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Authors: Charlaine Harris

Definitivamente Muerta (3 page)

BOOK: Definitivamente Muerta
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Ahora sí que estaba anonadada (y eso me pasa porque no puedo leer la mente de los vampiros. Por eso me gustan tanto; es maravilloso estar con alguien que es todo un misterio para mí). Habían asesinado a mi prima hacía menos de seis semanas en Nueva Orleans, y Bill estaba conmigo cuando el emisario de la reina de Luisiana acudió a decírmelo... y a traer al asesino ante mí para que yo lo juzgara.

—Supongo que me pasaré por el apartamento de Hadley algún día del mes que viene. No he hablado con Sam sobre cogerme unos días libres.

—Lamento que hayas perdido a tu prima. ¿Has estado muy triste?

Hacía años que no veía a Hadley, y hubiera sido más extraño verla después de haberse convertido en vampira. Pero, como persona con muy pocas relaciones vivas, odiaba perder a cualquiera de los que tenía.

—Un poco —dije.

—¿No sabes cuándo irás?

—No lo he decidido. ¿Recuerdas a su abogado, el señor Cataliades? Dijo que me avisaría cuando acabara con los papeleos. Me prometió dejar el lugar intacto para mí, y cuando el consejero de la reina te dice que el lugar seguirá intacto, hay que creérselo. Para ser sincera, tampoco he hecho yo nada por localizarle.

—Podría ir contigo a Nueva Orleans, si no te importa llevar a un acompañante.

—Vaya —dije con un arranque de sarcasmo—. ¿No le molestará a Selah? ¿O es que también la pensabas traer? Eso sí que sería un viaje alegre.

—No. —Y lo zanjó ahí. Era imposible sacarle nada a Bill cuando cerraba la boca así, lo sabía por experiencia. Vale, estaba confusa.

—Ya te diré —dije, tratando de discernir lo que pensaba. Si bien resultaba doloroso estar en compañía de Bill, confiaba en él. Bill jamás me haría daño. Tampoco dejaría que me lo hicieran otros. Pero existen muchos tipos de dolor.

—Sookie —llamó el padre Littrell. Fui a atenderlo inmediatamente.

Miré hacia atrás para ver la sonrisa de Bill. Era pequeña, y estaba repleta de satisfacción. No estaba segura de su significado, pero me alegraba verlo sonreír. ¿Acaso esperaba retomar nuestra relación?

—No estábamos seguros de si querías que te interrumpiésemos o no —dijo el padre Littrell. Lo miré, confundida.

—Nos preocupaba verte conversar tanto tiempo, y con tanta intención, con el vampiro —dijo el padre Riordan—. ¿Trataba ese impenitente del infierno de dominarte con su hechizo?

De repente, su acento irlandés dejó de ser del todo encantador. Contemplé al padre Riordan con perplejidad.

—Están bromeando, ¿verdad? Ya saben que Bill y yo salimos durante mucho tiempo. Está claro que no conocen mucho a los impenitentes del infierno si piensan que Bill es algo parecido. —Yo ya había visto cosas mucho más tenebrosas que Bill en nuestra simpática localidad de Bon Temps y sus alrededores. Algunas de ellas eran humanas—. Padre Riordan, soy capaz de arreglármelas sola. Y conozco la naturaleza de los vampiros mejor de lo que jamás podrán ustedes. Padre Littrell —dije—, ¿quiere mostaza a la miel o kétchup con sus tiras de pollo?

El padre Littrell se decantó por la mostaza a la miel de forma algo aturdida. Me marché, tratando de difuminar el pequeño incidente y preguntándome qué habrían hecho los dos sacerdotes de saber lo que ocurrió en ese mismo bar dos meses atrás, cuando la clientela del local aunó sus fuerzas para quitarme de encima a alguien que trataba de matarme.

Dado que esa persona era un vampiro, probablemente lo habrían aprobado.

Antes de marcharse, el padre Riordan se acercó para «tener unas palabras» conmigo.

—Sookie, sé que no estás precisamente contenta conmigo en este momento, pero tengo que preguntarte algo en nombre de otras personas. Si estás menos dispuesta a escucharme debido a mi comportamiento, por favor no lo tengas en cuenta y dales una oportunidad.

Suspiré. Al menos el padre Riordan trataba de ser un buen hombre. Asentí, reacia.

—Buena chica. Una familia de Jackson se ha puesto en contacto conmigo...

Todas mis alarmas saltaron. Debbie Pelt era de Jackson.

—Es la familia Pelt, me consta que la conoces. Siguen buscando a su hija, que desapareció en enero. Se llamaba Debbie. Me han llamado porque su sacerdote me conoce, sabe que sirvo en la congregación de Bon Temps. A los Pelt les gustaría venir a verte, Sookie. Quieren hablar con todos los que vieron a su hija la noche que desapareció, y temen que si se presentan en tu puerta sin más no quieras recibirlos. Temen que estés enfadada porque sus detectives privados se entrevistaron contigo, como la policía, y que puedas sentirte indignada por ello.

—No quiero verlos —dije—. Padre Riordan, ya he dicho todo lo que sé. —Y era verdad, salvo que no se lo había dicho a la policía o a los Pelt—. No quiero hablar más de Debbie. —Eso también era verdad, y mucho—. Dígales, con todo el respeto, que no hay nada más de qué hablar.

—Se lo diré —dijo—. Pero tengo que decirte, Sookie, que me siento decepcionado.

—Bueno, está claro que ha sido una mala noche para mí en todos los sentidos —dije—, sobre todo en el de perder su buena consideración.

Se marchó sin decir más, que era exactamente lo que yo deseaba.

2

Era casi la hora de cerrar de la noche siguiente cuando ocurrió otra cosa extraña. Justo cuando Sam nos dio la señal de decirles a nuestros clientes que aquélla sería la última copa, alguien a quien pensé que jamás volvería a ver entró en el Merlotte's.

Para ser un hombre de su envergadura, se movía en silencio. Se quedó en la puerta, oteando el bar en busca de una mesa libre, y me percaté de su presencia debido al brillo de la tenue luz en su cabeza afeitada. Era muy alto y corpulento, con una orgullosa nariz y unos grandes dientes níveos. Tenía labios carnosos y era de tez morena. Lucía una especie de chaqueta deportiva de color bronce sobre una camisa negra y unos pantalones amplios. Si bien habría parecido más natural con unas botas de motorista, llevaba unos mocasines repulidos.

—Quinn... —dijo Sam en voz baja. Se le quedaron las manos rígidas, a pesar de hallarse en plena mezcla de un Tom Collins—. ¿Qué estará haciendo aquí?

—No sabía que lo conocieras —contesté, sintiendo que mi cara se sonrojaba al darme cuenta de que había estado pensando en el hombre calvo tan sólo hacía una noche. Era el que me había limpiado la sangre de la pierna con la lengua; una interesante experiencia.

—Todo el mundo de mi entorno conoce a Quinn —dijo Sam con expresión neutral—. Pero me sorprende que lo conozcas tú, que no eres una cambiante. —A diferencia de Quinn, Sam no es un hombre grande, aunque sí muy fuerte, como suele ser el caso con los cambiantes, mientras que sus rizos rojizos dorados envuelven su cabeza con un halo angelical.

—Conocí a Quinn en la disputa por el puesto de líder de la manada —añadí—. Era, eh, el maestro de ceremonias. —Como era natural, Sam y yo ya habíamos hablado sobre el cambio en el liderazgo de la manada de Shreveport. Esa población no está muy lejos de Bon Temps, y todo lo que hagan los licántropos influye mucho a cualquier tipo de cambiante.

Un auténtico cambiante, como Sam, puede transformarse en cualquier cosa, si bien cada uno tiene un animal favorito. Para liar más el asunto, todos los que pueden cambiar de su forma humana a una animal se hacen llamar cambiantes, aunque son muy pocos los que gozan de la versatilidad de Sam. Los cambiantes que sólo pueden hacerlo en un animal son los que reciben el apelativo «hombre» por delante, incluidos los licántropos: hombres tigre (como Quinn), hombres oso, hombres lobo... Estos últimos se envisten a sí mismos con un apelativo que difiere de los demás, «licántropos», y se consideran superiores en fortaleza y cultura a todos los demás cambiantes.

Los licántropos son también la subespecie más numerosa dentro de los cambiantes, aunque, si bien son comparables en número a los vampiros, son en realidad escasos. Hay varias razones para explicarlo. Su tasa de natalidad es muy baja, la mortalidad infantil supera a la de los niños humanos normales, y sólo el primogénito nacido de una pareja de licántropos puros se convierte plenamente en otro. Eso ocurre durante la pubertad... Como si una pubertad normal no fuese ya lo suficientemente problemática de por sí. ,

Los cambiantes son muy reservados. Es una costumbre muy difícil de romper, incluso delante de una humana simpatizante y extraña como yo. Aún no han salido a la luz pública, y yo voy aprendiendo cosas sobre su mundo en pequeñas dosis.

Incluso Sam guarda muchos secretos que no conozco, y eso que lo considero mi amigo. Sam se transforma en collie, y a menudo me visita con esa forma. A veces incluso duerme sobre la alfombra que hay junto a mi cama.

Sólo había visto a Quinn en su forma humana.

No lo mencioné cuando le conté a Sam lo de la lucha entre Jackson Herveaux y Patrick Furnan por el liderazgo de la manada de Shreveport. Y ahora Sam me estaba dedicando su mejor ceño fruncido, disgustado porque se lo hubiese ocultado, pero no lo hice adrede. Volví a mirar a Quinn. Había alzado un poco su nariz. Estaba palpando el aire, siguiendo un rastro de olor. ¿A quién rastreaba?

Cuando Quinn se dirigió directamente a una de las mesas de mi zona, a pesar de que había muchas otras libres en la de Arlene, que estaban más cerca, supe que me buscaba a mí.

Vale, eso me inspiraba sensaciones encontradas.

Miré de reojo á Sam para ver cómo reaccionaba. Hacía cinco años que confiaba en él, y nunca me había fallado.

Sam me hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Pero no parecía muy contento.

—Ve a ver lo que quiere —dijo con un tono de voz tan grave que rayaba con el gruñido.

Mis nervios fueron en aumento a medida que me acercaba al nuevo cliente. Pude sentir cómo se me enrojecían las mejillas. ¿Por qué estaba tan azorada?

—Hola, señor Quinn —dije. Hubiese sido una estupidez fingir que no lo conocía—. ¿Qué te pongo? Me temo que estamos a punto de cerrar, pero hay tiempo para una cerveza o cualquier otra bebida.

Cerró los ojos e inspiró profundamente, como si me estuviese inhalando.

—Podría reconocerte en un cuarto a oscuras —dijo, y me sonrió. Era una sonrisa amplia y preciosa.

Aparté la mirada, reprimiendo la mueca involuntaria que pretendía asomar en mis labios. Estaba un poco... tímida. Yo nunca actuaba de esa forma. O quizá puede que «recatada» sea un término más apropiado, pero tampoco me gustaba.

—Supongo que debería tomármelo como un halago —aventuré con cautela—. ¿Es así?

—Ésa es la intención. ¿Quién es el perro de detrás de la barra que me mira como si quisiera echarme de aquí?

Dijo perro de manera literal, no como insulto.

—Es mi jefe, Sam Merlotte.

—Está interesado en ti.

—Eso espero. Llevo cinco años trabajando para él.

—Hmmm, ¿qué tal si me pones una cerveza?

—Claro. ¿Qué marca?

—Bud.

—Marchando —dije, y me volví. Sabía que no me estaba quitando el ojo de camino a la barra, podía sentir su mirada. Y supe por sus pensamientos, a pesar de que él tenía la guardia alta característica de los cambiantes, que lo hacía con admiración.

—¿Qué quiere? —Sam parecía casi... hirsuto. De haber estado en su forma canina, el pelo de su lomo se habría puesto tieso.

—Una Bud —dije.

Sam me miró, con el entrecejo aún fruncido.

—No me refería a eso, y lo sabes.

Me encogí de hombros. No tenía la menor idea de lo que quería Quinn.

Sam puso una jarra sobre la barra de una forma tan brusca que me hizo respingar. Me quedé mirándolo para cerciorarme de que supiera que me había disgustado, y luego le llevé la cerveza a Quinn.

Quinn me la pagó y me dio una buena propina (si bien no ridículamente alta, lo cual me hubiera hecho sentir comprada) que me metí en el bolsillo del pantalón. Comencé con la ronda de mis otras mesas.

—¿Visitando a alguien por la zona? —le pregunté a Quinn cuando pasé a su lado, después de limpiar otra mesa. La mayoría de los parroquianos estaban pagando sus cuentas y emprendiendo la marcha del Merlotte's. Había un local que abría más allá del horario normal, del que Sam fingía no saber nada, que estaba más hacia el interior, pero la mayoría de los clientes habituales del Merlotte's se irían a la cama. Si un bar podía considerarse familiar, ése era el Merlotte's.

—Sí —dijo—. A ti.

Aquello me dejó sin muchas opciones de seguir la conversación.

Seguí mi camino y descargué los vasos de la bandeja tan ida que casi tiré uno. No era capaz de recordar cuándo me había sentido tan azorada.

—¿Por negocios o placer?—pregunté la siguiente vez que pasé a su lado.

—Ambas cosas —dijo.

Algo del placer que sentía se desvaneció cuando escuché que también venía por negocios, pero puse en él toda mi atención... y eso era bueno. Hay que tener todas las alertas encendidas cuando se trata con un ser sobrenatural. Estas criaturas albergan objetivos y deseos insondables para la gente normal. Lo sabía porque me había pasado la vida siendo el depósito involuntario de todos los objetivos y deseos de los seres humanos «normales».

Cuando Quinn fue una de las últimas personas que quedaron en el bar (aparte de las otras camareras y Sam), se levantó y me miró con expectación. Me acerqué con una amplia sonrisa, que es lo que suelo hacer cuando estoy tensa. Me resultó interesante comprobar que Quinn estaba casi igual de tenso que yo. Podía sentir la rigidez de su patrón mental.

—Te veré en tu casa, si no te molesta. —Me lanzó una mirada seria—. Si te importuna, podemos vernos en otro sitio. Pero quiero hablar contigo esta noche, a menos que te encuentres exhausta.

Lo había dicho con la suficiente cortesía. Arlene y Danielle hacían todo lo que estaba en su mano para no mirar en nuestra dirección (con el mismo ahínco con el que miraban a Quinn cuando estaba distraído), pero Sam se había dado la vuelta para hacer algo detrás de la barra, pasando completamente del otro cambiante. Se estaba comportando fatal.

Procesé rápidamente la petición de Quinn. Si dejaba que fuese a mi casa, quedaría a su merced. Vivo en un sitio muy apartado. Mi vecino más cercano es mi ex, Bill, y vive al otro lado del cementerio. Por otra parte, si Quinn hubiese sido una típica cita, habría dejado que me llevara a casa sin pensármelo dos veces. Por lo que pude captar en sus pensamientos, no quería hacerme daño.

—Está bien —dije finalmente. Se relajó y volvió a esbozar esa gran sonrisa suya.

Retiré su vaso vacío y me di cuenta de que tres pares de ojos me observaban con desaprobación. Sam estaba contrariado, y Danielle y Arlene no podían comprender por qué nadie iba a preferirme a mí con respecto a ellas, a pesar de que Quinn dedicó una pausa a las dos veteranas camareras. Quinn lanzó un bufido cuya naturaleza extraña no habría pasado desapercibida ni para el más prosaico de los humanos.

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