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Authors: Blue Jeans

Tags: #GusiX, Infantil y Juvenil, Romántico

Canciones para Paula (47 page)

BOOK: Canciones para Paula
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Vienen Miriam y Cris. Las acompañan dos chicos de segundo con los que dialogan animadamente. Están bastante buenos. Los cuatro sonríen y al llegar a la puerta del instituto se despiden. Diana también los saluda cuando pasan por delante de ella. Miradita a los jeans.

—¡Que se te van los ojos, amiga! —suelta Miriam, dándole una palmadita en el hombro.

—Capulla. Bueno, ¿qué han dicho? ¿Vienen? —pregunta a sus amigas.

—Sí, estos dos sí. Manu no lo sabe y Sergio tampoco. Tienen mucho que estudiar —contesta la mayor de las Sugus—. ¿Tú has mandado los e-mails?

—Sí, ya están avisados.

—Muy bien. Entonces todo está bajo control ya. Esta tarde iremos Cris y yo al hotel a reservar la habitación.

—Vale.

Las tres Sugus sonríen. Al principio no se decidían por el hotel al que invitarían a Paula a pasar la noche con Ángel. Tenía que ser un sitio apropiado para su primera vez. Finalmente, y aunque su precio está un poco por encima del presupuesto pensado, encontraron el lugar perfecto.

—¿Y a la farmacia? ¿Vas tú o los compramos nosotras?

—Pues…

El profesor de Gimnasia sale en esos instantes del edificio. Pasa por su lado y las saluda con seriedad. Las chicas le corresponden con una sonrisa fría y un leve gesto con la mano.

—No sé si en casa tendré alguno —continúa diciendo Diana, cuando el de Gimnasia se ha alejado lo suficiente para no oír de lo que hablan—. Compraré una por si acaso.

—¿Y no es mejor que de eso se encarguen ellos? —interviene Cristina.

—Sí, pero con los nervios del momento igual hasta se les pasa. Así que mejor que seamos previsoras. No vaya a ser que por no tener condones se les fastidie el plan.

Unas alumnas de segundo de la ESO escuchan lo que Miriam dice y esbozan una sonrisilla.

—Qué crías —protesta Diana, que sigue mirando hacia el interior del instituto.

—Déjalas. Con esa edad… Bueno, nosotras nos vamos. ¿Te vienes?

—No. Id vosotras. Yo iré ahora.

—¿Esperas a mí hermano? —pregunta Miriam, sin poder ocultar una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Qué va! A… uno que me tiene que dar una cosa —miente.

—¿A. quién?

—No lo conocéis.

—¿Que no lo conocemos?

Miriam y Cris sueltan una carcajada. Diana se sonroja enojada.

—Bueno. ¡Idos ya! Sois unas pesadas.

—Vale, vale. No te mosquees, ya nos vamos. Esta noche te llamo para contarte cómo nos ha ido —indica Miriam—. Ah, y no te preocupes: mi hermano viene enseguida. Estaba hablando con Paula y estará a punto de salir.

Diana intenta golpear a su amiga con la mochila, pero ella la esquiva y sale corriendo con Cris agarrada del brazo. La Sugus de manzana grita un par de insultos mientras sus compañeras se alejan.

"Son un coñazo cuando se lo proponen".

La chica resopla. Paula y Mario. Juntos. Chasquea la lengua contra los dientes. Esos dos… De nuevo, regresan aquellas imágenes a su cabeza. La de ayer en el pasillo: estaban demasiado cerca. Sí, demasiado. La de hoy, abrazados. Son amigos. ¿Acaso no pueden abrazarse dos amigos? Pero había algo en ellos que… Concretamente, en él. ¡Qué paranoias! Ve cosas donde no las hay. Si Paula tiene novio…

"Bah, no merece la pena esperarlo más".

Diana mira por última vez. Vaya, ahí están. La parejita. Paula y Mario caminan juntos. Están hablando, sonrientes. Ella, radiante, como siempre. Él…, él es mono, tirando a guapo. Sí, sí que es guapo. ¿Por qué no se había fijado antes en Mario?

¿De qué hablarán? ¿Por qué parecen tan felices juntos?

Paula se da cuenta de que su amiga los observa y la saluda con la mano. Mario también advierte su presencia y la imita. Diana sonríe forzosamente y saluda tímida. Entonces no lo soporta más y comienza a andar. Sola. ¿Por qué le duele verlos así? Él no es nadie en su vida. Es el hermano de Miriam, nada más. Ella es una de sus mejores amigas y tiene novio. Entre ellos no hay nada. No, no hay nada. Y si hubiera, ¿qué?

Hace frío. Estúpido viento que la despeina. Estúpido semáforo que la detiene. Estúpida ella por no saber lo que siente. ¿Qué le pasa? No lo entiende.

"Puto semáforo. ¡Cuánto tarda!".

—Hey, ¿por qué no me has esperado?

Una voz la sorprende en su espalda. Una voz inesperada, pero cálida, conocida. Una voz con la que anoche soñó y que ella escucha constantemente. Una voz que la está cambiando, volviendo loca, llevando por un camino hasta ahora desconocido para ella.

Diana se gira y ve a Mario. Está agitado, ligeramente agachado. Apoya las manos sobre las rodillas y respira con dificultad, después de la carrera que se ha dado para alcanzarla.

—¡Ah! Eres tú. Pues no te he esperado porque no sabía que habíamos quedado —responde, intentando mostrar indiferencia.

—Y no habíamos quedado.

—Pues eso. Entonces ¿por qué tenía que esperarte?

—No lo sé. Quizá tengas razón.

El semáforo se pone en verde. Cruzan uno al lado del otro sin hablar y caminan por la calle, en silencio. Diana no tiene ganas de decir nada y Mario no sabe qué decir. Un nuevo semáforo en rojo. Paran. El viento cada vez sopla más frío, con más violencia.

—¡Joder, que frío! —exclama por fin la chica, que se frota los brazos con las manos.

—Sí. Parece mentira, con el calor que hacía estos días. Son cosas de la época del año en la que estamos. Ya se sabe que en primavera…

—La sangre se altera.

Mario sonríe. Sí, la sangre se altera, pero no quería decir eso. Iba por otro lado.

—¿Qué pasa? ¿Te ríes de mí? —refunfuña la chica, que se ha dado cuenta de aquella sonrisa.

—No —responde escueto, sin abandonar su sonrisa.

—¡Ah, bueno! Más te vale. Ahora Diana también sonríe. No sabe el motivo. Se siente mejor, reconfortada.

El semáforo cambia de nuevo de color y la pareja atraviesa el paso de cebra.

—¿Cómo llevas el examen del viernes? —pregunta Mario.

—¿El examen? ¿El de Mates?

—Claro. No hay otro el viernes, ¿no?

¿Se burla de ella? Pues claro que no hay otro. O eso cree.

—Pues… no se me dan muy bien las Matemáticas. Eso de mezclar los números y las letras no es lo mío.

—Solo consiste en poner atención. Las derivadas no son muy difíciles si les coges bien el truco.

—¡Ah! ¿Estamos con derivadas? Mario ríe.

—Ya veo que has estudiado mucho y que en clase estás atentísima.

—Tengo cosas más importantes en las que pensar.

—¿Sí? ¿Como por ejemplo?

"Pues en ti, capullo. Aunque no sé por qué ni para qué".

—No sé. Mil cosas. Las clases me aburren. Y las Mates más toda vía. No entiendo nada.

—Bueno, eso es porque pasas mucho de todo.

—¿Tú crees? —pregunta con ironía.

—Sí, eso creo.

—Ah.

—No te tomas nada en serio. Por eso no te enteras de nada.

Diana se molesta. ¿Quién es él para decirle esas cosas?

—Quizá necesite un profesor particular que me dé clases aparte. Podrías ser tú, ¿no? ¡Ah, no! Que tú ya eres el profesor particular de Paula.

—¿Qué? Bueno, yo…

Sin darse cuenta llegan al lugar en el que deben separarse. Ambos se detienen.

—No te preocupes, ya encontraré a otro que me enseñe. Tres son multitud —indica Diana, con la voz quebrada. Intenta sonreír, pero su expresión no miente.

—Pero…

—Adiós, Mario. Pásalo bien con tus Matemáticas y con Paula esta tarde.

Y con los ojos enrojecidos huye de su lado.

Mario no comprende nada. No entiende la reacción de la chica. Se rasca la cabeza y pensativo se dirige a su casa, donde finalmente esta tarde tendrá "su cita" con Paula.

Capítulo 63

Esa tarde de marzo, en un lugar de la ciudad.

¿Cuánto tiempo lleva allí?

Desde las dos.

Katia mira el reloj. Son las cuatro y diez. ¡Uff! Todavía queda mucho tiempo para que sean las seis. A esa hora ha quedado en recoger a Ángel en la redacción de la revista para ir a tomar café y para que este le cuente algo que no le quiso decir por teléfono. Le ha dado vueltas y vueltas al asunto. Está intrigada. ¿Qué será?

Las cuatro y once. ¿Solo ha pasado un minuto?

Tiene ganas de él, de hablarle, mirarle a los ojos, oír su voz.

¡Pero es que falta tanto aún!

La mañana se le ha hecho larguísima. Iba de un lado para otro, inquieta. No soportaba más quedarse en casa sin hacer nada. Por eso, pasada la una, cogió el coche que le prestó su hermana, un Citroer Saxo de color azul, y se dirigió a la revista en la que él escribe, el lugar donde se conocieron. Necesitaba verlo. Tenía que verlo. ¡Qué desesperación! Y por fin, lo hizo. A las tres y cuarto, Ángel abandonó el edificio para ir a comer, acompañado de su jefe y una chica que debía de ser una compañera de la revista. Katia estuvo a punto de salir del coche y saludarlo, pero habría resultado demasiado forzado, como si le estuviese siguiendo.

Aguantándose las ganas, decidió no bajarse del Saxo.

Durante todo ese tiempo dentro del coche, aparcado enfrente de la redacción en la que trabaja el periodista, ha podido pensar en todo lo que le está sucediendo. No hay dudas sobre algo: definitivamente, ha perdido la cabeza. Y nada menos que por un hombre, un hombre al que no hace ni una semana que conoce.

No está siendo ella. O tal vez esa sea su verdadera personalidad: neurótica, histérica, posesiva. Tiene la sensación de que se está comportando como una de esas maniacas obsesas de las películas, como en aquella tan mala de una estudiante universitaria que se obsesiona con un nadador. Incluso va medio disfrazada para que nadie la reconozca. Lleva un pañuelo en la cabeza con el que cubre su característico pelo rosa

y unas gafas de sol. De esa manera no hay peligro de que ningún fan la descubra. ¿Y si está loca?

No, no será para tanto. Sinceramente, solo existe una palabra que define lo que le está pasando:
amor
. Se ha enamorado por primera vez en su vida. ¿Pero el amor te hace cometer tantas estupideces? Sí. Ya se dice, además, que en la guerra y en e1 amor todo vale. Los besos robados, las noches en su casa y en el hospital, las llamadas de teléfono, aquella espera de incógnito en el coche… ¡Uff! ¿El fin no justifica los medios? Vaya, que maquiavélica se ha vuelto…

Sin embargo, hasta el momento nada le había servido. Nada de nada. Ángel no era suyo. Es más, ella lo está pasando fatal. Su vida en los últimos días se resumía en lágrimas y soledad. Así que la conclusión a la que había llegado es que debía tomarse todo con más calma. Intentar hacerse amiga de Ángel, pero no una amiga de esas con las que hablas una vez al año o que puedes pasar sin saber de ella meses y meses. No: una amiga de las de verdad. Y cuando se diera la oportunidad de algo más, aprovecharla. No era un mal plan. Conseguiría estar cerca de él, conocerlo y darse a conocer más. Y seguro que con el roce…

¡Ups! Ángel y su jefe regresan. Ya no está la otra chica con ellos.

La cantante se agacha y los observa con cuidado para no ser descubierta. Hablan de forma distendida. El director de la revista le estará contando alguna historia graciosa porque Ángel sonríe constantemente. ¡Qué guapo es! ¡Cómo le gusta su sonrisa!

La pareja está a punto de pasar por delante del Saxo. La chica se agacha aún más, tanto que no ve la calle, solo el interior del vehículo. Sería un desastre si la descubrieran. ¿Qué diría?

Pero se muere por verlo. Suspira y se arma de valor. Asumiendo un gran riesgo, se asoma. Y allí está él. Cerca, casi a su lado. Puede sentirlo, oye su risa, sus pasos. Katia no lo pierde de vista ni un instante. Imagina que van juntos de la mano, caminando como una pareja de enamorados, directos a alguna parte donde desahogar sus deseos más ardientes. Sin embargo, poco a poco, la figura de Ángel se va alejando. ¡Nooo! Está lejos, cada vez más lejos, hasta que termina desapareciendo dentro del edificio de la redacción.

"¡Joder! ¿Ya? ¿Y si entro en el edificio yo también? Las cuatro y veinte. ¡Dios!".

Katia se incorpora. Se sienta bien y, frente al espejo retrovisor, se arregla el pañuelo de la cabeza que se le ha descolocado.

Luego mueve el cuello a un lado y a otro. Le duele. Pero enseguida sus ojos vuelven al pequeño espejo, a su rostro reflejado en él. No se reconoce. Quizá no es ella. Es una extraña sensación, como si otra persona estuviera actuando con su cuerpo. ¿No sería que el golpe que se dio en el accidente le está afectando más de lo que pensaba?

No, no es por eso. Es por Ángel. Él la ha transformado. Ha conseguido, sin saberlo y sin quererlo, que ella haya perdido el rumbo.

Sus labios están secos. Los humedece delante del espejito. Mejor. En el cristal del coche solo aparece su boca. Y sonríe, sin saber por qué, sin saber que es ella la que lo está haciendo, Sonríe.

Sí, cada vez se parece más a la estudiante de aquella película que se obsesiona con el nadador de quien se había enamorado.

Solo espera que su obsesión no llegue a tanto.

Esa misma tarde, minutos después, en el edificio de enfrente.

—Entonces, ¿te vas a pasar la tarde estudiando?

—Sí. Estoy yendo ya para la casa de un amigo que me va a explicar el examen de Mates del viernes. Derivadas, ¡uff!

Ángel, mientras escucha, se echa hacia atrás en su silla. Casi pierde el equilibrio. Con un ágil movimiento logra no caerse. Mantiene el móvil apoyado entre el hombro y la cara. Menos mal. Paula no se ha dado cuenta de su torpeza y continúa la conversación como si nada hubiese sucedido.

—¿Un amigo? ¿Qué clase de amigo? —pregunta, haciendo parecer que está celoso.

—¿Cómo que qué clase de amigo? ¿Tú englobas a tus amigos por clases?

Paula capta las intenciones de su novio y le sigue el juego.

—Claro. En mi clasificación hay dos clases. Tú por un lado y todos los demás por otro.

—Ah, así que yo soy tu amiga…

—Entre otras cosas.

—Ahá.

—¿Lo eres, no?

—Supongo. Pero lo que voy a hacer contigo el sábado no lo hago con mis amigos habitualmente.

—¿Habitualmente? ¿Debo con eso entender que ocasionalmente sí?

—Claro, cada día. Me virgo y desvirgo continuamente.

Ángel esboza una gran sonrisa. "Me virgo y desvirgo continuamente". ¡Qué frase para la posteridad!

—Entonces, dada tu experiencia, el sábado tú serás la maestra y yo el alumno.

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