Read El joven samurai: El camino de la espada Online
Authors: Chris Bradford
El corazón de Jack dio un brinco. Finalmente, podría usar las espadas de Masamoto. Por fin le enseñarían aquella habilidad invencible.
—Pero ahora vayamos al asunto de esta reunión —dijo Masamoto, adoptando un tono serio—. ¿Hay algo que desees decirme?
Jack se sorprendió ante la pregunta. ¿Cómo podía saberlo?
Akiko, Yamato y él habían estado discutiendo si presentar o no el tema del cuaderno de bitácora a Masamoto, cuando Jack recibió la llamada para acudir a la Sala del Fénix para ver al samurái, y los tres acordaron que deberían contarle a Masamoto la existencia del cuaderno. Jack era consciente de que las consecuencias podrían ser severas e insistió en que Akiko y Yamato no participaran. No había ningún motivo para que los castigaran también. Negaría la implicación de sus amigos, sosteniendo que no tenían conocimiento alguno del cuaderno de bitácora.
Después de las alabanzas y felicitaciones de orgullo paternal por parte de Masamoto, una oleada de culpabilidad sustituyó ahora al júbilo que Jack había sentido. Le avergonzaba tener que admitirle a su tutor que le había mentido.
—Gracias, Masamoto-sama, por tus amables palabras —empezó a decir Jack, inclinándose profundamente—, pero no las merezco.
Masamoto se inclinó hacia delante, alzando una ceja con curiosidad.
—¿Por qué no?
—Sé por qué nos atacaron los ninjas en los montes Iga. Fue Ojo de Dragón. Iba por mí. O, para decir la verdad, por el cuaderno de bitácora de mi padre.
—¿Qué es un cuaderno de bitácora? —preguntó el
sensei
Hosokawa.
Jack les habló a los tres del cuaderno, describiendo cómo los pilotos lo usaban para navegar, y explicó su importancia para el comercio y la política entre las naciones de Europa.
—Lo siento, Masamoto-sama, pero te mentí —confesó Jack—. El motivo por el que Ojo de Dragón atacó la casa de Hiroko en Toba fue por causa del cuaderno. Tendría que habértelo contado en su momento, pero le hice a mi padre la promesa de guardarlo en secreto. No sabía en quién confiar y luego me preocupó que si tú tenías el cuaderno, te convertirías en el objetivo de Ojo de Dragón, y no yo.
Masamoto miró a Jack. Su pétrea expresión revelaba poca cosa, pero Jack advirtió que la cicatriz de su cara había empezado a enrojecer. La expresión del
sensei
Hosokawa era igualmente severa. El
sensei
Yamada fue el único que miró amablemente a Jack, con los ojos encogidos de compasión por la situación del muchacho.
—Tendremos que tratar mañana este asunto —declaró tersamente Masamoto—. Por desgracia, hay un asunto más acuciante que discutir primero.
Jack se preguntó qué podría ser peor que romper la quinta virtud del
bushido
mintiéndole a su tutor.
Masamoto asintió al
sensei
Hosokawa. El maestro de esgrima recogió un gran pergamino enrollado y se lo tendió a Jack.
—¿Qué es esto? —preguntó Jack.
Los tres samuráis intercambiaron miradas de confusión.
—Es un desafío —replicó Masamoto, como si eso lo explicara todo.
Jack continuó mirando asombrado el pergamino.
—Puede que hayas tenido éxito en el Círculo de Tres, pero tu confianza en tus habilidades puede ser errónea —observó sombrío el
sensei
Hosokawa—. ¿Qué demonios te hizo pensar en entrar en un duelo a espada con un samurái desconocido en su
musha shugyo?
Jack miró aturdido al
sensei.
Sin duda le estaban gastando una broma. Las graves expresiones de sus rostros, sin embargo, le dijeron lo contrario.
—Yo… no me he inscrito en ningún duelo —tartamudeó Jack.
—Tu nombre está aquí abajo, diciendo ser el Gran Samurái Rubio —respondió el
sensei
Hosokawa, señalando el
kanji
—. Sasaki Bishamon, el samurái en cuestión, ha aceptado tu desafío. Tienes que estar en el terreno del duelo antes de la puesta de sol.
Jack permaneció en silencio, aturdido. Esto no podía estar sucediendo. No había apuntado su nombre para ningún desafío. No tenía ningún deseo de arriesgar su vida entablando un duelo con un samurái sólo para demostrar que sus artes marciales eran las mejores. Y desde luego no contra un guerrero que llevaba el nombre del dios de la guerra.
Su única intención era recuperar el cuaderno de bitácora. Eso si Masamoto aún le permitía ir al castillo Nijo esta noche para la celebración del Círculo de Tres. Su tutor podía haber suspendido su decisión sobre el tema del cuaderno hasta el día siguiente, pero la amenaza flotaba sobre Jack como una guillotina.
Ahora tenía también que enfrentarse a la perspectiva de un duelo.
—Yo no he escrito esto —insistió Jack, suplicando con los ojos—. No puedo luchar contra este samurái.
La mente le daba vueltas, dominada por el pánico. Ese duelo podía terminar con la pérdida de un miembro, o incluso con la muerte. ¿Quién podía haber hecho una cosa así?
«Kazuki.»
El muchacho había jurado vengarse. Era esto. No obstante, Jack tuvo que admirar el genio de su rival. Era tan limpio, tan propio de Kazuki.
—Si no fuiste tú, ¿entonces quién? —preguntó Masamoto.
Jack estuvo a punto de pronunciar el nombre de Kazuki, pero entonces recordó cómo había acusado falsamente a su rival de hacer trampas en el Círculo. Cómo se había equivocado. Podía estar igual de confundido en su juicio esta vez y estar sacando conclusiones basadas sólo en sus propios prejuicios.
Jack miró al suelo y lentamente sacudió la cabeza.
—No lo sé.
—En ese caso, nos encontramos ante un difícil dilema —dijo Masamoto, dando un sorbo a su
sencha
, pensativo—. Tu nombre y el nombre de esta escuela han sido vistos en esta declaración de desafío por todo Kioto. Si te retiras del duelo ahora, no sólo traerás vergüenza sobre ti mismo, sino sobre el nombre de Masamoto y sobre la
Niten Ichi Ryu.
—¿No se puede explicar que fue un error? —suplicó Jack.
—No serviría de nada. Tu desafío ha sido aceptado.
—¿Pero no soy demasiado joven para librar un duelo?
—¿Qué edad tienes? —preguntó el
sensei
Hosokawa.
—Cumplo catorce años este mes —respondió Jack con esperanza.
—Yo libré mi primer duelo a los trece —recordó Masamoto con un atisbo de orgullo—. Contra un tal Arima Kibei, un famoso espadachín de entonces. También él colgó un cartel pidiendo contrincantes. Yo era un muchacho impetuoso en esa época, así que naturalmente apunté mi nombre. De hecho, veo mucho de mí mismo en ti, Jack-kun. Por eso, he de admitir, me siento un poco decepcionado por que no hicieras el desafío; y aún más decepcionado al descubrir que me has estado mintiendo.
Jack sintió que sus mejillas se ruborizaban de vergüenza y ya no pudo mirar a su tutor a los ojos.
—Pero no importa —continuó Masamoto—. Al atardecer debes honrar esta escuela y demostrar que eres un poderoso samurái joven de la
Niten Ichi Ryu.
Jack se quedó boquiabierto, lleno de incredulidad.
—¡Pero si todavía no he entrenado con una espada de verdad!
—Tampoco lo había hecho yo —replicó Masamoto, haciendo un gesto con la mano para quitarle importancia—. Derroté a Arima con mi
bokken.
Fue entonces cuando Jack comprendió que no tenía ninguna otra opción. Tendría que luchar contra el samurái.
—Parece que finalmente lograste lo que querías. Tu impaciencia para usar tus espadas en clase te ha alcanzado —comentó el
sensei
Hosokawa con una sonrisa triste—. Pero yo no me preocuparía demasiado. Te he visto practicando con la catana en el Jardín Zen del Sur. Tu forma es buena. Podrías sobrevivir.
«¿Podría?», pensó Jack, alarmado por la actitud relajada de su
sensei.
Esperaba que sus posibilidades fueran mejor que eso.
El joven samurái se retorcía en el polvo, y la sangre que borboteaba en su cuello cortado se extendía por el terreno de duelo en diminutos ríos.
La multitud gritó y silbó, ansiando más derramamiento de sangre.
Inquieto por el destino del joven, Jack se encontraba en el borde del ruedo improvisado por los espectadores, aferrando el pomo de su espada con tanta fuerza que sus nudillos se habían puesto blancos y el
menuki
de metal se le clavaba dolorosamente en la palma.
Al contemplar los ojos del samurái, Jack fue testigo de cómo la vida escapaba de ellos como la llama de una vela chisporroteante.
—¡Siguiente! —llamó el formidable guerrero, alzándose victorioso en el centro del terreno. El samurái en su
musha shugyo
iba vestido con un
hakama
rojo oscuro y blanco. Blandió en alto su catana y luego la dejó caer bruscamente, sacudiendo la sangre de su oponente de la hoja:
chiburi.
Yamato empujó a su amigo hacia delante.
—Te está llamando, Jack.
—Esto es magnífico, ¿no os parece? —dijo Saburo, mientras se metía en la boca un
obanyaki
y la corteza del dulce relleno le resbalaba por la barbilla.
—¿Cómo puedes decir eso? —exclamó Akiko.
—¡Vamos a ver un duelo! No creí que volviéramos a tiempo del Círculo de Tres.
—Saburo —dijo Jack, mortificado por la insensibilidad de su amigo—. Estoy a punto de morir.
—No, nada de eso —respondió Saburo, descartando la idea con una sonrisa jovial—. Masamoto ha acordado con tu oponente que el combate será sólo a primera sangre. Puede que recibas una cicatriz de batalla, pero no te matará.
—¡Pero ese último duelo también se suponía que era a primera sangre!
Saburo abrió la boca para responder, pero obviamente no se le ocurrió nada que decir, así que dio en cambio otro bocado a su
obanyaki.
—Ese retador tuvo mala suerte, Jack, nada más —dijo Yamato, tratando de calmarlo—. Atacó en el momento equivocado y fue alcanzado en el cuello. Un accidente, eso es todo. No te sucederá a ti.
A pesar de los intentos de su amigo por tranquilizarlo, Jack seguía dubitativo.
—¡Jack! —llamó una voz familiar, y la multitud abrió paso a un muchacho pequeño.
Yori se acercó cojeando, ayudado por Kiku.
—Deberías estar en la cama —reprendió Jack—. Tu pierna…
—No te preocupes por mí —interrumpió Yori, apoyándose en la muleta—. Estuviste presente para mí cuando te necesité. Además, tenía que traerte esto.
Yori le entregó el
origami
de una grulla. Era diminuto, más pequeño que un pétalo de flor de cerezo, pero perfectamente formado.
—Gracias —dijo Jack—, pero todavía tengo el que me regalaste.
—Sí, pero éste es especial. Por fin acabé el
Senbazuru Orikata.
Ésta es la grulla número mil. La que concede el deseo.
Durante un breve instante, la pequeña ave en la mano de Jack pareció aletear con esperanza.
—Mi deseo es que pueda protegerte, igual que tú me salvaste la vida —explicó Yori con una mirada esperanzada en los ojos.
Abrumado por la compasión de su amigo, Jack inclinó la cabeza y luego guardó con ternura el pequeño pájaro en los pliegues de su
obi.
Masamoto se acercó.
—¿Estás preparado?
Jack asintió, no convencido del todo.
—No tienes que temer. Tienes mis primeras espadas —le tranquilizó Masamoto—. Te servirán bien. Acuérdate de calcular con cuidado la distancia entre tu adversario y tú. Tráelo a tu esfera de ataque. Mantenlo fuera. Hagas lo que hagas, no dejes que te atraiga.
Jack inclinó la cabeza, agradeciendo el consejo.
—Si luchas con valor —dijo Masamoto, en voz baja para que nadie más pudiera oírlo—, podrás recuperar tu honor y mi respeto.
Masamoto regresó a su posición dominante en la multitud. Jack sintió ahora aún más presión para vencer. Le habían dado una oportunidad para redimirse a los ojos de su tutor.
El
sensei
Kano se acercó.
—¿Cómo está tu pie? —preguntó Jack.
El
sensei
se echó a reír.
—Eso es lo que me gusta de ti, Jack-kun. Siempre pensando en los otros antes que en ti mismo. ¿Pero qué hay de tu situación? Pronto anochecerá, ¿no? Así que intenta atacar a tu enemigo en el momento en que el sol moribundo le dé en los ojos.
Agarró a Jack por los hombros, y luego se soltó, reacio, para dejar paso a la
sensei
Yosa.
—Mantén tu centro y conserva el equilibrio. Tengo fe en que sobrevivirás —dijo. Entonces acarició con ternura la mejilla de Jack con el dorso de la mano—. Pero si ese samurái te daña más de un pelo de la cabeza, lo convertiré en un alfiletero con mis flechas.
Todos parecían querer ofrecer consejo a Jack, incluso el
sensei
Kyuzo, quien, cuando iba a reunirse con los otros
senseis
, dijo bruscamente:
—
Ichi-go, Ichi-e.
Sólo tendrás una oportunidad. No hagas que sea la última.
El hombrecillo le dirigió a Jack una mueca torcida, como si le doliera sonreír, y luego se marchó.
Jack no se sintió mejor con el consejo del maestro de
taijutsu
, y se desanimó aún más cuando vio acercarse a Kazuki y su Banda del Escorpión, con Moriko a su lado y sus negros dientes acentuados por su cara blanca como la tiza.
Entonces Kazuki dio un paso adelante y saludó.
—Buena suerte, Jack-dijo, aparentemente con sinceridad.
—Er… gracias —murmuró Jack, desprevenido por la sinceridad de Kazuki. Tal vez no era el responsable de haber inscrito su nombre después de todo.
Entonces, con rostro serio, Kazuki preguntó:
—¿Puedo quedarme con tus espadas después de que haya acabado contigo?
La Banda del Escorpión echó a reír groseramente, revelando su pequeña broma, y luego todos se marcharon, riendo.
Inesperadamente, Akiko tomó la mano de Jack entre las suyas para consolarlo.
—Ignóralos, Jack. No olvides lo que dijo el Sumo Sacerdote: «tu espíritu es tu auténtico escudo.»
—
¡Fudoshin!
—sugirió Kiku, servicial—. También lo necesitarás para el combate.
—Y recuerda lo que nos enseñó el
sensei
Kano —añadió Yamato—. Los ojos son las ventanas de la mente, así que asegúrate de luchar sin ojos.
—¿Has comido? —preguntó Saburo, ofreciéndole a Jack un muslito de pollo—. Un samurái no debería luchar nunca con el estómago vacío, lo sabes.