Paula intenta detener a su amiga agarrándola por una pierna. Sin embargo, esta tira con fuerza y escapa.
—¡Qué va a ser tarde! Nunca es tarde para el amor.
Diana alcanza el aparato que está en el escritorio y empieza a investigar en la guía de teléfonos.
—Diana, por favor, suelta mi móvil.
Paula se pone de pie sobre la cama y entre un revuelto de mantas y sábanas avanza hasta su amiga, que afanosa continúa la búsqueda.
—"Andrea, Andy, Andrés Gómez"… Aquí está. Ángel… ¿"Ángel Cari"?
Diana suelta una carcajada mientras Paula se sonroja. Miriam y Cris, que observan la escena divertidas, también ríen.
—No lo llames. Es muy tarde. Estará durmiendo.
—¿Un sábado? ¡Venga ya! Estará por ahí de fiesta o en su casa de botellón.
—¡Que sueltes el móvil! —grita Paula desesperada.
—Este botoncito verde es para llamar, ¿no? A ver…
La chica pulsa el botón y se coloca el teléfono en la oreja.
—¡Diana! ¡No!
Sin pensarlo, Paula salta desde la cama sobre su amiga. Diana no puede esquivarla y chocan golpeándose las cabezas. El móvil se escurre de las manos de Diana y, antes de que suene el primer "bip", cae al suelo abriéndose por la mitad.
Miriam y Cristina, asustadas, se levantan presurosas hasta las otras dos chicas.
—¡Por Dios, qué porrazo! ¿Estáis bien?
—¡Qué dolor! Pero tú… ¡¿te crees Catwoman?! —exclama Diana sin parar de frotarse el lado derecho de la sien, que es donde se ha dado el golpe.
Paula está tumbada en el suelo también quejándose. Se pasa varias veces la mano por la cabeza para comprobar que no sangra.
—La culpa ha sido tuya por hacer lo que no debías. Qué cabeza más dura tienes.
—Tú no puedes hablar de cabeza dura. Ya verás el cuerno que me va a salir aquí…
—Para tener cuernos, hay que tener novio o ser una cabra —comenta Cris riéndose, al darse cuenta de que sus dos amigas están bien.
—Creo que Diana va más por la segunda opción —se burla Miriam.
Todas sonríen menos Diana, que ya se ha puesto de pie. También Paula, que sigue tocándose la cabeza.
—Estáis muy graciosas hoy, ¿no? Encima, esta me intenta matar a cabezazos. ¡Y pensar que tengo que pasar la noche con ella en la misma cama! Tendré que tener un ojo abierto por si acaso.
Paula no dice nada y sonríe ante los exagerados lamentos de su amiga. Mientras Diana sigue refunfuñando, recoge las dos partes del móvil que aún permanecen en el suelo y suspira.
—¿Se ha roto? —pregunta Cristina.
—Pues no lo sé —contesta Paula mientras une las mitades.
Intenta encenderlo, pero nada. Vuelve a probarlo, pero sigue sin funcionar.
—Parece que no funciona —apunta desolada.
El teléfono pasa por las manos de las cuatro amigas, pero ninguna consigue encenderlo.
—Nada, esto no va. Vas a tener que esperar a que te lo arreglen el lunes… —comenta Miriam.
—Lo siento, Catwoman. Es culpa mía —señala Diana, avergonzada.
Paula se acerca a ella y le da un beso en el lugar donde la golpeó. Diana le corresponde con un cariñoso achuchón.
—Chicas, vayámonos a dormir. Mañana será otro día.
Todas están de acuerdo y, tras los correspondientes besos y abrazos de buenas noches, se acuestan en sus respectivas camas.
La luz se apaga.
También el ánimo de Paula está un poco apagado. No ha hablado con Ángel y ahora siente que tenía que haberlo llamado. Nota un gran vacío dentro. Tiene miedo; miedo de perderlo.
Quizá el que el teléfono se haya roto sea la señal, el indicio, de que aquella historia que acaba de empezar quién sabe si ha terminado.
La mañana siguiente traerá la respuesta.
Esa noche de sábado de marzo, en las afueras de la ciudad.
Hola.
Encontré tu dosier con las primeras páginas
Tras la pared
y sólo quería decirte que me encantó; me encantó la historia, me parece que está muy bien escrita, tiene ritmo y engancha; pero lo que más me gustó es la idea increíblemente creativa, fresca y romántica de difundirla. Eres una de las miles de personas que hacen que está vida tenga misterio, encanto y aventura. Gracias. (Tal vez te haya llamado la atención lo de "miles". ¿Te parecen muchas? No tantas, desgraciadamente. Piénsalo. Somos muchos millones).
Voy a retener tu historia una semana, lo siento, pero es que tengo el interés que la lea un amigo mío al que también le gusta escribir. Pero no te preocupes, para compensarte mañana fotocopiaré el dosier, lo meteré en una carpeta exactamente igual a la tuya y la dejaré en algún sitio en el que crea que va a tener éxito. (¿Qué te parece un Starbucks?).
Bueno no me enrollo más. Solo desearte que tengas la suerte que esperas y mereces.
Un saludo,
María.
Este e-mail es lo primero que Álex encuentra al abrir su cuenta de correo electrónico. No puede evitar una gran sonrisa. La aventura de los cuadernillos tiene sus primeros frutos. En seguida contesta a María para darle las gracias por sus palabras.
No deja de sonreír. Está entusiasmado.
Mientras redacta la respuesta, piensa en Paula. Ella forma parte de aquella historia. Le hubiera encantado estar junto a ella y que juntos hubiesen descubierto aquel e-mail. Pero Paula no estaba allí.
Una sombra de desilusión aparca su euforia. ¿Volverán a verse? Cae en la cuenta en que no le había pedido el teléfono, ni ella tampoco ha hecho nada por conseguir el suyo. La ilusión se desvanece por completo.
Hablaran por MSN, sí. Pero, ¿quién sabe cuándo? Quiere volver a verla ya. Lo desea con todas sus fuerzas.
El recuerdo de sus rostros a pocos centímetros en la FNAC al caerse
Perdona si te llamo amor
de la estantería le devuelve la sonrisa. Fue uno de esos momentos mágicos que quedan en la retina para siempre. Sueña despierto. Busca en sus archivos y pone el vídeo que al día anterior ella y él vivieron juntos. Separados, pero unidos por aquella canción y la historia de Federico Moccia.
—Bonita canción.
Una voz femenina irrumpe a su espalda.
Álex gira y ve a Irene caminando hacía él lleva un pijama más propia de verano que del mes de marzo, con una camiseta descolgada de hombros y un pantalón excesivamente corto.
—No te he oído llamar.
—No he llamado. La puerta estaba abierta y he entrado.
—Pues es de buena educación llamar a los sitios antes de entrar.
—Lo tendré en cuenta.
La chica se acerca hasta Álex y se inclina a su lado para observar lo que está viendo en el PC. Huele muy bien.
—¿Has hecho tú ese vídeo? —le pregunta sorprendida.
El joven percibe su aliento y su perfume muy cerca, demasiado cerca, tanto que aparta un poco su cara de la de Irene. Luego pulsa el stop y detiene el vídeo.
—Sí, pero ya termina.
—¡Hey, no lo apagues! Quiero verlo.
La chica estira su brazo para alcanzar el ratón del ordenador apoyando su pecho en el hombro izquierdo de Álex, que siente un escalofrío con el contacto. Sin embargo reacciona a tiempo y evita que su hermanastra consiga su objetivo interponiendo su cuerpo entre ella y el ordenador.
—Para, Irene, pareces una niña pequeña.
—Solo tengo dos meses menos que tú… —protesta.
Irene desiste de su empeño y, quejosa, se sienta en la cama. Luego se deja caer en ella boca arriba. Álex la mira de reojo y suspira.
—¿No tienes sueño? Estarás cansada del viaje.
—Sí, lo estoy.
—Pues ya sabes, a la cama.
—Estoy en ella.
—A la tuya.
—Aguafiestas.
—Sigo pensando que te comportas como una niña pequeña. Irene se levanta de la cama resoplando, pero con cierto aire divertido en su expresión, se acerca a Álex de nuevo, se agacha y le besa en la mejilla.
—Me voy a mi cuarto. Buenas noches, hermanito.
Lentamente, Irene se acerca hasta la puerta y sale de la habitación. Su hermanastro lo contempla inquieto. Paciencia. Van a ser unos meses difíciles con ella en la misma casa.
Intenta rehacerse, volver al instante en el que estaba antes, pero es imposible. Lo mejor es irse a dormir.
Es el final de un día mágico que no sabe si algún día se vuelva a repetir.
Esa misma noche, en el centro de la ciudad.
Ángel dando un brinco.
—¡Paula!
Nadie responde a su voz. Está completamente solo, tumbado en uno de sus sillones de su apartamento. Todo está oscuro. Únicamente una tenue luz penetra por una de las ventanas. Mira el reloj en la penumbra: apenas consigue ver que es la una de la mañana. Se ha quedado dormido. Y además, ha tenido una pesadilla.
Ha soñado que está dentro de una piscina. Reina la tranquilidad. El agua muy azul. De pronto aparece ella, Paula, con la misma ropa de baño que el día anterior, cuando juntos disfrutaron en la Casa del Relax. La chica se sienta a su lado. No hablan, solo se observan. Ríen. Todo parece tranquilo… no existe el ruido. Nada se interpone entre la pareja de enamorados. Paula cierra los ojos y Ángel la imita. Espera ansioso el beso de su joven amada. Espera. Y espera. Pero este no llega. ¿Y sus labios? Extrañado, vuelve abrir sus ojos. Paula no está. ¿Adónde ha ido? Busca a su alrededor. No hay nadie. Pero, un momento…, ¿qué es aquello? Una sombra se desplaza bajo el agua lentamente a unos pocos de metros. ¿Es ella? ¡Es ella! La chica se aleja despacio, boca abajo mecida por unas extrañas olas que la piscina está provocando. Tiene los brazos en cruz. Ángel grita, pero de su boca no sale ningún sonido. Lo intenta una y otra vez sin ningún resultado. Nervioso, prueba a nadar tras
ella. Es inútil no consigue moverse. Un fuerte chapoteo suena en alguna parte. Parece que alguien se ha lanzado a la piscina. Sí, Ángel comprueba como un socorrista nada hacía la chica. Su agilidad es asombrosa, tanta que en pocos segundos alcanza a la joven. Acto seguido le da la vuelta y la examina con cuidado. El socorrista agarra con delicadeza a Paula por debajo de la espalda y de la nuca y la conduce hacía uno de los bordes de la piscina. Él solo consigue sacarla del agua sin aparente dificultad. La muchacha parece inerte. Sin embargo, en ningún momento en el rostro de aquel musculoso joven brotan signos de tensión. Ángel vuelve a tratar de nadar. Fracasa. Es como si le hubiesen atornillado los pies al fondo de la piscina. ¿Cómo estará Paula?
El socorrista tumba a Paula en el suelo y se sitúa agachado a su lado. Le acaricia el pelo mojado y se inclina. Su boca se aproxima a la de ella, que permanece con os ojos cerrados. Los labios de ambos se unen. No es el habitual boca a boca que se realiza en estos casos. Parece un beso. Sí, no hay duda que es un beso.
Ángel deja de gritar en silencio. No puede creer lo que está viendo. Su incredulidad es mayor cuando Paula comienza a reaccionar. Abre los ojos y contempla agradecida a su fornido salvador. Sin despegar sus labios de los de él. Vuelve a cerrar los ojos y el beso continúa ante los ojos de Ángel que de nuevo, desesperadamente, grita el nombre de la chica de la que está enamorado.
¡Paula!
Esa misma noche, en otro punto de la ciudad.
La música está a todo volumen en la discoteca.
Katia acaba de terminar su actuación en una de las salas, la mayor de todas. Más de quinientas personas se han congregado para escuchar a la cantante más popular del momento en un concierto privado.
Pero hoy no ha sido su mejor día. No tiene la cabeza donde la debe de tener: en el escenario. Su mente está perdida en otra dirección.
La joven de pelo rosa, cóctel en mano, entra acompañada de un actor poco importante en uno de los salones vips del inmenso local. Una pareja común de ambos les ha presentado y les siguen detrás. Es el precio de la fama.
Durante gran parte de la noche, entre copas, mentira y piropos, el actor intenta seducir a la cantante. Sin embargo Katia rehúye a cualquiera aproximación y, bien entrada la madrugada, coge su Audi rosa y se marcha de la fiesta. En su nuevo y caro reloj, las agujas marcan las cuatro de la mañana. Ni un solo minuto ha dejado de pensar en Ángel.
Esa madrugada de marzo, en otro punto de la ciudad.
¡Será posible…! No hay forma de que pegue ojo. La cinco de la madrugada.
Está desesperado ¿Por qué está así de nervioso? Mario sabe la respuesta: Paula.
El lunes ella y él estudiarán juntos a solas. Lleva todo el sábado haciendo planes: qué se pondrá, qué le dirá, qué explicará…
Demasiada presión. Tanta que lleva dando vueltas en la cama cuatro o cinco horas. Cuando cierra los ojos, inmediatamente si corazón se acelera incomprensiblemente, entonces, los vuelve abrir. Como platos.
No puede ser. Debe encontrar algo que lo hago dormir. ¿Contar ovejitas? Menuda estupidez.
Sin embrago, Mario cierra los ojos y lo intenta.
Nada que hacer, sí realmente aquello había sido una estupidez.
Esa misma madrugada de marzo, en el centro de la ciudad.
Las seis de la mañana. Ángel se despierta y se duerme cada media hora. Está siendo una noche horrible. Tiene un sentimiento de culpabilidad enorme. Puede perder a Paula por una cabezonería. Aunque ¿quién era el tipo que le cogió el teléfono?
Da igual quién fuera. Eso ahora es secundario. Quiere a Paula. La necesita.
Una vez más se levanta de la cama. El teléfono está en una mesita. Lo coge y lo vuelve a mirar. Qué estúpido ha sido. Suspira y lo suelta de nuevo.
Regrese a la cama, son las seis y cuarto de la mañana. Ni una manta ni una sabana está en su sitio. En aquel amasijo de ropa intenta recobrar el sueño.
Pero esta vez no por mucho tiempo ya que un ruido repentino e incesante asusta a Ángel, que de un tremendo salto sale de la cama. El ruido de su teléfono móvil, que a las seis y veinte asusta al silencio de la madrugada.
Casi de día, ese domingo de marzo, en una parte de la ciudad.
Una mano balancea delicadamente el hombro de Paula, con tacto y cuidado para no sobresaltara. Sin embargo la chica no se despierta y duerme profundamente. El ritmo de su respiración es acompasado y constante. El segundo se produce con un poco más de vehemencia.
—Paula… ¡Paula!
Primeros resultados: la joven agita la cabeza y trata de apartar las manos inconscientemente, como quien intenta quitarse de encima una mosca.
—Paula, despierta. Paula…