Los susurros al oído, ya no son tan suaves, y el incesante vaivén de hombros, ahora ya más decididamente más fuerte, por fin consiguen que Paula abra los ojos. Despacio, muy despacio. El flexo de la mesita de noche encendido. Entre nubes y pestañas, consigue ver a su compañera de cama. Ojerosa, contempla cómo Diana asoma una sonrisilla maligna entre dientes.
—¿Qué pasa? ¿Qué hora es?
—Temprano, pero es hora de despertarse.
No pude jurarlo, pero tiene la impresión de que, mientras su amiga le habla, le acerca un objeto para que Paula lo agarre. ¿Es eso un teléfono móvil? ¿Su teléfono móvil? Tampoco está segura, pero ¿no estaba roto ayer por la noche antes de irse a dormir?
La sorpresa y la extraña felicidad en la cara de Diana logran que su proceso normalmente lento para despertarse avance más rápido de lo habitual.
—Toma, es para ti.
Paula duda, termina cogiéndolo. No sabe muy bien que hacer con él.
—¿Qué hago con esto?
—¡Responde, atontada! ¿Es posible que ya no sepas hablar por teléfono…? ¿Tan fuerte fue el golpe en la cabeza ayer?
La chica no entiende nada. No está tan despierta como para entender qué está pasando.
—¿Sí…?
—¿Paula?
Un escalofrío que va desde su abdomen hasta su cuello l recorre por dentro.
¡Es la voz de Ángel!
Desconcertada, mira a su amiga que, sonriente, le hace señas para que siga hablando.
—¿Ángel?
—Hola, Paula.
Parece contento. Su voz suena serena, pero animada.
—¿Pero…? ¿Cómo…?
—Tranquila, Diana me ha contado todo.
—¿Diana?
La chica atraviesa con una mirada fulminante a su amiga, que no para de sonreí.
—Sí. Me ha dicho que por su culpa se te cayó el móvil al suelo y se abrió por la mitad cuando me ibas a llamar. Que lo intentasteis arreglar, qué incluso pusiste la tarjeta en sus teléfonos, pero fue imposible. Hasta que, por fin, hace un rato ella lo ha logrado arreglar después de mucho intentarlo.
Menuda sorpresa. Diana se ha pasado parte de la noche intentando arreglar el móvil… ¡Y lo ha conseguido! Paula cambia su mirada asesina por ojos llorosos y agradecidos. No sólo eso sino que además se ha autoinculpado de que no llamara.
—Es una gran chica… Lo que no entiendo es cómo sabía el código pin de mi teléfono —se pregunta la joven.
—Capulla… Porque estaba claro que era la fecha de tu cumpleaños —responde en voz baja.
—Paula… —interrumpe Ángel—, Paula, te tengo que pedir disculpas.
La joven calla. Quizá ella también deba hacerlo, por haber sido tan cabezota.
—Ángel, mira…
—Paula, déjame terminar. He sido un estúpido. Te debí haber llameo anoche y no lo hice. Te tenía que haber llamado hoy… y tampoco lo hice, después que me cogiera el teléfono aquel chico…
—Yo…
—Paula, perdóname. Necesito verte.
—¿Verme? ¿Cuándo?
—Ya.
Siente frío y calor a la vez. Vuelve a notar ese cosquilleo.
—Pero, Ángel, ahora… Si ni ha amanecido… ¿Cómo…?
—Sí ha amanecido: mira por la ventana.
¡Qué tontería! Se nota que está oscuro todavía. Paula se levanta y se dirige a la ventana para comprobar que no está loca. Descorre las cortinas. Efectivamente, aún es de noche. Sin embargo, casi se desmaya cuando un chico alto con una preciosa sonrisa la saluda con la mano mientras que con la otra sostiene un teléfono móvil.
—¡Estás aquí! —grita descontrolada.
Miriam y Cris, que aún estaban dormidas, se despiertan al oír la voz de su amiga.
—¡Sí, soy yo! Veo que no te has olvidado de mí… —responde jocoso Ángel.
—¡Qué tonto! ¿Cómo me voy a olvidar de ti?
Mientras Paula conversa por el móvil, sus dos amigas recién despiertas hacen continuos gestos queriendo saber qué está pasando. Diana se une a ellas y en voz baja les cuenta todo.
—Bueno, ¿bajas?
—Pero ¿cómo voy abajar?
—Seguro que hay unas escaleras que te levan a la planta baja.
—¡Qué graciosos te has levantado!, ¿no? —protesta la chica que, sin embargo, no puede evitar una sonrisilla nerviosa al final de la frase.
—Debe ser el sueño, apenas he dormido.
—¿No has dormido? ¿Y qué has hecho toda la noche?
—Pensar en ti.
Aquellas palabras derroten a Paula.
Se pone más nerviosa, no sabe que decir. De pronto descubre que está en pijama. Uno de esos de ositos tan infantiles. Se le escapa un "ups" y corre las cortinas de nuevo para que Ángel no la vea.
—No te escondas. Si ya te he visto tu bonito pijama.
Paula enrojece. ¿Cómo la conoce tanto? Sigue sin saber que contestarle. Está en blanco.
Diana, junto a Miriam y Cris, que ya se han enterado de todo, la observan. Paula vuelve a apartar las cortinas y de nuevo se ven el uno al otro. Ambos sonríen.
—Así está mejor —comenta Ángel—. Bueno, ¿qué vas a hacer?
—No lo sé.
—¿No quieres bajar?
—Sí, claro, claro que quiero, pero…
Una zapatilla cruza la habitación e impacta en la espalda de Paula.
—¡Ay!
—¿Te ocurre algo?
—No es nada… Espera un momento, Ángel.
Paula gira y mira furiosa a las tres chicas que ríen.
—Ya os vale.
—Venga, mujer. ¿Quieres irte con él ya, por favor? —reclama Diana.
—Pero ¿cómo? Mis padres… —les dice a sus amigas, tapando el móvil con una mano para que Ángel no la oiga.
—¡Ve con él!
—Pero si me pillan…
—Déjate de tonterías y ve con el chico, que para algo ha venido hasta aquí.
Paula suspira. Sí, tiene razón las Sugus. Ángel ha ido hasta su caza sólo para verla. Quiere y tiene que ir con él. Con un poco de suerte, sus padres no se enteraran de nada.
—Ángel.
—Dime, amor —contesta cariñosamente.
Amor. La ha llamado "amor".
Perdona se te llamo amor
un extraño flash atraviesa su mente: el libro, Álex… qué sentimiento más raro acaba de tener… Confusa, reacciona.
—Dame 10 minutos y estoy contigo.
—Aquí te espero —confirma, feliz, el joven.
—Un beso, te veo ahora.
—Otro beso.
Paula abandona la ventana y cuelga. Sus amigas rápidamente se arremolinan a su alrededor. Están como locas. No han perdido detalle de la conversación.
—¡Te fugas con el periodista! —grita emocionada Diana.
—Shhhh… No gritéis. Vais a despertar a mis padres y entonces se acabó la fuga. ¿Qué digo de fuga? No me fugo con nadie…
—Huida al amanecer. Sí que es romántico.
—No huyo Miriam. Solo voy a bajara a verle. Es que… ¡estáis locas! —exclama en voz baja—. Dejadme, que tengo que vestirme.
Entre comentarios de las Sugus, Paula se viste y se peina a toda velocidad. Incluso tiene tiempo para pintarse un poco, con un toque de vainilla para concluir.
—¿Qué tal estoy? —les pregunta mordiéndose el labio a sus amigas, que las repasan de arriba abajo.
Se ha puesto una camiseta blanca con una rebeca rosa encima y unos ajustados vaqueros azules.
—Psss…, pasable. Insisto: no sé qué tienes tú que no tenga yo —responde Diana.
Las otras dos enseguida golpean a la chica, que se defiende como puede del ataque de sus amigas.
—No le hagas caso. Estás preciosa, como siempre —dice Miriam, que tiene tapada la boca de Diana con sus manos.
—No es verdad. Pero bueno, es lo que hay —comenta resignada.
La chica suspira y coge un pequeño bolsito rosa a juego con su ropa.
—No te olvides de meter ahí la caja de condo…
Miriam y Cris se lanzan encima de Diana otra vez. Las tres fingen una nueva pelea en la cama de Paula.
—Estáis locas. Me voy. Deseadme suerte. Y, sobre todo, no salgáis de la habitación hasta que yo llegue, que si os encontráis con mis padres sois capaces de cantar. Y si entran, haceos las dormidas. ¡Y luces apagadas!
—¡Vete ya! —gritan las Sugus casi al unísono.
Vuela una almohada y una zapatilla que Paula esquiva. Les saca la lengua y con mucho cuidado abre la puerta de la habitación.
Un molesto chirrido la sobresalta. ¡Uf! De puntillas, por fin, sale de su cuarto, cerrando sigilosamente. Con mucha precaución llega hasta la escalera, que baja agarrando muy fuerte la barandilla y dando pasitos muy pequeños y controlados.
Siente escalofríos. Como la descubran…, ¿qué podría contar? ¿Iban a entender sus padres que fuera, a las tantas de la madrugada, hay un chico que conoció en Internet, más de cinco años mayor que ella, esperándola?
La respuesta sería clara: cadena perpetúa en su cuarto hasta la emancipación.
Cuando llega al final de la escalera se siente aliviada. Parece que lo peor ha pasado. Incluso, más valiente, acelera el paso hasta la puerta de la salida de la casa. Está a un paso de la "fuga". Precaución al abrirla. Esta vez no hay ningún tipo de chirridos. Tampoco tiene problemas para encajarla. Misión cumplida.
Y ahí está él.
¿Corre hasta sus brazos? ¿Camina? ¿Espera a que él vaya hacia ella?
No le da tiempo de pensar más. Es Ángel el que, andando deprisa, se acerca hasta ella. Está muy guapo. Sonríe constantemente. El cosquilleo en el estomago de Paula es insoportable esos pocos segundos. Un nudo en la garganta casi le impide respirar. ¿Es eso la felicidad? ¿Deseo?
No la sabe, pero en cuanto tiene delante a su chico salta sobre él, como el viernes a la salida del instituto. Y le besa. Agarrada de su cuello la besa con pasión. Ángel le corresponde. Durante dos minutos sus labios no se separan. Finalmente Paula se deja caer y sus cuerpos se despegan.
—Vamos a dar un paseo —señala él.
—Sí, mejor no vaya a ser que mis padres me vean…
—Tus padres, no sé. Pero tus amigas…
El joven señala la ventana del dormitorio de Paula. Luego saluda con la mano. Allí Miriam, Diana y Cris les responden el saludo agotando sus manos como quien despide a un familiar que se aleja en barco.
A Paula no le satisface tanto el entusiasmo general y recrimina a sus amigas con gestos para que corran las cortinas y se acuesten.
—¡Qué chicas!
—Buenas chicas —puntualiza Ángel.
—Cuando quieren… Anda, vayámonos a algún lugar más tranquilo.
—Voy a donde me lleves. Tú conoces esto mejor que yo.
Piensa un momento. Un sitio… Sí, ya sabe dónde.
Aún es de noche en la ciudad. Pero la brisa fría anuncia el pronto amanecer. La pareja camina de la mano. Sueltan alguna broma que otra. Sonríen.
¿Por qué no me llamaste por la noche? Estuve esperándote y luego te llamé un montón de veces, pero estaba apagado suelta de repente Paula.
Ángel duda. Sabe que tiene que ser franco con ella. No quiere mentirle, pero sabe que no puede decirle la verdad completa. No debe contarle lo de Katia, su borrachera…
—Tuve que ir a una sesión fotos. Nos entretuvimos más de la cuenta y me quedé sin batería en el móvil. Tuve que espera al día siguiente para llamarte.
—¡Ah!
¿Solo eso? Paula se siente un poco culpable. Le ha dado demasiadas vueltas a la cabeza. Solo era eso: no había podido llamarla. ¿Cómo podía ser tan cabezota?
—Lo siento.
—No pasa nada, Ángel.
Los dos continúan caminando, ahora en silencio. El cielo empieza a clarear.
—¿Re puedo preguntar quién era aquel chico que me cogió el teléfono?
Aquello sorprende a Paula. Ya lo había olvidado ¿Qué le cuenta sobre Álex? No puede decirle lo del libro, ni que casi terminan besándose. Ni que tiene una sonrosa preciosa.
—Un amigo. Me pidió que le ayudase con un… trabajo. Cuando llamaste, yo estaba en el baño de una cafetería. Y él lo cogió porque hacía mucho ruido y la gente lo miraba.
—¡Ah!
Ángel se siente mal. Había sentido celos, algo impropio de él. Pero ¿Por qué? Confiaba en ella. Él no es así. ¿Qué le había sucedido?
D nuevo el silencio entre ambos. Sin embargo, sus manos se aprietan con fuerza.
Paula y Ángel llegan hasta una escalinata que conduce a una especie de parque. Parece interminable.
—Llegamos. Tenemos que subir hasta arriba.
El joven alza la vista y resopla.
—Si es lo que quieres… Aunque no sé si estás en forma.
—Más que tú.
La chica, herida en su orgullo, se pone delante e inicia la ascensión. Ángel no tarda en alcanzarla y, juntos, de la mano, suben peldaño a peldaño aquella infinita escalera de piedra.
El frío es más intenso. El calor entre ellos también.
—¡Y cien! —señala ella saltando sobre el último escalón.
—¿Cien? Yo he contado noventa y nueve.
—Son cien, he subido está escalinata un montón de veces.
—Son noventa y nueve.
—Son ci…
Pero antes de que Paula consiga decir nada, Ángel deposita sus labios en los de ella. La chica intenta resistirse, pero termina rindiéndose al beso. Cierra los ojos y poco a poco se va dejando llevar. Ambos caen en el último escalón mientras el sol comienza a salir en la ciudad dándole luz al amor y pasión.
Esa mañana de marzo, en un sitio alejado de la ciudad.
Vivir lejos del centro de la ciudad tiene inconvenientes: debes desplazarte para compra cualquier cosa, no tienes nada a mano y a veces te sientes aislado del mundo. Pero también se cuenta con muchas ventajas. Una de ellas es que el aire es más puro; otra, que no hay aglomeraciones de gente, y otra es que un domingo por la mañana puedes salir a hacer footing sin tener que preocuparte de coches, semáforos o borrachos que regresan de la resaca de la noche anterior.
Hace pocos minutos que ha amanecido. El sol vuelve a brillar un día más en aquel mes de marzo. El invierno parece que terminó hace siglos. Los árboles se despiertan húmedos y brillantes del rocío caído y agitados por una leve corriente de aire frío. Pero a ella no la detiene una simple brisilla matinal.
Irene abre la puerta de la casa, después de atarse con fuerza los sordones de sus Nike rosas, y comienza a correr. Lleva unas mayas negras muy ajustadas y una sudadera blanca con capucha, bajo la cual esconde una camiseta sin mangas, también negra, de la misma marca que el calzado.
La música de su MP3, oculto en uno de sus bolsillos, la acompaña, aunque hubiera preferido otra compañía.
Así que Paula…
Unos minutos antes.
¡Qué bien he dormido! No sabe si por la cama, por el cansancio del viaje o por saber que a pocos metros está su hermanastro, que incluso tal vez, con menos ropa que ella. Aunque ese detalle también le provoca otro tipo de sensación.