Read Cormyr Online

Authors: Jeff Grubb Ed Greenwood

Cormyr (19 page)

BOOK: Cormyr
13.35Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Se sentó y desenvainó el acero. Así es como la encontró Brace Skatterhawk, vestida con la armadura, envuelta en la niebla y cubierta por la escarcha de la noche, con la hoja de la espada desnuda en su regazo. Abrió los ojos como platos, pero se limitó a decir:

—Aquí me tenéis, alteza.

Alusair volvió la cabeza e hizo un gesto para que se acercara.

—De modo que, según dicen, eres mi hermano... —dijo en voz baja, cuando estuvo a su lado.

—¡Princesa! —dijo en tono de reproche—. ¿Y qué importa? ¿Debería importar? —Levantó la mano para ahuyentar su propia irritación ante semejante pregunta, sólo para descubrir que la punta de la espada de la princesa reposaba en su garganta. Su comandante se había puesto en pie, con más agilidad que un gato montés.

—A medida que me hago mayor, y más y más bruja —murmuró Alusair, mirándolo a los ojos—, tengo menos paciencia. Quizá tenga algo que ver con eso de que cada vez me queda menos tiempo para la tumba.

Soltó un bufido hondo y ronco; Brace se dio cuenta de que estaba mucho menos relajada de lo que pretendía aparentar.

—También, a medida que me hago mayor —continuó Alusair—, me enamoro cada vez más... de la verdad. De modo que permítame decir las cosas a las claras, joven Skatterhawk. Por el juramento que hizo a la corona: ¿es mi padre Azoun, también el suyo?

Brace tragó saliva, consciente de la afilada punta de la espada de guerra que tenía en la garganta, y en los, si cabe, más afilados ojos, que lo observaban febriles en la oscuridad.

—Eso... eso me han dicho, alteza —respondió, tras respirar profundamente..

La punta de la espada desapareció, rebotando sobre la hierba cuando Alusair lo rodeó con sus brazos.

—¡Maldición! ¡Eso significa que ya no podré hacer más que esto! —Y cogió al sorprendido Skatterhawk de la frente, donde estampó un besazo filial. Pero se lo dio con tal fuerza que la coraza fue a golpear las costillas de Brace.

Después, Alusair se arrodilló junto al fuego y cogió la otra espada que tenía, una espada de hoja fina para lucir en la corte, y que siempre llevaba colgada de la silla de montar. La espada tenía atravesada una serie de cosas marrones que humeaban.

—¿Te apetecen unas setas? —preguntó herida, en un tono de voz que daba fe de la burla, antes de plantar la hoja de la espada ante su boca. Brace aceptó su ofrecimiento, y lanzó un gruñido por lo caliente que estaba la que introdujo en su boca. Finalmente logró engullirla, aunque se le saltaron las lágrimas. Apareció un vaso en su mano, y tragó el contenido de un solo trago, largo y agradecido. Entonces estuvo a punto de romper a toser, con una expresión de incredulidad en el rostro.

—¡Elverquisst! Dioses, alteza, pero si es un regalo propio de... reyes. —El tono de su voz perdió intensidad, y clavó sus ojos en los de Alusair, que se encogió de hombros.

—Me gustas. Debo admitir que te aprecio. Luchas bien, mejor que la mayoría de los nobles de ciudad que he tenido bajo mi mando. Y si no puedo tenerte por marido... o, abiertamente, por hermano... en fin, en este momento necesito un amigo.

—De acuerdo —dijo en voz baja Brace—. Ya me había dado cuenta. —La cogió de los brazos con suavidad, y la miró a los ojos—. ¿Lo dices en serio? —preguntó—. Es decir, lo de necesitar un amigo. En ocasiones, el abismo que existe entre un noble y un miembro de la familia real puede llegar a ser más insalvable que el que separa a un noble de un campesino. Tú y tu hermana mayor Tanalasta siempre habéis formado un mundo aparte, separadas incluso de las intrigas de la nobleza. ¿Podrá Alusair la Lengua de Fuego confiar en un simple miembro de la nobleza?

Aquella mirada marrón como el roble se clavó de pronto en la de Brace, en ascuas ambarinas como el fuego que quema un instante, y los brazos que él cogía temblaron.

—¿Qué te parece? —dijo, en un susurro.

—Me parece —respondió él, sin apartar la mirada. Ambos se miraron a los ojos largo tiempo, durante el cual ninguno pareció respirar; entonces él añadió—: Olvidad mis palabras francas, alteza, pero tenía que decirlas. Me han educado desde pequeño a respetar el linaje Obarskyr, y aunque se me ha dicho cuál es mi origen, tanto yo como otros como yo ni... siquiera soñamos con la corona, que pertenece tan sólo al descendiente legítimo de Obarskyr, educado como tal. Me pregunto si, pese a ello, podréis confiar en mí.

Ella bajó la mirada durante unos segundos, mordiéndose el labio. Entonces volvió a mirarlo de nuevo, con orgullo, y el fuego que antes había ardido en sus ojos se había extinguido.

—Muy buena pregunta —dijo, haciendo un gesto de asentimiento—. Puedo... confiar. Confiaré en ti, por ti. Y como amigo, voy a confesarte que estaremos de patrulla más tiempo del que habíamos planeado, hasta que encontremos todos esos portales de la Guardia Negra.

Brace Skatterhawk soltó sus brazos y con su mano izquierda cogió la derecha de la princesa, que seguidamente acercó a sus labios.

—Será un honor para mí ser vuestro amigo.

Entonces acercó las manos a las correas que aseguraban la armadura de la princesa, y dijo:

—Se me ocurre una forma de celebrar nuestra amistad. Los hermanos no se atreven a hacer tal cosa, o correrían rumores. Los amantes, por otra parte, siempre tienen demasiada prisa por emprender otros... negocios. Sin embargo, un par de amigos...

—Aparta esas manos de las correas,
amigo
Brace —advirtió Alusair, que acto seguido se volvió de modo que la luz del fuego alumbrara su cuerpo, para que él viera lo que estaba haciendo. Brace apartó con cuidado las placas de metal que cubrían su torso, e hizo un gesto para que tomara asiento. La princesa obedeció.

—Como iba diciendo —continuó Brace con cierta seriedad—, los amigos tienen las manos más adecuadas para librarlo a uno de la armadura, y... darle un masaje en los pies.

—Mmm —gimió Alusair, recostándose y cerrando los ojos con una expresión de auténtico éxtasis—. ¡Qué bien he elegido! Tendría que haber supuesto que eras tan bueno con las manos como con la espada. Me alegra tener por amigo a un campeón de los masajes en los pies, sobre todo cuando el reino corre peligro. —Un pensamiento fugaz pasó por su mente al pronunciar estas palabras, y de pronto se puso tensa.

—¿Princesa? —preguntó, inquieto.

—No pasa nada —dijo ella haciendo un gesto con la mano, para que no le hiciera caso—, acabo de recordar una cosa, eso es todo...

—¿Se trata de un secreto? ¿O de algo que poder compartir? —insistió Brace, mientras ella agitaba la cabeza, absorta.

—Un secreto —se limitó a responder, pese a que el pensamiento iba y volvía en su cabeza, una y otra vez. Sabía que tenía razón. En toda su vida, jamás había oído a su padre decir: «El reino corre peligro», pero el caso es que había sido, de siempre, una de las frases favoritas de Vangerdahast. Frunció el entrecejo y pensó en el mensaje. ¿Por qué razón el viejo mago se haría pasar por su padre?

¿Qué estaría tramando Vangerdahast?

8
Masacre

Año del Trueno Lejano

(16 del Calendario de los Valles)

Ondeth y los demás tuvieron cuidado al caminar por entre los restos humeantes de la granja Bleth. Pétreo era el rostro del mayor de los Obarskyr, y no dijo una sola palabra mientras sus ojos contemplaban la destrucción. No había escapado un solo edificio... no se había salvado una sola criatura.

La granja tan sólo distaba una milla de Suzail, se trataba de un claro modesto que Mondar Bleth había despejado ampliándolo al doble de su tamaño. Había tres edificios principales, uno con cimientos de piedra que seguía allí, y en aquel mismo lugar Mondar había logrado reunir un importante número de cabras. Pero en aquel momento los edificios no eran sino piras humeantes, y los cuerpos de las cabras yacían esparcidos por el terreno, junto a los cadáveres humanos.

Diez personas, entre hombres y mujeres, habían muerto por una tontería. A Mondar lo encontraron a la entrada de la granja; su cuerpo desecho estaba suspendido de un trípode hecho con finas picas rematadas con una punta de oro, armas élficas. Las puntas ensangrentadas se habían hundido en su pecho, en su barriga, derribando el enorme corpachón al suelo, como el de un oso. Mondar tenía los ojos abiertos y una mirada acusadora.

Faerlthann se acercó a su padre, empuñando la espada de Mondar, un acero enorme y pesado que Mondar había ceñido siempre. Mondar no era de los que agotaban todas las posibilidades antes de recurrir al acero. La hoja estaba pegajosa y teñida de sangre oscura, y aunque entre los muertos no había ningún cadáver elfo, al parecer se había llevado a alguno que otro por delante antes de caer.

Las miradas de ambas generaciones de Obarskyr se cruzaron, y Ondeth creyó ver cierta acusación en la mirada de su hijo. Dos de los Bleth habían sobrevivido a la matanza al encontrarse en aquel momento en Suzail. Minda, la hermana de Mondar, había sido invitada la noche anterior a una cena, y había llevado con ella a Arphoind, el retoño más joven de los Bleth, un muchacho de apenas ocho inviernos.

Los Bleth habían cenado y después se habían quedado a pasar la noche. Arphoind en la guardilla, y Minda... en fin, Minda pasó la noche en la habitación de Ondeth. Nadie tenía por qué enterarse de su cita, y los Bleth hubieran partido al salir el sol, de modo que nadie en Suzail lo supiera. Pero al amanecer se vio una columna de humo procedente del noroeste, y cundió el pánico entre la servidumbre sin que fueran pocos los que repararon en la belleza azabache de los Bleth salir del dormitorio de Ondeth.

Habían dejado a Minda y a su sobrino a salvo antes de ir a investigar, sabia decisión por más de un motivo. Ondeth no quería que la mujer viera a su hermano empalado como un ganso suspendido ante el fuego. Además, quizá los elfos responsables de la matanza no anduvieran muy lejos.

Al comprobar la devastación, lo primero que pensó Ondeth fue en lo que podía decir a Minda. Pese a todo, al cruzar la mirada con su hijo, se enfrentó a otra pregunta: ¿qué diría a Faerlthann? Su hijo se encontraba entre quienes habían descubierto a Minda en la casa. Su rostro estaba pálido de la ira... pero no contra los elfos, sino más bien contra Ondeth Obarskyr, que había faltado a la memoria de su madre.

Al apresurarse a la salida de Suzail, Faerlthann había dicho una sola cosa, una breve reflexión apenas susurrada mientras cogían los aceros de la pared y se enfundaban las armaduras ligeras.

—¿Cómo has podido? ¿Cómo has podido hacerle eso a mamá? —Acto seguido, sin esperar la respuesta, se volvió para reunirse con los demás, de modo que no hubo tiempo para conversar.

Ondeth debió haberlo hecho, debió dar una explicación. Habían pasado cuatro años desde que Suzara lo había abandonado, cansada de los lobos, los mosquitos y, sobre todo, del trabajo interminable. Debió responder a su hijo que lo único que había hecho era pagarle con la misma moneda. Aquélla no era la primera relación que tenía, sino la primera vez que lo habían descubierto. Si Minda no hubiera estado en Suzail, lo más probable es que también hubiera muerto, y su cadáver estaría allí a merced de las moscas, al igual que el joven Arphoind, amigo de Faerlthann.

Ondeth debió decir algo entonces, pero no tuvo tiempo. Vio cómo la miraba su hijo tras la hoja ensangrentada de la espada de Mondar, y su mirada le pareció tan cargada de reproche como la del mismo Mondar.

Quizá más tarde tuvieran ocasión de hablar, padre e hijo. Quizá después pudiera explicarse, pero en aquel momento había que recoger los cadáveres de los Bleth y proporcionarles una incineración digna. Los hermanos Silver ya habían reunido algunos, sin olvidar colocar las cabras debajo de los humanos. Otra columna de humo, gruesa y aceitosa, se alzaría en aquel mismo lugar, aquel mismo día.

Ondeth miró la forma suspendida de Bleth, inclinada ligeramente hacia adelante, como si buscara pelea. La mandíbula de Mondar colgaba suelta, como si estuviera confesando algún secreto entre borrachos a un compañero de juerga. Sin embargo, no había secreto que valiera, sólo la advertencia de quienes habían sido durante la última década aliados de Ondeth.

—¿Y por qué ahora? —preguntó Ondeth. Faerlthann se sobresaltó al oír la voz de su padre, ronca y terrible—. ¿Por qué habrán esperado tantos años los elfos para atacar?

Para los colonos, el centro del universo era Suzail, y el centro de Suzail, la mansión de Ondeth.

La población, cuyo nombre era un claro homenaje a la esposa ausente de Ondeth Obarskyr, había crecido lentamente a lo largo de la falda de la ladera, más allá del claro donde se originó. La explotación forestal había sido supervisada de cerca por Baerauble, el amigo de los elfos; por ejemplo, se habían empleado de inmediato los árboles caídos en la edificación. La mayor parte de las primeras casas se habían convertido en terrenos de cultivo, de modo que tanto Ondeth como Villiam tuvieron que volver a erigir sus hogares, teniendo en consideración el espacio que debían destinar a los cultivos. Las familias de recién llegados se albergaban en la parte alta de la colina, protegidas por una empalizada de madera que la rodeaba por completo. La cima era propiedad de los Obarskyr por haber sido los primeros en llegar, cosa que nadie discutía. Trescientas cincuenta personas, más o menos, consideraban a Suzail como un hogar, número que podía perfectamente hacinarse en una sola manzana de las atestadas ciudades de Chondath o Impiltur, o incluso en los asentamientos mercantiles de la cercana Sembia.

Pese a ello, prosperaban. Hacía cuatro estaciones desde que construyeron un puerto que permitía atracar a los barcos a lo largo de la costa rocosa. Hasta entonces, los visitantes que llegaban por mar tenían que desembarcar en Marsember, para después recorrer la costa a pie hasta la ciudad de Suzara, Suzail. Los mercaderes pasaban de largo por aquella población pantanosa, en favor del asentamiento Obarskyr. Los contactos de Baerauble con los elfos permitieron que el puerto pudiera embarcar telas de factura élfica, así como nueces y pieles de bestias, para recibir a cambio herramientas, armas y diversos artículos manufacturados, procedentes de ciudades humanas situadas más al sur, en las costas del Mar de las Estrellas Fugaces.

La mansión de Ondeth dominaba la ciudad. Pese a sus dos pisos, contaba con un terraplén bajo y sólido de piedra basta y ripio gris relleno de guijo, que cubría en parte la ladera de la colina que daba a la parte posterior. Aquéllos fueron los primeros cimientos de piedra en toda Suzail, y la envidia de los vecinos los había empujado a imitarlo.

BOOK: Cormyr
13.35Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Fallen by Tim Lebbon
Ruth by Elizabeth Gaskell
Night Hoops by Carl Deuker
Unlocking Void (Book 3) by Jenna Van Vleet
Cold Hands by John Niven
Cobalt by Shelley Grace
Echoes by Brant, Jason
Last Flight of the Ark by D.L. Jackson
Inside Out by Barry Eisler