Read El ladrón de cuerpos Online
Authors: Anne Rice
—Genio y figura —dijo el aplomado joven que tenía delante. Se quitó el saco, lo arrojó sobre un sillón cercano, volvió a sentarse y cruzó los brazos sobre el pecho. La tela de la remera destacaba sus músculos, y el hecho de que fuera blanca hacía resaltar el color intenso de su piel, de un marrón casi dorado.
—Sí, ya sé —agregó, con fluido acento británico—. Es muy chocante. ¡Yo viví la misma experiencia hace unos días en Nueva Orleáns, cuando el único amigo que tengo en el mundo se me presentó dentro de este cuerpo! Te comprendo perfectamente. Y también entiendo, no necesitas repetírmelo, que mi antiguo cuerpo está por morir. Lo que pasa es que no sé qué podemos hacer ninguno de los dos.
—Bueno, lo que no puedes hacer de ninguna manera es acercarte, porque James podría advertir tu presencia y realizar un esfuerzo de concentración para salir de este cuerpo.
— ¿Te parece que todavía está adentro? —preguntó, volviendo a enarcar las cejas como hacía siempre David al hablar, inclinando apenas la cabeza hacia adelante y con un asomo de sonrisa en- los labios.
¡David tras esa cara! El timbre de su voz era casi exactamente el mismo.
—Ah... qué, ah, sí, James. ¡Sí, James está en el cuerpo! ¡David, el golpe se lo asesté en la cabeza! ¿Recuerdas aquella vez que hablamos y me dijiste que si quería matarlo tenía que darle un golpe rápido en la cabeza?
Quedó tartamudeando... dijo algo sobre la madre. Pidió por ella. No hacía más que repetir: "Díganle que Raglán la necesita." Cuando salí de la habitación seguía dentro de ese cuerpo.
—Entiendo. Eso significa que el cerebro le funciona, pero está muy deteriorado.
— ¡Exacto! ¿No ves? Pensó que yo no lo iba a agredir porque el cuerpo donde mora es el tuyo. ¡Se refugió allí! ¡Ah, pero calculó mal! ¡Muy mal! ¡Y querer seducirme para que ejecutara el Truco Misterioso! ¡Qué vanidad!
Tendría que haberse dado cuenta. Tendría que haberme confesado su ardid apenas me vio. Maldito sea. David, si no maté tu cuerpo, seguro que le produje daños irreparables.
Se había quedado abstraído, tal como solía hacerlo en medio de una conversación; sus ojos, muy abiertos, miraban a la distancia por los ventanales.
—Tengo que ir al hospital, ¿no te parece? —preguntó en un susurro.
—Por Dios, no. ¿Te arriesgarás a que vuelva a meter te dentro del otro cuerpo justo cuando está por morir? Supongo que no lo dices en serio.
Se puso de pie con movimiento ágil y se aproximó a la ventana. Allí se paró a contemplar la noche, y vi la inconfundible expresión reflexiva de David en el nuevo rostro.
Qué milagro total era ver a ese ser con todo su tino y sabiduría brillando dentro del físico joven. Ver su apacible inteligencia tras los ojos juveniles que me volvían a mirar.
—Me está esperando la muerte, ¿verdad? —preguntó con voz queda.
—Que espere. Fue un accidente, David. No es una muerte inevitable. Por supuesto, existe otra posibilidad, y ambos sabemos cuál es.
— ¿Cuál?
—Que vayamos juntos. Buscamos la forma de entrar en la habitación, por ejemplo embrujando a varias personas de rangos diversos del ambiente médico. Tú lo obligas a salir del cuerpo y te metes adentro, y luego yo te doy la sangre. No hay herida ni daño imaginable que no se pueda sanar con una infusión total de sangre.
—No, amigo. Ya deberías saber que no debes ni sugerirlo. No lo puedo hacer.
—Sabía que ibas a contestar eso. Entonces no te acerques al hospital. ¡No hagas nada que pueda hacerlo salir de su embotamiento!
Nos quedamos callados, mirándonos. Rápidamente se me estaba yendo el miedo. Por lo pronto ya no temblaba, y de golpe me di cuenta de que él nunca había sentido temor.
No lo sentía tampoco en ese momento. Ni siquiera se lo notaba triste. Me miraba como pidiéndome sin palabras que comprendiera. O a lo mejor no pensaba en mí en absoluto.
¡Tenía setenta y cuatro años! Y había pasado de un cuerpo lleno de achaques seniles a ese otro físico joven, bello, resistente.
¡En realidad, yo podía no tener ni idea de lo que estaba sintiendo! Para estar ahí adentro, yo había tenido que entregar el cuerpo de un dios. El, en cambio, entregó el cuerpo de un viejo a un paso de la muerte, vale decir el de un hombre para quien la juventud era una colección de recuerdos dolorosos, un hombre tan conmovido por esos recuerdos que su paz de espíritu se deterioraba rápidamente, amenazando con dejarlo amargado en los pocos años que le quedaban.
¡Y había recuperado la juventud! ¡Podría vivir otra vida entera! Además, ese cuerpo le agradaba, le parecía bello, hasta magnífico. Un cuerpo que había despertado en él deseos camales.
Y yo había estado llorando por un cuerpo anciano, todo golpeado, que perdía su vida gota a gota en una cama de hospital.
—Sí —dijo—. Pienso que ésa es exactamente la situación. ¡Y sin embargo creo que yo debería ir a ese cuerpo! Sé que es el templo indicado para esta alma. Sé que cada minuto de demora significa un riesgo inimaginable... que el cuerpo muera, que deba quedarme dentro de éste. Pero fui yo el que te trajo aquí. Y aquí es donde pienso permanecer.
Me estremecí todo, y tuve que parpadear como para despertar de un sueño. Por último dejé escapar una risita y lo invité:
—Siéntate, sírvete uno de esos asquerosos whiskies y cuéntame cómo ocurrió todo.
Aún no tenía ánimo para reírse. Parecía desconcertado, o simplemente en un gran estado de apatía al tiempo que me miraba y analizaba el problema desde el interior de ese físico maravilloso.
Permaneció un instante más ante el ventanal, recorriendo con la mirada los altos edificios, tan blancos, de aspecto tan limpio con sus cientos de balconcitos, y luego el agua que se extendía hasta el cielo.
Se dirigió al bar, que estaba en un rincón, sin un dejo de torpeza en el andar; tomó la botella de whisky un vaso, y los trajo a la mesa. Se sirvió una medida doble del brebaje, bebió la mitad, hizo la simpática mueca de siempre pero con ese cutis nuevo, de piel fresca, tal como antes lo hacía con el otro, y por último volvió a posar en mí sus ojos irresistibles.
—Es verdad: lo hizo, tal como dices, para buscar refugio —comenzó—.
¡Yo tendría que haberlo imaginado! Pero no se me ocurrió, maldito sea.
Nos dedicamos por entero al problema de la transmutación y nunca pensé que fuera a seducirte para que ejecutaras el Truco Misterioso.
¿Cómo pudo creer que podía engañar te una vez que comenzara a fluir la sangre?
Hice un gesto de desaliento.
—Cuéntame todo —le pedí—. ¿Te obligó a salir de tu cuerpo?
—Totalmente. ¡Y al principio no capté lo que había pasado! ¡No te imaginas el poder que tiene! ¡Por supuesto, está desespera do, como estamos todos! ¡Traté de recuperar mi cuerpo pero me repelió, y luego empezó a disparar te a ti con el revólver!
— ¿A mí? ¡A mí no podría haberme hecho daño, David!
—Pero eso yo no lo sabía con certeza. ¿Y si se te hubiera incrustado una bala en el ojo? ¡Pensé en la posibilidad de que un disparo hiciera impacto en tu cuerpo, cosa que le permitiría volver a meterse adentro! Además, no soy un experto en viajes incorpóreos; por cierto, no estoy a la misma altura que él. Me hallaba totalmente dominado por el pánico. Después te fuiste, yo seguía sin poder recuperar mi cuerpo, y para colmo él apuntó con su arma al otro, que estaba tendido en el piso.
"Yo ni sabía si podía tomar posesión de ese cuerpo; jamás lo había hecho.
Ni siquiera quise intentar hacerlo cuando tú me lo propusiste. La idea de apoderarme de otro cuerpo me resulta moralmente repulsiva, tanto como quitarle la vida a alguien. Pero él estaba a punto de volarle la tapa de los sesos a ese cuerpo... si es que lograba dominar el arma. ¿Y dónde quedaba yo? ¿Qué me iba a pasar? Ese cuerpo era mi última posibilidad de reingresar en el mundo físico.
"Entré en él tal como te había hecho practicar a ti. Y enseguida conseguí ponerme de pie, de un golpe lo mandé al piso y casi le quito el arma. A esa altura el pasillo de afuera estaba lleno de atemorizados viajeros y miembros del personal. Disparó otra bala cuando yo ya huía por la terraza y me lanzaba a la cubierta inferior.
"Creo que no tomé conciencia de lo sucedido hasta que choqué con la madera del piso. Si hubiera seguido dentro de mi viejo cuerpo, la caída me habría hecho quebrar el tobillo, quizás hasta la pierna. Me apronté para sentir un dolor intolerable, pero me di cuenta de que no me había hecho nada. Me levanté casi sin esfuerzo, recorrí todo el largo de la
cubierta y entré en el Bar de la Reina.
"Por supuesto, no debí haber ido allí. Los funcionarios de seguridad pasaban justo en ese momento rumbo a la escalera de la Cubierta Insigne.
No tuve dudas de que lo iban a apresar. Y él actuó con tanta torpeza con ese revólver, Lestat. Es como tú dijiste: no sabe moverse dentro de los cuerpos que roba. ¡Sigue siendo siempre el mismo!
Hizo silencio, bebió otro whisky y volvió a llenar el vaso. Yo lo miraba como hechizado, escuchando esa voz, viendo esos moda les perentorios unidos a una cara inocente. De hecho, ese físico joven acababa de terminar la última etapa de la adolescencia, pero antes nunca había reparado en ello. Era, en todo sentido, algo recién terminado, como la moneda recién grabada, sin el más mínimo rasponcito por el uso.
—Eh este cuerpo no te emborrachas tanto, ¿no?
—Es verdad —respondió—. Nada es lo mismo. Nada. Pero déjame seguir.
Yo no quería dejarte en el barco. Me ponía loco pensar en tu seguridad.
Pero no me quedó más remedio.
—Ya te dije que por mí no te preocuparas. Dios mío, casi las mismas palabras que le dije a él... cuando pensaba que eras tú. Bueno, prosigue.
¿Qué pasó después?
—Volví al hall que hay detrás del Bar de la Reina, desde donde podía ver el interior por la ventanita. Supuse que tendrían que traer lo por ese camino; además, no conocía otro. Y tenía que saber si lo habían detenido.
Compréndeme, yo aún no había decidido qué hacer. A los pocos segundos apareció un contingente completo de oficiales, conmigo —David Talbot— en el medio, y rápidamente lo llevaron —a mi antiguo yo— hacia la parte delantera del buque. Oh, lo que fue verlo luchar para conservar la dignidad, cómo les hablaba animadamente, casi con alegría, como si fuera un caballero de gran fortuna e influencia sorprendido en algún asuntito sórdido.
—Me imagino.
—Pero qué es lo que pretende, me decía para mis adentros. No me daba cuenta, por supuesto, de que él pensaba en el futuro, en cómo refugiarse de ti. Luego se me ocurrió que los iba a enviar tras de mi pista. Y que me echaría toda la culpa del incidente, por supuesto.
"En el acto revisé mis bolsillos y encontré el pasaporte a nombre de Sheridan Blackwood, el dinero que habías puesto tú para ayudarlo a huir del barco y la llave de tu camarote. Pensé qué me convenía hacer. Si me iba al camarote, irían allí a buscarme. El no sabía el nombre que figuraba en el pasaporte, pero los camareros sacarían conclusiones, sin duda.
"Seguía indeciso cuando de pronto oí que mencionaban su nombre por los altoparlantes. Una voz pedía que el señor Raglán James se presentara de inmediato ante cualquier oficial de a bordo. Eso quería decir que me había implicado, creyendo que yo tenía el pasaporte que te había dado a ti. Y no iba a pasar mucho hasta que relacionaran el nombre de Sheridan Blackwood con el asunto. Probablemente James ya estuviera dándoles una descripción física mía.
"No me atreví a bajar a la Cubierta Cinco para constatar si habías logrado llegar sano y salvo a tu escondite, ya que corría el riesgo de conducirlos a ellos hasta ahí. Podía hacer una sola cosa: esconder me en alguna parte hasta que supiera con certeza que él ya no estaba en el buque.
"Lo lógico era que lo detuvieran en Barbados por el asunto del arma. Además, probablemente no supiera qué nombre figuraba en su pasaporte, y las autoridades lo controlarían antes de que él pudiera retirarlo.
"Bajé a la Cubierta Lido, donde la mayoría de les pasajeros estaba desayunando, bebí una taza de café, me quedé en 'in rincón, y a los pocos minutos comprendí que eso no iba a funcionar. Aparecieron dos oficiales en actitud de estar buscando a alguien, y por poco me descubren. Me puse a hablar con dos mujeres muy amables que tenía al lado, y más o menos logré disimularme en el grupito.
"A los pocos segundos de haberse marchado, pasaron otro anuncio por los parlantes. Esa vez ya dijeron correctamente el nombre. Que el señor Sheridan Blackwood por favor se presentara de inmediato ante cualquier oficial. Entonces tomé conciencia de otra cosa terrible: me hallaba dentro del cuerpo del mecánico londinense que había asesinado a toda su familia y huido de un psiquiátrico. Las huellas digitales de ese cuerpo estarían sin duda archivadas. James era capaz de hacer saber eso a las autoridades. ¡Y justo estábamos por atracar en Barbados británica! Si me detenían, ni la Talamasca iba a poder hacer que liberaran a este cuerpo. Por mucho que temiera dejarte solo, tenía que tratar de desembarcar.
—Tú sabías que yo no iba a tener problemas... Pero, ¿cómo fue que no te detuvieron en la planchada?
—Oh, casi me detienen, pero fue por pura confusión. El puerto de Bridgetown es bastante grande y habíamos atracado como corresponde, contra el muelle, o sea que no hubo necesidad de usar la lanchita. Y como los funcionarios de la aduana demoraron mucho en autorizar el desembarco, había centenares de personas aguardan do en los pasillos de la cubierta inferior para bajar a tierra.
"Los funcionarios controlaban las tarjetas de embarque lo mejor que podían, pero yo me mezclé de nuevo con un grupo de señoras inglesas, empecé a hablar en voz muy alta sobre los lugares de interés que hay en Barbados y su clima maravilloso, y así conseguí pasar.
"Bajé directamente al muelle de cemento y de allí al edificio de aduanas.
Luego empecé a sentir miedo de que allí me revisaran el pasaporte y no me permitieran seguir.
"¡Además, no olvides que no hacía ni una hora que yo estaba dentro de este cuerpo! Cada paso que daba me resultaba extraño. A cada instante me veía las manos y me asustaba... ¿Quién soy?, me preguntaba. Espiaba las caras de la gente y era como estar mirando por dos agujeritos de una pared ciega. ¡No podía imaginar lo que ellos veían!
—No sabes cómo te comprendo.
—Ah, pero la fuerza, Lestat... Eso no puedes saberlo. Fue como si hubiera ingerido un poderosísimo estimulante. Y estos ojos jóvenes, oh, qué lejos ven, con qué claridad.