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Authors: Connie Willis

Tags: #Ciencia Ficción

El libro del día del Juicio Final (30 page)

BOOK: El libro del día del Juicio Final
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Dunworthy no se acostó hasta la una y media de la tarde. Tardó dos horas en contactar con todos los teléfonos marcados en la lista de Finch, y otra hora en descubrir dónde vivía Badri. Su casera había salido, y cuando Dunworthy regresó, Finch insistió en hacer un inventario completo de los suministros.

Dunworthy finalmente se libró de él prometiendo telefonear al Ministerio de Sanidad para pedir papel higiénico adicional. Se dirigió a sus habitaciones.

Colin se había acurrucado ante la ventana, con la cabeza apoyada en la mochila y una colcha encima. No le llegaba hasta los pies. Dunworthy sacó una manta de los pies de la cama y lo cubrió, y se sentó en el Chesterfield de enfrente para quitarse los zapatos.

Casi estaba demasiado cansado para descalzarse, aunque sabía que lo lamentaría si se acostaba vestido. Eso era terreno de los jóvenes y los no artríticos. Colin se despertaría tan fresco a pesar de haberse clavado botones y mangas arrugadas. Kivrin podría envolverse en su fina capa y apoyar la cabeza en el tocón de un árbol sin nada que temer, pero si él dormía sin almohada o se dejaba la camisa puesta, despertaría entumecido y con calambres. Y si se quedaba allí sentado con los zapatos en la mano, no se acostaría nunca.

Se levantó del sillón, todavía con los zapatos en la mano, apagó la luz, y se dirigió al dormitorio. Se puso el pijama y abrió la cama. Le pareció imposiblemente seductora.

Me dormiré antes de que mi cabeza toque la almohada, pensó, mientras se quitaba las gafas. Se acostó y se arropó. Antes de apagar la luz siquiera, pensó, y apagó la luz.

Apenas llegaba luz de la ventana, sólo un gris sombrío que asomaba entre las enredaderas. La débil lluvia golpeaba levemente las hojas correosas. Tendría que haber echado las cortinas, pensó, pero estaba demasiado cansado para volver a levantarse.

Al menos Kivrin no tendría que enfrentarse a la lluvia. Era la Pequeña Era del Hielo. En todo caso, estaría nevando. Los contemporáneos dormían todos juntos y acurrucados al lado del hogar, hasta que a alguien se le ocurrió por fin inventar la chimenea, que no existió en las aldeas de Oxfordshire hasta mitad del siglo
XV
. Pero a Kivrin no le importaría. Se acurrucaría como Colín y dormiría el sueño fácil y despreocupado de los jóvenes.

Se preguntó si habría dejado de llover. No oía el golpeteo de la lluvia en el cristal. Tal vez había escampado o se preparaba para volver a llover. Estaba muy oscuro, y era demasiado temprano. Sacó la mano de debajo de las mantas y miró los números iluminados del digital. Sólo las dos. Serían las seis de la tarde donde estaba Kivrin. Tenía que volver a telefonear a Andrews de nuevo cuando se despertara y le haría leer el ajuste para que supieran exactamente dónde y cuándo estaba ella.

Badri le había dicho a Gilchrist que había un deslizamiento mínimo, que comprobó dos veces las coordenadas del estudiante de primero y que eran correctas, pero quería asegurarse. Gilchrist no había tomado ninguna precaución, e incluso con todas las reservas las cosas podían salir mal. El día de hoy lo había demostrado.

Badri había recibido la dosis completa de antivirales. La madre de Colin le había enviado a salvo en el metro y le había dado dinero extra. La primera vez que Dunworthy fue a Londres estuvo a punto de no regresar, y habían tomado todo tipo de precauciones.

Fue una simple ida y vuelta para probar la red en el sitio. Sólo treinta años. Dunworthy tenía que atravesar Trafalgar Square, coger el metro desde Charing Cross hasta Paddington y luego el tren de las 10.48 a Oxford, donde se abriría la red principal. Habían concedido tiempo de sobra, comprobado y vuelto a comprobar la red, investigado los horarios del metro y el ABC, comprobado las fechas y el dinero. Y cuando Dunworthy llegó a Charing Cross, la estación de metro estaba cerrada. Las luces de las taquillas estaban apagadas, y una verja de hierro cruzaba la entrada, delante de los torniquetes de madera.

Se subió las mantas hasta los hombros. Un montón de cosas podían haber ido mal con el lanzamiento, cosas que nadie habría imaginado. Probablemente a la madre de Colin nunca se le había ocurrido que su tren se detendría en Barton. A ninguno de ellos se le había ocurrido que Badri pudiera desplomarse de pronto sobre la consola.

Mary tiene razón, pensó, eres un grave caso de señora Gaddsonitis. Kivrin superó todo tipo de obstáculos para llegar a la Edad Media. Aunque algo vaya mal, se las arreglará. Colin no dejó que una bobada como la cuarentena le cerrara el paso. Y el propio Dunworthy había regresado a salvo de Londres.

Golpeó la verja cerrada y luego subió corriendo las escaleras para leer los carteles, pensando que tal vez había entrado por un sitio equivocado. No era eso. Buscó un reloj. Tal vez se había producido un deslizamiento mayor del que indicaban las pruebas, y el metro estaba cerrado durante la noche. Pero el reloj de la entrada anunciaba las nueve y cuarto.

—Un accidente —explicó un hombre desagradable con una gorra sucia—. Han cerrado hasta que puedan despejarlo todo.

—P-pero tengo que coger la línea de Bakerloo —tartamudeó Dunworthy, pero el hombre se marchó.

Se quedó allí mirando la estación oscura, incapaz de pensar qué debía hacer. No llevaba dinero suficiente para tomar un taxi, y Paddington estaba en la otra punta de Londres. No conseguiría llegar a las 10.48.

—¿Qué passa, tronco? —dijo un joven con una chaqueta de cuero negro y el pelo verde como un grillo. Dunworthy apenas pudo comprenderlo. Un punk, pensó. El joven se acercó, amenazador.

—Paddington —dijo, poco más que un gemido.

El punk buscó en el bolsillo de su chaqueta lo que Dunworthy estaba seguro sería una navaja, pero sacó un plano del metro plastificado y empezó a leer.

—Puedes coger las líneas District o Circle en la estación de Embankment. Baja por Craven Street y gira a la izquierda.

Echó a correr, seguro de que la banda del punk le asaltaría y le robaría el dinero históricamente exacto en cualquier momento, y cuando llegó a Embankment no tenía ni idea de cómo funcionaba la máquina expendedora de billetes.

Una mujer con dos bebés le ayudó, le pulsó su destino y cantidad y le mostró cómo insertar el billete en la ranura. Llegó a Paddington justo a tiempo.

—¿No hay gente agradable en la Edad Media? —le había preguntado Kivrin, y por supuesto que la había. Jóvenes con navajas y mapas de metro habían existido en todas las épocas. Y las madres con bebés y señoras Gaddson y Latimer. Y también Gilchrist.

Se dio la vuelta.

—Estará perfectamente bien —dijo en voz alta, pero suavemente, para no despertar a Colin—. La Edad Media no es nada para mi mejor alumna.

Se subió la manta por encima de los hombros y cerró los ojos, pensando en el joven con el pelo verde que consultaba el mapa. Pero la imagen que flotó ante él era la verja de hierro, extendida ante él y los torniquetes, y la estación oscura al otro lado de las barras.

T
RANSCRIPCIÓN
DEL
L
IBRO
DEL
D
ÍA
DEL
J
UICIO
F
INAL

(015104-016615)

19 de diciembre de 1320 (Calendario Antiguo). Me encuentro mejor. Puedo hacer tres o cuatro inspiraciones seguidas sin toser, y esta mañana tenía hambre, aunque no me apetecían las gachas grasientas que me trajo Maisry.

No sé qué daría por un plato de huevos con bacon.

Y un baño. Estoy hecha una guarrería. No me han lavado nada desde que llegué aquí, a excepción de la frente, y los dos últimos días lady Imeyne me ha puesto en el pecho emplastos hechos con tiras de lino cubiertas de una pasta que huele fatal. Con eso, los sudores intermitentes que sigo teniendo, y la cama (que no han cambiado desde el siglo pasado), apesto a rayos, y el cabello, aunque corto, me pica. Soy la persona más limpia que hay aquí.

La doctora Ahrens tenía razón al querer cauterizar mi nariz. Todo el mundo huele fatal, incluso las niñas pequeñas, a pesar de que es pleno invierno y hace un frío terrible. No puedo imaginar cómo será en agosto. Todos tienen pulgas. Lady Imeyne se para en mitad de los rezos para rascarse, y cuando Agnes se bajó las calzas para enseñarme la rodilla, tenía marcas rojas por toda la pierna.

Eliwys, Imeyne y Rosemund tienen la cara relativamente limpia, pero no se lavan las manos, ni siquiera después de vaciar el orinal, y la idea de lavar los platos o cambiar las sábanas no se ha inventado todavía. Bien mirado, todos deberían de haber muerto de infección hace mucho tiempo, pero excepto por el escorbuto y un montón de dientes cariados, todo el mundo parece gozar de buena salud. Incluso la rodilla de Agnes sana bien. Viene a mostrarme la costra cada día. Y su cinturón de plata, y su caballero de madera, y el pobre y mimado Blackie.

Es un auténtico tesoro como fuente de información, que me ofrece sin que yo tenga que preguntar siquiera. Rosemund está en su «decimotercer año», lo cual significa que ha cumplido doce, y la estancia donde me atienden es su habitación de soltera. Es difícil imaginar que pronto estará en edad casadera, y por eso tiene una «habitación de doncella», pero en el siglo
XIV
las muchachas se casaban con catorce o quince años. Eliwys no podía ser mucho mayor cuando se casó. Agnes también me ha dicho que tiene tres hermanos mayores, que se han quedado en Bath con su padre.

La campana del suroeste es Swindone. Agnes distingue las campanas por el sonido. La más lejana que siempre suena primero es la campana de Osney, la antepasada del Gran Tom. Las campanas dobles están en Courcy, donde vive sir Bloet, y las dos más cercanas son Witenie y Esthcote. Eso significa que estoy cerca de Skendgate, que bien podría ser este sitio. Tiene los fresnos, es aproximadamente del mismo tamaño, y la iglesia está en el lugar adecuado. La señora Montoya tal vez no haya encontrado el campanario todavía. Por desgracia, el nombre de la aldea es la única cosa que Agnes ignora.

Sí sabía dónde estaba Gawyn. Me dijo que estaba persiguiendo a mis atacantes. «Y cuando los encuentre, los matará con su espada. Así», dijo, haciendo la demostración con Blackie. No estoy segura de que las cosas que me dice sean siempre dignas de crédito. Me dijo que el rey Eduardo está en Francia, y que el padre Roche había visto al Diablo, todo vestido de negro y cabalgando un corcel negro.

Esto último es posible (que el padre Roche se lo dijera, no que viera al Diablo). La línea entre el mundo espiritual y el físico no se dibujó claramente hasta el Renacimiento, y los contemporáneos tenían constantemente visiones de ángeles, el Juicio Final y la Virgen María.

Lady Imeyne se queja constantemente de lo ignorante, inculto e incompetente que es el padre Roche. Aún intenta convencer a Eliwys para que envíe a Gawyn a Osney y traiga a un monje. Cuando le pregunté si quería enviármelo para que pudiera rezar conmigo (decidí que esa petición no podría ser considerada «osada») me dio un recital de media hora sobre cómo había olvidado parte del
Venite
, soplaba las velas en vez de apagarlas con los dedos de forma que «malgasta mucha cera» y llenaba las cabezas de los criados con charla supersticiosa (sin duda lo del Diablo y su caballo).

Los curas rurales del siglo
XIV
eran simples campesinos que se aprendían la misa de memoria y sabían un poco de latín. Todo el mundo me huele igual, pero la nobleza veía a sus siervos como una especie completamente diferente, y estoy seguro de que Imeyne se siente ofendida en su alma aristocrática al tener que confesarse a este «villano».

Sin duda es tan supersticioso e inculto como ella dice. Pero no es incompetente. Me sostuvo la mano cuando me estaba muriendo. Me dijo que no tuviera miedo. Y no lo tuve.

(Pausa)

Me estoy recuperando a pasos agigantados. Esta tarde me senté durante media hora, y por la noche bajé para cenar. Lady Eliwys me trajo una saya marrón de guata y un sobretodo color mostaza, y una especie de pañuelo para cubrir mi cabello rapado (no una toca y una cofia, así que Eliwys debe de seguir pensando que soy una doncella, a pesar de toda la charla de Imeyne sobre
«daltrisses»
).

No sé si mis ropas eran inadecuadas o simplemente demasiado bonitas para llevarlas todos los días, Eliwys no dijo nada. Imeyne y ella me ayudaron a vestirme. Quise preguntar si podría lavarme antes de ponerme la ropa nueva, pero me temo que una cosa así haría que Imeyne sospechara aún más.

Me vio ajustar las cintas y atarme los zapatos, y no dejó de observarme durante toda la cena. Me senté entre las niñas y compartí una fuente de comida con ellas.

El senescal estaba relegado al extremo de la mesa, y no se veía a Maisry por ninguna parte. Según el señor Latimer, los párrocos comían en la mesa del señor, pero a lady Imeyne probablemente tampoco le gustan los modales a la mesa del padre Roche.

Comimos carne, creo que venado, y pan. El venado sabía a canela, sal y falta de refrigeración, y el pan estaba duro como una piedra, pero era mejor que las gachas, y no creo haber cometido ningún error. Sin embargo, estoy segura de que debo de cometerlos constantemente, y por eso lady Imeyne desconfía tanto de mí. Mi ropa, mis manos, probablemente mi forma de hablar, son un poco (o bastante) diferentes, y todo se combina para nacerme parecer extraña, peculiar… sospechosa.

Lady Eliwys está demasiado preocupada con el juicio de su marido para darse cuenta de mis errores, y las niñas son demasiado jóvenes. Pero lady Imeyne se fija en todo y probablemente está confeccionando una lista como la que tiene del padre Roche. Gracias a Dios que no les dije que era Isabel de Beauvrier. Habría cabalgado hasta Yorkshire, a pesar del mal tiempo, para descubrirme.

Gawyn vino después de la cena. Maisry, que al final apareció con una oreja al rojo vivo y un cuenco de cerveza, acercó los bancos al hogar y puso varios leños de pino en el fuego, y las mujeres se pusieron a coser a la luz amarillenta.

Gawyn se detuvo ante la puerta; era evidente que acababa de llegar después de una dura cabalgada, y durante un ratito nadie se fijó en él. Rosemund estaba enfrascada en su bordado. Agnes tiraba de su carrito con el caballero de madera dentro, y Eliwys hablaba con Imeyne acerca del campesino, que por lo visto no se encuentra muy bien. El humo del fuego hacía que me doliera el pecho, y aparté la cabeza, intentando no toser; entonces lo vi allí de pie, mirando a Eliwys.

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