Nunca lo ha confesado, ni siquiera a sus mejores amigas, pero Irene piensa que Álex es el chico de su vida. Los caprichos del destino le han dado la oportunidad de conocerlo muy bien de cerca, de vivir con él mucho tiempo, a pesar de las condiciones poco adecuadas. ¡Hermanastros! En cierta manera, un lío con Álex es algo parecido a cometer incesto. Muchos lo considerarían como tal. Pero por otra
parte no son de la misma sangre, y ella hace tiempo que abandonó cualquier complejo y prejuicio por ese "pequeño" detalle.
Este curso, esa visita temporal de tres meses, es justo lo que necesitaba: tiene tres meses para seducir a su hermanastro.
Semidesnuda, se mira en el espejo que hay en la habitación que va a ser la suya en las próximas semanas. Sí, sin duda armas tiene.
Echará de menos el gimnasio, pero va a vivir en un sitio ideal para hacer deporte al aire libre. Nada mejor que proponerse ponerse a correr todas las mañanas antes de ponerse a funcionar. ¿Empieza hoy? Por supuesto. Está descansada, pletórica. Los domingos son perfectos para empezar algo. Todo el mundo habla de iniciar nuevas experiencias el lunes, con el comienzo de la semana. Ella no. Ganarles un día a los demás, a los que dudan, y dudan y no terminan nunca de hacer las cosas, le hace sentirse fuerte, distinta. En realidad, el curso de liderazgo que va a tomar debería darlo ella.
¿Querría Álex correr con ella? Probablemente no. No, seguro, pero por preguntar no pierde nada. Ataviada solo con las mayas negras ajustadas y un sujetador deportivo camina hasta el cuarto de su hermanastro. Con sigilo abre la puerta y entra en la habitación.
No está del todo oscuro ya que una leve luz entra por la ventana. Ve lo suficiente para contemplar la espalda desnuda de Álex, que duerme boca abajo. La ropa de la cama del chico solo le tapa hasta la cintura. Está más musculoso que la última vez que lo vio sin ropa. Más perfecto si cabe aún.
Y es que, ¿qué chica se podría resistirse a vivir bajo el mismo techo que Álex sin colarse por él?
¿Tendrá novia? No parece, pero le da igual. Confía en ella misma. Tres meses.
Álex se gira y se coloca de lado. Irene avanza hasta la cama y despacio se tumba en el espacio que Álex ha dejado libre. Tiene la espalda y la nuca de su hermanastro a pocos centímetros. Siente la tentación de abrazarlo, pero lo que hace es soplar en su cuello. El joven se estremece y se da la vuelta. Aún duerme.
Ahora los ojos cerrados de Álex están enfrente de los de Irene. Sus bocas muy cerca, tanto como sus cuerpos. La joven acerca aún más sus labios a los de él. Y sopla. Levanta, dulce.
Álex vuelve a estremecerse, pero esta vez sí se despierta. Tiene delante una chica, cerca, muy cerca. Y enseguida, enlaza sus sueños de esa noche con la realidad.
—Paula… —murmura.
—¿Paula? ¿Quién es Paula?
No es la voz de Paula. ¿Quién…?
—¡Irene! —grita, mientras se aleja de su hermanastra —. ¿Qué haces en mi cama?
—Dormir contigo —bromea la chica.
—¿Cuánto llevas aquí?
—Un par de… minutos.
La chica salé de la cama. A pesar de que la luz es escasa, Álex puede ver el cuerpo modelado de su hermanastra, apenas cubierto en su busto y vestido con aquellas mayas ceñidas.
—¿Qué…, qué quieres? —tartamudea sorprendido.
—Voy a correr un rato. ¿Te vienes?
Una sonrisa invade el rostro de la joven, satisfecha por la impresión causada.
—¿A correr?
—Sí. Voy a aprovechar este magnífico lugar para correr por las mañanas para conservar la figura. ¿O es que crees que esto se mantiene solo? —dice, pasando su mano por el abdomen y muslos.
—No, no voy. Es domingo y muy temprano. Es lo que menos me apetece.
—Muy bien, como quieras. Hasta luego hermanito.
Y sale de la habitación sonriendo, convencida de sus posibilidades.
Minutos después.
El sol cada vez hace más notoria su presencia. Será un día caluroso, dentro de lo que cabe en el mes de marzo.
Mientras corre, Irene piensa. "Paula", ese es el nombre de su rival.
Se pregunta cómo será. ¿Guapa? Sí, seguro que Álex no se había fijado en cualquiera. Pero le da lo mismo cómo sea. Tiene un objetivo claro, y no hay chica que pueda cruzar en su camino.
Motivada por su poder mental, acelera el paso. En su MP3 suena
Ilusionas mi corazón
, de esa cantante de pelo rosa que está de moda.
Esa misma mañana de marzo, en algún lugar de la ciudad.
¿Es posible que tomar chocolate con churros se convierta en un encuentro romántico? Sí, al menos para Paula y Ángel.
Sentados frente a una cafetería sentados uno enfrente del otro, la pareja desayuna con la música de la radio de fondo. Suena
Volveré junto a ti
de Laura Pausini. Después de mil arrumacos, achuchones y besos en el parque de los cien escalones, están hambrientos.
—Vamos a jugar una cosa —dice la chica, muy feliz después de la reconciliación.
—¿Quieres jugar más? ¿Aquí, delante de todos? —bromea Ángel.
—No seas tonto. Ya has tenido tu ración por hoy, por lo menos por esta mañana.
—¡Qué dura eres…! —protesta —. ¿A qué quieres jugar?
Paula sonríe. Sólo de imaginar lo que le va a proponer hace que le dé la risa por dentro, pero debe contenerse.
—Tú, de pequeño, ¿no hiciste nunca una fiesta e chocolate con churros?
El joven responde tras pensar en ello unos momentos:
—No, no recuerdo nada parecido.
—Te estás haciendo mayor, cariño. Ni siquiera recuerdas tu infancia
—Que no, ya te digo que no me suena eso del chocolate con churros en una fiesta —señala, fingiendo que se indigna.
—Vale. Te lo explico: consiste en que con los ojos vendados uno le dé al otro de comer. Mojas el churro en el chocolate y me lo das. Y, luego, yo a ti.
—Estás bromeando, ¿verdad?
—No, no. Es en serio, te lo juro.
Paula cruza los dedos corazón e índice de su mano derecha y los besa.
—¿Me estás diciendo que nos vamos a vendar los ojos y nos vamos a dar de comer los churros mojados de chocolate, aquí, delante de todo el mundo?
—Sí, eso es.
La sonrisa de Paula le ocupa toda la cara. Ángel no sebe si su chica está hablando en broma o lo dice de verdad. Sí, parece que va en serio.
—Estás loca…
—¿No te atreves? —pregunta desafiante.
—Pues…
—¡Cobarde!
El joven periodista comienza a tomarse aquella afrenta como algo personal. ¡Que no se atreve?
—Vale, acepto. Juguemos.
—¡Muy bien! ¡Valiente! ¡Así me gusta! —exclama la muchacha, aplaudiendo.
—¿Y quién gana?
—El que se manche menos la cara.
Ángel no tiene muy claras las reglas del juego, pero no puede consentir que Paula piense que es un cobarde.
—Bien, pero ¿con qué nos vendamos?
—Espera.
Paula se levanta y se dirige a la barra de la cafetería. Dialoga con un camarero y, pocos instantes después, este vuelve con cuatro servilletas de tela. Luego regresa a la mesa, sin poder parar de sonreír.
—Toma, dos para ti y dos para mí. Una para que te la pongas en los ojos y la otra para que te cubras y no te manches la ropa.
El chico coge las dos servilletas que Paula le da. Mira hacia un lado y otro: solo hay un par de ancianos y una pareja en toda la cafetería. Pero ¡qué vergüenza…! Aunque él no se va a echar para atrás.
—Venga, juguemos.
—Vale, pero sin trampas, ¿eh? No vale mirar, que te conozco, periodista.
¿Cómo puede decirle eso? Él jamás hace trampas.
—¡Por supuesto que sin trampas! ¡¿Por quién me tomas?!
Paula suelta una pequeña carcajada sabiendo que ha herido el orgullo de su chico a propósito. A continuación coge una de las servilletas y se la anuda en el cuello de la camisa para no manchársela. Ángel la imita. Acto seguido se tapa los ojos con la otra servilleta, atándosela por detrás de la cabeza.
—Comprueba que no veo nada —le dice a Ángel.
El chico la obedece y hace varios gestos delante de ella para asegurarse. Afectivamente, parece que no ve nada.
—Muy bien. Ahora yo.
—Vale. Como comprenderás, yo no podré comprobar si me haces trampa o no. Pero confío en ti cariño.
Ángel resopla y, tras observar que nadie le mira, se pone la servilleta en los ojos en forma de venda.
—Ya está no veo nada.
Y es cierto. No ve absolutamente nada. No le gusta ganar haciendo trampas.
—Perfecto. Confío en ti, ¿eh? —dice la chica, que en esos momentos, lentamente, se quita la servilleta de los ojos —. Empiezas tú.
Paula apenas puede contener una enorme carcajada al ver que al pobre Ángel muy serio, buscando el churro para mojarlo en el chocolate. Sin embargo logra reprimirse para continuar con el juego.
El chico por fin atrapa el churro. Lo moja en la taza y, con torpeza, busca la boca de ella.
—Vamos, cariño, estoy preparada. ¿A qué esperas?
Ángel se inclina hacia delante con el brazo estirado. Las gotas de chocolate caen sobre la mesa. Paula esquiva el churro. El chico lo intenta por la derecha, ella mueve su cara hacia la izquierda y repite la maniobra cuando él se aproxima por el lado contrario.
—Pero ¿dónde estás? —pregunta, desesperado, después de varios intentos fallidos.
—¡Pues aquí! ¿Dónde voy a estar? ¡Qué mala puntería tienes, cariño!
La chica no puede evitar ahora la carcajada ante el malestar de ángel, que sigue insistiendo. Benevolente, por fin, Paula se deja rozar con el churro empapado de chocolate y le permite que le manche un poco la cara.
Su chico sonríe, pero ella no le deja mucho margen y muerde el churro.
—¡Bien! —grita mientras lo mastica —. ¡Por fin has encontrado mi boca!
—Uff, parecía que habías desaparecido… Pero creo que no te he manchado mucho ¿no?
—Luego lo vemos, ahora me toca a mí.
Paula se tiene que poner las dos manos en la cara para soportar la risa. Apenas puede respirar. Ángel, enfrente, abre la boca esperando que la chica le dé su desayuno. Esta empapa un churro todo lo que puede y lo dirige al rostro de Ángel.
El primer impacto es en la frente del joven.
—Pero ¿qué haces? ¡Mi boca está más abajo!. —exclama Ángel.
—Perdona, cariño. ¿Más abajo?
La chica vuelve a mojar el churro, y tras pasarlo por los labios de Ángel evitando que este llegue a morderlo, extiende todo el chocolate por su barbilla y pómulos.
—¡Paula! ¡Me estás poniendo perdido!
Ángel no sabía si reír o llorar. Tiene la cara cubierta completamente de chocolate.
—¡Perdona! ¡Si es que no lo coges!
—¿Cómo que no?
—Venga, otra vez.
La pareja que se encuentra en la cafetería los mira divertidos. Estos enamorados…
Paula moja por tercera vez el churro y esta vez sí se lo coloca justo delante de la boca de Ángel, inclinándose sobre él.
—¡Muerde!
Ángel le hace caso y da un mordisco a su presa.
—¡Muy bien, cariño! —vitorea Paula, que definitivamente no puede para de reír.
A continuación, le quita la venda a Ángel, que se encuentra a su chica justo delante sin los ojos tapados.
—Pero tú… ¡me has hecho trampas!
—Sí. Pero… ¡tú te llevas el premio!
La joven cerca su rostro al de él y lo besa en los labios. Beso de chocolate.
Ángel no protesta y responde el beso de la chica.
Dulce desayuno.
Segundos más tarde, Paula coge su silla y se sienta a su lado. Con la servilleta que no se ha manchado, limpia la cara de ángel mientras no puede parar de reír ante las quejas de este.
—Eres una tramposa. Ni voy a lugar contigo a nada más.
—Ya lo veremos.
Bromistas y alegres, pelean con la servilleta.
En la radio en esos momentos, comienza una canción muy conocida para los dos.
—¡Escucha! ¡es el tema de Katia! ¡Me encanta esta canción!
—Es cierto, no la había reconocido —miente Ángel algo más serio.
—¡Qué bonita es!
—Sí, no está mal.
La joven continúa arreglando el desaguisado que ha hecho en el rostro de Ángel.
—¿La has vuelto a ver?
La pregunta coge desprevenido a Ángel.
—¿A quién?
—Pues a quién va a ser, a Katia.
Ángel duda que contestar. No puede contarle nada. Además, si antes no lo hizo…, ahora sería mucho peor.
—No, no la he vuelto a ver.
—¡Ah, qué pena! Bueno, si la vuelves a ver, pídele un autógrafo para mí.
Ángel traga saliva.
—¿Tanto te gusta?
—Muchísimo, y además… me recuerda a ti.
¡Uff, Lo que le faltaba oír! Se siente muy culpable.
—Bueno, veremos que…
Pero Paula interrumpe a su chico, alarmada al darse cuenta de la hora que es.
—¡Dios, es tardísimo! Mis padres tienen que estar a punto de despertarse. ¡Corramos!
Pero justo en ese momento, en otro lugar, en la habitación de Paula, donde Cris, Miriam y Diana cuchichean sobre qué estará haciendo la pareja, la puerta se abre lentamente.
Esa mañana de marzo, en un lugar apartado de la ciudad.
El silencio de la cafetería quiebra el silencio que reina en la cocina. El café está subiendo. Apaga el fuego y deja que termine de hacerse. Cuando el silbido cesa, lo sirve en una taza con una gota de leche.
Y es que no ha podido seguir durmiendo.
Álex lleva despierto desde que su hermanastra entró en la habitación. ¡Qué idea! ¿A quién se le ocurre levantarse un domingo tan temprano para irse a correr…? pero así es Irene: siempre impredecible.
Aquella chica le pone nervioso, en todos los sentidos. Tienen que reconocerlo: físicamente, siempre había sido muy atractiva, provocadora. Pero ahora tiene un toque seductor, inquietante. Y es mucho más mujer que la última vez que lo vio, sin abandonar aquel carácter infantil que a veces secaba a la luz.
La tentación en casa.
Pero no: es su hermanastra y eso nunca cambiará. No tienen la misma sangre, pero si son familia. Y eso imposibilita cualquier tipo de relación entre ellos. Además está Paula.
Paula…
¿Qué estará haciendo ahora? No lo recuerda bien, pero cree que ha soñado con ella.
Se muere por verla de nuevo… ayer fue uno de esos días mágicos por lo que merece la pena arriesgar. Se alegra de haberle pedido ayuda.
Perdona si te llamo amor
casi une sus labios. ¿Qué hubiese pasado si la hubiera besado?