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Authors: Arthur Conan Doyle

El mundo perdido (32 page)

BOOK: El mundo perdido
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¡Qué absurda es la vida! Me hallé inclinándome y estrechando la mano de un hombrecillo de cabellos color de jengibre que estaba repantigado en el hondo sillón que en otro tiempo había estado consagrado a mi propio uso. Ambos intercambiamos inclinaciones de cabeza y sonrisas forzadas, puestos de pie uno frente al otro.

—Papá ha permitido que nos quedásemos a vivir aquí. Estamos terminando de arreglar nuestra casa —dijo Gladys.

—¿Ah, sí? —dije yo.

—Entonces, no recibiste mi carta en Pará, ¿verdad?

—No, no recibí ninguna carta.

—¡Oh, qué lástima! Ella te lo hubiera aclarado todo.

—Todo
está
bastante claro —dije.

—Le he contado todo a William acerca de ti —repuso ella—. No tenemos secretos. Siento tanto lo ocurrido... Sin embargo, la cosa no sería tan profunda si te permitió marcharte al otro lado del mundo dejándome sola. No eres rencoroso, ¿verdad?

—No, en absoluto. Bien, creo que me voy.

—Tome usted algún refresco —dijo el hombrecito, y añadió en tono confidencial—: Siempre sucede así, ¿no es cierto? Y debe ser así a menos que exista la poligamia, sólo que al revés. Usted me comprende.

Se rió como un idiota mientras yo me encaminaba hacia la puerta. Ya iba a atravesarla cuando un impulso súbito y fantástico me hizo volver atrás para ir al encuentro de mi rival triunfante, que miró nerviosamente hacia el timbre eléctrico.

—¿Querría usted contestarme una pregunta? —pregunté.

—Bueno, si es razonable —dijo.

—¿Cómo lo consiguió? ¿Buscó un tesoro escondido, descubrió uno de los polos, superó a algún pirata, cruzó a nado el Canal de la Mancha, o qué? ¿Dónde está la fascinación romántica? ¿Cómo la conquistó?

Me miró fijamente con una expresión desesperanzada en su rostro vacío, bonachón, insignificante.

—¿No cree usted que todo esto es algo demasiado personal? —dijo.

—Bueno, una sola pregunta más —exclamé—. ¿Qué es usted? ¿Cuál es su profesión?

—Soy escribiente de un procurador —dijo—. El segundo en las oficinas de Johnson and Merrivale's, 41, Chancery Lane.

—¡Buenas noches! —dije, y desaparecí entre las sombras, como todos los héroes desconsolados y con el corazón deshecho; con la pena, la ira y la risa hirviendo dentro de mí como en una olla puesta al fuego.

Otra pequeña escena y habré terminado. Anoche hemos cenado todos en las habitaciones de lord John Roxton, y de sobremesa nos sentamos a fumar en buena camaradería y hablamos otra vez de nuestras aventuras. Resultaba extraño ver en este entorno distinto las caras y figuras tan conocidas y habituales. Estaba Challenger, con su sonrisa condescendiente, sus párpados entrecerrados, sus ojos intolerantes, la barba agresiva y su enorme torso, engreído y satisfecho mientras propinaba teorías a Summerlee. Y también estaba allí Summerlee, con su corta pipa de escaramujo entre el delgado bigote y su gris barba de chivo, adelantando su rostro consumido para debatir vehementemente todas las afirmaciones de Challenger. Y por último allí estaba nuestro anfitrión, con su rostro ceñudo y aguileño y sus fríos y azules ojos de glaciar en cuyas profundidades siempre resplandecía una llamita de humor y malicia. Ésta es la última imagen de ellos que me llevo conmigo. Era después de la cena, en su propio sanctum —la habitación de luminosidades rosáceas y los innumerables trofeos—, donde lord John Roxton se proponía decirnos algo. Sacó de un aparador una vieja caja de cigarros y la depositó encima de la mesa.

—Hay una cosa —dijo— que quizá debí haberles dicho antes de ahora, pero quería saber algo más claramente qué cosa tenía entre manos. No tiene sentido despertar esperanzas que luego se disipan. Pero son hechos, no esperanzas, lo que ahora tenemos con nosotros. Recordarán ustedes aquel día en que hallamos el nidal de los pterodáctilos en la ciénaga... ¿no? Bueno, algo en la situación del terreno me llamó la atención. Quizá ustedes no lo advirtieron, por eso lo refiero ahora. Era una tronera volcánica llena de arcilla azul.

Los profesores asintieron con movimientos de cabeza.

—Y bien: de todos los lugares del mundo que he visitado, sólo en otro hallé una boca volcánica de arcilla azul. Fue en la gran mina de diamantes De Beers, en Kimberley... ¿eh? Como ustedes ven, los diamantes se me metieron en la cabeza. Aparejé una armadura para mantener a distancia a aquellas hediondas bestias y pasé allí un día feliz empuñando una escarda. Esto es lo que saqué.

Abrió su caja de cigarros y dándole vuelta dejó caer unas veinte o treinta piedras toscas, cuyo tamaño variaba entre el de un guisante y el de una castaña.

—Tal vez pensarán ustedes que debí haberlo contado antes. Bueno, así lo habría hecho, sólo que sé que hay montones de trampas para el incauto y que muchas piedras de cualquier tamaño pueden resultar de poco valor una vez que se aclara su color y consistencia. Por eso las traje, y el primer día de nuestro arribo a casa llevé una al joyero Spink y le pedí que la tallase toscamente y que la tasase.

Sacó de su bolsillo una caja de píldoras y cogió un hermoso diamante que resplandecía, una de las piedras preciosas más bellas que había visto en mi vida.

—Ahí está el resultado —dijo—. El joyero tasó el lote en un precio mínino de doscientas mil libras. Por supuesto lo repartiremos entre nosotros cuatro. No quiero oír nada en contrario. Y bien, Challenger, ¿qué hará con sus cincuenta mil?

—Si realmente insiste usted en su generoso parecer —dijo el profesor—, fundaré un museo privado, algo que ha sido uno de mis sueños desde hace mucho tiempo.

—¿Y usted, Summerlee?

—Me retiraré de la enseñanza, y así hallaré tiempo para proseguir mi clasificación definitiva de los fósiles calcáreos.

—Y yo usaré mi parte —dijo lord John Roxton— para equipar una expedición bien organizada y echar otro vistazo a nuestra vieja y querida meseta. En lo que se refiere a usted, compañerito, por supuesto gastará la suya en casarse.

—Pues no pienso hacerlo, todavía —dije con una sonrisa apesadumbrada—. Creo que más bien me gustaría ir con usted, si me acepta.

Lord Roxton no dijo nada, pero una mano morena se extendió hacia mí a través de la mesa.

Notas

[1]
Sistema monetario basado en la utilización de los patrones oro y plata.

[2]
Richard Burton, explorador inglés (1827–1890) que descubrió el lago Tanganyka, junto con Speke.

[3]
John Roland Stanley (llamado Henry Morton). Explorador y periodista que fue en rescate de Livingstone (1814–1904).

[4]
Robert Clive de Plassey (1725–1774), soldado y administrador británico, empezó siendo un empleado de la Compañía de las Indias Orientales en 1743 y acabó como gobernador y comandante en jefe de Bengala. En 1767 abandonó la India después de haber creado un imperio.

[5]
Münchhausen (barón Karl Hieronymus). Este militar alemán (17201797) se hizo famoso por las historias fantásticas que relataba y que le hicieron paradigma de embustero.

[6]
Los típicos coches de punto de Londres afines del siglo XIX.

[7]
Rana estadounidense de gran tamaño que puede alcanzar hasta 20 centímetros de largo y cuya voz potentísima se parece al mugido del toro.

[8]
Board Schools. El profesor Challenger, evidentemente, no era partidario de la educación inglesa reservada a las clases populares.

[9]
Viajero y escritor francés del siglo XIV. Autor de
Viaje de ultramar
.

[10]
Alessandro, conde de Cagliostro (1743–1795). Farsante y aventurero italiano que visitó casi todas las cortes europeas. Su verdadero nombre era Giuseppe Balsamo.

[11]
Una antigua polémica literaria surgió de la teoría de que Francis Bacon (1561–1626), famoso científico inglés, era el verdadero autor de las obras de Shakespeare.

[12]
Banderola azul con cuadro blanco que señala la partida inmediata de un barco.

[13]
«Hacienda», «finca rústica». En portugués en el original.

[14]
«Lengua general». En portugués en el original.

[15]
Se refiere seguramente a la expedición de Orellana, que, partiendo de Perú, navegó el Orinoco y el Amazonas hasta su desembocadura, en busca del mítico
El Dorado
, en 1542.

[16]
Grados de la escala Fahrenheit usada en los países anglosajones. En ella 0° centígrados equivale a 32° Fahrenheit, y los 100° centígrados, a 212° Fahrenheit. La temperatura, pues, oscilaba entre 24° y 32° centígrados.

[17]
En Inglaterra, la Abadía de Westminster es el tradicional lugar destinado a contener las tumbas de los grandes hombres del reino.

[18]
La yarda, unidad de medida usada en países anglosajones, equivale a 0,914 metros.

[19]
En español en el original.

[20]
Summerlee hace un juego de palabras intraducible, con
ptero
,
fiddle
(«violín», pero también «enredo») y
stick
, «palo» y «arco».

[21]
Conan Doyle escribe erróneamente «ajuti». El agutí es un pequeño roedor sudamericano del tamaño de un conejo.

[22]
Las Harpías eran tres diosas de las tempestades en la mitología griega: «eran monstruos con cara de vieja, orejas de oso, cuerpo de ave y patas provistas de curvadas garras. Su especial placer lo constituía el coger la carne de las mesas de los banquetes para alimentarse con ella o contaminarla, esparciendo olores pútridos y sembrando el hambre por doquier» (F. Guirand,
Mitología general
).

[23]
Recinto rústico cercado con ramas espinosas.

[24]
Alusión a las palabras de Simeón al tomar en sus brazos al Niño Jesús (Evangelio de San Lucas, 2,29).

[25]
Calle de Londres donde tradicionalmente tienen su sede muchos periódicos.

[26]
«Sabios». En francés en el original.

[27]
«Sustituto», «profesor suplente».

[28]
«Papel», «función». En francés en el original.

[29]
Par del reino, título de nobleza británico.

[30]
«Callejón sin salida». En francés en el original.

[31]
Así en el original. No se ha podido saber si Conan Doyle suponía que
signor
era el equivalente portugués de «señor» o si sospechaba que en el Amazonas se hablaba italiano.

[32]
«Barahúnda», «refriega». En francés en el original.

[33]
«Golpes de efecto». En francés en el original.

[34]
«No comprobado».

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