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Authors: Blue Jeans

Tags: #GusiX, Infantil y Juvenil, Romántico

Canciones para Paula (3 page)

BOOK: Canciones para Paula
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Ambos sostienen la mirada unos segundos. Unos segundos larguísimos. Unos segundos sin fin.

—Sí, son azules —dice ella por fin.

Pero sus miradas no se desvían. Sus ojos siguen fijos, los de cada uno en los del otro. Los ojos de cielo de Ángel. Los ojos color miel de Paula. Uno perdido en el otro.

—¿Puedo pedirte algo? —pregunta Ángel.

Ella sonríe.

—No hace falta, amor. Puedes besarme. Paula acerca sus labios a los de Ángel y los roza un instante con los suyos para terminar dándole un primer beso rápido. Luego, otro algo más largo y profundo. El tercero supera al segundo. Y así fue cómo, con la luz de la luna en una noche despejada, con el ruido del agua de una fuente como banda sonora, Paula y Ángel se dieron su primer beso.

Capítulo 4

Esa misma noche de un día cualquiera de marzo.

Paula gira la llave de la puerta de su casa. Es tarde. Para ella, muy tarde. Sabe que le espera una buena bronca, pero le da igual. No hay ninguna regañina de sus padres que no valga una noche como aquella.

Minutos antes, en el taxi de vuelta a casa, acompañada por él, suena su móvil. La quinta llamada. Esta vez lo coge, haciéndole un gesto a Ángel como diciendo "menuda me va a caer". El chico junta las manos y le pide perdón.

—Ya estoy ahí, mamá. Me he retrasado haciendo los deberes en casa de Miriam.

—¿Sabes la hora que es? ¿Por qué no me has cogido el móvil antes?

—No lo había oído. Perdona.

—¡Llevo una hora llamándote! ¡Estábamos a punto de llamar a la policía! Solo tienes dieciséis años… No puedes estar a estas horas por ahí. ¡Mañana tienes clase!

—Sois unos exagerados. Y tengo casi diecisiete, ¿recuerdas?

—¿Exagerados?

—Mamá, ahora no puedo hablar; estoy ahí en nada.

—¿Cómo que no puedes hablar? ¿Pero dónde demonios estás?

—Ya llego. Un beso mamá. —Y cuelga.

Entra lenta y silenciosamente en casa, pero el oído de unos padres esperando a su hija es tan fino como el de un murciélago. Y ambos salen del salón al mismo tiempo. Al mismo paso. Un, dos, paso ligero. Los dos con la misma cara de enfado.

—¡Castigada un mes! —Es lo primero que sale de la boca de su madre.

—¿Un mes? Creo que eres demasiado buena, Mercedes. ¡Dos meses como mínimo!

Entonces descubriría si realmente aquella chica le gustaba de verdad.

En ese momento se abre la puerta del despacho del jefe.

Jaime Suárez, con aire triunfalista y a pasos acelerados, avanza hasta la mesa en la que Ángel está terminando su artículo.

—Lo conseguimos: confirmado. Esta tarde nos visita Katia para una entrevista.

—¿Katia? ¿"Esa" Katia?

—¿Cuántas cantantes conoces que se llamen Katia, Ángel ? Katia se había convertido en las últimas semanas en un fenómeno social. Cualquier adolescente llevaba en su Ipod la canción
Ilusionas mi corazón
, el tema número uno en las listas de ventas del mes anterior. La joven cantante había irrumpido de una manera abrumadora en el panorama musical con su primer single.

—¡Qué suerte! ¿Se encargará usted de la entrevista?

—No, Ángel, lo harás tú. Maite y Valeria no están en la ciudad. Y yo estoy ya muy mayor para este tipo de entrevistas. Tú te entenderás mejor con ella: casi tenéis la misma edad.

Ángel sólo pudo forrar una sonrisa. ¡Precisamente esa tarde tenía que ser…! La tarde que tenía libre, la tarde en la que había quedado con Paula… "Un periodista no tiene horarios, Ángel: siempre tenemos que estar al pie del cañón y dispuestos", le solía comentar su jefe cuando le veía mirar el reloj al acercarse la hora de salida de la redacción.

—¿Y a qué hora va a venir? —preguntó el chico preocupado.

—Pues su agente nos ha dicho que sobre las cuatro de la tarde.

Mentalmente Ángel calculó el tiempo que le llevaría aquello y llegar después a su cita. Con un poco de suerte a las cuatro y media o cinco menos cuarto habría terminado. En cuarenta minutos llegaría en metro sin problemas al lugar donde había quedado con Paula. No podría ir a casa a cambiarse, pero eso no le importaba demasiado. Él siempre estaba correctamente vestido: elegante, pero, al mismo tiempo, desenfadado. No era una costumbre sino su estilo.

—Muy bien, jefe, yo me encargo. Me pondré a preparar la entrevista ahora mismo.

—Perfecto, Ángel. Aquí tienes. —Una carpeta con fotos, entrevistas anteriores, artículos sobre Katia y su CD, caen encima de la mesa del joven periodista—. Entra en Internet también y busca información sobre ella. Pero nada de entretenerse con el MSN, ¿eh?

El joven sonríe. ¿Sabría su jefe que en ocasiones, cuando había poco trabajo, hablaba con Paula desde el ordenador de la redacción?

—Me pongo en ello inmediatamente.

Durante casi dos horas, Ángel se olvida del mundo y estudia a fondo todo lo relacionado con la cantante. Incluso escucha

e1 disco un par de veces. Los minutos pasan y la entrevista se acerca. También la cita con Paula. A las cuatro menos cuarto ha terminado de preparar la entrevista.

Entra en el despacho de Jaime Suárez, al que entrega el trabajo realizado: personal, pero no íntimo; preguntas sobre música, pero tratadas de una manera diferente; una entrevista muy cuidada, pero con su toque encantador. De todas formas, Ángel sabe que eso solo será el cincuenta por ciento de lo que realmente saldrá cuando esté con ella. La mejor entrevista es la que surge de la improvisación cuando dos personas establecen una conversación con tranquilidad. El guión sólo está para dar seguridad por si la mente se queda en blanco. Su jefe termina de inspeccionar el trabajo y sonríe complacido:

—Esto está muy bien. No cabe duda de que serás un gran periodista y que pronto emigrarás de esta pequeña redacción.

El halago de Jaime Suárez produce una gran sonrisa en Ángel aunque no puede evitar mirar el reloj con algo de ansiedad.

—Son las cuatro y cuarto; tiene que estar al llegar —señala jefe.

Pero a las cuatro y media Katia no ha llegado. Ni a las cinco menos cuarto. Tampoco a las cinco la joven cantante ha aparecido en la redacción. Ángel se muerde las uñas. No puede creerse que aquello le esté pasando. Cada vez más nervioso, mira su reloj cada medio minuto.

Ya es seguro que llegará tarde a su encuentro con Paula. En un intento desesperado entra en el MSN de su ordenador para ver si ella está conectada y poder avisarla de que se va a retrasar. Pero la chica no está.

Tensión. Nervios. Las cinco y cuarto. "¡Mierda, las cinco y media!". Paula ya debe de estar allí esperándole, con su mochila de las Supernenas. "¡La rosa!".

Ni se había acordado en toda la tarde de ella. El día anterior había comprado una docena que regaló a su madre. Nadie se dio cuenta de que, en lugar de doce rosas, había trece. Una de más, para su identificación personal.

"¡Qué clásico!", le había dicho ella. Sí, realmente Ángel se consideraba un clásico, pero adaptado a la época en la que vivía. Podía oír tanto a Metallica como a Rihanna, a Laura Pausini como a El Barrio. Leía tanto a Agatha Christie como a Ruiz Zafón, a Pérez Reverte como a Stephen King. Le quedaban tan bien las chaquetas de sport como los pantalones vaqueros rotos. Era un chico preparado para vivir lo que le tocase vivir y en cualquier circunstancia. Tan indefinible como impredecible. En la Facultad siempre se lo decían: lo que hoy en día te hace triunfar es la versatilidad y ser polifacético. Y él lo era.

—¡Ya está aquí! —grita Jaime Suárez desde la puerta del despacho. La chica que trabaja en recepción se lo acaba de comunicar. Acto seguido el jefe corre para recibir a la invitada.

Ángel suspira y se dirige a la entrada de la redacción. Por la puerta entran conversando amigablemente Jaime Suárez y el representante de la chica, Mauricio Torres, vestido con chaqueta y corbata. Katia solo sonríe, sin decir nada.

—Perdónenos el retraso. Hemos tenido una entrevista en una emisora de radio justo en el otro extremo de la ciudad que ha terminado tardísimo. Apenas hemos comido un sándwich cada uno.

—No se preocupe. Ya sabemos cómo son estas cosas de los medios. Ni siquiera nos habíamos dado cuenta de la hora que era.

Ángel, que en estos momentos se ha unido al trío, arquea las cejas, aunque trata de disimular su disgusto.

—Ah, Ángel, estás aquí —dice Jaime tomando del brazo a su pupilo—. Este es Ángel Quevedo, el periodista que le va a hacer la entrevista a Katia.

El joven estrecha la mano del representante y luego, algo confuso, da dos besos a la cantante, a la que en un principio también se había propuesto saludar con la mano.

Katia es en persona mucho más guapa que en las fotos que Ángel había estado examinando toda la tarde. Emana como una luz de su presencia y su rostro transmite calma. Tiene una sonrisa inmensa y sus ojos no pueden ser más celestes, seguramente gracias a la elección de unas lentillas de ese color. Es pequeñita, de esas personas que suelen ir diciendo que las cosas buenas vienen en frascos pequeños. Lo único que podría desentonar en aquella chica era su pelo de color rosa y, sin embargo, a ella le queda como si fuera el suyo natural. Aunque en sus actuaciones suele vestir con ropa estrafalaria más propia de Punky Brewster que de una cantante de éxito, a la entrevista ha ido con unos jeans muy ajustaditos de color oscuro y una camiseta roja y negra bastante discreta. En sus manos porta una torera vaquera a juego con el pantalón.

—Bueno, chicos, os dejamos solos para que os concentréis en la entrevista —señala el jefe, invitando al agente a pasar a su despacho para dar más privacidad al trabajo de Ángel. Jaime sabe que en el cara a cara a solas, su muchacho gana mucho.

Cuando se quedan solos, Ángel invita a la joven a que se siente en un sofá al fondo de la redacción. Él acerca otro y se sitúa enfrente de ella.

—Antes de nada quería pedirte disculpas por el retraso —se anticipa Katia—. Lo siento mucho, de verdad. He visto tu cara cuando tu jefe ha dicho que no importaba. Seguro que tienes algo que hacer…

—No te preocupes, solamente estaba preparando la entrevista —miente Ángel.

La chica lo mira a los ojos y esboza una simpática sonrisa.

—Bueno, no insisto más. Comencemos. Cuanto antes empecemos, antes terminaremos.

Ángel asiente y pone en marcha la grabadora.

La entrevista resulta tal y como pretendía. Amena, divertida, personal sin llegar a intimar en la vida de Katia. Es incluso algo atrevida. Lo cierto es que aquella joven de veinte años, que aparenta tener dieciséis, durante casi una hora hace olvidar a Ángel que tiene la cita que llevaba soñando desde hace dos meses. Una conversación encantadora.

—Pues ya está. Hemos terminado —dice el periodista cerrando la libreta en la que había estado apuntando algunos datos importantes. Luego pulsa el stop de la grabadora y la deja encima de su mesa.

—Ha sido muy agradable —señala ella, levantándose del sillón—. Una cosa, Ángel, ¿tienes coche?

Este la mira sorprendido.

—No.

—Vale, entonces dime dónde te llevo.

La cara del chico es de desconcierto absoluto.

—¿A qué te refieres?

—Vamos… No perdamos más tiempo, he venido en mi coche. ¡Corre! Luego vendré por Mauricio.

Katia coge de la mano a Ángel y ambos salen corriendo de la redacción. Y continúan corriendo por la calle. Paran dos segundos para respirar y siguen corriendo hasta llegar al Audi más peculiar de toda la ciudad. Ángel se queda boquiabierto cuando ve aquel coche rosa con la capota negra.

—¡Hace juego con tu pelo! —bromea sonriente.

La chica no dice nada, pero también sonríe.

En el camino, el joven le cuenta la historia por encima, sin entrar en detalles como que Paula y él aún no se han visto. La chica de pelo rosa y ojos celestísimos escucha atentamente y conduce lo más deprisa que puede hasta el lugar en el que Paula y Ángel deberían haberse reunido hace más de hora y cuarto.

—¡Espera! ¡Para ahí un momento! —grita él de improviso.

Katia obedece y aparca rápidamente en doble fila. Ángel se baja raudo. A los dos minutos regresa con una rosa roja en la mano.

—Un chico clásico —ríe ella. Y sigue conduciendo como alma que lleva el diablo hasta el punto del encuentro.

Por fin llegan.

—Me quedo por aquí. Muchas gracias, Katia —dice bajándose del coche y asomando la cabeza por la ventanilla.

—Es lo menos que podía hacer. Que tengas suerte, Ángel. Y si ella no te perdona, yo te hago un justificante.

Y la joven del pelo color rosa, número uno en todas las listas musicales del país, guiña un ojo, aprieta el acelerador y se aleja de allí.

Ángel corre hasta el lugar exacto donde dos días antes habían concertado la cita.

Mira a un lado y a otro, alrededor y a lo lejos. Busca entre la gente sentada en los bancos cercanos. Pero Paula no está. Era de esperar…

"Habrá pensado que soy un capullo y que me he echado atrás".

Vistazo al reloj. Tardísimo. Resopla. Vuelve a mirar hacia todas partes. Nada. No hay esperanza.

—Joven… —Una voz delicada, acompañada de una mano en su hombro, sorprende a Ángel a su espalda.

El chico se gira para encontrarse ante una anciana con un organillo y un recipiente lleno de barquillos.

—Dígame, señora… —pregunta el periodista algo desconcertado.

—¿Está buscando a alguien, verdad?

—¡Sí! ¿Ha visto usted a una joven morena con una mochila?

—Con esa descripción, a muchas. Esto está lleno de jovencitas… pero una se ha pasado delante de mí más de una hora mirando el reloj. Se metió en aquella cafetería hace un rato —dice la anciana señalando el Starbucks—. Lo que no le puedo garantizar es que continúe allí ahora mismo.

—¡Muchísimas gracias, señora!

Ángel corre todo lo veloz que puede, saltándose incluso los semáforos y oyendo algún que otro insulto de algún que otro conductor al cruzar la calle cuando no debía.

Entra en el Starbucks como si de un corredor de cien metros lisos se tratase. Tres jóvenes alemanas o inglesas que hacen cola para pedir su bebida se le quedan mirando. Entonces ve la escalera y, subiendo los escalones de dos en dos, llega hasta arriba donde una joven no puede esquivarlo y termina dando con su trasero en el suelo. Ángel consigue no pisarla y en su impulso cae de rodillas justo detrás. La rosa resbala de su mano. Al ver aquella mochila de las Supernenas y la mirada de aquella chica comprende que su cita con Paula acaba de comenzar. Él también la mira y sonríe.

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