Y entonces, Mercedes comprende que regresar al pasado no tiene ningún sentido.
Esta noche hablará con su marido.
Esa misma noche de marzo, en un lugar apartado de la ciudad.
La música del saxofón de Álex llega hasta su dormitorio. Sonríe. No conoce la melodía, pero le agrada.
Los vaqueros caen al suelo. Levanta un pie, luego el otro. Se agacha y lo recoge. Dobla el pantalón sin demasiado cuidado y lo mete en el armario. No es tan grande como el que tiene en casa, pero no está mal se ajusta las braguitas negras para que queden exactamente en su sitio y se pone encima el pijama, un short de color risa, a continuación, Irene se quita la camiseta. Hace un ovillo con ella y la lanza al improvisado cesto de la ropa sucia, un baúl de mimbre que encontró dentro del armario cuando se instaló en aquel cuarto. Desabrocha el sujetador. Le entusiasma la lencería negra, es su preferida. También al cesto. Nunca duerme con sostén. La parte de arriba del pijama se desliza por su pecho hasta taparlo competentemente.
Bosteza. Es temprano para irse a la cama. Sería distinto si no se fuera sola, naturalmente. Le encantaría que su hermanastro bajara de la azotea y la poseyera en ese mismo instante. Escalofríos.
Pero, de momento, no puede ser. Qué rabia… Con las ganas que tiene de darse un buen revolcón. Sí, podía habérselo propuesto al chico con quien se fue e cenar después de clase. O a otra que no dejaba de mirarla desde ayer y que está bastante bueno. Pero si Álex la ve con otro, le costará más conquistarlo. O no. Quizá se ponga celoso. Aunque está opción es poco probable. Da igual, no va a arriesgar, además, le apetece hacerlo con él. Se lo imagina desnudo, sobre ella, en un continuo y excitante vaivén. Más escalofríos, qué ganas.
Durante toda la tarde ha estado pensando en cómo lograr que su hermanastro caiga rendido a sus pies. Necesita algo más que sus dotes de seducción. Sabe que hay algo que impide que Álex se fije más en ella. Sus cavilaciones siempre concluyen en el mismo sitio. En esa chica que se llama Paula y de la que tan solo sabe su número de teléfono. Para conseguir a su hermanastro, primero debe hacerla desaparecer.
Irene camina hasta una silla donde está su bolso. Lo abre. Remueve en su interior y, por fin, da con el papelito que estaba buscando. Tiene algo escrito son los nueve números del móvil de esa chica. Se sienta en la cama y lo observa detenidamente.
¿Y si…?
La chica vuelve a incorporarse y alcanza su teléfono, que está obre una mesa escritorio. Se sienta en la silla y coloca el bolso en el regazo. Tiene su Sony Ericsson en las manos. Pulsa en "mensajes" y comienza a teclear.
Duda. Escribe. Borra. Escribe. Lee una y otra vez el SMS. Palabra por palabra.
Ya está. "Enviar".
El mensaje se envía correctamente.
Sonríe, maliciosa y también divertida. Aquello no solo la satisface sino que la entretiene.
A esperar. Va siendo hora de conocer a su rival.
El saxofón de Álex ya no suena. Debe de haber bajado.
Así es, escucha sus pasos bajando las escaleras. Irá a la cocina a por algo. Le apetece verlo. Se apresura en salir de la habitación.
Álex en ese instante se mete a la cocina, como sospechaba.
Irene también baja. Desde la puerta observa en silencio a su hermanastro, que se dispone a prepara café. Está de espaldas. Lleva un jersey ajustado de color azul marino y un pantalón negro. Ella se relame. ¡Cómo ha mejorado en este tiempo que no le ha visto! Está muy bueno. Tiene que ser suyo y lo será. Sin duda.
Vaya, se ha dejado el móvil arriba. Desde ahí no le escuchará si suena. Álex se vuelve y ve a su hermanastra en el umbral de la puerta de la cocina. ¡Uff! Está realmente sexy con ese pijama corto. Además, enseguida descubre que no lleva sujetador. Respira hondo y continua haciendo el café.
—Hola, solo bajaba a darte las buenas noches. Te he oído bajar de la azotea —dice la chica, acercándose.
—Sí, hacías un poco de frío ya —responde él sin mirarla.
—¿Ah, sí? Yo no tengo frío. Es más, tengo algo de calor.
Irene se desabrocha uno de los botones de la camiseta del pijama. Álex no quiere mirar ni responder. Abre el grifo y llena de agua la cafetera.
—Era bonito lo que tocabas, ¿Es tuyo?
—Sí. Lo estoy componiendo yo.
—Estás hecho un genio. Ya me gustaría a mí tocar algún instrumento como lo tocas tú.
Los dos son conscientes del doble sentido de la frase, pero Álex no está por la labor de entrar en el juego.
—Pues ya sabes: da clases de música o apúntate a un curso de CCC.
Irene suelta una carcajada. Su hermanastro ni se inmuta y sigue preparando el café.
—Bueno, me voy a la cama. ¿Te vienes? —pregunta guiñando un ojo.
—No, gracias. Tengo la mía.
La chica vuelve a reír. ¡Qué pena, no sabe lo que se pierde! Con las ganas que le tiene, está segura que la pasarían muy bien.
—Pues nada, hasta mañana entonces. Buenas noches.
—Buenas noches.
Irene abandona la cocina, no sin antes echarle un último vistazo. Uff, sí que se la pasarían muy bien.
Entra en su dormitorio. Rápidamente, examina el móvil. No hay mensajes nuevos.
Vaya… Paciencia. Sí, debe tenerla. Como la venganza, su plan se sirve en plato frío. Aunque precisamente frío no es lo que ella tiene en ese momento.
Esa misma noche de marzo, un poco más tarde, en algún lugar de la ciudad.
Relee por penúltima vez lo que ha escrito. Modifica un par de palabras hace el final de su artículo. Ultima lectura. Bien. Satisfecho.
Ángel cierra el portátil. Se echa hacia atrás hasta que su espalda choca contra el respaldo de la silla. Estira los brazos. Por hoy ya es suficiente. Está contento con los resultados, y eso que no esperaba grandes logros. Le ha costado concentrarse: han sucedido demasiadas cosas en tan poco tiempo…
El joven periodista se levanta. No lleva camiseta, solo un pantalón pirata muy cómodo que usa de pijama. Parece mentira que estén en marzo. ¿Por qué hará tanto calor? El cambio climático y la capa de ozono deben ser los culpables.
Rescata el móvil, de un cajón de una mesita de su habitación. Lo ha dejado sin sonido ahí guardado para olvidarse de las llamadas de Katia. Tiene doce más perdidas del mismo número. ¡Uff! Está chica no se da por vencida. También hay tres mensajes recibidos. Ángel abre uno por uno y los lee. Se asombra por el contenido de estos, ya que todos vienen a decir lo mismo.
El primero es de uno de sus primos, el segundo de un amigo que hace mucho que no ve y el tercero de una compañera de redacción.
Los tres cuentan que lo han visto en la tele, en las noticias, en un torneo de golf benéfico rodeado de famosos. Sonríe. Es curioso: aunque es periodista todavía se sorprende por salir en televisión. Entonces cae en la cuenta de que no estaba solo. Quizá Paula haya aparecido junto a él en las noticias.
Busca rápidamente en número de su novia. Ahí está. Es tarde, pero tiene que llamarla. Ansiosos, pulsa la tecla de llamada. ¡No puede ser, tiene el móvil desconectado! Vaya… De nuevo la misma historia del fin de semana. Lo intenta una segunda vez, pero obtiene la misma respuesta. Se desespera. Hasta se enfada un poco.
En seguida se le pasa. No puede enfadarse con ella, y mucho menos después del día que han pasado juntos.
Paula es increíble, le encanta. ¿Cómo le gusta tanto? Es sencillo: Paula es perfecta. Guapa, inteligente, extrovertida, atrevida, cariñosa… Es ella. Simplemente eso.
Y el sábado darán un paso más en la relación. Además, que responsabilidad. Su primera vez. Paula dejara de ser virgen con él. Es un privilegio ser el primero. Se estremece pensándolo. ¡Menudo regalo! Pero, ¿no se supone que el regalo tendría que dárselo él a ella? Sin embargo, no ha pensado en nada. Bueno, si se le han ocurrido varias cosas, pero ninguna aceptable. Es su primer cumpleaños juntos y quiere sorprenderla. ¿Qué le puede regalar que la deje con la boca abierta? Complicado. Es un reto difícil.
Ángel coge un folio en blanco y un bolígrafo. Hará como cuando hacía las redacciones en la universidad, escribir todo lo que se le pase por la cabeza, tenga sentido o no. Un brainstorming o tormenta de ideas, que dicen los publicistas. Quizá así encuentre el regalo perfecto.
Comienza con el título de "cosas que le gustan a Paula y podría regalarle". Luego, atravesando el papel de arriba a abajo, traza una línea dividiendo en dos columnas. En la de izquierda anotará todas las cosas que se le vengan a la cabeza y en la derecha pondrá rayas horizontales a las ideas que le gusten y cruces a las que no.
Muerde el bolígrafo. Mira hacia el techo. Se concentra y empieza a anotar palabras, una debajo de otra:
Peluches
Bombones
Flores
Caja de música
CD
Película
Vídeo
Foto
Teléfono
Ropa interior
Libro
Viaje
Ángel se detiene y lee las que ha escrito. Piensa unos minutos. No se le ocurre nada de lo que se le ocurre a partir de esas palabras. Necesita más ideas con esos conceptos, menos típicos. Se pone de pie. Camina de un lado para otro y, en voz baja, repite una y otra vez "Cosas que le pueden gustar a Paula, cosas que le pueden gustar a Paula…".
Algo llama entonces su atención. El móvil, sin sonido, vuelve a parpadear. Ángel se acerca hasta él, quizá sea Paula, pero no: es Katia. Una vez más.
Resopla. Mira la pantallita con el nombre de la cantante iluminándose y apagándose. La luz intermitente. ¿Por qué insistirá tanto? Es tarde. ¿Y realmente si le pasa algo? Por primera vez en toda la noche duda. Tal vez debería de responder. ¿Y si no?
La llamada finaliza.
Se siente extraño. Durante unos segundos ha dejado de pensar en Paula. Katia. Cosas que le pueden gustar a Paula. Oye la voz de la cantante. Cosas que le pueden gustar a Paula. Los besos de la chica del pelo rosa. Cosas que le puedan gustar a Paula.
Suspira. ¡Uff, no! Eso no…
Katia. Paula. Katia. Paula. Katia. Paula.
El folio separado en dos columnas. El bolígrafo en la mano.
Katia.
La luz del móvil vuelve a parpadear.
No.
"No, Ángel, no".
Vuelve a suspirar. Sus ojos azules no se despegan de la pequeña pantalla del teléfono. Se mesa los cabellos. ¡Uff! No, no. Pero finalmente…
—Hola, Katia. ¿Cómo estás?
Esa madrugada de marzo, entre el martes y el miércoles, en un lugar de la ciudad.
Abre los ojos poco a poco, qué oscuridad. Demasiada, ¿no? ¿Por qué está echada en la cama sin destapar?
Paula no lo comprende. Tarda unos segundos en reaccionar todavía lleva los vaqueros puestos. No entiende nada. ¿Es un sueño?
No.
Acaba de tener la conversación con sus padres. Va recordando. Luego subió a su habitación. Se tumbó en la cama. ¿Y después?
Se durmió.
¿Cuánto hace de eso? ¿Minutos? ¿Horas?
Con dificultad, moviéndose con torpeza de quien se acaba de despertar, enciende el flexo de la mesita de noche, quiere ver qué hora es. ¿Dónde está su móvil?
Pero si lo llevaba encima, metido en el bolsillo trasero del pantalón. ¿Cómo se ha podido dormir con el teléfono ahí? Lo saca. Vaya, está apagado. ¡Ah sí! Ahora lo recuerda. Antes de hablar con sus padres lo apagó para que no sonase mientras estaba con ellos. Además le quedaba poca batería y no soportaba el pitido constante que lo anuncia.
¡Qué cabeza!
Lo enciende. Enseguida suena la señal de que la batería está bajo mínimos. "Mierda". ¿Y el cargador?
Mira a su alrededor. Allí, encima del escritorio. Resopla. Se levanta a por él y lo conecta al móvil. Luego lo enchufa en un trifásico. Mientras la sintonía de los mensajes no cesa ni un instante. Tiene seis SMS: cinco son de llamadas perdidas que ha recibido, de dos compañeros de clase, de Cris, de Diana, y de Ángel. Su chico la ha llamado dos veces y ella durmiendo, con el móvil desconectado. ¿Lo llama?
"¡Joder! ¡Las tres y cuarto de la madrugada! ¡Pues sí que ha dormido!".
¿Que habrá pensado Ángel? Seguro que se la ha pasado por la cabeza lo del fin de semana. Es muy tarde para llamarlo. Le podría enviar un mensaje para cuando se levente. No, tal vez lo despierte. Tendrá que esperar a mañana.
Hay un sexto mensaje, de un número desconocido. Lo abre con curiosidad. ¡Es de Álex! Le ha enviado un SMS desde ese móvil porque el suyo lo están arreglando. Quiere verla por la mañana en la tarde, a las cinco. Dice que es urgente, ya le contará, que no falte. Está apuntada la dirección, pero no dice nada más.
¡Qué mensaje más extraño! Bueno, Álex es un chico de lo más especial. ¿Qué será eso tan urgente de lo que tiene que hablarle? ¡Qué intriga!
Se sienta en la cama y se quita los vaqueros. ¿Qué querrá? Debe ser algo importante porque ya le escribió el otro día que no podía quedar por los exámenes. Si no lo fuera, no cree que le pidiera encontrarse con él.
Paula se pone el pantalón del pijama.
¿Tendrá algo que ver con su libro o con los cuadernillos? Posiblemente. Cuánto misterio… Es raro que no la haya llamado en vez de enviarle un SMS.
¿Ira?
Sí, ¿por qué no? Le apetece verlo de nuevo. Y a esa preciosa sonrisa que la cautivó
"A las cinco", dice el mensaje. ¡Oh! A esa hora es a la que se supone que debe de estudiar con Mario… ¿Otra vez tiene que elegir? Son dos veces ya las que no pueden reunirse. El lunes por él, cuando se quedó dormido, y ayer por ella. Quizá lo mejor sería quedar con su compañero de clase un poco más tarde, como a las seis. Pero, ¿y si lo que quiere Álex se prolonga más tiempo?
¡Vaya dilema!
La chica aparta las mantas y las sábanas de su cama y se cubre con ellas. Se tapa hasta el cuello e inclina la cabeza hacía un lado sobre la almohada.
Piensa. Se da la vuelta.
¿Cómo puede quedar con los dos?
El sueño regresa. Empieza a notar que las ideas se van desvaneciendo, que todo se hace muy confuso. Hasta que, sin tomar ninguna decisión definitiva, se duerme profundamente.
El cielo continúa oscuro. La luna no brilla. Un grupo de nubes se ha colocado delante. Es la primera señal que el tiempo está a punto de cambiar.
En ese mismo instante, madrugada del martes al miércoles, en otro lugar de la ciudad.