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Authors: Charlaine Harris

Definitivamente Muerta (4 page)

BOOK: Definitivamente Muerta
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—Termino en un momento —dije.

—Tómate tu tiempo.

Acabé de rellenar los platos de porcelana de cada mesa con sobres de azúcar y edulcorante. Me aseguré de que los servilleteros estaban llenos y comprobé saleros y pimenteros. Terminé pronto. Cogí mi bolso del despacho de Sam y me despedí de él.

Quinn me siguió en la noche con una camioneta verde. Bajo las luces del aparcamiento, la camioneta parecía recién salida de la fábrica, con sus ruedas y tapacubos brillantes, una cabina extendida y un compartimiento de carga cubierto, que podía servir de cama. Apostaría todo mi dinero a que estaba llena de grandes posibilidades. La camioneta de Quinn era el vehículo con más estilo que había visto en mucho tiempo. A mi hermano Jason se le habría caído la baba, y eso que él lleva la suya con remolinos azules y rosas pintados en los laterales.

Me dirigí al sur por Hummingbird Road y giré a la izquierda para tomar mi camino particular. Tras recorrerlo a lo largo de dos acres de bosque, llegué al claro donde se encontraba nuestra vieja casa familiar. Había encendido las luces exteriores antes de marcharme, y disponía de una luz de seguridad en el poste eléctrico que se encendía automáticamente, por lo que el claro se encontraba bien iluminado. Aparqué detrás de la casa, y Quinn lo hizo justo a mi lado.

Salió de su camioneta y miró a su alrededor. La luz de seguridad le permitía ver un jardín muy pulcro. El camino estaba en perfectas condiciones, y hacía poco que había repasado la pintura del cobertizo de las herramientas de la parte de atrás. Había un tanque de propano que ningún ajardinamiento sería capaz de disimular, pero mi abuela había plantado muchos parterres para sumarlos a los innumerables que la familia ya había dispuesto a lo largo de los ciento cincuenta extraños años que había vivido allí. Yo llevaba en esas tierras, en esa casa, desde los siete años, y me encantaba.

Mi hogar no tenía nada del otro mundo. Empezó siendo una casa de granja y ha sufrido continuas ampliaciones y remodelaciones a lo largo de los años. La mantengo limpia, y trato de tener el jardín aseado. Las grandes reparaciones están más allá de mis habilidades, pero Jason me ayuda de vez en cuando. No le gustó mucho que la abuela me legara la casa y las tierras a mí sola, pero él se había mudado a la vivienda de nuestros padres cuando cumplió los veintiún años, y yo nunca le exigí el pago de la mitad de la propiedad. El testamento de la abuela me pareció justo. A Jason le llevó un tiempo admitir que había sido lo correcto.

Nuestra relación había mejorado considerablemente a lo largo de los últimos meses.

Abrí la puerta trasera e hice pasar a Quinn a la cocina. Miró en derredor con curiosidad mientras yo colgaba la chaqueta en el respaldo de una de las sillas que había encajonadas bajo la mesa del centro de la cocina, donde suelo comer.

—Esto no está acabado —dijo.

Los armarios pequeños estaban en el suelo, listos para que alguien los montara. Después, habría que pintar toda la habitación e instalar las encimeras. Luego podría descansar tranquila.

—Se me quemó la vieja cocina hace unas semanas —expliqué—. El fabricante tuvo una cancelación y consiguió tener ésta lista en tiempo récord. Pero cuando los armarios no llegaron a tiempo, envió a su gente a ocuparse de otro trabajo. Cuando llegaron los armarios, casi habían terminado en el otro sitio. Supongo que volverán un día de éstos. —Mientras tanto, al menos podía disfrutar de volver a mi propia casa. Sam fue tremendamente amable al dejarme vivir en uno de sus pisos de alquiler (y vaya si disfruté de los suelos nivelados, la nueva fontanería y los vecinos), pero no hay nada como el propio hogar.

La nueva cocina también había llegado, por lo que podía cocinar. También había puesto una cubierta de hule sobre los armarios para usarlos como encimeras mientras cocinaba. La nueva nevera brillaba y zumbaba quedamente, nada que ver con la que mi abuela conservó durante treinta años. La nueva cocina siempre me dejaba atontada cada vez que cruzaba el porche trasero (que ahora era más grande y estaba tapiado) para abrir la puerta trasera, que también era nueva y más pesada, con su mirilla y su pestillo.

—Aquí es donde empieza la vieja casa —dije, pasando de la cocina al pasillo. Sólo hizo falta cambiar unas tablas en el resto de la casa, y estaba toda impoluta y recién pintada. No es sólo que las paredes y el techo estuvieran manchados de humo, sino que fue necesario erradicar el olor a quemado. Cambié las cortinas, tiré una o dos alfombrillas y limpié, limpié y limpié. Esta tarea había ocupado cada uno de mis momentos de vigilia durante un buen trecho.

—Un buen trabajo —comentó Quinn, estudiando ahora las dos partes que se habían unido.

—Pasa al salón —dije, satisfecha. Disfrutaba enseñando la casa, ahora que sabía que la tapicería de la pared estaba limpia, que no había pelusas y el cristal de los marcos de fotos brillaba como nunca. Había cambiado las cortinas del salón, algo que llevaba todo el año pasado deseando hacer.

Que Dios bendiga al seguro y al dinero que gané ocultando a Eric de un enemigo. Le había hecho un buen agujero a mi cuenta de ahorros, pero pude disponer del dinero cuando lo necesité, una buena razón por la que estar agradecida.

La chimenea estaba lista para encender un fuego, pero hacía demasiado calor para hacerlo. Quinn se sentó en un sillón y yo hice lo propio frente a él.

—¿Te apetece beber algo? ¿Una cerveza, o un té o café, quizá? —pregunté, consciente de mi papel de anfitriona.

—No, gracias —me dijo con una sonrisa—. Tenía ganas de volver a verte desde que te conocí en Shreveport.

Traté de mantener la mirada. El impulso de bajarla a los pies o las manos era abrumador. Sus ojos eran verdaderamente del profundo púrpura que recordaba.

—Fue un día difícil para los Herveaux —dije.

—Saliste con Alcide durante un tiempo —observó con tono neutral.

Se me ocurrió un par de posibles respuestas. Opté por:

—No lo he visto desde la disputa por el liderazgo de la manada.

De nuevo su amplia sonrisa.

—¿Entonces no estáis juntos?

Negué con la cabeza.

—¿Eso quiere decir que estás libre?

—Sí.

—¿No le estaría pisando el terreno a nadie?

Traté de sonreír, pero no por sentirme contenta.

—Yo no he dicho eso. —Siempre habría alguien a quien no le iba a hacer gracia, pero no tenía derecho a entorpecer el camino.

—Creo que podré lidiar con algún que otro ex descontento. ¿Saldrás conmigo?

Me lo quedé mirando durante un par de segundos, buscando ideas en cada rincón de mi mente. De la suya sólo recibía optimismo; no vi engaño o interés. Cuando repasé las reservas que tenía, se disolvieron hasta convertirse en nada.

—Sí—dije—. Saldré contigo. —Su preciosa sonrisa me impelió a devolverle el gesto, y esta vez la mía era genuina.

—Bien —dijo—. Hemos cerrado la parte de placer. Vamos ahora con la de negocios, que no tiene nada que ver.

—Vale —contesté, borrando la sonrisa. Esperaba tener la ocasión de volver a sacarla más tarde, pero cualquier tema serio que fuera a tratar conmigo estaría relacionado con lo sobrenatural y, por lo tanto, sería causa de ansiedad.

—¿Has oído hablar de la cumbre regional?

La cumbre de los vampiros, donde los reyes y las reinas de varios Estados se reúnen para tratar... cosas de vampiros.

—Algo me contó Eric.

—¿Te ha contratado ya para que trabajes allí?

—Dijo que quizá me necesitaría.

—Lo digo porque la reina de Luisiana ha sabido que estoy por la zona y me ha pedido que solicite tus servicios. Su puja debería anular la de Eric.

—Eso se lo tendrás que preguntar a él.

—Creo que sería mejor que se lo dijeras tú. Los deseos de la reina son órdenes para Eric.

Se me caería el alma a los pies. No me apetecía decirle nada a Eric, el sheriff de la Zona Cinco de Luisiana. Sus sentimientos hacia mí eran confusos. Y os puedo asegurar que a los vampiros no les gusta sentirse confusos. El sheriff había perdido la memoria del corto periodo que pasó oculto en mi casa. Esa laguna le había vuelto loco; le gustaba mantener el control, y eso incluía ser consciente de sus acciones durante cada segundo de cada noche. Así que esperó a poder hacer algo por mí, y a cambio exigió que le relatara lo ocurrido mientras estuvo en mi compañía.

Puede que llevara la franqueza un poco lejos. A Eric no le sorprendió precisamente que nos acostáramos, pero se quedó pasmado cuando le dije que me ofreció renunciar a su duramente obtenida posición en la jerarquía vampírica para vivir conmigo.

Cuando uno conoce a Eric, sabes que eso es algo bastante intolerable para él.

Dejó de hablarme. Cuando nos encontrábamos, me miraba como si tratara de resucitar sus recuerdos de aquel tiempo y así demostrarme que me equivocaba. Me entristecía ver que la relación que tuvimos (no la secreta felicidad de los pocos días que pasamos juntos, sino la divertida relación entre un hombre y una mujer que poco tenían en común, salvo el sentido del humor) parecía haber dejado de existir.

Sabía que era yo quien debía decirle que su reina había pasado por encima de su autoridad, pero era lo que menos me apetecía.

—Se te ha borrado la sonrisa —observó Quinn. Él también parecía serio.

—Bueno, Eric es... —No sabía cómo terminar la frase—. Es un tipo complicado —dije débilmente.

—¿Qué te apetece hacer en nuestra primera cita? —preguntó Quinn. Se le daba bien cambiar de tema.

—Podríamos ir al cine —dije, para echar a rodar la pelota.

—Sí, podríamos. Luego, podríamos cenar en Shreveport. Quizá en Ralph and Kacoo's —sugirió.

—Me han dicho que su arroz con cangrejo de río está muy bueno —dije, manteniendo la pelota en movimiento.

—¿Y a quién no le gusta el arroz con cangrejo? También podríamos ir a los bolos.

Mi bisabuelo había sido un ávido jugador de bolos. Podía ver sus pies enfundados en sus zapatos de bolos justo delante de mí. Me encogí de hombros.

—No sé jugar.

—Podríamos ir a ver un partido de hockey.

—Eso podría ser divertido.

—Podríamos cocinar juntos en tu cocina, y luego ver una película en tu DVD.

—Ésa mejor la dejamos para otra ocasión. —Sonaba un poco demasiado personal para la primera cita. No es que yo haya tenido demasiada experiencia en lo que a primeras citas se refiere, pero sé que la cercanía a un dormitorio nunca es buena a menos que estés segura de que no te molestaría que la noche derivara en esa dirección.

—Podríamos ir a ver
Los productores
. La están poniendo en el Strand.

—¿De verdad? —Vale, eso me había emocionado. El escenario del Strand, el teatro restaurado de Shreveport, había visto pasar producciones de todos los tipos, desde obras de teatro a ballets. Y yo nunca había visto una obra de verdad. ¿Sería muy caro? Está claro que no lo habría sugerido si no pudiera permitírselo—. ¿Podríamos?

Asintió, satisfecho por mi reacción.

—Puedo reservar para este fin de semana. ¿Qué me dices de tu horario?

—Libro el viernes por la noche —dije, contenta—. Y, eh, me gustaría contribuir con mi entrada.

—Te he invitado yo. Yo pago —dijo Quinn con firmeza. Pude leer en sus pensamientos la sorpresa por mi ofrecimiento. Era conmovedor. Hmmm, eso no me gustaba—. De acuerdo, arreglado. Reservaré las entradas por Internet desde mi portátil. Sé que quedan algunas buenas localidades porque miré las opciones antes de venir aquí.

Naturalmente, empecé a preguntarme sobre qué ropa sería la más adecuada. Pero lo dejé para más tarde.

—Quinn, ¿dónde vives exactamente?

—Tengo una casa a las afueras de Memphis.

—Oh —dije, pensando que era un poco lejos para una relación a distancia.

—Soy socio de una empresa llamada Special Events. Somos una especie de rama de Extreme(ly Elegant) Events. Has visto el logotipo, seguro, E(E)E. —Dibujó los paréntesis con los dedos—. Hay cuatro socios que trabajan a tiempo completo en Special Events, y cada uno de nosotros empleamos a gente a jornada completa o parcial. Como viajamos tanto, tenemos lugares donde descansar por todo el país; algunos no son más que habitaciones en casas de amigos o socios, mientras que otros son apartamentos de verdad. El lugar que ocupo en esta zona está en Shreveport; una casa de huéspedes en la parte de atrás de la mansión de un cambiante.

En apenas dos minutos había aprendido un montón de cosas sobre él.

—Así que te dedicas a organizar eventos en el mundo sobrenatural, como la competición por el liderazgo de una manada. —Aquél había sido un trabajo peligroso, y requirió mucha parafernalia—. Pero ¿qué más hacéis? Una competición de ese tipo sólo surgirá de vez en cuando. ¿Tienes que viajar mucho? ¿Qué otros eventos especiales organizas?

—Me encargo del sureste en general, de Georgia a Texas —se inclinó hacia delante sobre el sillón, con sus grandes manos reposando sobre las rodillas—, y de Tennessee hacia el sur, hasta Florida. En esos Estados, si quieres organizar una competición por el liderazgo de una manada, un rito de ascensión para una chamán o una bruja o una boda jerárquica vampírica (y lo quieres hacer bien, con todos sus adornos), es a mí a quien acudes.

Recordé las extraordinarias fotos de la galería de Alfred Cumberland.

—¿Entonces hay tantos eventos de ese tipo como para mantenerte ocupado?

—Oh, sí —dijo—. Por supuesto, algunos son estacionales. Los vampiros se casan en invierno, dado que las noches son mucho más largas. Organicé una boda jerárquica en enero, en Nueva Orleans, el año pasado. Otras veces, los eventos están relacionados con el calendario wiccano. O con la pubertad.

No podía hacerme una idea de las ceremonias que organizaba, pero la descripción tendría que esperar a otra ocasión.

—¿Y dices que tienes tres socios que también se dedican a esto a jornada completa? Lo siento, me parece que te estoy mareando con mis preguntas. Pero es que es una forma muy interesante de ganarse la vida.

—Me alegro de que lo veas así. Tienes que contar con la habilidad de muchas personas y estar dotado para los detalles y la organización.

—Tienes que ser muy, muy duro —murmuré, añadiendo mis propias ideas.

Esbozó una lenta sonrisa.

—No es para tanto.

Sí. No parecía que la dureza fuese un problema para Quinn.

—Y se te tiene que dar igualmente bien juzgar el trabajo de otros, para poder dirigir a los clientes en la dirección adecuada y dejarlos contentos con el trabajo realizado —dijo.

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