—Pues supongo que lo somos, ¿no? —dice dubitativa Paula.
—Da igual la denominación: es tu chico y ya está. ¿Qué más da la palabra que uséis para definiros? —comenta Miriam.
—Claro, lo importante es que os queráis, qué salgáis juntos, qué disfrutéis juntos…
—…y qué tengáis sexo juntos… —interrumpe Diana a Cris, tras dar una sonora chupada a su caramelo y elevando un poco el tono de voz.
—Shhhhh. —Es el sonido que las otras tres Sugus hacen a la vez después de oír a su amiga.
—¿Qué he dicho? Está claro que estos dos…, ¿o no, Paula?
—Déjala ya, mujer. No la atosigues con eso.
—Lo acabo de conocer, Diana. ¿No te parece un poco pronto?
—Llevas dos meses hablando con él. Llegáis, os veis, os coméis a besos… Y el tío tiene buen culo. ¿Qué más quieres?
—Pues querrá más cosas, Diana. No todo es sexo, sexo, sexo.
—Claro que no, Mir. Pero somos jóvenes y tenemos que disfrutar. Si no lo hacemos ahora, ¿cuándo lo vamos a hacer?
—Déjala que lo haga cuando ella quiera y esté preparada —dice Cris muy bajito.
Paula respira hondo. A veces, se siente un poco agobiada por la cuestión de su virginidad: es la única virgen del grupo. No es que no le apetezca hacerlo, es que aún no ha encontrado al chico adecuado para su primera vez. Muchas dudas absorben su mente ¿Es demasiado exigente? ¿Está preparada? ¿Podría ser Ángel el primero?
—Chicas, dejadlo, ya se verá… —concluye Paula con una mueca divertida, aunque sin dejar a un lado sus pensamientos más íntimos.
—Claro, cariño, tú no tengas prisa… —señala Miriam mirándole a los ojos con una sonrisa.
Y las cuatro Sugus se quedan en silencio por primera vez en lo que va de clase.
Martín no ha conseguido resolver bien el problema que el profesor de Matemáticas le ha puesto en la pizarra y vuelve cabizbajo a su sitio. Cuando llega a su asiento se encuentra la mirada de Diana, que está encantada con su chupachús. Ella se da cuenta de que el joven la observa y le guiña un ojo. Luego se saca el caramelo de la boca y le lanza un beso imaginario. El muchacho sonríe, pero vuelve a ponerse serio cuando Diana repite el gesto con el dedo corazón que le hizo anteriormente. Martín se sienta y mira hacia adelante.
—Bueno, ya que el virtuoso señor Martín no nos ha conseguido resolver este ejercicio, propio de mi sobrino que tiene siete años y medio, probaremos fortuna y le daremos la alternativa al señor Parra. Así que, Mario Parra, suba al escenario e ilústrenos.
Mario no se entera del aviso del profesor. Desde el otro extremo de la clase tiene los ojos puestos en ella. Cuando cree que le mira, rápidamente los aparta y huye de aquellos ojos color miel. Está desesperado. Siente tanto por dentro cuando la ve reír, hablar, caminar, que no sabe ni cómo explicar sus emociones. Nota una punzada en su interior y un nudo en la garganta que a veces no le deja ni respirar.
—Señor Parra, puede dejar de estar en la
ídem
y acudir al encerado…
El chico ve que su hermana, desde la otra punta del aula, le está haciendo gestos para que espabile y salga a resolver la derivada. Por fin se da cuenta y, como quien despierta de un largo sueño, vuelve a la realidad. Con torpeza, dando algún que otro bandazo, se dirige a la pizarra.
En el camino sigue pensando que no puede continuar así, que tiene que hacer algo. Lleva mucho tiempo tratando de decidirse a romper su silencio y cree que es el momento. Sí, decidido: tiene que decirle a Paula que la quiere, que la ama por encima de todo en este mundo. Tiene que hablar. Su corazón así se lo indica.
Pero el corazón de Mario, ese corazón de adolescente enamorado se hará añicos en cuestión de horas.
Esa misma mañana de ese día de marzo, en la redacción de una revista de música.
Ángel ha llegado temprano, como tenía pensado. Quería cuanto antes ponerse a redactar la entrevista que el día anterior había hecho a Katia. Desde las nueve de la mañana lleva oyendo en su grabadora la conversación con la cantante. Incluso grabada, su voz suena bonita. Sí, sin duda Katia tiene algo especial. Puede o no gustar su música, pero es indudable que transmite. Y en persona, mucho más.
—¿Cómo llevas el precio de la fama? ¿Ha cambiado tu vida desde que eres popular?
Ángel recuerda que en ese momento Katia hizo una pausa pensado bien la respuesta que iba a dar.
—Sí, ha cambiado —responde rotunda—. He oído a personas que cuando explican algo parecido a lo que a mí me ha ocurrido, cuentan que hacen las mismas cosas, van con las mismas personas que antes, tienen los mismos gustos…, solo que ahora son conocidos. Yo no puedo decir lo mismo. Mi vida ha cambiado completamente. Mis amigos de toda la vida me miran de otra forma. Piensan que porque salgo en la tele o vendo discos soy distinta. Me tratan con un respeto que no debieran. Porque yo soy igual que ellos —guarda silencio, pero no como una invitación a la otra persona a hablar sino para reflexionar sobre lo que está diciendo; finalmente continúa —: y ligo menos que antes —suelta de repente con una gran sonrisa.
—¿Ligas menos?
—Sí, mucho menos. La popularidad infunde respeto. Y no me gusta, porque no soy ningún referente para nadie, no lo merezco. Fumo, de vez en cuando bebo, no escribo mis canciones… Sin embargo, me he convertido en una especie de icono pop. Creen que no he roto un plato en mi vida. Y lo cierto es que llevo unas cuantas vajillas destrozadas…
Ángel admira la sinceridad de su acompañante. En su corta experiencia como periodista está acostumbrado a que la gente acuda a los tópicos de siempre para solventar una entrevista: la típica promoción para vender discos. Katia no es así, no huye de la verdad ni dice lo políticamente correcto. Tampoco la ve como una de esas personas que dicen ser sinceras porque dicen lo que piensan. Lo que uno piensa no tiene por qué ser la realidad ni tiene por qué ser sincero. Definitivamente, ella es distinta a las demás.
—Y a ti, ¿te ha cambiado la vida? —pregunta Katia. Recuerda bien esta parte de la conversación. Se sorprendió mucho tras ser él mismo el preguntado. Pese a que
Ángel llevaba las entrevistas al terreno del diálogo, no al típico pregunta-respuesta, no entraba en el guión que Katia quisiera saber sobre él.
—Pues sí, me ha cambiado.
—¿Desde que eres periodista?
—Sí —afirma el joven—. Me he mudado hace poco, dependo de mí mismo y tengo algo de dinero en mi bolsillo, aunque ahora soy yo el que lo gana. Pero sobre todo he cambiado personalmente. Ser periodista es mi vocación, y me siento realizado al haber llegado a la meta. Me siento bien.
Recuerda que en ese instante sus ojos azules se encontraron con los ojos celestes de Katia y por un momento sintió rubor, pero al mismo tiempo confianza. La burbuja imaginaria de la que tanto se habla se había roto: la separación entre ambos no era la suficiente. Pero no le importaba demasiado, y tampoco a ella parecía importarle.
En la grabadora no se oye nada. Es un instante de silencio mutuo. Dicen que si se puede estar en silencio junto a una persona sin sentirse incómodo es que realmente existe química entre ambos. Eso es lo que parecía pasarles a Ángel y Katia.
Ángel pulsa el stop de la grabadora. Piensa ahora en Paula. ¿Existía esa química también entre ellos? Eso parecía. La noche anterior había sido como un sueño. Todo como en una película de Julia Roberts o de Hugh Grant. Seguramente, si hicieran la película de su cita de anoche, de los últimos dos meses, el resultado sería una comedia romántica. El tropiezo, la rosa por el suelo, la fuente, el desfile…, el beso. El primer beso. Posiblemente, ahí el director gritaría "corten". Posiblemente, la película de Paula y Ángel terminaría con el primer roce de sus labios y una música romántica de fondo con cierto toque pop, como
Ilusionas mi corazón
. De pronto siente unas ganas enormes de verla. —Baja de tu nube, Ángel. El joven periodista no se ha percatado de la llegada de su jefe.
—Estoy en plena tierra firme, con los pies siempre en el suelo —señala el chico, dando un par de golpes en el suelo, zapateando con ambos pies—. ¿Qué desea?
—Pues hay novedades. Tengo dos noticias para ti: una buena y una mala. "Un poco peliculero", piensa Ángel.
—Empecemos por la buena, entonces.
—Te doy la tarde libre.
—¡Vaya, sí que está generoso…! ¡Gracias! ¿Y la mala?
—Te necesito esta noche. Ángel frunce el ceño extrañado.
—¿Para?
—Ha llamado el representante de Katia. Ayer al final no hicimos las fotos para la revista. No sé dónde fuisteis ni quiero saberlo, pero dejamos el trabajo por la mitad.
—¿Y qué tengo yo que ver con las fotos? Ya se encarga de eso Héctor.
—Sí, él, como siempre, hará las fotos. Pero quieren que tú estés presente.
—¿Héctor quiere que yo esté presente?
—Héctor ha aceptado, aunque no de muy buena gana. La que quiere que estés presente es Katia.
Una noticia inesperada. Ella quería que estuviese en la sesión de fotos: ¿para qué?
—Bueno. Pero ¿tiene que ser de noche?
—Sí. Héctor ya tenía la idea pensada así y no le voy a hacer cambiar sus planes de trabajo. Ellos han aceptado, así que os veréis esta noche.
En ese momento el móvil de Ángel suena. Ve el número en la pantalla, que es el mismo del que tenía ayer tres llamadas perdidas. Pide permiso para cogerlo a su jefe, que asiente y se retira a su despacho. A continuación, descuelga.
—¿Sí…? —contesta el joven.
—Hola, Ángel. Soy yo. Ángel enseguida reconoce aquella voz.
—¿Katia?
—Sí, veo que me recuerdas.
"Es complicado olvidarte cuando llevo toda la mañana oyéndote en la grabadora", piensa.
—Claro, no hace ni 24 horas que nos vimos. Mi memoria ya empieza a flojear, pero no llega a tanto. ¿Cómo tienes mi móvil?
—Llamé ayer a la redacción de tu revista y me lo dieron.
—Veo que es sencillo conseguir mi teléfono particular.
—No te creas, tuve que usar todas mis dotes. Hasta le canté a la chica que me atendió para que me creyera cuando le dije que era Katia…
—Y te creyó.
—Sí —afirmó sin mucho entusiasmo para luego hacer una de esas pausas a las que Ángel se estaba empezando a acostumbrar—. Te llamé ayer… —dijo unos segundos más tarde.
—Discúlpame. Cuando vi tus perdidas era ya muy tarde y no quise molestar.
—No me habrías molestado.
—No sabía que eras tú…
—Es natural, no tenías mi número. Tenía que habértelo dado ayer antes de despedirnos… —otro silencio, este más breve que el anterior—. Te llamé para preguntarte si habías tenido suerte con tu chica.
La razón era esa. ¿Simple curiosidad? ¿Cortesía?
—Pues sí. Al final no me hizo falta ninguna justificación.
Pero muchas gracias por llevarme: sin ti no hubiese llegado a tiempo.
—En realidad, si llegaste tan tarde fue por mi culpa. Me alegro de que todo saliese bien.
—Gracias.
—No solo te llamé para eso —continuó—. Te quería pedir también que vinieses a la sesión de fotos, aunque imagino que tu jefe ya te ha informado.
—Sí, me lo acaba de comunicar. No entiendo muy bien qué puedo pintar yo allí, pero iré.
—Ahora la que te da las gracias soy yo. Es muy sencillo: posiblemente, la de ayer haya sido la mejor entrevista que me han hecho en estos meses. Fue muy agradable. Quisiera que dieras tu punto de vista en las fotos.
¿"La mejor entrevista en estos meses"? Sí que era indudable que había cierta química entre los dos. La conversación fue más una charla de amigos que una entrevista. Ángel sigue sin entender muy bien qué pintaría él en una sesión fotográfica y qué podría aportar, pero no dice nada en contra de la idea de Katia.
—Si tú crees que puedo ayudar, allí estaré.
—Gracias, Ángel. Estoy convencida de que contigo todo será más sencillo. No me gustan mucho este tipo de cosas porque me veo ridícula posando. Así me sentiré más cómoda.
—Nos vemos entonces esta noche, Katia.
—Perfecto. Un beso, Ángel. Hasta esta noche.
La cantante es la primera en colgar. Mientras, Ángel continúa con el móvil en la mano. Está pensativo. Aquella chica es realmente agradable y se siente muy cómodo con ella. Sin embargo, él ya tiene chica. Y le entusiasma. Le apetece mucho estar con Paula. Le encantaría besarla ahora mismo. Suspira. No puede dejar de pensar en ella. Y de repente, algo le viene a la mente. Llama a Información y solicita un número. Lo
anota en un post-it amarillo y da las gracias a la operadora. Cuelga y enseguida marca el número que le acaban de facilitar. Tras dos bips, una mujer responde. La conversación dura cinco minutos escasos.
Satisfecho, pero necesita algo más. Entra en el despacho de Jaime Suárez.
—Jefe, ¿puedo pedirle un favor?
—Sí, claro, dime, Ángel.
—Como tengo la sesión de fotos esta noche y no tengo jornada de tarde, ¿le importa que me vaya a la una? No hay demasiado trabajo.
—Claro, sin ningún problema.
—Gracias, jefe.
El joven periodista cierra la puerta del despacho de su jefe y, sonriente, se dirige a su mesa a continuar con el reportaje de la cantante del pelo de color rosa.
Unas horas más tarde, ese mismo día de marzo.
"Paula, tú y yo nos conocemos desde hace tiempo. Siempre te he visto como una amiga, pero realmente siento algo más por ti. Me gustas mucho. Te quiero, Paula".
¿Qué diría ella? ¿Tendría él alguna posibilidad? Quizá también estuviera enamorada en secreto de Mario. Quizá necesitaba que él diera el primer paso. Quizá.
Mario vuelve a leer la notita que ha escrito. La recita delante del espejo del baño y la memoriza. Algo breve pero intenso: palabras sobre un sentimiento, sobre un amor oculto que no puede seguir en las profundidades de su corazón.
Le sudan las manos. Sus mejillas están un poco más sonrosadas que de costumbre. Respira con dificultad y las piernas hace rato que no cesan de temblar. Por fin va a decirle todo lo que siente. Por fin.
Mario inspira todo el aire que sus pulmones le permiten, luego lo suelta con un soplido y sale con paso firme del cuarto de baño. Se ha mojado la frente con agua fría. Camina decidido. Tiene que ser decidido. En algo así no puede dudar. Es el momento más importante de su vida. Sí, sí que lo es.
El joven enfila el pasillo que conduce, al fondo, a su clase. Allí a lo lejos, al final, en un horizonte de carpetas y mochilas, ve a Paula. Qué guapa es. Hoy lleva el pelo liso que le queda tan bien como su rizado natural. Es preciosa.