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Authors: Anthony Berkeley

El misterio de Layton Court (8 page)

BOOK: El misterio de Layton Court
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Roger abrió los ojos.

—No —admitió con cierto desconsuelo.

Siempre es decepcionante descubrir que, a pesar de una escenificación tan cuidadosa, nuestro truco favorito no ha funcionado. Roger se sintió como un mago que no hubiese logrado sacar el conejo de la chistera.

—¡Ah! —observó impasible Alec.

—No veo que haya nada distinto —dijo Roger, casi en tono de disculpa.

—¡Ah! —volvió a observar Alec—. ¿De modo que nada ha cambiado? —repitió.

—Eso creo —admitió Roger.

—¿Y vas a decirme que esto conduce a alguna parte? —preguntó con una sonrisa—. Porque, si lo haces, te advierto que no te creeré. Es justo lo que imaginaba. Ya te dije que estabas concediendo demasiada importancia a una serie de naderías.

—¡Calla! —le espetó Roger desde el borde de la mesa—. Estoy pensando.

—¡Oh, perdona!

Roger no prestó atención a la sonrisa despreciativa y nada profesional de su ayudante. Se quedó mirando fijamente la gran repisa de roble de la chimenea.

—Ahora que lo pienso —observó muy despacio tras una pequeña pausa—, sí hay una cosa que me llama la atención. ¿No te parece que la repisa de esa chimenea está un poco descompensada?

Alec siguió la mirada del otro. La repisa de la chimenea era bastante corriente. Tenía las típicas bandejas de peltre y varias jarritas, y a un lado había un gran jarrón de porcelana azul. Por un momento, Alec la contempló en silencio. Luego dijo:

—Que me ahorquen si me lo parece. ¿Qué quieres decir con descompensada?

—No lo sé con exactitud —replicó Roger mirándola todavía con curiosidad—. Lo único que sé es que no me parece que esté bien. Es como si estuviese sobrecargada por el extremo, si me permites decirlo así.

—Desde luego —repuso Alec con amabilidad—. Siempre que me expliques a qué te refieres con eso.

—Bueno, llámalo asimétrica, si lo prefieres. —De pronto se dio una palmada en la rodilla—. ¡Demonios! ¡Seré idiota! Ahora lo entiendo. ¡Claro! —Se volvió hacia el otro esbozando una sonrisa triunfal—. ¿No te extraña que no me haya fijado antes?

—¿En qué? —gritó exasperado Alec.

—Pues en ese jarrón. ¿Es que no lo ves?

Alec lo miró. Parecía un jarrón de lo más normal.

—¿Qué le ocurre? A mí me parece normal.

—¡Oh, no le ocurre nada! —dijo Roger con despreocupación—. Es totalmente normal.

Alec se acercó a la mesa y puso su enorme puño a escasos centímetros de la nariz de Roger.

—Como no me digas en menos de treinta segundos de qué estás hablando, te atizo —dijo torvamente—. ¡Y con todas mis fuerzas!

—Te lo diré —respondió enseguida Roger—. Tengo prohibido que me golpeen antes de comer. Órdenes del médico. Es muy estricto con eso. ¡Ah, sí, lo del jarrón! ¿No lo ves? ¡Sólo hay uno!

—¿Eso es todo? —preguntó Alec apartándose disgustado—. Con el lío que has organizado pensé que habías descubierto algo verdaderamente emocionante.

—Y así es —replicó Roger sin reparo—. Verás, lo emocionante es que estaría dispuesto a jurar que ayer había dos.

—¡Oh! ¿Cómo lo sabes?

—Pues porque, ahora que me doy cuenta, recuerdo que la repisa de la chimenea me dio una impresión de orden equilibrado. Era la típica repisa de chimenea de un hombre. Las mujeres son mucho más asimétricas. El hecho de que haya sólo un jarrón altera todo su aspecto.

—¿Y bien? —Alec no parecía muy impresionado—. ¿Qué tiene eso que ver?

—Probablemente nada. El hecho es sólo que desde ayer por la tarde el segundo jarrón ha desaparecido, nada más. Puede que lo rompiera el propio Stanworth; quizá se le cayera a uno de los criados; es posible que la señora Stanworth lo cogiera para meter en él unas flores..., ¡cualquier cosa! Pero, ya que es lo único que parece haber cambiado, estudiémoslo.

Apartándose de la mesa, Roger se dirigió tranquilamente hacia la repisa.

—Estás perdiendo el tiempo —gruñó Alec muy poco convencido. ¿Qué vas a hacer? ¿Preguntar a los criados?

—En todo caso aún no —replicó Roger desde la estera de la chimenea. Se puso de puntillas para ver la superficie de la repisa—. ¿Lo ves? —exclamó excitado—. ¿Qué te dije? ¡Ahí tienes! Esta mañana no han quitado el polvo a la habitación, claro. Hay un círculo en el lugar donde estaba el jarrón. —Acercó una silla hasta allí y se subió a ella para tener una vista mejor. Los tres o cuatro centímetros que le sacaba Alec le permitieron verlo bastante bien subido en los morillos de la chimenea. Había muy poco polvo en la repisa, pero suficiente para exhibir un círculo leve aunque bien definido en la superficie. Roger acercó el otro jarrón y ajustó la base sobre la señal. Coincidieron a la perfección—. Esto demuestra lo que decía —exclamó Roger con satisfacción—. Sabía que estaba en lo cierto, pero siempre es agradable poder demostrarlo. —Se inclinó hacia delante y examinó de cerca la superficie—. No obstante, me gustaría saber qué demonios son estas otras marcas —prosiguió pensativo—. Mucho me temo que no sé cómo explicarlas. ¿Qué opinas tú?

Tanto fuera como dentro del círculo había varias manchitas muy leves en la tenue capa de polvo, unas grandes y otras más pequeñas. Todas tenían formas irregulares y sus bordes se juntaban de manera tan imperceptible con el polvo circundante que era imposible decir dónde empezaba una y acababa la otra. No obstante, a pocos centímetros a la izquierda del círculo, había desaparecido el polvo de la repisa.

—No sé —admitió Alec—. Tampoco a mí se me ocurre de qué pueden ser. Diría que alguien dejó algo encima y luego lo quitó. En cualquier caso, no creo que tenga particular importancia.

—Es probable que estés en lo cierto. Aunque no por eso deja de ser interesante. Supongo que debes de tener razón. Debo decir que no se me ocurre ninguna otra explicación. No obstante, para dejar unas marcas así tuvo que ser un objeto de forma muy extraña. ¿O serían varios? ¿Y por qué no habrá polvo? Debieron de arrastrar algo por la repisa; algo plano, suave y bastante pesado. —Se quedó pensativo un momento—. Es curioso.

Alec bajó de los morillos.

—Bueno, no parece que estemos adelantando mucho —observó—. Será mejor que probemos suerte en otra parte, Sherlock.

Se alejó sin rumbo hacia los ventanales y se quedó contemplando el jardín.

Una brusca exclamación de Roger le hizo volverse de pronto. Había bajado de la silla y estaba sobre la esterilla mirando algo con interés.

—¡Mira! —dijo mostrándole la palma de la mano abierta sobre la que había un pequeño objeto azulado—. Ven a ver esto. Lo he pisado al bajar de la silla. Estaba sobre la estera. ¿Qué te parece?

Alec cogió el objeto, que resultó ser un trocito de porcelana azul rota, y le dio vueltas con cuidado.

—¡Caramba, es un trozo del otro jarrón! —dijo astutamente.

—Elemental, querido Alexander Watson.

Alec observó el fragmento con cuidado.

—Debe de haberse roto —anunció con aire sesudo.

—¡Excelente! Tus poderes deductivos están en plena forma esta mañana, Alec —sonrió Roger. Luego su rostro adoptó una expresión más solemne—. En serio, esto es verdaderamente desconcertante. Ya imaginarás lo que ocurrió, claro. El jarrón se rompió en el mismo lugar donde estaba. Basta con ver este trozo, para darse cuenta de que no hay otra explicación posible de las marcas que hay en la repisa de la chimenea. Debieron de hacerlas los pedazos rotos. Y luego quitaron el polvo al retirar los trozos de la repisa..., presumiblemente la misma persona que recogió los fragmentos más grandes alrededor de ese círculo.

Se detuvo y le hizo a Alec un gesto inquisitivo.

—¿Y bien? —preguntó aquella lumbrera.

—¿Y bien? ¿Es que no te das cuenta? Los jarrones no se rompen espontáneamente allí donde están. Caen y se estrellan contra el suelo o algo parecido. Éste se hizo pedazos sin más, por lo que puedo ver. ¡Maldita sea, no es natural! Y ya es la tercera cosa poco natural con que nos encontramos —añadió en tono triunfante y no exento de cierto resentimiento.

Alec atacó con cuidado el tabaco de su pipa y encendió una cerilla.

—¿No estarás exagerando otra vez? —preguntó muy despacio—. Sin duda hay una explicación evidente. Alguien golpeó el jarrón, que se rompió contra la repisa. No veo que eso tenga nada de raro.

—Yo sí —dijo Roger a toda prisa—. Dos cosas. En primer lugar, esos jarrones eran demasiado gruesos para romperse sólo al golpearse contra una superficie de madera. En segundo, de haber ocurrido, habría dejado una huella elíptica en el polvo al caer, y no la hay. No, que yo sepa sólo hay una razón para que se rompiera de ese modo.

—¿Y cuál es, Sherlock?

—Que algo lo golpeara..., con tanta fuerza y de un modo tan limpio que se hiciera pedazos donde estaba sin caer a la chimenea. ¿Qué opinas?

—Parece bastante razonable —concedió Alec tras pararse a considerarlo.

—No lo dices muy entusiasmado. Es tan lógico que tiene que ser cierto. En fin, la siguiente pregunta es qué o quién pudo golpearlo así.

—Oye, ¿tú crees que esto va a llevarnos a alguna parte? —preguntó de pronto Alec—. ¿No estaremos perdiendo el tiempo con ese maldito jarrón? No veo qué puede tener que ver con lo que estamos buscando. Aunque tampoco tengo la menor idea de qué es lo que buscamos —añadió con ingenuidad.

—No parece que le tengas mucho aprecio a mi jarrón, Alec. Es una pena porque a mí me gusta más a cada minuto que pasa. En todo caso, pienso dedicar uno o dos minutos a considerar seriamente el asunto; así que, si quieres salir al jardín a charlar un rato con William, por mí no te prives.

Alec volvió a dirigirse hacia el ventanal. Por algún motivo, parecía ansioso por vigilar el jardín lo más posible.

—¡Oh!, no te molestaré —estaba empezando a decir despreocupadamente, cuando en ese preciso momento apareció el citado motivo andando lentamente por el césped desde la rosaleda—. De hecho, tal vez salga a pasear un poco —se corrigió rápidamente—. No me iré mucho tiempo, por si descubres algo nuevo.

Se marchó apresuradamente.

Roger siguió con la mirada la dirección que seguía su recién nombrado ayudante, sonrió levemente y continuó con su labor.

Alec no perdió el tiempo. Había una cuestión que le había preocupado mucho las dos últimas horas y quería obtener una respuesta cuanto antes.

—Bárbara —le espetó nada más llegar a su altura—, lo que me dijiste esta mañana antes del desayuno no tendría nada que ver con lo que ha ocurrido aquí, ¿verdad?

Bárbara se ruborizó hasta la raíz del cabello. Luego empalideció de pronto.

—¿Te refieres..., a lo de la muerte del señor Stanworth? —preguntó con voz firme, mirándole directamente a los ojos. Alec asintió—. No. Ha sido sólo..., una terrible coincidencia. ¿Por qué lo preguntas? —dijo de pronto.

Alec pareció muy incómodo.

—¡Oh, no sé! Verás, dijiste algo acerca de..., en fin, algo horrible que había sucedido. Y luego media hora más tarde, cuando supimos que..., me refiero a que no pude evitar preguntarme por un momento si... —Se sumió en un silencio.

—No pasa nada, Alec —dijo amablemente Bárbara—. Es una equivocación muy comprensible. Como te he dicho, fue sólo una terrible coincidencia.

—¿Y no vas a cambiar de opinión respecto a lo que dijiste esta mañana? —preguntó humildemente Alec.

Bárbara lo miró de arriba abajo.

—¿Y por qué iba a hacerlo? —replicó rápidamente—. Quiero decir que... —Dudó y se corrigió—. ¿Qué te hace pensar que podría cambiar de opinión?

—No lo sé. Esta mañana estabas muy disgustada, y pensé que podías haber recibido alguna mala noticia y actuado meramente por impulso, y que tal vez, si volvieras a pensarlo... —Se interrumpió de manera muy elocuente.

Bárbara parecía extrañamente incómoda. No contestó enseguida a la pregunta no formulada de Alec, sino que retorció su pañuelito entre los dedos con unos gestos nerviosos que parecían fuera de lugar en una joven por lo general tan calmada.

—¡Oh!, no sé qué decir —replicó por fin en tono grave y apresurado—. Ahora no puedo responderte, Alec. Tal vez haya actuado por impulso. No lo sé. Ven a verme cuando vuelva de casa de los Merton el mes que viene. Tendré que pensarlo mejor.

—¿Y no quieres decirme lo que pasó, cariño?

—No, no puedo. Por favor, Alec, no me pidas eso. En realidad, se trata de un secreto que concierne a otros. No, ¡no puedo decírtelo!

—De acuerdo. Pero..., tú me quieres, ¿verdad?

Bárbara le puso la mano en el brazo con un rápido y acariciador movimiento.

—No tiene nada que ver con eso, bobo —dijo en voz baja—. Ven a verme el mes que viene. Creo..., creo que es posible que haya cambiado de opinión. ¡No, Alec! ¡No debes! ¡Y menos aquí! Tal vez te deje darme uno..., ¡uno pequeño!, antes de que nos vayamos; pero sólo si eres bueno. Además, tengo que ir a hacer el equipaje. Tenemos que coger el tren de las dos cuarenta y uno y mamá debe de estar esperándome.

Le apretó la mano de pronto y volvió corriendo a la casa.

«¡Qué suerte he tenido de encontrármela!», murmuró extasiado Alec para sus adentros mientras la veía marchar. Aunque tal afirmación no era del todo correcta, pues, dado que la joven había salido al jardín precisamente con ese propósito, el encuentro subsiguiente podía atribuirse más a la buena planificación que a la buena suerte.

El caso es que fue un Watson especialmente alegre el que volvió a la biblioteca a encontrarse con un Sherlock sentado muy solemne en la silla delante del enorme escritorio y mirando fijamente la chimenea.

No pudo evitar dar un leve respingo.

—¡Uf, eres un morboso insensible! —exclamó.

Roger lo miró abstraído.

—¿Qué pasa?

—Bueno, no creo que me gustara sentarme en esa silla a pasar el rato.

—Me alegra que hayas vuelto —dijo Roger poniéndose lentamente en pie—. Acabo de tener una idea muy curiosa y voy a ponerla a prueba. Las probabilidades de que resulte son de varios millones contra una, pero si lo hace... ¡En fin, no sé qué demonios tendremos que hacer!

Habló con tanta seriedad que Alec lo miró sorprendido.

—¡Dios mío!, ¿qué ocurre ahora? —preguntó.

—No te daré todos los detalles —replicó despacio Roger—, porque es demasiado absurdo. Pero tiene que ver con la rotura del jarrón. Recordarás que dije que, para hacerse pedazos de ese modo, tendría que haberlo golpeado con mucha fuerza un objeto misterioso. Se me acaba de ocurrir qué clase de objeto podría haber sido.

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