saca diez cuadernillos y los mete en la otra. Después se la coloca en la espalda. La menos pesada se la da a Paula.
—Para ti —dice, entregándole la mochila más ligera a la chica.
—¡Hey! No hacía falta que me quitaras ninguno… Estoy fuerte —indica, mientras se remanga y enseña el bíceps del brazo derecho.
El muchacho la mira divertido y la ayuda a colocarse la mochila en la espalda. Con un pequeño saltito se la acomoda mejor.
—Podemos irnos.
—Un momento —interviene Álex—. Aquí es donde ha comenzado todo, así que aquí dejaremos el primero.
Y, esperando que nadie lo vea, haciéndose el despistado, deja caer el fino dosier sobre el banco en el que han estado sentados.
—¿Nadie nos puede ver? —pregunta la chica al observar la estrategia de Álex.
—Mejor que no. Perdería de alguna manera la magia. O quizá nos devolverían el cuaderno como a quien se le ha olvidado o caído algo…
—Vale. Sigo pensando que estás fatal de la cabeza…, pero me gusta todo esto. El próximo me toca a mí.
Paula no sabe por qué, pero está muy ilusionada. Se siente como si volviera a la infancia. Es como una yincana, como ir a la caza del tesoro, solo que ellos son los que esconden el cofre, no los que lo buscan.
Los dos chicos caminan pausadamente, uno al lado del otro. Miran a izquierda y derecha constantemente. Buscan un lugar donde ella entregará al destino la copia número dos del comienzo de
Tras la pared
. El sol continúa tallando en aquella mañana de marzo.
De repente Paula sale corriendo. Álex la sigue sin correr, pero caminando deprisa.
—¿Qué te parece aquí? —pregunta ella refiriéndose a un gran árbol que da sombra en una pequeña plaza.
Álex lo observa con atención. Es viejo, robusto. El tiempo lo ha mermado, pero conserva algo de imperial. Está como desubicado, rodeado de delgados y jóvenes árboles que le escoltan. La sensación es que no pertenece al lugar en el que se encuentra enraizado.
—Me gusta —contesta alegre.
Paula está satisfecha con su hallazgo. Espera a que pasen de largo un par de personas y, cuando cree que no la ve nadie, se agacha nerviosa y deposita el cuadernillo en las faldas del viejo árbol. Rápidamente, coge a Alex del brazo y continua andando como si nada hubiese pasado. Una sonrisa ilumina la cara de la joven por completo.
Una biblioteca es el siguiente objetivo. ¡Qué mejor sitio para dejar el adelanto de un libro! La pareja entra. Paula vigila mientras el chico esconde uno de los ejemplares bajo la alfombra de la entrada. No lo cubre totalmente, deja la mitad al descubierto. Nadie los ha visto.
Ahora están en una juguetería. Mientras Alex conversa con la encargada para entretenerla, Paula sitúa un cuadernillo detrás de un pingüino gigante de peluche.
Visitan una tienda de discos antiguos. Dentro del vinilo Abbey Road de los Beatles, la chica, por indicación de Álex, introduce otro de los dosieres plastificados.
Los siguientes emplazamientos en los que dejan un cuadernillo de
Tras la pared
son debajo de un cojín en forma de corazón en una tienda de regalos, en el columpio de un parquecito, al lado de unas rosas en la entrada de una floristería, en la puerta de un colegio y en el portal de una casa de época. También eligen las escaleras mecánicas de unos grandes almacenes, una tienda de golosinas, los pies de una estatua y el asiento de un descapotable aparcado que impresiona a Paula.
Cogen el metro. En la estación sueltan alguno, dentro del vagón dos o tres más, bajo los asientos… Hasta en una máquina de Coca Cola. Y en un fotomatón.
Empieza a hacer un poco de calor. Es más de mediodía. La pareja lleva caminando casi dos horas.
—¿Quieres que entremos en aquel Starbucks? —pregunta Álex.
La chica asiente. Recuerda entonces la primera vez que se vieron. ¡Qué coincidencia! Ella llegó allí de rebote, mientras esperaba a Ángel. Él, antes de sus clases. Se encontraron debajo de la mesa cuando él fue a ofrecerle un pañuelo porque ella se había manchado de caramelo. Qué vergüenza pasó… Y luego,
Perdona si te llamo amor
. Lo que es el destino. Dos personas leyendo el mismo libro, en el mismo lugar, al mismo tiempo…
Paula y Álex piden sus bebidas. En esta ocasión algo fresquito para saciar la sed y mojar los labios. Suben a la planta alta de la cafetería y se sientan. Hablan animadamente de la experiencia: si aquel tío les miraba como si supiera que iban a esconder algo, de aquella señora que no se iba nunca, de si seguro que en determinado sitio el que lo encuentre lo leerá…
Sonríen. Paula se siente parte del cuento de Álex, un cuento no escrito, pero que está viviendo. Es guapo. Muy guapo. Y tiene esa sonrisa…
—¿Me esperas un momento?
—¿A dónde vas? ¿A esconder algún cuadernillo?
—No, al baño. Ya sabes…, cada mes, las chicas… —insinúa Paula tranquilamente, pero haciendo enrojecer a Álex.
Mete su mano en el bolso y esconde lo que necesita bajo la manga. Sin querer, lo deja abierto.
—Te espero aquí —dice el chico, que se maldice por la pregunta anterior.
Paula sonríe y entra en el baño.
Álex absorbe su bebida por la cañita de plástico. Está muy feliz. ¿Qué más puede pedir? Está intentando cumplir un sueño y ella es su ayudante. Pero ¿qué siente realmente por ella? No es momento de planteárselo. Ahora toca disfrutar de este día, de estos momentos de juego. Su locura podría ser el principio de algo.
¿Quién sabe?
Sin esperarlo, una música sale del bolso abierto de Paula, acompañada de un sonido vibrador. Está excesivamente alta. Toda la gente que se encuentra en la cafetería mira hacia él. El teléfono, por el impulso de las vibraciones, se sale del bolso. El tema de The Corrs suena con más fuerza aún.
Álex no sabe qué hacer. Se oye incluso un shhhh desde alguna mesa. No quiere, pero tiene que contestar.
—¿Sí…?
—¿Paula? —pregunta la otra persona, que sin duda no esperaba oír una voz masculina.
—No, soy un amigo. Ella está en el… Ahora no está. ¿Quién la llama?
—Otro amigo. Ya la llamaré.
—Pero si viene ense…
Pero a Álex no le da tiempo a decir nada más porque Ángel acaba de colgar.
El chico se queda pensativo unos segundos antes de meter de nuevo el móvil en el bolso. Ha visto el nombre de quien ha hecho aquella llamada. ¿Quién será ese Ángel? Tal vez el novio de Paula. Pero no, se ha presentado como un amigo. Sin embargo, ¿por qué ha colgado de esa manera?
Paula regresa del baño. Álex observa su caminar resuelto, alegre, juvenil. Es una chica increíble. Tarde o temprano tendrá que plantearse qué siente de verdad por ella.
La chica se sienta sonriente frente a él.
—Te han llamado por teléfono. No iba a cogerlo, pero tienes la música demasiado alta y todo el mundo miraba. No me ha quedado más remedio que contestar… Perdona.
La joven se alarma. ¡Sus padres! Reza para que no hayan sido ellos. A toda prisa saca el móvil del bolso y busca en "llamadas recibidas".
—Siento si he hecho mal… —insiste Álex, al verla tan preocupada.
Paula respira hondo. No han sido sus padres, ha llamado Ángel. Entonces cae en la cuenta de que en las últimas horas no ha pensado en él. Por fin se ha dignado a dar señales de vida. Siente la tentación de llamarlo, pero no es el momento. Tampoco quizá es lo que deba hacer después del plantón de anoche. Se debate entre estar enfadada, aliviada, molesta o alegre. Definitivamente, cree que no es buena idea llamarlo. Ya volverá a hacerlo él.
Con tranquilidad vuelve a guardar el teléfono móvil en el bolso y sonríe a su acompañante como si nada.
—¿Está todo bien? —quiere saber él.
—Muy bien —responde ella.
Pero Álex no la cree. Detecta cierto malestar, quizá no con él o tal vez con el chico de la llamada.
—Casi he terminado, ¿nos vamos? —propone Paula buscando cambiar de tema. No quiere pensar en Ángel.
—Sí, yo también he acabado.
La joven da un último sorbo y se seca los labios con una servilleta de papel.
—¿Dejamos aquí otro de los cuadernillos?
—Sí, es buena idea.
La pareja se levanta y, sobre la mesa en la que han estado tomando sus bebidas, abandonan a su suerte otro de los cuadernillos de
Tras la pared
.
En ese mismo momento, ese día de marzo, en otro lugar de la ciudad.
En el apartamento suena el estribillo de
She will be loved
, de Los Maroon 5.
Ángel está desconcertado. Camina nervioso de un lado a otro de la habitación. Sinceramente, no sabe lo que pensar. ¿Quién es ese tipo que le ha cogido el teléfono? Ha dicho que era un amigo de Paula. Pero ¿desde cuándo los amigos cogen el teléfono de sus amigas? Parecía un chico joven. Tenía hasta la voz bonita.
Está nervioso. ¿Celoso? No, él no es celoso. O eso es lo que dice. Además, ¿qué razones tiene para estarlo? Ninguna.
Le duele la cabeza. La resaca continúa, y eso no le deja reflexionar con soltura.
En cierta manera le está bien empleado que Paula lo deje por otro.
¿Pero qué dice? Eso no puede ser. Si sólo metió la pata anoche, y solo llevan saliendo dos días…
Tal vez Paula le haya estado ocultando algo todo ese tiempo. Una pareja, un lío, un medio novio, un amante. Quizá él es solo uno más.
Tiene que tranquilizarse. No sabe ni lo que dice. ¿Un amante? Está hablando de una chica de dieciséis años… ¿Desde cuándo las adolescentes tienen amantes?
Ángel se sienta, cruza las piernas, pone la mano derecha en la barbilla, descruza las piernas… Coge una revista y la ojea pasando las páginas rápidamente. Pronto se cansa de ella y la suelta.
¿Quién era ese?
No puede hacer una montaña de un grano de arena. Posiblemente era un amigo de clase. Sí, eso. Habrán quedado para estudiar. ¿Un sábado? Es que es sábado. Y los sábados por la mañana no se estudia.
Pasan unos minutos.
¿A qué espera Paula para llamar? ¿Estará enfadada? Tiene derecho a estar molesta por lo del día anterior. Pero, ¿quién era ese? No ha tardado mucho en buscarse a alguien que la consuele…
Pasan más minutos.
Paula no da señales. ¿No le va a llamar?
Ángel coge el móvil. Busca el número de Paula. No, no es buena idea que la llame. No le toca a él. Además, ¿y si aparece de nuevo el chico de antes?
Ya llamará ella.
Sí, lo hará.
Ese día de marzo, en algún lugar de la ciudad.
Álex y Paula continúan su misión, tras descansar un buen rato sentados en un Rodilla, donde se han comido un par de sandwiches cada uno. Ya han repartido más de cincuenta cuadernillos de
Tras la pared
y sus mochilas cada vez son más ligeras.
Desde que salieron del Starbucks la chica está menos habladora. Sonríe poco. Álex lo ha notado y cree saber el motivo o, al menos, lo intuye. Posiblemente, aquella llamada tiene que ver con que esté más distante, como ausente. Aún así, la joven se muestra en todo momento agradable, tratando de que no se note demasiado que algo le pasa. Intenta participar lo máximo posible de la aventura, pero cuando Álex no la mira, se evade. Se distrae pensativa. Él lo sabe, pero no quiere meterse donde no lo llaman.
De vez en cuando, Paula abre su bolso y mira si Ángel la ha vuelto a llamar. Sabe que no pues el tono de los Corrs no ha sonado, pero no puede evitar comprobarlo. ¿Debe llamarlo ella? No, ya lo hizo suficientes veces anoche. No es por orgullo: simplemente cree que es él quien debe dar el paso.