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Authors: Eric Griffin

Tags: #Fantástico

Danzantes de la Espiral Negra (14 page)

BOOK: Danzantes de la Espiral Negra
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—¿Estás… —empezó a decir Arkady, estupefacto—… estás bien?

La figura levantó la cara hacia él y Arkady se encogió involuntariamente al verla. Allí donde hubieran debido estar los rasgos del hombre —su nariz, su boca— había sólo una línea de glifos plateados que dividían su cara en dos desde la frente a la barbilla. Sus ojos eran sendos agujeros vacíos que enmarcaban y puntuaban las crípticas señales.

Había algo inquietantemente familiar en aquellos símbolos rúnicos pero antes de que Arkady pudiera seguir examinándolos, la figura se lo quitó de encima y se puso trabajosamente en pie. Adoptó una pose desafiante y pareció crecer todavía más hasta superar en una cabeza y aún más al señor de los Colmillos Plateados.

Hasta en su forma de guerra, la colosal criatura estaba encorvada y arrastraba por el suelo las garras de treinta centímetros de longitud. Indudablemente era un lupino pero, a diferencia de cualquier otro Garou que Arkady hubiera visto, la neandertalense forma Glabro era diferente a un cuerpo humano normal.

El denso pelaje que brotaba a mechones de su piel le estaba muy grande y era demasiado tupido hasta para un Garou. El pelaje de sus muslos caía en cascada hasta el suelo y despedía en la oscuridad un resplandor tan blanco como el de Arkady: el orgullo y el pedigrí de los Colmillos Blancos.

¡Semejante marca de distinción en
aquella
criatura! Era un ultraje.

Arkady se obligó a afrontar el desafío de aquellos ojos vacíos para tratar de desentrañar la extraña confusión de líneas y símbolos que formaban los brillantes glifos plateados que ocupaban el lugar de la cara. Con voz titubeante, leyó:

Cuando salí por vez primera del vientre de Gaia,

Me llamaron Pelaje-de-Luna-Llena,

(Aunque nacido en la Casa de la Luna Creciente)

Porque no habían visto un pelaje comparable al mío

En una docena de generaciones.

Expulsado de mi casa, privado de mi herencia

Perseguido por los insultos, Nacido-Sin-Luna

Concebido por una unión prohibida

Entre Garou y Garou.

Le di la espalda a los míos

Y bajé aquí, a la oscuridad

Para grabar mi marca, sobre el Wyrm si era necesario

Y así recobrar mis derechos de nacimiento.

Tres cosas pido tan solo, antes del fin de la vida:

Un trozo de tierra al que llamar mío,

Una casa de tablones, limpia y bien arreglada;

Sin caseta para perro ni corral para ganado.

Y tres monedas de plata, cada una de ellas tan redonda y brillante

Como las tres lunas que

Me arrebataron.

Largos años he vagado aquí, en la oscuridad

Y si alguna vez supe el camino a casa, lo he olvidado.

Mis garras se han mellado, mis ojos se han vuelto ciegos

Y ya no puedo luchar, ni

Recitar mi propio cuento

Con mi propia voz.

Y no hay una sola

Luna que brille

Aquí en la Espiral

No hay

Luna.

Arkady no podía creer las palabras que estaba leyendo. Lo lastimaban como golpes físicos. ¿La Casa de la Luna Creciente? ¿Aquella monstruosidad? ¿Qué podía significar? Quería hacerla trizas, obligarla a retractarse de su ridícula afirmación.

Pero entonces se le ocurrió una idea más siniestra. Aun de niño, Arkady había sabido siempre que era el miembro de su linaje de sangre más pura que nacía desde hacía generaciones. Nadie se lo había ocultado. Era una fuente de orgullo para todos, un punto de reunión, una esperanza secreta y querida.

Pero nunca se le había ocurrido preguntar qué había sido del otro, su lejano predecesor, la mayor esperanza de hacía veinte generaciones.

No, sencillamente no era posible. ¡Arkady no había recorrido tanto camino para que se burlaran de él! Había venido hasta aquí para…

—¿Para qué?

Para redimir a los caídos de su pueblo. Para recuperar sus recuerdos y arrancárselos a las mismas fauces del Wyrm si era necesario.

Se tragó el desafío que había acudido a sus labios de manera instintiva. Se dirigió a la miserable figura que tenía delante.

—Pelaje-de-Luna-Llena —dijo—. Hace demasiado tiempo que abandonaste tu hogar. Te han echado mucho de menos.

Unas arrugas, primero de perplejidad y luego de alivio, se dibujaron en aquellas severas e insólitas facciones. Delicados glifos de plata se encharcaron en los bordes de sus ojos. Y entonces, inclinando la cabeza frente a Arkady, tan solemne como si estuviera haciendo una reverencia, Pelaje-de-Luna-llena dio un gran salto y se lanzó hacia la oscuridad para desandar el camino que sobre la Espiral había recorrido hacía tanto tiempo.

El contorno de su resplandeciente pelaje parpadeó y se hizo más tenue con cada paso que daba. Al cabo de tres zancadas completas, la mancha plateada había desaparecido, liberado al fin su recuerdo de su largo exilio en aquel lugar.

En aquel momento Arkady reparó en la presencia de otras muchas figuras silenciosas que lo rodeaban en la oscuridad. Habían asistido ensimismadas a su encuentro con Pelaje-de-Luna-Llena, esperando, absorbiendo cada palabra. Y ahora se mostraban más osadas y se le acercaban desde todas direcciones.

Venían a él para escuchar sus historias leídas en voz alta una última vez. Para oír sus hazañas recitadas, sus heroicas batallas validadas por la voz de los vivos. Para que Arkady, rey designado por Halcón, separase las hebras enredadas de sus pasados de las líneas que el tiempo y las penurias habían dibujado en sus rostros. Una magia por simpatía.

Arkady recitó pacientemente sus linajes, lo mismo los orgullosos que los infames. Se solazó con ellos al escuchar sus victorias y se condolió de sus derrotas. No tardó en perder la cuenta de su número: ¡Eran una muchedumbre, una hueste! Se le antojaba que la Espiral de Plata entera se había pavimentado con las filas agolpadas de los Colmillos Plateados caídos, cada uno de ellos una piedra arrojada a modo de desafío contra el Wyrm en su laberíntica guarida. Para fallar y perderse en la oscuridad, extraviarse y rebotar con un ruido hueco, olvidadas y sin propósito, sobre el suelo de Malfeas.

Apenas acababa de emprender la épica tarea cuando se dio cuenta de que algo marchaba muy mal. Una cosa oscura y furiosa estaba formándose alrededor de la Espiral Negra. Pasó sobre él como el primer y experimental tanteo de un dedo de miedo. El despertar de las memorias aletargadas de los Colmillos Plateados no había pasado inadvertido.

Algo estaba desperezándose como respuesta, una reacción idéntica y opuesta. Las defensas autónomas de la Espiral Negra se alzaron frente a aquel desafío sin precedentes con rápida y brutal eficiencia. Ojo por ojo.

Algo profería aullidos más adelante, un sonido hueco que hizo que todas las cabezas se volvieran hacia él. No era un sonido nacido en el pecho de una criatura viviente, sino más bien todo lo contrario. Una inhalación de aire que le robaba la vida a todos aquellos que la escuchaban.

No era sólo un sonido, era voz. Y no sólo voz, sino una palabra. Era una palabra aullada una vez tras otra, repetida incansablemente hasta que sus sílabas perdían todo el sentido.

Jo’cllath’mattric.

Era un nombre hecho de los siniestros vacíos que acechan detrás de las estrellas y en el fondo de las tumbas vacías. Era una palpitante ausencia, una negación de significado, la anulación de la voluntad. Cada vez que sonaba el nombre, una de las resplandecientes memorias de los Colmillos Plateados Caídos parpadeaba y se extinguía.

Allí, al fin, estaba el espíritu oculto que daba vida al Templo Obscura, comprendió Arkady con repentina claridad. Aquél era el gran espíritu a quien se había erigido y consagrado aquel altar. El Templo Obscura era el lugar al que iban a morir las historias y aquel Jo’cllath’mattric era el espíritu devorador que se encargaba de engullirlas.

Instintivamente, Arkady se abrió camino hacia el extremo de la multitud. Tratando de interponerse entre la sombría voracidad y los últimos y fugaces recuerdos de los Colmillos Plateados. Veía el terror dibujado con toda claridad en los rostros de los Garou más cercanos, la comprensión de lo que iba a ocurrirles a continuación.

Cogió al Colmillo Plateado que tenía más cerca y lo zarandeó, tratando de conseguir que actuara de alguna manera, aunque fuera huyendo. Pero no sirvió de nada. Frente a sus mismos ojos, los glifos de la historia del otro se deshicieron, liberados como puntos sueltos, de manera lenta, tortuosa. Y tras ellos, la carne de la cara se abrió alrededor de una herida abierta. Un aullido agónico brotó gorgoteando de la grieta.

La delicada hebra de plata que había sido, hacía un momento, su último testamento —el último recuerdo registrado de su vida— se perdió volando en espiral hacia aquella hambre lejana.

Arkady tuvo que volverse, al tiempo que reprimía la bilis que le estaba subiendo por la garganta. Estuvo a punto de caer de bruces y empezó a avanzar en dirección a la voracidad que era la causa de todo aquello. Y muy pronto, se encontró caminando a trancas y barrancas a través de una maraña de idénticas hebras plateadas.

Era como caminar por una telaraña, sólo que cada una de aquellas hebras era uno de sus antepasados, un recuerdo perdido que Arkady había tratado de redimir. Sólo que no había logrado más que acelerar su marcha al olvido definitivo y completo.

Aullando de frustración, trató de recoger la sutil gasa formada por las hebras que flotaban a su lado pero se le escurrieron entre los dedos y se disolvieron bajo la fuerza de su mano.

Más allá, distinguió algo enorme y blasfemo que se alzaba de la Espiral Negra. Pudo sentir cómo se volvía hacia él todo el peso de la atención del oscuro espíritu, pudo sentir cómo se iba borrando su propio sentido de propósito. Ya empezaba a tener dificultades para recordar por qué había acudido allí, qué había pretendido conseguir y, por encima de todo, cómo había esperado vencer frente a aquella criatura, aquella fuerza de la naturaleza.

Hasta aquel momento, Arkady había creído que se había enfrentado a lo peor que el Wyrm podía convocar contra él. Se había abierto camino a la fuerza entre aullantes legiones de fomori, hordas de babeantes Perdiciones, manadas de furiosos Danzantes de la Espiral Negra. Había amansado a un Trueno del Wyrm con una sola palabra y había sobrevivido al ataque colosal de la mismísima Espiral Negra.

Pero Jo’cllath’mattric era una amenaza de una magnitud completamente diferente. Era una manifestación del propio Wyrm en uno de sus aspectos más terribles. Los cuentos de pesadilla sobre las aterradoras máscaras de múltiples formas que adoptaba el Wyrm —el Wyrm Profanador, la Bestia de Guerra, el Devorador de Almas— pasaron durante un instante por la mente de Arkady. Pero ninguno de esos relatos podía haberlo preparado para lo que ahora tenía enfrente.

Una manifestación del Wyrm con una forma guerrera no hubiera engendrado tanto terror en su corazón. Él estaba familiarizado de manera íntima con los horrores que el campo de batalla podía ofrecer en todas sus permutaciones. Había vivido cara a cara con la corrupción, las catástrofes naturales, la desesperación. Estaba acostumbrado a ver aquellos semblantes del Wyrm.

Pero Jo’cllath’mattric era algo completamente nuevo. Era el mecanismo de autodefensa del propio Wyrm, nacido del interminable tormento que experimentaba mientras chillaba y se retorcía, atrapado en los hilos de la Tejedora. El viejo Wyrm había tenido toda la eternidad para darle vueltas a sus fracasos, sus errores, sus esperanzas frustradas y sus venganzas anticipadas. Tiempo más que de sobra para sucumbir a una locura aullante.

Jo’cllath’mattric era el Wyrm Tratando de Olvidar.

Arkady se erguía entre él y los últimos recuerdos de los caídos Colmillos Plateados, preparado para hacerle pagar un precio tan alto como le fuera posible por su vida y las de sus hermanos.

Mientras levantaba el klaive por encima de su cabeza para convocar a sus parientes en su ayuda, se alzó un aullido de desafío: no proferido por Jo’cllath’mattric, sino proveniente de detrás de Arkady. El Colmillo Plateado no se volvió. No tenía sentido hacerlo.

—El rey es mío —dijo una cruel voz femenina—. No lo toques, Jo’cllath’mattric. Puedes hacer lo que te plazca con estos medio-hombres, estos fugaces recuerdos. Eso no me importa. Pero el de la Corona de Plata me ha sido prometido. Lo dice la profecía. Es mi destino acabar con la vida del Último Rey de Gaia.

Al escuchar aquellas palabras, Arkady se volvió. Sus ojos se posaron al instante sobre Sara. Estaba allí, arrodillada a los pies de su Dama Oscura: su hija y su torturadora. Sara miraba hacia delante, ajena a todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor, sollozando en silencio. La Dama Oscura le dio un tirón a la cuerda que rodeaba el cuello de Sara y el llanto cesó inmediatamente. La dejó caer al suelo. Ni una sola de las enormes moles de pelo erizado y músculos que seguían a la Dama hicieron un movimiento para recogerla. No consideraban una amenaza a la niña.

La Dama Oscura sacó un largo látigo de púas de su cinturón y avanzó hacia Arkady.

—Llevo esperando nuestro encuentro —le dijo con voz siseante— mucho tiempo. ¿Cuánto, Samladah?

Sobresaltada, la niña balbució:

—Diecisiete. He esperado, tal como tú dijiste. Y la Dama antes que tú. Y así sucesivamente. Hasta hace diecisiete siglos.

—Ha sido una espera muy larga. Así que mía debe ser considerada la principal afirmación: la Dama Oscura matará al Último Rey de Gaia sobre la Espiral Negra. Así está escrito, desde mucho antes de mi nacimiento. Así será…

Tosió, atragantada por las palabras que estaban brotando de su boca, alejándose de ella en espiral como una hebra de hilo plateado que se desenrollaba.

—¡No! —dijo con voz jadeante—. No puedes hacer esto. No puedes arrebatarme mi destino. ¡Es mi derecho! ¡Exijo…!

Mientras Arkady observaba presa del horror, Jo’cllath’mattric le arrebató su historia a la Dama y la devoró. La historia que ella y todas las que la habían precedido habían aguardado diecisiete siglos para culminar, arrancadas en un solo momento. La historia que le había costado a Sara su orgullo, sus ojos y siglos de abuso a manos de sus propios hijos… perdida. Desaparecida. Muerta antes de nacer.

Con un aullido de furia, la Dama Oscura se arrojó directamente contra Jo’cllath’mattric, tratando de arrancarle lo que en justicia le pertenecía.

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