—No —le explicó Arkady con su tono más condescendiente—. Tú estás ahora mismo sobre el dobladillo de tus pantalones. Yo estoy en el Templo Obscura, recorriendo la Espiral. El hecho de que el chico y tú estéis aquí debería ser prueba suficiente de que, de hecho, sí que estoy en el infierno.
—Eh, ése ha sido bueno —lo interrumpió Evan mientras Albrecht se enfurecía—. Pregúntale si quiere comprar mi repelente para Murciélagos del Wyrm.
Albrecht logró controlarse.
—Supongamos —dijo—, sólo por el placer de discutir, que estás en Malfeas. Recorriendo la Espiral Negra. Al margen del hecho de que ahora mismo estás hablando con nosotros. Supongamos también que no eres un lunático peligroso.
—Un lunático homicida y peligroso —añadió Evan, deseoso de poner su granito de arena—. Puede que incluso un lunático genocida.
—Tampoco hay que pasarse —dijo Arkady.
—A pesar de ello —continuó Albrecht sin prestar atención a las interrupciones—, no deberías de estar aquí. Yo te desterré, ¿recuerdas? Invoqué el poder de la Corona de Plata. Te expulsé delante de testigos. El propio Halcón presidió el juicio. Tengo todo el derecho a matarte por haber regresado. A cortarte en dos ahí mismo. A hacerte lo que tú le hiciste…
Trató de controlarse. Hasta Evan reparó en el brusco cambio en la voz de su compañero de manada y empezó a decir algo, pero Albrecht lo interrumpió con un ademán furioso.
—No seguirás enfadado por aquello, ¿verdad?
—Oh, no te haces una idea. Debes de tener muchos huevos para asomar el careto por aquí. Pues esta vez te los voy a cortar.
—¿Después de todo este tiempo? —Arkady resopló—. ¿Después de todo lo que ha ocurrido? Ganaste, ¿te acuerdas? Tú eres el que se sienta en el trono de Jacob Morningkill. ¡Tú eres el que se pavonea por ahí con la legendaria Corona de Plata en la cabeza! Yo estoy tirado aquí, en el Infierno. Y no hay manera de salir de este lugar, por las buenas o por las malas, y a estas alturas ni siquiera estoy seguro de poder seguir adelante, al menos sin tu ayuda.
Al escuchar aquello, Albrecht sonrió.
—Parece que estás metido en un lío. ¿Pues sabes una cosa? Me da igual. Si te quemas en el infierno para toda la eternidad, me da igual. Espera, puede que esté siendo demasiado sutil para ti, así que deja que te lo deletree: Me. Da. Igual. Por lo que a mi se refiere, tienes lo que te mereces, compañero. Y al menos a mí no me hará perder el sueño. Pero oye, me ha encantado poder hablar contigo y tal. Ya nos veremos. O no, supongo.
—No seas capullo, Albrecht. Ni siquiera me has preguntado por qué había venido o lo que iba a pedirte. Ni lo que te ofrecería a cambio. Vaya, por lo que sabes…
—¿Qué parte de «me da igual» es la que no terminas de entender? No quiero tener nada que ver contigo. Nunca jamás. ¿Quieres echar la vista atrás y ver todas las grandes cosas que has hecho por mí? Veamos: mataste a mi abuela. Trataste de usurpar el trono. Luego trataste de matarme… varias veces, en realidad. Y ni siquiera voy a mencionar lo que me hiciste cuando encontramos la Corona de Plata, aunque me costó algunas calvas en el pelaje. —Inconscientemente, volvió a sacudirse las perneras de los pantalones—. Y sigo teniendo las cicatrices para demostrarlo. Así que puede que me entiendas cuando te digo que no quiero ningún favor de ti. Ya he tenido más que de sobra.
Arkady ignoró la diatriba y se acercó a la cama. Al hacerlo, Mari se estremeció y gimió, atrapada en los confines de una nueva pesadilla.
—¡Te he dicho que te apartes de ella! —Albrecht bajó la cabeza y se lanzó hacia él pero las siguientes palabras de Arkady lo frenaron en seco.
—Podría curarla, ¿sabes?
Lo dijo como si nada y se encogió de hombros. Albrecht abrió la boca pero no salió ningún sonido de su garganta.
—Seguro que sabes —prosiguió Arkady— que en los círculos europeos aún se habla de aquella vez en que calmé a un Trueno del Wyrm con una sola palabra. ¿Te han contado la historia?
A juzgar por su expresión, así era.
—Por supuesto —dijo Arkady mientras se llevaba la mano a la frente como si acabara de recordar algo—. Mari. Ella estaba allí. En la asamblea, ¿no?
Albrecht estaba perdiendo los estribos y Evan le hablaba en voz baja y llena de urgencia.
—No lo hagas. No lo merece. Si le pasara algo a Mari durante la pelea nunca te lo perdonarías.
—Tengo la conciencia tranquila —respondió Albrecht con un gruñido—. Nunca se lo perdonaría a
él
.
Arkady dirigió a Mari una mirada de falsa preocupación y le puso una mano en la frente. El rostro de la chica se contorsionó en un espasmo de agonía y perdió todo el color.
—¡Maldición, te he dicho que no la toques!
Albrecht lo agarró por la camisa. Trató de levantarlo y hacerlo caer pero lo único que consiguió fue desgarrar la tela.
—Hay un espíritu oscuro dentro de ella —dijo Arkady—. Una Perdición.
Evan se adelantó.
—¿Qué clase de Perdición?
Dio a Albrecht un pisotón con todas sus fuerzas. Su compañero de manada captó la indirecta y, con un gruñido, empujó a Arkady hacia la puerta.
—Podría ordenarle que saliera —dijo Arkady—. Podría hacerlo. ¿Lo pones en duda? Dominé a aquel Trueno del Wyrm.
—Hijo de… —Albrecht volvió a avanzar hacia él y de nuevo se encontró a Evan en su camino.
—Hazlo —dijo el muchacho con inesperada vehemencia antes de que Albrecht pudiera alcanzarlo y golpearlo con todas sus fuerzas, como pretendía.
—No dejaré que le ponga la mano encima, ¿me oyes? —dijo Albrecht. Levantó la voz—. Si la tocas te abriré en canal ahí mismo.
—No puedes decirlo en serio —protestó Evan—. ¿Es que no has oído lo que acaba de decir? ¡Ha dicho que podía ayudar a Mari! Sí, puede que sea un mentiroso. Pero ¿por qué no ponerlo a prueba? Si está mintiendo, ¿qué hay de malo en dejar que se coma sus palabras? No podemos permitirnos el lujo de desperdiciar cualquier oportunidad de ayudar a Mari. En especial por algo como esto.
—¿Por algo como qué? —gruñó Albrecht—. ¿Te refieres a mi testarudez? ¿A mi rencor? Y una mierda que no; tú mírame. Ya he tenido todo lo que necesito de este bastardo. Y si no regresa al infierno en menos de un minuto, lo mandaré allí yo mismo.
—Albrecht, piensa un segundo. Piensa en lo que estás diciendo. Ni siquiera has querido escucharlo —dijo Evan, tratando de salvar la situación antes de que desembocase en un baño de sangre. Aunque tuviera éxito, temía que Albrecht estallara. O que lo hiciera Arkady. ¿Y qué pasaría entonces con Mari? Aunque hubiera sólo una oportunidad entre un millón de que Arkady pudiera cumplir lo que prometía, tenían que tratar de aprovecharla.
—Exacto —dijo Albrecht—. Y no tengo la menor intención de hacerlo. Eso es lo que más me escama de toda esta mierda: lo que no ha mencionado. ¿Qué saca
él
de todo esto? Me cuesta mucho creer que se ha dejado caer por aquí por su buen corazón para echar una mano a un viejo amigo. ¡Estamos hablando de Arkady! Aun suponiendo que pudiera ayudar a Mari, cosa de la que no estoy convencido, se asegurará de que le paguemos por ello mucho más de lo que merece.
—¿Y cómo vas a hacer las cuentas? —lo desafió Evan—. ¿Qué precio sería demasiado alto a cambio de recuperar a Mari? ¿Qué va a hacer, demandar tu piel de nuevo? ¿Y si lo hace? ¿Sería mucho pedir? ¡Joder, puede quedarse con la piel de mi espalda si eso sirve para ayudarla! Hablas de principios mientras Mari está inconsciente… puede que para siempre.
El gruñido de advertencia de Albrecht lo acalló al instante.
—Mira, chico, sé que estás preocupado por Mari. Todos lo estamos. Incluso este bastardo, si te crees su
historia
. Pero puedes ahorrarme los violines y esas chorradas de que no voy a dar mi piel por ella. Ese capítulo hace tiempo que no tengo que demostrarlo. Y menos a ti.
—No pretendía…
—Ya lo sé. Lo de Mari te está reconcomiendo también a ti. Yo araño las paredes y tú haces lo mismo con palabras. Pero a mí me sobra tu terapia, ¿
capice
? Ya tengo suficiente basura propia en este momento.
Evan le puso una mano en el hombro.
—Supongo que quieres decir que
los dos
tenemos suficiente basura en este momento. Esto no es una cuestión nuestra; estamos hablando de Mari. Y si hay algo que podamos hacer para ayudarla, y me refiero a
cualquier cosa
, tenemos que intentarlo.
Lanzó una mirada de soslayo a Arkady, quien esperaba con los brazos cruzados y una expresión de aparente desinterés.
—Si alguien me pregunta —dijo con tono seco—, no tengo el menor interés en la piel de Albrecht, tal como están las cosas. No me sirve de nada. Y me ofende la insinuación de que puede haber sido de otra manera en el pasado. Si alguno de vosotros, caballeros, lo recuerda, no fui yo quien puso a Albrecht bajo el cuchillo del desollador, fue ese Danzante de la Espiral Negra. ¿Cómo se llamaba…? —Arkady guardó silencio mientras reflexionaba—. Ya me acordaré. Además, ya no importa demasiado. Te vengaste de él en su momento. O la Corona de Plata se vengó por ti, que para el caso es lo mismo. Ese libro está cerrado, caballeros. No seguiréis amargados por
eso
, ¿verdad? Vaya, hace años de eso. ¡Y al final ganasteis! Tenéis que pasar página. Yo ya lo he hecho.
Albrecht se limitó a fulminarlo con la mirada.
—Largo de aquí.
Evan empezó a protestar.
—Pero ¿qué hay de Mari? Prometiste que ibas a escucharlo.
—De eso nada.
Arkady se encogió de hombros.
—La verdad es que nunca creí que sintieras nada por la zorra esa. Aparte de alguna que otra calentura. Pero no creí que te atrevieras a ser tan franco delante del crío. Él la idolatra, ya lo sabes. Se ve en sus ojos. Le gustaría ponerla en un pedestal. O al menos hacer que se inclinara sobre un pedestal.
Con un aullido, Albrecht saltó sobre él al tiempo que se transformaba. Su klaive destelló sobre su cabeza y descendió a continuación impulsado por toda la fuerza de su forma Crinos. Era un golpe que hubiera partido en dos una roca. Arkady no hubiera sobrevivido.
Evan gritó algo que se perdió en el tumulto reinante mientras Arkady daba un salto hacia delante y se interponía en la línea del ataque. Atravesó la guardia de Albrecht y esquivó el klaive y su poderoso tajo. Chocaron y cayeron al suelo. Los dos adversarios rodaron en una presa mutua, convertidos en un letal vendaval de garras y colmillos.
A tan corta distancia, era casi imposible que ningún golpe alcanzase su objetivo. Saltaba la sangre; volaba el pelo. El rodar de los combatientes se frenó cuando Albrecht chocó contra la pata de la cama. La fuerza del golpe no fue nada para él; ya había sufrido media docena de heridas más graves. Fue el sonido proveniente de la cama lo que hizo que se detuviera: el gemido de Mari y un ruido sordo cuando fue arrojada violentamente al suelo y la cama se volcó sobre ella.
Con un grito, se quitó a Arkady de encima. Sorprendido por el inesperado cambio de objetivo, éste giró en el aire y chocó contra la esquina más cercana del cuarto. Estaba de pie casi al instante, ajeno al profundo desgarrón que tenía en el pecho y que casi había arrancado el pezón izquierdo y lo había dejado colgando de un jirón de carne desgarrada. Pero todo había terminado. La atención de Albrecht se dirigía ahora a la maraña del somier de la cama y la figura menuda y morena que se debatía debajo de ella.
Al ver que su adversario había rendido el campo de batalla, Arkady echó la cabeza atrás y lanzó un aullido de victoria.
—Oh, ¿quieres callarte? —le espetó Albrecht. Un momento después, la estructura de la cama salía despedida por el aire en la misma dirección seguida recientemente por Arkady. Este la desvió y cayó al suelo hecha un amasijo de madera y metal. Apenas se percató de los pasos apresurados que, procedentes del exterior, llegaban en respuesta a su aullido de triunfo.
Evan ya estaba allí, inclinado sobre la caída Mari mientras Albrecht arrojaba la cama a un lado como si no fuera más que un jergón plegable.
—Está bien —dijo el muchacho al tiempo que interponía un hombro entre ella y el enfurecido Albrecht. Como si aquello fuera a representar un obstáculo real para la tempestad de garras—. Dale un poco de espacio, ¿vale?
Albrecht lo ignoró y se inclinó para cogerla en brazos. Fue la visión de sus propias garras, de varios centímetros de longitud y manchadas de sangre recién derramada, lo que le hizo volver en sí. En aquella forma no estaba bien equipado para un acto de misericordia.
Aulló de frustración y trató de obligar a sus garras a tornarse algo parecido a unas manos de hombre. No sirvió de nada. Le hervía la sangre. La voz de Arkady, a su espalda, no consiguió sino inflamarlo más aún.
—Déjasela al chico —le ordenó Arkady. El sonido de su voz hizo que volviera el rostro—. Ahora sólo…
—¡Cierra el pico! —le espetó Albrecht, a pesar de lo difícil que le resultaba hablar con aquellos enormes caninos—. Acabaré contigo dentro de un segundo.
—Ya has acabado —dijo Arkady—. La pelea ha terminado. Le diste la espalda, abandonaste en mitad de la batalla. Para ir a esconderte entre los débiles y las mujeres. Acepto tu rendición, por supuesto, aunque esperaba más de ti. No importa, ahora has de someterte a mi…
—¡Y una mierda! Ya he soportado suficiente tiempo esta basura y voy a ponerle fin. Ahora mismo.
Hizo ademán de adelantarse pero el rugido de Evan lo detuvo.
—¡Aquí no, maldición!
Se hizo el silencio en la habitación. Albrecht trataba de no perder los estribos. Lanzaba miradas de un lado a otro, a Evan, a Arkady. Un animal enjaulado que por primera vez comprendía su situación. Fue Arkady el que rompió el silencio.
—El cachorro tiene un buen ladrido —admitió—. Pero está en lo cierto. El tiempo de los desafíos ha pasado. No puedes negarle mi ayuda a la chica sin condenarla a una muerte lenta y segura. No puedes seguir luchando conmigo sin condenarla a una muerte brutal y absurda. Estás vencido, admítelo. No hay de qué avergonzarse… a menos, claro, que consideres que tu preocupación por la chica y el cachorro una debilidad y una vergüenza…
—Sal de aquí de una puta vez.
—Es una petición justa —dijo Arkady con aire reflexivo—. Y que estoy dispuesto a concederte. Personalmente, esperaba que cederías por la vida de la chica pero… como quieras. —Se encogió de hombros—. Pero tu petición llega tarde. Dado que has sido vencido, debes acceder a mi demanda. Debes entregarme la Corona de Plata.