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Authors: Blue Jeans

Tags: #GusiX, Infantil y Juvenil, Romántico

Canciones para Paula (6 page)

BOOK: Canciones para Paula
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Cada paso que Mario da es un mundo de sensaciones. Vive segundos de éxtasis, en los que los nervios están a flor de piel. A cada paso, Paula está más cerca. Ya distingue la miel de sus ojos, el rojo moderado de sus labios, el pequeño hoyuelo en la barbilla y el lunarcito que tiene en la carita. Sí, ahora está más seguro que nunca. Va a confesar todo su amor por ella. Pero un ruido ensordecedor se anticipa a su declaración. Suena la campana anunciando que va a comenzar la última clase del día.

Mario ve interrumpido su plan por ese dichoso timbre. Sin embargo, Paula aún no ha entrado en clase. Todavía tiene posibilidades de decírselo. Ahora es el momento. Se lo tiene que decir.

—Paula, ¿puedo hablar contigo un segundo? —le dice cuando la tiene delante. Le tiembla todo el cuerpo. Va a saltar al vacío. Sus manos son agua.

La chica lo mira. Le saluda con la mano y una gran sonrisa.

—Paula, yo te quiero.

El tiempo se para: un instante que es un siglo. Casi no puede mirarla a los ojos. Las rodillas se le doblan solas. ¿Y ahora qué? Calor y frío descorchados. Silencio. Miedo.

Pero Paula no responde. Le sigue mirando sonriendo. Un desfile de alumnos pasa junto a ellos para entrar en clase.

—Paula, yo…

La chica no deja de sonreír y se lleva las manos a las orejas. Auriculares.

—Perdona, Mario, ¿qué me estabas diciendo? ¿Has oído esta canción?

Paula le coloca un auricular a Mario mientras el otro queda colgando. Suena una voz dulce. Es la voz de Katia, esa cantante que tanto sale ahora en la tele.
Ilusionas mi corazón
.

Una mano, que aparece de ninguna parte, coge el otro auricular y se lo coloca en su oído. El profesor de Matemáticas escucha también la canción de Katia.

—No está mal, señorita García. Pero prefiero los aullidos nocturnos de mi perro.

El profesor de Matemáticas se quita el auricular y se lo entrega a Paula.

—Para dentro los dos. El profesor de Física no viene a última hora. Un hombre sabio. Así que disfrutarán de mí presencia una hora más. ¡Qué afortunados!: ración doble de derivadas hoy. No se quejarán, ¿eh?

Paula suspira y entra en clase refunfuñando.

Atrás se queda Mario con sus intenciones, con su amor en espera, con sus palabras colgadas. El joven respira hondo, se seca las manos en el pantalón y también entra en clase.

Todos se sientan. Mario en su sitio y Paula en el suyo, junto a las Sugus, que ya ocupan su esquina. Una nueva clase de Matemáticas les espera para concluir la jornada, la última de la semana.

—No puedo más —protesta Diana en voz baja—. Tengo ganas de irme ya. ¡Quiero fin de semana!

—Yo también estoy agotada ya. Quiero… —comenta Paula.

—Tú quieres a tu angelito —bromea Cris.

Paula suspira. Pues sí. Durante toda la mañana no ha podido parar de pensar en él. Tiene muchas ganas de verlo. Pero no han quedado en nada concreto, que ya

hablarían. No habían hecho planes para el fin de semana. Ayer por fin se dieron el móvil, las piezas del puzle, ese complicado rompecabezas que comenzó hace dos meses, empezaban a colocarse cada una en su sitio.

La clase de Matemáticas transcurre entre la desidia y la intensa espera de la campana final. El tenue soniquete de las explicaciones del profesor adormece a todos. Incluso las Sugus parecen desganadas: una juguetea con su pelo; la otra mordisquea un bolígrafo… Ni tan siquiera hablan. Todos los alumnos comparten una meta: que esto termine cuanto antes.

Sentado en el otro extremo, Mario la sigue mirando de reojo, con disimulo. Un continuado y asfixiante veo-veo. Paula se ha quedado sin saber que la quiere. Malditos auriculares. Maldita música. ¿Cosas del destino? No. Una simple casualidad. Cuando termine esa insoportable clase, hablará con ella. Su valentía está algo disminuida, pero aún es suficiente para afrontar la situación. Sí. En pocos minutos le volverá a decir que la quiere.

—Como saben, la semana que viene tienen un importante examen. Sé que entre cerveza y cerveza, ustedes se acordarán de mí y estudiarán concienzudamente. Les aconsejo que hagan los ejercicios de la página 54 y que…

En ese momento alguien llama a la puerta. El profesor de Matemáticas detiene la clase y se dirige lentamente a abrir, con sosiego, sin prisas, algo fastidiado. Alguien osa a interrumpir su clase. Al abrir, se sorprende ante lo que ve. Y eso que no es sencillo ver cambiar la expresión en el rostro de aquel hombre que no gesticula ni se inmuta casi nunca.

La clase murmulla mientras el profesor de Matemáticas dialoga fuera con la persona que ha venido.

—Está bien, pase, pero rapidito — le apremia a quien quiera que sea el que se ha atrevido a parar su clase.

Un chico no muy alto, más bien feúcho y con una gorrita puesta hacia atrás entra en la clase ante la sorpresa generalizada de todos y cada uno de los alumnos. En sus manos lleva un imponente ramo de flores. Rosas rojas.

—Es aquella —le indica el profesor señalando a Paula—. Señorita García, vamos, no se haga de rogar y acuda a recoger las flores. Ya podía usted haber avisado de que era su cumpleaños y hubiéramos organizado aquí un fiestón.

"Pero si no es mi cumpleaños…", piensa la joven del pelo alisado mientras palidece. En pocos segundos el color de su cara evoluciona a morado para terminar con una visible rojez. Finalmente se levanta animada por las Sugus y el resto de la clase, que jalea a la chica. Toda la clase, menos una persona que tiene los ojos como platos y el corazón más pequeño y encogido que nunca.

El chico de la gorra para detrás le entrega a Paula el ramo. Las flores son preciosas, rojísimas, y no vienen solas: una pequeña tarjetita está anudada en uno de los tallos con un lacito azulado.

El profesor de Matemáticas despide al repartidor, disculpándose por no darle propina.

—Señorita García, puede volver a su sitio y procure que, a partir de ahora, los regalos se los hagan llevar a casa.

Paula sonríe forzada. No se lo puede creer. Camina lentamente hacia su mesa ante la mirada de todos, que la siguen sin perderla de vista, mientras el profesor reinicia sus advertencias y explicaciones respecto al examen de la semana siguiente. Llega a su asiento. Miriam ha colocado a su lado la silla de una mesa vacía para que su amiga deje allí las rosas.

—Lee la tarjetita, rápido. ¡Qué nervios!

La joven coge aquel papelito ante las prisas de sus amigas y lo lee primero para sí, luego en voz baja.

"
Las once rosas que te faltaban para completar la docena. Gracias por una noche mágica
".

Un "oh" al unísono sale de las bocas muy abiertas de sus amigas.

—¡Qué monada de chico…! —dice en voz bajita Cris, tal vez más romántica de las Sugus.

—¡Qué vergüenza más grande estoy pasando! —señala Paula, llevándose las manos a la cara—. Lo mato.

Pero no es cierto que lo quiera matar. Se siente afortunada, impresionada, querida. Ese detalle de las rosas muestra corno es Ángel: un clásico con la imaginación de un ilusionista; una persona que regala rosas rojas de toda la vida, pero que lo hace de la manera más particular del mundo. Paula se siente especial.

En el otro extremo de la clase, alguien no es tan feliz.

Mario está desconcertado. ¿Tiene novio? ¿Desde cuándo? ¿Por qué nadie le había dicho nada? Quizá se las han mandado sus padres. O un tío que vive lejos. O tal vez una amiga…

El chico no se quiere creer que exista una persona que ocupa el corazón de su amada.
Su
Paula.

Los minutos que dura la clase son eternos para Paula y Mario. Ella quiere escapar cuanto antes de las miradas de sus compañeros. Incluso el profesor de Matemáticas

ha hecho un par de bromas referentes a su ramo de rosas rojas. Quiere llegar a casa y…Pero, ¿qué le va a contar a sus padres? Ayer llegó tarde y hoy vuelve a casa con flores. Demasiado evidente. No está dispuesta a que sus padres se enteren de su relación con Ángel, al menos por el momento. No le quedará más remedio que mentir u ocultarlas.

El chico también desea huir. No está seguro de si quiere saber la verdad de aquellas rosas. Para él son espinas que se le han clavado en el corazón. Tiene los ojos llorosos, aunque trata de conservar la calma. Nada es seguro todavía. La idea de declararse ha desaparecido por completo de su cabeza. Todo es tan confuso. Sus ganas de llorar aumentan. Casi no puede soportarlo.

La campana de la libertad suena puntual.

Paula sale la primera, disparada, embellecida con su ramo de rosas rojas. Mario, inmóvil en su asiento, ve cómo el amor de su vida se aleja. No puede más y una lágrima se le derrama. Apresuradamente, se coloca un libro delante de la cara para ocultar su mejilla mojada. Tiene los labios secos y los ojos enrojecidos. Varios compañeros pasan por su lado y se despiden de él hasta la semana que viene; Mario no contesta, sigue escondido y ni tan siquiera sabe si para él habrá próxima semana porque se quiere morir. Pero nada es seguro. Respira profundamente e intenta tranquilizarse. En su cabeza solo hay un ramo de rosas rojas. Vuelve a respirar. Cierra los ojos, suelta la última lágrima y sonríe. Está solo, ya no queda nadie en clase. Despacio, camina hacia la puerta.

Paula debe de ser la alumna más envidiada por todas las chicas con las que se cruza en los pasillos del instituto. Los que pasan a su lado la observan curiosos y terminan esbozando una sonrisilla y soltando algún comentario. Qué vergüenza.

Por fin, llega a la salida. Aún no sabe qué va a hacer con las rosas, todavía le queda el trago del autobús. ¡Uff!

Baja las escaleras hasta la calle sin mirar a nada ni a nadie, con la cabeza agachada. El olor de las rosas le invade y le provoca alegría y recuerdos de la noche anterior, cuando aquel chico alto y guapo apareció corriendo, subiendo las escaleras de aquella cafetería y los dos acabaron por los suelos. Recuerda el paseo cogidos de la mano, la fuente, el desfile,.. El primer beso. Y ahora las rosas, ¡Dios, está en un sueño! Alguien, en cualquier momento, la pellizcará y se despertará. Esto no puede ser verdad.

La gente la mira: a ella, a las flores. Una chica tan bonita con ramo de rosas así es una imagen encantadora. Se siente observada, cada vez más. Aún más. Y sí, es cierto: alguien la observa atentamente; alguien que tiene una sonrisa que le cubre toda la cara; alguien que tiene sus ojos azules clavados en ella; alguien que le ha regalado a Paula aquel ramo de rosas. 11+1.

Por fin, alza la mirada y lo ve. ¡Ángel!

La emoción es irresistible dentro de Paula. Cree que jamás se ha alegrado tanto de ver a alguien. Cuando se da cuenta, está corriendo desesperadamente para lanzarse a los brazos de su chico. Si: Ángel, definitivamente, es su chico. El ramo cae al suelo y sus labios se unen con pasión. Ella colgada de él, rozando el cielo, rodeando con sus piernas su cintura, con sus manos su cuello, sigue besando, como tan solo le ha besado a él.

—Te quiero —le dice al oído.

—Yo también te quiero, Paula.

El nuevo beso es largo, intenso, apasionado.

La chica, por fin, pone los pies en el suelo y se abrazan. Su cara en su pecho, sus manos en su espalda.

Las Sugus miran la escena desde la escalera del instituto. Las tres sonríen.

— ¡Qué bonito es el amor! —dice Miriam, emocionada.

—Sí, es cierto que el chico tiene buen culo —añade Diana, a la que Cris golpea con el codo.

Cuando ven que la pareja pone fin al abrazo se acercan, llenas de curiosidad por conocer al chico de su amiga.

—¿No nos presentas? —dice Diana, que es la más lanzada del grupo.

Paula mira a Ángel y luego a sus amigas. El joven se toca nervioso el pelo. Ahí delante tiene a las temibles Sugus, de las que tanto ha oído hablar. Ríe para sí al recordar todo lo que le ha contado Paula sobre ellas.

—Chicas, este es Ángel. Ángel, estas son…

—Espera, deja que lo adivine —interrumpe el joven periodista—: tú eres Miriam —dice señalando correctamente a la mayor de las Sugus—. Tú, Cris. —También acierta—. Y claro, tú no puedes ser otra que Diana. ¿He acercado?

Diana silba, Cris aplaude y Miriam asiente con la cabeza. Y Paula le da un nuevo beso en los labios como premio.

—¡Pleno! ¿Podemos nosotras premiarte también? —pregunta Diana levantando las cejas.

—Tú, ahí quieta, que nos conocemos —dice Paula en plan cómico, colocándose delante de Ángel como si le protegiese de las garras de su amiga.

—Lo de las rosas ha sido precioso… —comenta Miriam.

—¿Precioso? ¡Menuda vergüenza me ha hecho pasar! ¡Mira que mandarme flores a clase! —grita Paula, fingiendo estar enfadada.

—Tienes razón, la próxima vez, directamente, te las mando a casa y que sean tus padres los que las vean primero.

—¡Noooooo!

Las Sugus ríen mientras Paula vuelve a abrazarse a Ángel.

—He venido además para invitarte a comer, ¿te apetece? Tengo la tarde libre

—Claro que me apetece…, pero no creo que mis padres me dejen. Además, ¿qué hacemos con las rosas?

—Yo me encargo de las rosas —dice Diana recogiendo el ramo del suelo—. Llama a tus padres y diles que te quedas a comer en mi casa y que luego vamos a estudiar.

—Si les digo que me quedo en tu casa a estudiar, entonces sí que no se creerán nada.

— Tienes razón —señala la chica sacando la lengua—, mejor di que te quedas en casa de Cris a estudiar.

Cris sonríe y acepta con la cabeza.

Paula llama a sus padres. Su madre es la que coge el teléfono y, en principio, se niega a dar permiso a su hija, pero esta insiste una, dos, tres veces, hasta que finalmente consigue convencerla. La conversación termina con un "prometo que estudiaré mucho llegaré temprano".

— ¡Prueba superada! Ya podemos irnos… ¿Adonde me llevas a comer?

Las chicas se despiden de la pareja y se marchan. Paula y Ángel también desaparecen cogidos de la mano.

Es viernes por la tarde. El sol tibio de marzo acaricia las ramas los árboles que dibujan sombras sobre la ciudad. Un sol que ilumina a todos por igual, un sol que posa sus rayos en los de Mario, quien, sentado en la escalera, ha visto parte de la escena entre los dos enamorados. Está quieto, con los brazos cruzados sobre el vientre. Apenas puede pensar. Ni tan siquiera llorar. Es una estatua de hielo, con el corazón congelado.

No puede ser verdad. Se niega a creer lo que ha visto. ¿Pero a quien engaña? Lo natural es que una chica como Paula tenga novio. Se pone en pie y baja los escalones despacio, con las manos las en los bolsillos. Una piedra se cruza en su camino. Mario

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