El ascenso de Endymion (42 page)

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Authors: Dan Simmons

Tags: #ciencia ficción

BOOK: El ascenso de Endymion
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Fruncí el ceño.

—No entiendo. Si han borrado tu memoria y tus circuitos neuronales están...

El río tironeó de mi pierna rota, instándome a soltar la rama. Por un momento no pude hablar.

—Nave —dije al fin.

«Sí, M. Endymion.»

—Estás aquí.

«Desde luego, M. Endymion. Cumpliendo tus órdenes y las de M. Aenea. Me alegra decir que todas las reparaciones necesarias están...»

—Muéstrate —ordené. Era casi de noche. Zarcillos de niebla fluctuaban sobre el río negro.

La nave estelar se elevó horizontalmente, chorreando agua como una roca, la proa a sólo veinte metros en la corriente central, un leviatán negro escupiendo agua en ruidosos borbotones. Las luces de navegación parpadeaban en la proa y en la aleta de tiburón de la popa.

Me eché a reír. O rompí a llorar. O tal vez sólo gemí.

«¿Deseas nadar hacia mí? ¿O voy a buscarte?»

Mis dedos resbalaban.

—Ven a buscarme —dije, y cogí la rama con ambas manos.

Había un autodoc en el cubículo de fuga criogénica donde dormía Aenea cuando nos fuimos de Hyperion. El autodoc era antiguo —toda la nave era antigua— pero estaba bien provisto y, como la parlanchina nave había dicho cuatro años antes, los éxters lo habían arreglado en tiempos del cónsul. Funcionaba.

Me tendí en el calor ultravioleta mientras blandos apéndices me sondeaban la piel, curaban mis magulladuras, suturaban mis heridas, administraban calmantes por vía intravenosa y completaban el diagnóstico.

«Es una fractura compleja, M. Endymion —dijo la nave—. ¿Deseas ver los rayos X y el ultrasonido?»

—No, gracias. ¿Qué se debe hacer?

«Ya hemos comenzado. En este momento se está reparando el hueso. El emplasto y el injerto ultrasónico comenzarán mientras duermes. Dada la reparación de nervios dañados y tejido muscular, el cirujano recomienda por lo menos diez horas de sueño mientras inicia el procedimiento.»

—Está bien.

«La mayor preocupación es la fiebre, M. Endymion.»

—Es resultado de la fractura, ¿verdad?

—Negativo. Parece que hay una infección renal bastante virulenta. Sin tratamiento, te habría matado antes que los efectos secundarios de la rotura del fémur.

—Qué idea tan alegre.

«¿En qué sentido?»

—Olvídalo. ¿Dices que estás totalmente reparada?

«Totalmente, M. Endymion. Mejor que antes del accidente, si se me permite alardear un poco. Dada la pérdida de ciertos materiales, temía tener que sintetizar plantillas de carbono-carbono a partir de los impuros sustratos rocosos de este río, pero pronto descubrí que reciclando algunos componentes prescindibles de los amortiguadores de compresión, vueltos superfluos por las modificaciones éxters, podía lograr un incremento del treinta y dos por ciento en eficiencia de autorreparación si...»

—No importa, nave —dije. La ausencia de dolor casi me causaba vértigo—. ¿Cuánto tardaste en terminar las reparaciones?

«Cinco meses estándar. Ocho meses y medio locales. Este mundo tiene un extraño ciclo lunar con dos lunas muy irregulares que a mi entender son asteroides capturados por...»

—Cinco meses —dije—. ¿Y has estado esperando otros tres años y medio?

«Sí —dijo la nave—. Siguiendo las instrucciones. Espero que A. Bettik y M. Aenea se encuentren bien.»

—Yo también, nave. Pero pronto lo averiguaremos. ¿Estás lista para abandonar este lugar?

«Todos los sistemas están operativos, M. Endymion. Esperando tu orden.»

—Pues aquí tienes la orden. En marcha.

La nave presentó un holo que mostraba nuestro ascenso sobre el río. Ahora era de noche, pero las lentes de visión nocturna mostraban el río hinchado y el arco teleyector a pocos cientos de metros corriente arriba. Yo no lo había visto en la niebla. Nos elevamos sobre el río, sobre las sinuosas nubes.

—El río ha subido desde la última vez que estuve aquí —dije.

«Sí —dijo la nave. Vi la curva del planeta, el sol elevándose sobre nubes algodonosas—. Se inunda durante un período de tres meses estándar por cada ciclo orbital local, lo cual equivale aproximadamente a once meses estándar.»

—¿Conque ahora sabes qué mundo es? No estabas segura cuando te abandonamos.

«Estoy muy segura de que este planeta no figuraba entre los dos mil ochocientos sesenta y siete mundos del índice del catálogo general. Mis observaciones astronómicas muestran que no está en el espacio de Pax ni en la ex Red de Mundos ni en el Confín.»

—Ni en la ex Red de Mundos ni en el Confín —repetí—. ¿Dónde está entonces?

«A unos doscientos ochenta años-luz del sistema del Confín conocido como NNGC 4645 Delta, hacia el noroeste galáctico.»

Un poco mareado por el calmante, dije:

—Un mundo nuevo. Más allá del Confín. ¿Entonces por qué tenía teleyectores? ¿Por qué formaba parte del río Tetis?

«Lo ignoro, M. Endymion. Pero debo mencionar que hay una multitud de interesantes formas de vida que observé con los remotos mientras descansaba en el lecho del río. Además de la criatura con forma de manta que M. Aenea, A. Bettik y tú observasteis río abajo, hay más de trescientas especies observadas de aves y por lo menos dos especies de humanoides.»

—¿Humanoides? Querrás decir humanos.

«Negativo —dijo la nave—. Humanoides. Definitivamente no son humanos de Vieja Tierra. Hay una variedad muy pequeña, con poco más de un metro de altura, con simetría bilateral pero con estructura esquelética variante y tez rojiza.»

Recordé el monolito de roca roja que Aenea y yo habíamos visto desde la alfombra voladora durante nuestra breve estancia. Pasos diminutos tallados en la piedra lisa. Sacudí la cabeza para despejarme.

—Interesante, nave. Pero fijemos nuestro destino. —La curva del planeta se había vuelto pronunciada y las estrellas relucían sin parpadear. La nave continuó su ascenso. Pasamos frente a una luna con forma de patata y nos alejamos de la órbita. El mundo sin nombre se convirtió en una cegadora esfera de nubes iluminadas por el sol.

—¿Conoces el mundo llamado T'ien Shan, o «Montañas del Cielo»?

«T'ien Shan —repitió la nave—. Sí. Según mi memoria, nunca estuve allí, pero tengo las coordenadas. Un pequeño mundo del Confín, colonizado por refugiados de la Tercera Guerra Civil China, a finales de la Hégira.»

—¿No tendrás problemas en llegar allá?

«No creo. Un simple salto hawking. Aunque recomiendo que uses el autocirujano como cubículo de fuga criogénica durante el salto.»

Sacudí la cabeza de nuevo.

—Permaneceré despierto, nave. Al menos después que el autodoc me cure la pierna.

«Yo no lo recomendaría, M. Endymion.»

—¿Por qué? Aenea y yo permanecimos despiertos durante los otros saltos.

«Sí, pero eran viajes relativamente cortos dentro de la ex Red de Mundos. Lo que llamáis espacio de Pax. Esto será un poco más largo.»

—¿Cuan largo? —dije. Mi cuerpo desnudo sintió un repentino escalofrío. Nuestro salto más largo, hasta el sistema de Vector Renacimiento, había requerido diez días de tiempo de a bordo y cinco meses de deuda temporal para la flota de Pax que nos aguardaba—. ¿Cuan largo?

«Tres meses, dieciocho días, seis horas y algunos minutos estándar», dijo la nave.

—No es una deuda temporal tan grande —le dije. Había visto a Aenea cuando ella acababa de cumplir dieciséis años. Ganaría unos meses sobre mí. Tal vez tuviera el cabello más largo—. Tuvimos una deuda temporal más grande saltando al sistema de Renacimiento.

«Ésa no es la deuda temporal, M. Endymion. Es el tiempo de a bordo.»

Sentí un nuevo escalofrío. Me costaba mover la lengua.

—Tres meses de tiempo de a bordo... ¿Cuánta deuda temporal?

«¿Para alguien que espere en T'ien Shan? —preguntó la nave. El mundo selvático se tornaba borroso a medida que ascendíamos al punto de traslación—. Cinco años, dos meses y un día. Como sabrás, el algoritmo de deuda temporal no es una función lineal de la duración C-plus, pero incluye factores tales como...»

—Cielos —dije, llevándome la muñeca a la pegajosa frente—. Maldición.

«¿Dolorido, M. Endymion? El dolorómetro sugiere que no, pero tu pulso se ha vuelto errático. Podemos elevar el nivel de calmante... Incluye factores tales como...»

—¡No! No, está bien. Yo sólo... Cinco años... Maldición.

¿Aenea lo sabía? ¿Sabía que nuestra separación abarcaría años de su vida? Tal vez debí llevar la nave por el teleyector de río abajo. No, Aenea había dicho que buscara la nave y la llevara a T'ien Shan. La última vez el teleyector nos había llevado a Mare Infinitus. Quién sabe adonde me habría llevado ahora.

—Cinco años —murmuré—. Demonios. Ella será... maldición, nave, ella tendrá veintiún años. Una mujer crecida. Me habré perdido... no veré... ella no recordará...

«¿Estás seguro de no sentir dolor, M. Endymion? Tus signos vitales son turbulentos.»

—Ignóralo, nave.

«¿Preparo el autocirujano para la fuga criogénica?»

—Pronto, nave. Dile que me duerma mientras sana mi pierna esta noche y trata la fiebre. Quiero por lo menos diez horas de sueño. ¿Cuánto falta para el punto de traslación?

«Sólo diecisiete horas. Está muy dentro de este sistema.»

—Bien. Despiértame dentro de diez horas. Prepara un buen desayuno. Lo que solía comer cuando celebrábamos el «domingo» en nuestro viaje.

«Muy bien. ¿Algo más?»

—Sí, ¿tienes alguna holo grabación de Aenea en nuestro último viaje?

«He almacenado varias horas de grabación, M. Endymion. La vez en que nadaste en la burbuja de gravedad cero en el balcón externo. La discusión sobre religión y racionalidad. Las lecciones de vuelo en el pozo central, cuando...»

—Bien —dije—. Pídelas. Las veré durante el desayuno.

«Prepararé el autoricujano para tres meses de sueño criogénico después del interludio de siete horas de mañana.»

—De acuerdo —suspiré.

«El cirujano desea empezar la reparación de las lesiones nerviosas y la inyección de antibióticos, M. Endymion. ¿Deseas dormir?»

—Sí.

«¿Con o sin sueños? La medicación puede adaptarse para ambos estados neurológicos.»

—Sin sueños. No quiero sueños ahora. Después habrá tiempo de sobra para eso.

«De acuerdo, M. Endymion. Que duermas bien.»

SEGUNDA PARTE
15

Estoy en el mercado de Phari con A. Bettik, Jigme Norby y George Tsarong cuando oigo la noticia de que naves y tropas de Pax han llegado finalmente a T'ien Shan, las «Montañas del Cielo».

—Deberíamos avisar a Aenea —digo.

Alrededor, encima y debajo de nosotros, miles de toneladas de andamios se mecen y crujen con el peso de la humanidad abarrotada que compra, vende, comercia, discute y ríe. Muy pocos han oído la noticia de la llegada de Pax. Muy pocos comprenderán las implicaciones cuando la oigan. La noticia fue traída por un monje llamado Chim Din que acaba de regresar de la capital, Potala, donde trabaja como maestro en el Palacio de Invierno del Dalai Lama. Afortunadamente, Chim Din también trabaja otras semanas como artesano del bambú en Hsuan'k'ung Ssu, el «Templo Suspendido en el Aire», el proyecto de Aenea, y nos saluda en el mercado de Phari mientras se dirige al templo. Estamos entre los primeros en enterarnos de la llegada de Pax fuera de la corte de Potala.

—Cinco naves —ha dicho Chim Din—. Varias veintenas de cristianos. La mitad son guerreros con uniforme rojo y negro. La mitad de la mitad restante son misioneros, todos de negro. Han alquilado la vieja gompa de la Secta del Sombrero Rojo, a orillas del Rhan Tso, el Lago de las Nutrias, cerca del Falo de Shiva. Han consagrado parte de la gompa como capilla para su Dios trino. El Dalai Lama no les permite usar sus máquinas volantes ni ir más allá del risco sur del Reino Medio, pero les permite viajar libremente por esta región.

—Debemos avisar a Aenea —le repito a A. Bettik, acercándome para que me oiga en medio del bullicio del mercado.

—Debemos avisar a todos en Jo-kung —dice el androide. Les dice a George y Jigme que terminen las compras y no se olviden de contratar porteadores para llevar los pedidos de cable y bambú de bonsai para la construcción. Levanta su enorme mochila, se ciñe su equipo de escalada y me hace una seña.

Alzo mi pesada mochila y encabezo la marcha mientras salimos del mercado y bajamos la escalera hasta el nivel del cable.

—Creo que la Vía Alta será más rápida que la Vía Baja, ¿verdad?

El hombre azul asiente. Yo vacilaba en sugerir la Vía Alta para el viaje de retorno, pues para A. Bettik será engorroso manejar los cables y deslizaderos con una sola mano. Cuando nos reencontramos, me sorprendió que no se hubiera fabricado un garfio de metal —su brazo izquierdo todavía termina en un muñón a mitad de camino entre la muñeca y el codo—, pero pronto vi que usaba una correa y varios aditamentos de cuero para compensar los dígitos faltantes.

—Sí, M. Endymion —dice—. La Vía Alta. Es mucho más rápida. A menos que prefieras enviar a un volador como correo.

Lo miro, pensando que bromea. Los voladores son una raza aparte y están locos. Lanzan sus paravelas desde los edificios altos, subiendo en las turbulencias, volando entre riscos y picos donde no hay cables ni puentes, observando las aves, buscando corrientes ascendentes como si la vida les fuera en ello... porque la vida les va en ello. No hay zonas llanas donde un volador pueda posarse si cambian los traicioneros vientos, si el ascenso falla, si se averían sus paravelas. Un aterrizaje forzoso en un risco casi siempre significa la muerte. El descenso a las nubes siempre significa la muerte. El menor error de cálculo con los vientos, las corrientes ascendentes, las corrientes descendentes, las ráfagas... cualquier error significa la muerte para un volador. Por eso viven solos, participan en un culto secreto y cobran una fortuna para llevar mensajes del Dalai Lama desde Potala, o cintas de plegarias durante una celebración budista, o notas urgentes de un comerciante a su casa central para derrotar a la competencia o, según dice la leyenda, para visitar el pico este de T'ai Shan, aislado durante meses por más de cien kilómetros de aire y nubes mortíferas.

—No creo que convenga confiar esta noticia a un volador —digo.

A. Bettik asiente.

—Sí, M. Endymion, pero las paravelas se pueden comprar en el mercado. En el puesto del Gremio de Voladores. Podríamos comprar dos y coger el camino más corto. Son muy costosas, pero podemos vender algunas cigocabras.

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