Colgó, se metió el disco en el bolsillo, recogió el paraguas y la tostada de Colin, y atravesó el patio.
Colin estaba acurrucado al abrigo de la puerta, mirando ansiosamente calle abajo, hacia Carfax.
—Voy al hospital a ver a mi técnico y tu tía —le dijo Dunworthy, al tiempo que le tendía la tostada envuelta—. ¿Quieres acompañarme?
—No, gracias. No quiero perderme el correo.
—Bueno, y por el amor de Dios, ve y coge tu chaqueta no sea que venga la señora Gaddson y empiece a regañarte.
—Ya ha estado aquí —dijo Colin—. Ha intentado que me ponga una bufanda. ¡Una bufanda! —Dirigió otra ansiosa mirada hacia la calle—. No le hice caso.
—Qué cosas —dijo Dunworthy—. Volveré para almorzar, espero. Si necesitas algo, pídeselo a Finch.
—Umm —dijo Colin; obviamente, no estaba escuchando. Dunworthy se preguntó qué le enviaría su madre que requería tanta devoción. Desde luego, no sería una bufanda.
Se puso la suya alrededor del cuello y se dirigió al hospital a través de la lluvia. Sólo había unas cuantas personas en la calle, y se mantenían apartadas unas de otras. Una mujer se bajó de la acera para no toparse con Dunworthy.
Sin el carillón martilleando
It Came Upon the Midnight Clear
, nadie habría dicho que era Nochebuena. Nadie llevaba regalos, adornos ni paquetes. Era como si la cuarentena hubiera arrancado de las cabezas el recuerdo de la Navidad.
Bueno, ¿y no lo había hecho? Él ni siquiera había pensado en comprar regalos o un árbol. Recordó a Colín acurrucado en la puerta de Balliol y esperó que su madre al menos no hubiera olvidado enviarle sus regalos. De vuelta a casa le compraría un regalito, un juguete o un vid o algo que no fuera una bufanda.
En el hospital, lo llevaron inmediatamente a Aislamiento y se marcharon a interrogar los nuevos casos.
—Es esencial que establezcamos una conexión americana —dijo Mary—. Hay un contratiempo en el WIC. Debido a las vacaciones no hay nadie de servicio que pueda secuenciar el virus. Se supone que deben estar disponibles en todo momento, claro, pero por lo visto cuando tienen problemas es después de Navidad: intoxicaciones alimenticias y atracones disfrazados de virus, así que cogen las vacaciones antes. En cualquier caso, el CDC de Atlanta acordó enviar un prototipo de la vacuna al WIC sin una identificación positiva, pero no pueden empezar a fabricarla sin una conexión clara.
Le condujo por un pasillo acordonado.
—Todos los casos siguen el perfil del virus de Carolina del Sur: fiebre alta, dolor generalizado, complicaciones pulmonares secundarias, pero por desgracia eso no es ninguna prueba. —Se detuvo ante el pabellón—. No has encontrado ninguna conexión americana con Badri, ¿verdad?
—No, pero sigue habiendo muchos huecos. ¿Quieres que lo interrogue también?
Ella vaciló.
—Está peor —supuso Dunworthy.
—Ha desarrollado neumonía. No sé si podrá decirte gran cosa. Su fiebre es todavía muy alta, cosa que sigue el perfil. Le hemos administrado las antimicrobiales y los potenciadores a los que responde el virus de Carolina del Sur. —Abrió la puerta—. Las gráficas incluyen todos los casos que tenemos. Pregúntale a la enfermera de guardia en qué cama están.
Tecleó algo en la consola de la primera cama. Una gráfica se iluminó, tan enrevesada y con tantas ramas como el gran fresno del patio.
—No te importa que Colin se quede contigo otra noche, ¿no?
—No me importa en absoluto.
—Oh, bien. Dudo mucho que pueda regresar a casa antes de mañana, y me preocupa que esté solo en el apartamento. Por lo visto, soy la única que lo hace —dijo, enfadada—. Por fin localicé a Deirdre en Kent, y ni siquiera estaba preocupada. «Oh, ¿hay una cuarentena en marcha?», dijo. «He estado tan ocupada, que no he tenido tiempo de escuchar las noticias», y luego me contó los planes que tenían ella y su novio, con la clara implicación de que no tendría tiempo para Colin y que se alegraba de haberse librado de él. A veces pienso que no puede ser sobrina mía.
—¿Sabes si le envió a Colin sus regalos de Navidad? Él dijo que planeaba enviárselos por correo.
—Estoy segura de que ha estado demasiado ocupada para comprarlos, mucho menos para enviárselos.
La última vez que Colin pasó las Navidades conmigo, sus regalos no llegaron hasta el día de Reyes. Oh, eso me recuerda… ¿sabes qué ha sido de mi bolsa de la compra? Tenía allí mis regalos para Colin.
—La tengo en Balliol.
—Oh, bien. No terminé mis compras, pero si envuelves la bufanda y las otras cosas, tendrá algo bajo el árbol, ¿no? —Se levantó—. Si encuentras alguna posible relación, ven a decírmelo enseguida. Como ves, ya hemos relacionado varios secundarios con Badri, pero tal vez se trate sólo de conexiones cruzadas, y la auténtica podría ser otra persona.
Se marchó, y Dunworthy se sentó junto a la cama de la mujer del paraguas lavanda.
—¿Señora Breen? —dijo—. Me temo que debo hacerle algunas preguntas.
Ella tenía la cara arrebolada, y su respiración sonaba como la de Badri, pero respondió a sus preguntas con claridad y precisión. No, no había estado en Estados Unidos en los últimos seis meses. No, no conocía a ningún americano o a nadie que hubiera estado en América. Pero había cogido el metro en Londres para ir de compras. «En Blackwell’s, ya sabe», y había estado comprando por todo Oxford y luego en la estación de metro, y allí había al menos quinientas personas que podrían ser la conexión que Mary andaba buscando.
A Dunworthy le llevó hasta más de las dos terminar de interrogar a los primarios y añadir los contactos a la gráfica, ninguno de los cuales era la conexión americana, aunque descubrió que dos más habían estado en el baile de Headington.
Subió a Aislamiento, aunque no albergaba muchas esperanzas de que Badri pudiera contestar a sus preguntas, pero el técnico parecía algo mejor. Dormía cuando Dunworthy entró, pero cuando le tocó la mano, abrió los ojos y fue capaz de enfocar la mirada.
—Señor Dunworthy —dijo. Su voz sonaba débil y ronca—. ¿Qué está haciendo aquí?
Dunworthy se sentó.
—¿Cómo te encuentras?
—Es raro, las cosas que uno sueña. Pensé… tenía un dolor de cabeza tan grande…
—Tengo que hacerte algunas preguntas, Badri. ¿Recuerdas a quién viste en el baile de Headington?
—Había tanta gente… —suspiró él, y deglutió como si le doliera la garganta—. No conocía a la mayoría.
—¿Recuerdas con quién bailaste?
—Elizabeth… —croó Badri—. Sisu no sé qué, no recuerdo su apellido. Y Elizabeth Yakamoto.
La enfermera de aspecto ceñudo entró.
—Es la hora de los rayos X —dijo, sin mirar a Badri—. Tendrá que marcharse, señor Dunworthy.
—¿Puedo quedarme un momento? Es importante —dijo Dunworthy, pero la enfermera ya estaba pulsando las teclas de la consola.
Se inclinó sobre la cama.
—Badri, cuando obtuviste el ajuste, ¿cuánto deslizamiento hubo?
—Señor Dunworthy —insistió la enfermera.
Dunworthy la ignoró.
—¿Hubo más deslizamiento del que esperabas?
—No —respondió Badri roncamente.
Se llevó la mano a la garganta.
—¿Cuánto deslizamiento hubo?
—Cuatro horas —susurró Badri, y Dunworthy dejó que lo condujeran fuera de la habitación.
Cuatro horas. Kivrin había atravesado a las doce y media. Eso la habría hecho llegar a las cuatro y media, casi al atardecer, pero con luz suficiente para ver dónde estaba, con tiempo de sobra para caminar hasta Skendgate, si era necesario.
Fue a buscar a Mary y le dio los dos nombres de las chicas con las que Badri había bailado. Mary comprobó la lista de nuevas admisiones. No figuraba ninguna de ellas, y Mary le dijo que volviera a casa, pero antes comprobó su temperatura y su sangre para que no tuviera que volver. Estaba a punto de marcharse cuando trajeron a Sisu Fairchild. No llegó a casa hasta casi la hora del té.
Colin no estaba en la puerta ni en el salón, donde Finch se había quedado casi sin azúcar y mantequilla.
—¿Dónde está el sobrino de la doctora Ahrens? —le preguntó Dunworthy.
—Esperó junto a la puerta toda la mañana —dijo Finch, quien contaba ansiosamente los terrones de azúcar—. El correo no vino hasta más de la una, y luego se fue al apartamento de su tía a ver si habían enviado los paquetes allí. Supongo que no lo han hecho, porque volvió con muy mala cara, y hace más o menos media hora dijo de repente: «Se me ocurre una idea», y salió disparado. Tal vez pensó en algún otro sitio al que hubieran podido enviar sus paquetes.
Pero no era así, pensó Dunworthy.
—¿A qué hora cierran hoy las tiendas?
—¿En Nochebuena? Oh, ya han cerrado, señor. Siempre cierran temprano en Nochebuena, y algunas de ellas cerraron a mediodía debido a la falta de ventas. Tengo varios mensajes, señor…
—Tendrán que esperar —replicó Dunworthy, cogió su paraguas y se marchó otra vez.
Finch tenía razón. Las tiendas estaban todas cerradas. Se dirigió a Blackwell’s, pensando que estarían abiertos, pero habían cerrado también. Pero se habían aprovechado de la situación. En el escaparate, entre las casitas cubiertas de nieve del poblado Victoriano de juguete, había libros de medicina, compendios de medicamentos y un libro en rústica de vivos colores titulado
Ríase y tenga una salud perfecta
.
Finalmente, encontró abierto un estanco a la salida de High, pero sólo tenía cigarrillos, chucherías y un estante de postales navideñas, nada que pareciera un regalo apropiado para un niño de doce años. Salió sin comprar nada y luego volvió a entrar y compró una libra de
toffees
, un chicle del tamaño de un pequeño asteroide, y varios paquetes de un caramelo que parecían pastillas de jabón. No era mucho, pero Mary había dicho que le había comprado otras cosas.
Las otras cosas resultaron ser un par de calcetines de lana grises, aún más feos que la bufanda, y un vid para mejorar el vocabulario. Había petardos con sorpresa, al menos, y láminas de papel de envolver, pero un par de calcetines y algunas chucherías apenas hacían una Navidad. Buscó en el estudio, intentando pensar qué tenía que pudiera valer.
«¡Apocalíptico!», había dicho Colin cuando Dunworthy le contó que Kivrin estaba en la Edad Media. Sacó
La era de la caballería
. Sólo tenía ilustraciones, no holos, pero era lo mejor que pudo improvisar. Lo envolvió rápidamente, junto con el resto de los regalos, se cambió de ropa y se dirigió rápidamente a St. Mary the Virgin’s bajo un auténtico aguacero.
Atajó por el patio desierto del Bodleian y trató de evitar los charcos.
Nadie en su sano juicio saldría con aquel tiempo. El año pasado el clima fue seco, y la iglesia estaba sólo medio llena. Kivrin le acompañó. Se había quedado durante las vacaciones para estudiar, y Dunworthy la encontró en el Bodleian e insistió en que fuera a su fiesta del jerez y luego a la iglesia.
—No debería estar haciendo esto —dijo ella, de camino a la iglesia—. Tendría que estar investigando.
—Puedes hacerlo en St. Mary the Virgin’s. Se construyó en 1139 y nada ha cambiado desde la Edad Media, ni siquiera el sistema de calefacción.
—El servicio interiglesias también será auténtico, supongo.
—No tengo ninguna duda de que en espíritu tiene tan buenas intenciones y está tan cargado de tonterías como cualquier misa medieval.
Cruzó corriendo el estrecho sendero que corría junto a Brasenose y abrió la puerta de St. Mary’s para recibir una bocanada de aire caliente. Se le empañaron las gafas. Se detuvo en el pórtico y se las limpió con la punta de la bufanda, pero se le volvieron a empañar al instante.
—El vicario le está buscando —dijo Colin. Llevaba una camisa y una chaqueta, y se había peinado. Le tendió a Dunworthy un programa de actos de un gran fajo que llevaba.
—Creía que ibas a quedarte en casa.
—¿Con la señora Gaddson? ¡Qué idea tan necrótica! Incluso la iglesia es mejor que eso, así que le dije a la señora Taylor que ayudaría a traer las campanas.
—Y el vicario te dio algo que hacer —adivinó Dunworthy, todavía intentando limpiar sus gafas—. ¿Has tenido trabajo?
—¿Bromea? La iglesia está a tope.
Dunworthy se asomó a la nave. Los bancos estaban ya llenos, y habían colocado sillas plegables al fondo.
—Oh, bien, ya está aquí —dijo el vicario, ocupado con un puñado de himnos—. Lamento el calor. Es la caldera. El Fondo Nacional no nos deja poner una instalación nueva por aire, pero es casi imposible conseguir componentes para una caldera de combustible fósil. Ahora se ha averiado el termostato. El calor viene o se va. —Sacó dos papeles del bolsillo de su sotana y los miró—. No ha visto al señor Latimer todavía, ¿no? Tiene que leer la bendición.
—No —dijo Dunworthy—. Le recordé la hora.
—Sí, bueno, el año pasado se confundió y llegó una hora antes. —Le tendió a Dunworthy uno de los papeles—. Aquí tiene sus Escrituras. Es de la Biblia del Rey Jaime. La Iglesia del Milenio insistió, pero al menos no es del Común del Pueblo, como el año pasado.
El Rey Jaime puede ser arcaica, pero al menos no es criminal.
La puerta exterior se abrió y entró un grupo de gente, todos con paraguas y sombreros. Colin les dio el programa de actos y entraron en la nave.
—Sabía que tendríamos que haber utilizado Christ Church —suspiró el vicario.
—¿Qué están haciendo todos aquí? ¿No se dan cuenta de que estamos en medio de una epidemia?
—Siempre es así. Recuerdo el principio de la Pandemia. Más gente que nunca. Luego nadie podrá hacerles salir de sus casas, pero ahora quieren estar juntos para consolarse.
—Y es emocionante —terció el sacerdote de Santa Re-Formada. Llevaba un jersey de cuello alto negro, y una alba roja y verde a cuadros—. Ocurre lo mismo en tiempo de guerra. Vienen por el dramatismo de la cosa.
—Y a extender la infección el doble de rápido, diría yo. ¿No les ha dicho nadie que el virus es contagioso?
—Lo intenté —asintió el vicario—. Su Escritura viene justo después de las campaneras. Iglesia del Milenio de nuevo. Lucas, 2,1-19. —Se marchó a distribuir los libros de himnos.
—¿Dónde está su alumna, Kivrin Engle? —preguntó el sacerdote—. No la vi en la misa en latín de esta tarde.
—Está en el año 1320, esperemos que en la aldea de Skendgate y a salvo de la lluvia.
—Ah, muy bien. Tenía muchas ganas de ir. Y ha tenido suerte de librarse de todo esto.