El enigma de la Atlántida (32 page)

Read El enigma de la Atlántida Online

Authors: Charles Brokaw

Tags: #Aventuras, #Relato

BOOK: El enigma de la Atlántida
13.76Mb size Format: txt, pdf, ePub

—El concilio quiere hablar contigo, no cree que no tengas nada que ver con la muerte del padre Fenoglio.

Por un momento, Murani no consiguió recordar ese nombre.

—Saben que el Papa lo había enviado para que te siguiera.

—El Papa es quien debería sentirse culpable, no yo. No fui yo el que lo puso en peligro. Además, ¿por qué no me avisó el concilio de que el Papa había ordenado que me vigilaran?

—Pensaron que Fenoglio sería más prudente.

—¿Por qué quería el Papa que alguien me espiara?

—Porque no confía en ti.

—He demostrado que soy de confianza durante muchos años.

—No a este Papa. Cree que tu excesivo interés en los textos secretos no es bueno para ti.

—Estoy aquí, no en Cádiz. No podría alejarme mucho más de los textos secretos. El Papa ya se ha ocupado de ello.

—Y, sin embargo, sigues merodeando entre las estanterías dedicadas a ellos y a todo lo que tiene que ver con el jardín del Edén.

Murani inspiró profundamente y exhaló el aire con fuerza.

—Debería ser yo el que estuviera en Cádiz, el que dirigiera la excavación. Nadie sabe más de los textos sagrados, el jardín del Edén y la Atlántida que yo. Nadie.

—La sociedad no quería pelearse con el Papa.

—El enfoque del Papa acerca de la Iglesia es erróneo.

—Por favor, no grites, Stefano. Te lo suplico. Bastantes problemas tienes ya —pidió Rezzonico, cohibido y mirando a su alrededor.

—¿Qué problemas?

—¿No me has oído? El concilio sospecha quela muerte de Fenoglio no se debió a un accidente.

—Pues claroque no lo fue, el ladrón lo atropello. Estaba presente. Casi me mata a mí también, los moratones todavía no se han curado.

—Y, según la Policía, el coche volvió marcha atrás sobre él —dijo Rezzonico manteniéndole la mirada—. Eso no lo mencionaste.

Murani cayó en la cuenta de que no lo había hecho. En aquel momento le pareció que atraería demasiado interés sobre el incidente. Había olvidado el trabajo de los forenses.

—Estaba conmocionado, todo pasó muy rápido.

—La Policía dice que no había sangre dentro del coche.

—El ladrón me golpeó una y otra vez. No quería que escapara y lo identificara. —Una sencilla modificación que añadir a su versión de los hechos.

Rezzonico se quedó callado un momento.

—La única razón por la que la Policía no te ha interrogado más respecto a ese asunto es porque hemos intercedido por ti.

—¿Hemos? —preguntó esbozando una triste sonrisa—. ¿Ahora me protege la sociedad?

—Tu falta de respeto es intolerable, Stefano.

—No, la estupidez que habéis mostrado la sociedad y tú es lo que motiva mis burlas. La sociedad me protege para protegerse a ella misma. ¿Crees que seguiría guardando los secretos que la Sociedad de Quirino ha ocultado durante tiempo si me detuvieran por la muerte de Fenoglio?

—Si amas a la Iglesia…

—La Iglesia es la esposa de Dios. Se supone que sirve a Dios. No podrá hacerlo si continúa debilitándose y volviéndose cada vez más tolerante. Ha de ser fuerte y gobernar la casa de Dios en este mundo. Tiene una misión…

La última imagen que apareció en la pantalla del ordenador atrajo la atención de Murani, que dejó la frase sin acabar.

Era un collar en el que se veía a un hombre ofreciendo una mano mientras en la otra sujetaba un libro.

—El padre Sebastian la ha encontrado. Mira esto —murmuró incrédulo.

—Ya veo, aunque puede que la haya perdido. Al poco de encontrar la cueva y de que enviara las fotos a la sociedad, hubo un temblor de tierra. El agua inundó la cámara mortuoria. Nadie sabe si el padre Sebastian y el restode las personas que había allí siguen vivos.

17
Capítulo

Aeropuerto Internacional Charles de Gaulle

París, Francia

5 de septiembre de 2009

E
l titular de las noticias de la CNN atrajo el interés de Lourds mientras esperaba en la zona de embarque del vuelo a Dakar, Senegal:

¿Ha vuelto a sumergirse la Atlántida?

Aunque a regañadientes, la empresa de Leslie había aceptado crear una nueva cuenta para frustrar cualquier intento de espiar los gastos del viaje. También le habían enviado cheques de viajero para pagar los gastos, en vez de una tarjeta de crédito. Una evidente muestra de que creían en la importancia de aquella historia, a pesar de que habían gritado y pataleado ante todas las necesidades que les planteaban. En muchos aspectos había sido una gran ayuda que los liberaran de la pista que atraía a los asesinos como un picnic a las hormigas.

Con todo, aquello no había tenido un efecto positivo en el humor de Leslie. Cuando acabó las negociaciones, volvió a la habitación del hotel de París con un humor de perros. No había vuelto a dormir con Lourds desde Leipzig. En aquel momento dormía en una butaca cercana, cubierta por una chaqueta de verano.

Gary ocupaba otra no muy alejada y parecía absorto en un juego de su PlayStation. Unos auriculares lo mantenían atrapado en el mundo virtual del que disfrutaba gracias a aquella minúscula pantalla.

Lourds no sabía dónde andaba Natashya. Estaba prácticamente seguro, por los breves sueñecitos que se había echado de vez en cuando, de que no había dormido en toda la noche. También sabía que no poder llevar un arma dentro del aeropuerto la estaba martirizando.

Él no podía hacer nada al respecto. Volvió a concentrarse en el programa de televisión: «Hace casi treinta horas, las excavaciones de Cádiz, que han tenido cobertura por parte de innumerables medios de comunicación internacionales debido a los rumores que se han propagado en los últimos meses sobre la posible existencia de la desaparecida Atlántida, han sufrido un duro revés —comentaba el joven presentador negro».

Introdujeron unas imágenes de archivo de las excavaciones. Varios camiones volquete y personas con cubos echaban tierra en la costa, a menos de cien metros. Unos grandes diques contenían la marea: «A primeras horas de la mañana del 4 de septiembre, el padre Emil Sebastian condujo a sus hombres a la nueva cueva que habían descubierto».

Volvieron a insertar más imágenes de archivo que mostraban al padre Sebastian hablando con su equipo en el interior del campamento base. Según los artículos de
Time, Newsweek
y
People
que había leído, no se había permitido entrar a los medios de comunicación en el campamento base.

La voz siguió diciendo: «Según unas informaciones aún sin confirmar, estaban examinando una cámara funeraria llena de tumbas».

—Suena horrible —comentó Gary.

Lourds se volvió y vio que había dejado el videojuego y miraba el televisor atentamente.

—¿Has decidido abandonar el reino del ciberespacio?

—Seguiría allí si pudiera hacerlo. Las putas pilas se han gastado. Tengo que cargarlas.

—Pues date prisa, salimos dentro de una hora.

—No pasa nada. Voy a buscar un enchufe, para entonces estarán listas.

El presentador continuó diciendo A pesar de que el equipo de excavación no ha confirmado todavía dichas informaciones, una fuente que pertenece a ese equipo y que no ha querido revelar su identidad nos ha informado de que dentro de la cueva se encontraron cuerpos. También tenemos una foto que muestra las tumbas excavadas en la pared».

En la pantalla apareció una imagen. El color no era uniforme y estaba muy oscura, pero parecía una antigua cámara funeraria con una pared llena de nichos.

La cámara volvió al presentador: «Según nos han informado, dos personas se ahogaron antes de poder ser rescatadas».

Las imágenes de un hombre joven y de otro de mediana edad aparecieron por detrás del presentador. Ninguno de los dos era el padre Sebastian. La voz dijo: «El padre Sebastian ha declarado que la nueva cueva ha quedado prácticamente inundada por el agua. Según él, este contratiempo retrasará el calendario de la excavación, pero asegura que continuarán su trabajo. El Vaticano, que subvenciona la excavación, no ha hecho ningún tipo de declaración cuando se la hemos solicitado».

—Colega, los tipos que se arrastran por las entrañas de la tierra tienen un par de cojones. A mí no me pillabas ahí debajo, con el mar esperando abalanzarse sobre mí, ni loco. Me gusta estar entero, por no hablar de mantener el equipo seco y en funcionamiento, y no me refiero sólo a las cámaras, ya me entiendes.

—¿Ni siquiera ante la posibilidad de descubrir una nueva cultura?

—Ni por todo el oro del mundo. Tampoco estaría aquí si no fuera todo tan apasionante —confesó moviendo la cabeza—. Si quieres que te diga la verdad, lo de ir corriendo de un lado para otro con Leslie, contigo y con Natashya Terminator me parece una locura.

—No creo que le guste que la llames así —lo reprendió Lourds frunciendo el entrecejo.

—Seguramente no, por eso no lo digo cuando está delante —replicó haciendo una mueca antes de irse a conectar su equipo en un enchufe cercano.

Lourds echó una última mirada a Leslie y se sintió incómodo de nuevo, al darse cuenta de que no podía hacer nada por la situación que se había creado entre ellos. Decidió dejarlo todo como estaba, hasta poder enfocarlo de otra manera, y volvió a los documentos sobre los yorubas que había copiado en el Instituto Max Planck.

Prestó especial atención a la leyenda de los cinco instrumentos: el címbalo, el tambor, el laúd, la campana y la flauta. Si lo había traducido todo bien, seguramente había encontrado una buena pista.

Estudio del papa Inocencio XIV

Status Civitatis Vaticanae

6 de septiembre de 2009

El padre Sebastian estaba en el balcón del estudio privado del Papa, observando la Ciudad del Vaticano. Tras haber pasado varios meses en Cádiz, sin prácticamente salir del campamento base y del asentamiento que se había creado alrededor para suplir las necesidades del equipo de excavación, la ciudad le producía cierta claustrofobia. Aunque no se podía comparar con cómo se había sentido la noche en que se había inundado la cámara funeraria. De no haber sido por los guardias suizos, habría muerto.

«No —se corrigió a sí mismo—, no sólo los guardias. Si Dios no me hubiera protegido de todo daño, habría muerto. No hay que olvidar nunca en manos de quién se está realmente».

—Emil —lo saludó una animada voz.

Se dio la vuelta y vio que se acercaba el papa.

—Su Santidad —dijo mientras doblaba una rodilla e inclinaba la cabeza.

El papa Inocencio XIV le ayudó a levantarse y le dio un abrazo.

No acababa de acostumbrarse a que su buen amigo se hubiese convertido en el Sumo Pontífice. Ni siquiera habían bromeado con esa posibilidad cuando trabajaban juntos en las bibliotecas de la Iglesia.

Al Papa, cuando no era más que un cura de parroquia, le habían fascinado las historias que le contaba sobre cuando viajaba con su padre. Incluso había leído los diarios que había escrito en aquellos tiempos.

—Me alegro de que estés bien. Cuando me enteré del accidente en la cueva y pensé que habías desaparecido, recé para que te hubieras salvado. Me sentía culpable por haberte enviado allí.

—Tonterías —replicó Sebastian haciendo un gesto con la mano, aunque luego pensó si aquello estaba permitido ahora que su amigo era el Papa. ¿Cómo iba a saberlo? El tipo de relación que habían mantenido durante muchos años de amistad había cambiado por completo, como si un tsunami la hubiese golpeado y hubiera inundado todos los puntos de referencia. Al menos, no le hizo ningún reproche—. Me habéis devuelto la vida, Su Santidad. Me encanta desenterrar el pasado. Es algo que le habría gustado hacer a mi padre, Dios lo tenga en su gloria. Esta excavación me lo ha recordado a él y a mí mismo, en el pasado.

—Me alegro de que te sientas así, sobre todo después de lo que ha sucedido. La inundación… He oído lo que han dicho las noticias, aunque siempre dramatizan. ¿Es muy grave?

—Es grave, pero puede que no permanente. Dario Brancati insiste en que podemos bombear la cueva 42 y secarla en dos o tres semanas. Después continuaremos con la excavación. —Aquella idea le produjo miedo. Tenía que volver a la cueva después del accidente, y la verdad era que no sabía si se vería capaz.

—¿De dónde proviene el agua?

—Los buceadores de Brancati creen que de otra cámara más profunda de las catacumbas. Están buscando la fuente. Tuvimos suerte de que la presión del aire se igualara rápidamente.

—¿A qué te refieres?

—Cuando abrimos la cámara mortuoria, el aire que había quedado atrapado escapó. Ese cambio permitió que el agua rompiera una pared en el sistema de cuevas. Podría haber sido mucho peor, y no estaría aquí. —Hizo una pausa al sentir un escalofrío. Creía firmemente que había escapado gracias a la intervención divina—. Debéis recordar, Santidad, que todo el océano Atlántico espera muy cerca, listo para reclamar esas cuevas.

—Lo sé.

Se produjo un silencio. Por la tensa cara del Papa, pensó que estaba tan preocupado como él.

—A pesar de todo, hemos tenido suerte, Santidad.

Este suspiró y asintió.

—Te preguntas si lo que estamos haciendo merece la pérdida de vidas.

Permaneció en silencio. No conseguía traducir sus miedos en palabras.

—Cuando te puse al frente de esta excavación, te dije que seguramente era lo más importante que ninguno de nosotros podía hacer en estos momentos.

—¿Os referís a las tumbas?

—Más que eso. Me refiero al collar que encontraste.

—¿Éste?

Sebastian sacó la mano de la sotana, abrió los dedos y le enseñó el colgante. La brillante figura, que ofrecía una mano y con la otra sujetaba los textos sagrados, giró en la luz de la habitación.

—Dios tenga piedad —susurró el Papa mientras lo cogía con dedos temblorosos.

—Después de todo lo que ha hecho la humanidad para rechazar los regalos de Dios, no sé cómo puede quedarle piedad por nosotros.

El Papa acarició el colgante con ternura.

—¿Creéis que sigue existiendo allí abajo, Santidad? —Ni siquiera fue capaz de decir el nombre en voz alta—. El mar ha destruido muchas cosas.

—Todo lo que Dios creó es eterno. —Como si estuviera embargado por una emoción demasiado intensa, el Papa apretó el colgante con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos—. Cuando llegues al final de tu viaje en esa excavación tuya, amigo mío, encontrarás el jardín del Edén. Pero también encontrarás el mayor peligro al que Dios expuso al mundo.

Other books

Regina Scott by The Heiresss Homecoming
Eye for an Eye by Frank Muir
The Bourne ultimatum by Robert Ludlum
Thief by Linda Windsor
The Muse by Burton,Jessie
Love in Tune by Caitie Quinn
Legend of a Suicide by David Vann
What We Saw by Ryan Casey