El ascenso de Endymion (38 page)

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Authors: Dan Simmons

Tags: #ciencia ficción

BOOK: El ascenso de Endymion
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Flotaban cadáveres en los haces de las linternas láser. Imágenes de carnicería. Cadáveres congelados, costillas rojizas, cavidades abdominales abiertas. Mandíbulas abiertas en gritos eternos y silenciosos. Chorros de sangre escarchada brotando de bocas abiertas y ojos desorbitados y hemorrágicos. Vísceras flotando entre los haces de luz.

—La tripulación —comunicó el comandante Browning.

—¿El Alcaudón? —preguntó Mustafa. Recitaba rápidamente el rosario, no para fortalecerse espiritualmente sino para no pensar en las imágenes que flotaban ante él en esa luz infernal. Le habían advertido que no vomitara en el casco. Los filtros y limpiadores eliminarían la suciedad antes de que él se asfixiara, pero no eran infalibles.

—Tal vez —respondió el mayor Piet, metiendo el guantelete en el pecho destrozado de un cadáver flotante—. Vea cómo le han arrancado el cruciforme. Igual que en Arafat-kaffiyeh.

—Comandante —dijo uno de los comandos que se había desplazado hacia la proa—. ¡Sargento! ¡Aquí! ¡En el primer depósito de cargamento!

Browning y Piet precedieron al gran inquisidor en el largo espacio cilíndrico. Las luces láser se perdían en ese espacio enorme.

Estos cadáveres no estaban mutilados, sino apilados pulcramente sobre láminas de carbono a ambos lados del casco, sostenidos por redes de nailon. Las láminas cubrían todos los lados del casco, dejando sólo un corredor en el centro. Mustafa y sus acompañantes atravesaron ese espacio negro, proyectando la luz láser a izquierda, derecha, abajo y arriba. Carne escarchada, carne pálida, códigos de barras en las plantas de los pies, vello púbico, ojos cerrados, manos pálidas contra el carbono negro junto a las caderas, penes fláccidos, pechos congelados en gravedad cero, cabelleras, cráneos descoloridos o flotando en nimbos escarchados. Niños con piel tersa y fría, vientres extendidos y párpados traslúcidos. Bebés con códigos de barras en las plantas.

Había decenas de miles de cuerpos en los cuatro compartimientos de carga. Todos eran humanos. Todos estaban desnudos. Todos estaban sin vida.

—¿Y completó su inspección del
Saigon Maru
, gran inquisidor? —preguntó el cardenal Lourdusamy.

Mustafa comprendió que había callado durante un largo instante, poseído por el demonio de ese espantoso recuerdo.

—La completamos, excelencia —respondió con dificultad.

—¿Y sus conclusiones?

—Había sesenta y siete mil ochocientos veintisiete seres humanos a bordo del
Saigon Maru
—dijo el gran inquisidor—. Cincuenta y uno eran tripulantes. Encontramos los cuerpos de todos los tripulantes, todos mutilados como las víctimas de Arafat-kaffiyeh.

—¿No hubo supervivientes? ¿Ninguno pudo ser resucitado?

—Ninguno.

—En su opinión, cardenal Mustafa, ¿la criatura demoníaca llamada Alcaudón fue responsable de la muerte de los tripulantes del
Saigon Maru
?

—En mi opinión, sí, excelencia.

—Y en su opinión, cardenal Mustafa, ¿la criatura demoníaca llamada Alcaudón fue responsable de la muerte de los sesenta y siete mil ochocientos veintisiete cuerpos descubiertos en el
Saigon Maru
?

Mustafa titubeó sólo un segundo.

—En mi opinión, excelencia... —Movió la cabeza y se inclinó ante el hombre sentado—. Su Santidad, la causa de la muerte de los sesenta y siete mil ochocientos veintisiete hombres, mujeres y niños hallados en el
Saigon Maru
no se corresponde con las heridas halladas en las víctimas de Marte, ni con versiones anteriores de un ataque del Alcaudón.

El cardenal Lourdusamy dio un paso adelante.

—Y según los expertos forenses del Santo Oficio, cardenal Mustafa, ¿cuál fue la causa de la muerte de los seres humanos hallados a bordo del carguero?

El cardenal Mustafa bajó los ojos.

—Excelencia, ni los especialistas del Santo Oficio ni de Pax han podido determinar la causa del deceso de estas personas. De hecho... —Mustafa se interrumpió.

—De hecho —continuó Lourdusamy por él—, los cuerpos hallados a bordo del
Saigon Maru
, salvo la tripulación, no mostraban una clara causa de muerte ni los atributos de la muerte, ¿no es así?

—En efecto, excelencia. —Mustafa miró a los demás dignatarios—. No estaban vivos pero no mostraban indicios de descomposición, lividez post mortem, deterioro cerebral... ninguno de los atributos habituales de la muerte física.

—¿Pero no estaban vivos? —urgió Lourdusamy.

El cardenal Mustafa se frotó la mejilla.

—No dentro de nuestra capacidad para revivirlos, excelencia. Ni dentro de nuestra capacidad para detectar señales de actividad cerebral o celular. Estaban... detenidos.

—¿Y qué se hizo con el carguero
Saigon Maru
, cardenal Mustafa?

—El capitán Wolmak dejó una tripulación selecta a bordo del
Jibril
—dijo el gran inquisidor—. Regresamos de inmediato a Pacem para informar sobre este asunto. El
Saigon Maru
viaja con un motor Hawking tradicional, escoltado por cuatro naves-antorcha Hawking, y debería llegar al sistema de Pax más próximo... creo que el sistema de Barnard... en... tres semanas estándar.

Lourdusamy asintió con un lento gesto de la cabeza.

—Gracias, gran inquisidor. —El secretario de Estado se acercó al papa, hizo una genuflexión frente al altar y se persignó mientras cruzaba el pasillo—. Su Santidad, solicito que oigamos a la cardenal Du Noyer.

El papa Urbano alzó una mano en señal de bendición.

—Nos complacería escuchar a la cardenal Du Noyer.

Kenzo Isozaki sentía vértigo. ¿Por qué les revelaban esas cosas? ¿De qué podían servirle a un ejecutivo de Pax Mercantilus? Se le había helado la sangre al oír la sumaria sentencia de muerte de la almirante Aldikacti. ¿Sería el destino de todos ellos?

No
, comprendió. Aldikacti había recibido una sentencia de excomunión y ejecución por mera incompetencia. Si Mustafa, Pelli Cognani, él y los demás eran ejecutados por traición, una ejecución rápida y simple sería lo más alejado de sus destinos. Las máquinas de dolor de Castel Sant'Angelo zumbarían y chirriarían durante siglos.

La cardenal Du Noyer obviamente había elegido ser resucitada como una anciana. Como la mayoría de las personas mayores, aparentaba una salud perfecta —todos sus dientes, un mínimo de arrugas, los ojos oscuros llenos de brillo—, pero también prefería ser vista con su cabello blanco, cortado al rape, y la piel tensa sobre los pómulos filosos. Comenzó sin preliminares.

—Su Santidad, excelencias, dignatarios... Hoy comparezco aquí como prefecta y presidente del Cor Unum y portavoz
de facto
del organismo privado conocido como el Opus Dei. Por razones que resultarán manifiestas, los administradores del Opus Dei no pueden ni deben estar presentes aquí en el día de hoy.

—Adelante, excelencia —dijo el cardenal Lourdusamy.

—El carguero
Saigon Maru
fue adquirido por Cor Unum para el Opus Dei, rescatado del reciclaje y entregado a ese organismo hace siete años.

—¿Con qué propósito, excelencia? —preguntó Lourdusamy.

La cardenal Du Noyer posó su mirada en cada rostro de la pequeña capilla, terminando en Su Santidad y agachando la cabeza en señal de respeto.

—Con el propósito de transportar los cuerpos sin vida de millones de personas como las que se hallaron en este viaje interrumpido, excelencias, Su Santidad.

Los cuatro ejecutivos de Mercantilus jadearon abruptamente.

—Cuerpos sin vida... —repitió el cardenal Lourdusamy, pero con el tono tranquilo de un fiscal que sabe de antemano cuáles serán las respuestas a sus preguntas—. ¿Cuerpos sin vida de dónde, cardenal Du Noyer?

—De los mundos designados por el Opus Dei, excelencia. En los últimos cinco años, estos mundos han incluido Hebrón, Qom-Riyadh, Fuji, Nevermore, Sol Draconi Septem, Parvati, Tsingtao-Hsishuang Panna, Nueva Meca, Mao Cuatro, Ixión, los territorios del Anillo de Lambert, Amargura de Sibiatu, el Litoral Norte de Mare Infinitus, la luna terraformada de Renacimiento Menor, Nueva Armonía, Nueva Tierra y Marte.

Todos mundos ajenos a Pax,
pensó Kenzo Isozaki
, o donde la presencia de Pax no está consolidada.

—¿Y cuántos cuerpos han transportado estos cargueros del Opus Dei y del Cor Unum, cardenal Du Noyer? —preguntó Lourdusamy.

—Aproximadamente siete mil millones, excelencia —dijo la anciana.

Kenzo Isozaki procuró conservar el equilibrio. ¡Siete mil millones de cuerpos! Un carguero como el
Saigon Maru
podía transportar cien mil cadáveres si estaban apilados como planchas. El
Saigon Maru
debía realizar setenta mil viajes para transportar siete mil millones de personas de un sistema estelar a otro. Absurdo. A menos que hubiera veintenas de cargueros, muchos de ellos clase nova, realizando cientos o miles de viajes. Los mundos citados por Du Noyer habían permanecido cerrados a Pax Mercantilus durante la mayor parte de los últimos cuatro años, en cuarentena a causa de disputas comerciales o diplomáticas con Pax.

—Son todos mundos no cristianos. —Isozaki comprendió que había hablado en voz alta. Era la mayor falta de disciplina que había cometido jamás. Los hombres y mujeres de la capilla lo miraron—. Todos mundos no cristianos —repitió, sin siquiera usar los honoríficos para interpelar a los demás—. O mundos cristianos con grandes poblaciones no cristianas, como Marte, Fuji y Nevermore. El Cor Unum y el Opus Dei han estado exterminando no cristianos. ¿Pero por qué transportar sus cuerpos? ¿Por qué no dejar que se pudrieran en sus mundos natales y luego llevar a los colonos de Pax?

Su Santidad alzó una mano. Isozaki guardó silencio. El papa le hizo una seña al cardenal Lourdusamy.

—Cardenal Du Noyer —dijo el secretario de Estado, como si Isozaki no hubiera hablado—, ¿cuál es el destino de estos cargueros?

—No lo sé, excelencia.

Lourdusamy movió la cabeza.

—¿Y quién autorizó este proyecto, cardenal Du Noyer?

—La Comisión de Paz y Justicia, excelencia.

Isozaki movió la cabeza bruscamente. La cardenal acababa de responsabilizar a un hombre por esta atrocidad, este genocidio inaudito. La Comisión de Paz y Justicia tenía un solo prefecto, el papa Urbano XVI, ex papa Julio XIV. Isozaki bajó la mirada hasta las sandalias del pescador y pensó en liquidar a ese demonio, en cerrar los dedos sobre la esquelética garganta del papa. Sabía que los silenciosos guardias del rincón lo detendrían a mitad de camino, pero aun así sentía la tentación de intentarlo.

—¿Y sabe usted, cardenal Du Noyer —continuó Lourdusamy, como si no se hubiera revelado nada terrible, como si no se hubiera dicho nada indecible—, cómo estas personas, estos no cristianos, fueron privados de sus funciones vitales?

Privados de sus funciones vitales, pensó Isozaki, que odiaba los eufemismos. Asesinados, canalla.

—No —dijo la cardenal Du Noyer—. Mi tarea como prefecta del Cor Unum consiste simplemente en brindar al Opus Dei el transporte necesario para poder cumplir con su deber. El destino de las naves y lo que sucedió antes de que se necesitaran mis cargueros no es ni ha sido de mi incumbencia.

Isozaki se arrodilló en el suelo de piedra, no para rezar, sino porque ya no podía permanecer de pie.
¡Durante cuántos siglos, dioses de mis ancestros, los cómplices del genocidio han respondido de esta manera? Desde Horace Glennon-Height. Desde el legendario Hitler. Desde... siempre.

—Gracias, cardenal Du Noyer —dijo Lourdusamy.

La anciana retrocedió.

Increíblemente, fue el papa quien se levantó y avanzó, sus sandalias blancas susurrando en la piedra. Su Santidad caminó entre esas personas atónitas, el cardenal Mustafa y el padre Farrell, el cardenal Lourdusamy y monseñor Oddi, la cardenal Du Noyer y el monseñor sin nombre que estaba detrás de ella, los ejecutivos Aron, Hay-Modhino y Anna Pelli Cognani. Llegó hasta donde Isozaki estaba arrodillado, a punto de vomitar, presa del vértigo.

Su Santidad apoyó una mano en la cabeza del hombre que en ese momento pensaba en matarlo.

—Levántate, hijo nuestro —dijo el genocida de miles de millones—. Levántate y escucha. Te lo ordenamos.

Isozaki se levantó, las piernas trémulas. Sentía un cosquilleo en los brazos y las manos, como si le hubieran disparado con un paralizador neuronal, pero sabía que su propio cuerpo lo traicionaba. En ese momento no podría haber cerrado los dedos sobre la garganta de nadie. Le costaba tenerse en pie.

El papa Urbano XVI apoyó una mano en el hombro del ejecutivo para calmarlo.

—Escucha, hermano en Cristo. Escucha.

Su Santidad ladeó la cabeza e inclinó la mitra.

El consejero Albedo se aproximó al borde de la tarima y comenzó a hablar.

—Su Santidad, excelencias, honorables ejecutivos de Mercantilus —dijo el hombre de gris. La voz de Albedo era tersa como su cabello, como su mirada gris, como la seda de su capa gris.

Kenzo Isozaki temblaba al oírla. Recordaba el sufrimiento y el embarazo del momento en que Albedo había convertido su cruciforme en un crisol de dolor.

—Preséntese, por favor —dijo Lourdusamy con su voz más afable.

Asesor personal de Su Santidad el papa Urbano XVI
, pensó Kenzo Isozaki. Hacía décadas que corrían rumores sobre la gris presencia de Albedo. Sólo se lo identificaba como asesor personal de Su Santidad.

—Soy una construcción artificial, un cíbrido, creado por elementos del TecnoNúcleo de IAs —dijo el consejero Albedo—. Estoy aquí en representación de esos elementos.

Todos los presentes, excepto Su Santidad y el cardenal Lourdusamy, retrocedieron un paso. Nadie habló, nadie jadeó ni gritó, pero el olor animal del terror y la revulsión no podrían haber sido más fuertes aunque el Alcaudón se hubiera materializado súbitamente entre ellos. Kenzo Isozaki aún sentía los dedos del papa en el hombro. Se preguntó si Su Santidad podía sentir su pulso acelerado a través de la carne y el hueso.

—Los seres humanos transportados desde los mundos mencionados por la cardenal Du Noyer fueron privados de sus funciones vitales mediante tecnología del Núcleo, usando naves robots del Núcleo, y son almacenados con técnicas del Núcleo. Como ha dicho la cardenal Du Noyer, unos siete mil millones de no cristianos han sido procesados así en los últimos siete años. De cuarenta a cincuenta mil millones serán procesados en la próxima década estándar. Es hora de explicar el motivo de este proyecto y de solicitar vuestra ayuda directa.

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