—Permitid que hable —musitó al oficial.
Cí golpeó el suelo con la frente y, sin despegarla, miró de reojo a Astucia Gris.
—No puedo demostrarlo solo. Necesito el testimonio del profesor Ming —declaró.
* * *
La interrupción permitió a Cí saborear un triunfo efímero. Implicando al emperador había logrado introducir la duda en su mente al tiempo que había obtenido un aplazamiento que no sólo le permitiría gozar del consejo y los testimonios de Ming, sino que también le posibilitaría emprender la segunda parte de una estrategia que necesariamente pasaba por hablar con Bo. Con Feng enfrente, Ming enfermo y sin la ayuda de Iris Azul, todas sus esperanzas se reducían al canoso oficial que había tutelado su investigación.
Hacía rato que había localizado a Bo en un lateral del Salón de los Litigios, así que cuando los guardias le escoltaron para conducirle a una sala anexa, aprovechó para acercarse a él y suplicarle su ayuda. Bo se sorprendió, pero asintió con la cabeza y siguió a los guardias que le custodiaban hasta una pequeña estancia donde Cí tuvo ocasión de confiarle sus sospechas. Al principio, el oficial dudó, pero cuando Cí acabó de revelarle sus argumentos, Bo le garantizó su colaboración. Luego los guardias regresaron para trasladar a Cí al salón y Bo desapareció.
Para cuando situaron a Cí frente al emperador, el maestro Ming ya aguardaba recostado en un sillón. El anciano aún conservaba el rostro pintado de extrañeza, como si no supiera a quién juzgaban ni el motivo de su presencia ante el emperador, por lo que Cí se lo explicó tan escuetamente como pudo. Ming apenas parpadeó. Cí comprobó que las piernas del viejo profesor parecían haber mejorado y eso le reconfortó. Se postró en el suelo entre los dos centinelas que le escoltaban y se dirigió al emperador.
—Majestad. —Cí esperó su anuencia—. Como bien sabéis, desde hace años el venerable maestro Ming desempeña el cargo de director de la academia que ostenta su nombre, una institución tan reconocida que compite en prestigio con la propia universidad. De hecho, el mismo Astucia Gris se formó en ella... si bien empleó seis años para alcanzar un título que muchos han obtenido en dos —añadió.
Ningzong frunció el ceño, extrañado de que el juez encargado de la acusación no fuera tan competente como le habían hecho creer. Cí se alegró.
—Una persona como Ming merece toda nuestra confianza —continuó Cí sin levantar la cabeza—. Un hombre cabal que ha contribuido con su honestidad y su trabajo a acrecentar la sabiduría de los súbditos del emperador —argumentó para legitimarle—. Un hombre del que no se puede dudar.
—Vuestras preguntas... —le demandó el oficial judicial.
—Disculpadme —se excusó—. Maestro Ming, ¿recordáis el día en que varios alumnos inspeccionamos el cadáver de un alguacil ahogado en la prefectura de Lin’an?
—Sí. Desde luego. Fue un caso inusitado a raíz del cual Astucia Gris obtuvo su plaza en la Corte. Sucedió dos días antes de los exámenes trimestrales.
—Y durante la semana previa a los exámenes, ¿los alumnos pueden abandonar la academia?
—En modo alguno. Lo tienen taxativamente prohibido. De hecho, si por causa de fuerza mayor, algún estudiante se ve en la obligación de abandonar el edificio, su salida ha de ser anotada por el guardián de la puerta, cosa que sabemos que no sucedió.
—Ya. ¿Y de qué forma se preparan los alumnos para esos exámenes trimestrales?
—Esa semana los estudiantes pasan el día en la biblioteca y la noche en sus respectivos cuartos, estudiando hasta altas horas de la madrugada.
—¿Recordáis si a mi entrada en la academia se me adjudicó un compañero de dormitorio?
—Sí, como a cualquier otro alumno. Así es —respondió.
—De modo que, además de por el registro, ese compañero que me fue asignado podría atestiguar fehacientemente si las noches anteriores al crimen permanecí todo el tiempo en la academia...
—En efecto, podría atestiguarlo.
—¿Y podríais relatar el robo que tuvo lugar tras la inspección del cadáver del alguacil?
—¿El robo...? ¡Ah, sí! Te refieres al robo de tu informe. Fue un episodio desagradable —contestó dirigiéndose al emperador—. Cí elaboró un detallado informe sobre la muerte de Kao en el que desvelaba que había sido asesinado. Un informe que fue robado y presentado como propio por su compañero de habitación para beneficiarse de la plaza que había ofrecido la Corte.
—Maestro Ming, un último asunto... ¿Recordáis el nombre de mi compañero durante esos días?
—Por supuesto, Cí. Tu compañero era Astucia Gris.
* * *
Astucia Gris arrugó sus notas y soltó un juramento que apenas trascendió entre en el repentino clamor. Feng, inmutable a su lado, le susurró algo al oído mientras le pasaba una nota. El joven juez la leyó, asintió y solicitó interrogar al profesor. El emperador lo autorizó.
—Estimado maestro —le aduló Astucia Gris con voz amigable—. ¿Estáis seguro de haber declarado la verdad?
—¡Sí! ¡Claro! —contestó Ming extrañado por la pregunta.
—¿Acaso me visteis robar ese informe?
—No, pero...
—¿No? De acuerdo. Decidme entonces, ¿os consideráis una persona honrada?
—Sí, claro.
—¿Sincera? ¿Íntegra...?
—¿A qué viene todo esto? —Miró a Cí—. Por supuesto que sí.
—¿Viciosa...? —Su tono de voz cambió.
Ming agachó la cabeza y guardó silencio.
—¿No habéis entendido la pregunta? —insistió Astucia Gris—. ¿O necesitáis que os la repita otra vez?
—No —dijo en un hilo de voz.
—¿No, qué? ¿No sois un vicioso o no necesitáis que os repita la pregunta? —le increpó Astucia Gris.
—¡No soy ningún vicioso! —pronunció más fuerte Ming.
—¿No? ¡Vaya! —Miró la nota que le acababa de pasar Feng—. Entonces, ¿cómo calificaríais vuestra desmedida
afición
por los hombres? ¿No es cierto que hace tres años un joven llamado Liao-San os denunció por intentar sobrepasaros con él?
—¡Eso fue una abominable mentira! —se defendió—. El muchacho intentó chantajearme para que le aprobara y cuando me negué...
—Pero lo cierto es que os sorprendieron a ambos desnudos... —le interrumpió.
—¡Os repito que fue una calumnia! Era verano y yo dormía en mi cuarto. Él entró sin permiso y se desvistió buscando la extorsión...
—Ya... claro... También leo aquí que hace dos años se os vio en compañía de un conocido invertido, pagándole cuando entrabais en una posada de mala nota. Por lo visto, por este mismo hecho vuestro propio claustro solicitó que renunciaseis a la dirección de la academia.
—¡Maldita sea! Ése a quien calificáis de invertido era mi sobrino, y el local al que entramos era el lugar en el que se alojaba, un establecimiento respetable. Su familia me pidió que le entregara un dinero y yo fui a dárselo. El claustro lo comprobó...
—Calumnias... chantajes... injurias... —denegó con la cabeza Astucia Gris—. Pese a los años, diría que aún conserváis cierta apostura. ¿Estáis casado, Ming?
—No... Ya sabéis que no.
—¿No habéis pretendido nunca a ninguna mujer?
Ming hundió la cabeza. Sus labios temblaban en silencio.
—Yo... yo no soy ningún vicioso... yo sólo... —enmudeció.
—Pero os atraen los hombres...
—Yo nunca...
—Intento comprenderos, Ming. —Se acercó a él y colocó una mano sobre su hombro—. Entonces, si no es vicio, ¿cómo lo definiríais...? ¿Quizá como amor?
—Sí. Eso es —dijo abatido—. ¿Acaso es un delito amar?
—No. No lo creo. El amor es entrega incondicional, sin pedir nada a cambio, ¿no?
—Sí. Sí. Así es. —Sus ojos se abrieron, enfermos, con la mirada perdida en el infinito, implorando comprensión.
—Y haríais cualquier cosa por amor...
Ming miró a Cí.
—Cualquier cosa —afirmó.
—Gracias, profesor Ming. Eso es todo —concluyó Astucia Gris.
Ming, aún aturdido, asintió con la cabeza.
Cí contempló al maestro vencido por la pena y se arrepintió de haber solicitado su testimonio. Sin embargo, el rostro de Astucia Gris era de pura satisfacción. Dos guardias iban a devolver a Ming a la enfermería cuando Astucia Gris los detuvo como si acabara de recordar algo.
—Una última pregunta, profesor. —Le miró a los ojos e hizo una larga pausa—. ¿Estáis enamorado de Cí?
Ming titubeó como si no comprendiera. Luego dirigió la vista hacia Cí con una mirada llena de tristeza.
—Sí —respondió.
* * *
Cí se lamentó por la ruin estrategia de Astucia Gris. Sin mejores argumentos que utilizar, había debilitado la credibilidad de su maestro valiéndose de la animadversión y el rechazo que sabía que produciría su homosexualidad, agravada por la confesión de que estaba enamorado de él.
Cuando recobró el ánimo, Cí requirió interrogar al adivino Xu, pero Astucia Gris se opuso a la demanda como si le fuera la vida en ello.
—Majestad —bramó—, el acusado pretende insultar vuestra inteligencia. La declaración de Xu ha resultado tan concluyente como inútil y sesgada la defensa del profesor Ming. El adivino ha asegurado que vio cómo Cí asesinaba al alguacil y con vuestra aquiescencia ya ha abandonado el salón.
Cí comprobó en sus carnes el talento de Astucia Gris. En lugar de apelar a la razón, el juez trasladaba al emperador la idea de que el acusado se burlaba de él. Aunque ya lo imaginaba, se maldijo cuando Ningzong denegó su petición.
—Entonces —se atrevió a dirigirse de nuevo al oficial judicial—, solicitaría de Su Majestad que permitiese el testimonio de los hombres que encontraron el cadáver del alguacil —dijo Cí.
Ningzong lo consultó con sus dos consejeros antes de acceder. No fue necesaria una nueva interrupción, porque los guardias que sacaron a Kao del canal habían sido convocados por Astucia Gris. Después de que los dos operarios confirmaran sus correspondientes filiaciones, Cí los interrogó.
—Según creo, vuestro trabajo consiste en hacer rondas por los canales. ¿Es esto cierto? —les preguntó.
—Así es, señor —respondieron al unísono.
—¿Y qué es lo que hacéis exactamente? Quiero decir... ¿paseáis cerca del agua...? ¿Vais por allí de vez en cuando...?
—Cada día patrullamos los canales para comprobar su limpieza, los atraques y las compuertas. Trabajamos en la zona sur de la ciudad, en la franja delimitada por el mercado del pescado, el muelle del arroz y la muralla —contestó el guardia más maduro.
—¿Y cuánto tiempo lleváis desempeñando ese mismo trabajo?
—Yo unos treinta años. Mi compañero, sólo diez.
—Eso os otorga una gran experiencia. Seguro que efectuáis vuestro trabajo a la perfección —aseveró—. Y decidme: ¿podríais concretar dónde y en qué circunstancias encontrasteis el cadáver de Kao?
—Lo vi yo —intervino el más joven—. Flotaba como un pez muerto en un canal secundario, a pocos pasos del mercado.
—¿Al sur de la ciudad?
—Sí, claro. Ya se lo ha dicho mi compañero. Ahí es donde trabajamos.
—Y la corriente que fluye por los canales, ¿qué dirección lleva?
—De sur a norte. La misma que el río Zhe.
—Entonces, en vuestra opinión y teniendo en cuenta esa experiencia de más de treinta años, ¿podría un cuerpo arrojado al norte de la ciudad navegar contracorriente hasta acabar flotando en el sur?
—Eso sería imposible, señor. Incluso aunque en algún tramo el agua se arremansara, las compuertas de las esclusas impedirían su tránsito.
—¿Imposible? —intervino el emperador.
Los guardias se miraron entre sí.
—Absolutamente —respondieron los dos.
Acto seguido, Cí se dirigió al emperador.
—Majestad, todo el mundo sabe que la Academia Ming está situada en el extremo norte de la ciudad. Xu ha afirmado que yo empujé al alguacil en el canal más cercano a la academia. ¿No creéis que merecería la pena saber por qué ha mentido Xu?
* * *
Astucia Gris palideció por la ira cuando los guardias del emperador prendieron al adivino y lo condujeron frente a Ningzong. Mientras lo arrastraban por la sala, Xu maldijo a cuantos le miraban, hasta que un bastonazo le obligó a arrodillarse ante el emperador. El adivino rezongó y escupió mientras intentaba asesinar a Cí con la mirada. El joven no se amedrentó.
—Cuando queráis —dijo el oficial de justicia.
Para sorpresa de éste, Cí se dirigió a Astucia Gris.
—Aunque hayáis olvidado que compartimos las noches previas al asesinato, tal vez aún recordéis las causas que condujeron a la muerte al alguacil. Deberías hacerlo, pues constaban en el informe que os otorgó el ingreso en la judicatura...
Astucia Gris frunció los labios mientras simulaba que consultaba sus notas.
—Lo recuerdo perfectamente —presumió con hipocresía.
—¿Y cómo fue? Por lo visto consta en vuestro informe. —Cí se hizo el ignorante.
—Una varilla introducida por el oído le atravesó el cerebro —murmuró.
—¿Una varilla metálica?
—Así es. —Astucia Gris se encrespó.
—¿Idéntica a ésta? —De repente, Cí se abalanzó sobre el adivino y extrajo una larga aguja oculta entre sus cabellos. Todo el tribunal enmudeció.
El rostro de Astucia Gris perdió su color para convertirse en una mueca de cólera. Frunció el ceño cuando Cí blandió la varilla metálica ante los presentes y abandonó el Salón de los Litigios arrebatado por la ira. Cí no se arredró. En presencia de Feng, acusó al adivino de asesinar al alguacil.
—Xu ambicionaba la recompensa que Kao ofrecía por mí. El alguacil parecía un hombre cauto, así que probablemente se negó a entregar la recompensa hasta que Xu no le condujera hasta mi paradero. Desconozco si Xu pensó que Kao trataría de engañarle o discutieron por alguna razón, pero el caso es que asesinó al alguacil para robarle, empleando su método habitual: la aguja de metal. —Y volvió a mostrarla para que la vieran.
—¡Mentiras! —gritó Xu antes de recibir un nuevo bastonazo.
—¿Mentiras dices? Los testigos han afirmado que el cadáver apareció flotando junto al mercado de pescado... curiosamente, a pocos pasos del lugar en el que vives tú —le espetó—. Respecto al dinero de la recompensa, estoy convencido de que si los alguaciles de Su Majestad preguntan a los taberneros y las prostitutas de la zona, éstos les confirmarán las ingentes cantidades que el pordiosero Xu dilapidó a manos llenas en los días posteriores al asesinato.
Superado por las circunstancias, el adivino tartamudeó. Luego miró al emperador igual que un perro en busca de clemencia. Ningzong no se inmutó. Simplemente decretó la detención del adivino e interrumpió el juicio hasta después del cénit del sol.