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Authors: Arthur Conan Doyle

El mundo perdido (30 page)

BOOK: El mundo perdido
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La gran reunión había sido fijada para la segunda noche después de nuestra llegada. La primera, sin duda, la dedicamos a los propios y apremiantes asuntos personales que debían absorbernos. De los míos, no puedo hablar todavía. Quizá cuando estén más alejados en el tiempo pueda pensar en ello, y hasta hablar de ello, con menos emoción. He revelado al lector, al principio de este relato, cuáles fueron las fuentes que me impulsaron a la acción. Quizá sea mejor que lleve esta historia adelante y muestre también sus resultados. Y tal vez llegue el día en que piense que las cosas sucedieron de la mejor manera posible. Por lo menos, he sido impulsado a tomar parte en una aventura maravillosa y no puedo menos que agradecer a la fuerza que me empujó a ella.

Y ahora entro en el momento supremo y memorable que da fin a nuestra aventura. Estaba yo atormentando mi cerebro para idear la mejor manera de describirlo cuando mis ojos toparon con la edición de mi propio periódico que correspondía al 8 de noviembre, que contiene el excelente y exhaustivo reportaje de mi amigo y colega Macdona. ¿Qué mejor puedo hacer que transcribir su relato... con titulares y todo? Admito que mi periódico se portó de manera exuberante en este asunto, además de felicitarse a sí mismo por su espíritu emprendedor, que le había llevado a enviar un corresponsal; pero los otros grandes periódicos no se habían quedado muy atrás en la amplitud de sus informaciones. De este modo, pues, el amigo Mac narró su crónica:

EL NUEVO MUNDO

GRAN ASAMBLEA EN EL QUEEN'S HALL

ESCENAS TUMULTUOSAS

UN INCIDENTE EXTRAORDINARIO

¿QUÉ FUE AQUELLO?

DESÓRDENES NOCTURNOS EN REGENT STREET

(Especial)

«La tan discutida reunión del Instituto Zoológico, convocada para escuchar el informe de la Comisión Investigadora que fue enviada el año pasado a Sudamérica para comprobar las aserciones hechas por el profesor Challenger acerca de la continuidad, en aquel continente, de la existencia de una vida prehistórica, se celebró anoche en una sala más grande, el Queen's Hall, y se puede decir, con toda certeza, que marcará con letras de fuego una fecha en la historia de la ciencia, porque lo allí actuado tuvo un carácter tan extraordinario y sensacional que ninguno de los asistentes será capaz de olvidarlo. (¡Oh, hermano escriba Macdona, qué párrafo inicial tan excesivo!) Teóricamente, las entradas estaban reservadas a los miembros del Instituto y sus amigos, pero este último es un término muy elástico, y mucho antes de las ocho, la hora fijada para comenzar el acto, cada rincón del gran salón estaba atiborrado de gente. Sin embargo el público en general, que en forma totalmente irrazonable se sentía perjudicado por haber sido excluido, asaltó las puertas a las ocho menos cuarto, tras una prolongada
mêlée
[32]
en la que varias personas resultaron lastimadas, incluso el inspector Scoble, de la División H, que resultó desgraciadamente con una pierna rota. Después de esta imprevisible invasión, que no solamente colmó todos los pasillos sino que llegó a forzar el espacio reservado para la prensa, se estimó en cinco mil el número de personas que esperaron la llegada de los viajeros. Cuando aparecieron al fin, ocuparon sus puestos en la parte delantera del estrado, donde ya se hallaban todos los científicos de primera fila, no sólo de este país sino también de Francia y Alemania. Suecia también estaba representada en la persona del profesor Sergius, el famoso zoólogo de la Universidad de Upsala. La entrada de los cuatro héroes de la jornada fue la señal para una notable demostración de bienvenida, porque la concurrencia se puso de pie y los aplaudió durante varios minutos. Algún observador agudo habría detectado, sin embargo, algunas señales de disentimiento entre los aplausos, e inferido que el acto iba a ser, probablemente, más bullicioso que armónico. Puede jurarse, sin embargo, que nadie podía prever el extraordinario giro que iban a tomar los hechos.

»Poco puede añadirse acerca del aspecto de los cuatro viajeros, ya que sus fotografías vienen apareciendo desde hace tiempo en todos los periódicos. Muestran pocas huellas de las penalidades que, según se dice, han tenido que sobrellevar. Quizá la barba del profesor Challenger esté más hirsuta y las facciones del profesor Summerlee aparezcan más ascéticas, mientras la figura de lord John Roxton se ve más enflaquecida, y los tres aparecen bronceados con un tono más oscuro que cuando abandonaron nuestras playas; pero todos parecen hallarse en un óptimo estado de salud. En cuando a nuestro representante, el bien conocido atleta y jugador internacional de rugby E. D. Malone, parece haberse entrenado perfectamente y, cuando examinó de una ojeada a la concurrencia, una sonrisa de satisfecho buen humor llenó su cara honesta y sencilla. (¡Bien, Mac, ya verás cuando te coja a solas!)

»Cuando se restableció el silencio y la concurrencia retornó a sus asientos después de la ovación que había rendido a los viajeros, el presidente, duque de Durham, se dirigió a la asamblea. No quería, dijo, permanecer allí más que un momento, dilatando el instante en que la vasta asamblea recibiría el placer esperado. No quería anticiparse a lo que el profesor Summerlee, que era el portavoz de la Comisión, tenía que decirles, pero ya era un secreto a voces que la expedición había sido coronada por un éxito extraordinario. (Aplausos.) Aparentemente, aún no se había extinguido la era de la aventura y existía un terreno común en el cual las más extravagantes imaginaciones del novelista podían coincidir con las investigaciones científicas actuales del buscador de la verdad. Sólo quería agregar, antes de sentarse, que se regocijaba —y con él todos los demás, seguramente— de que aquellos caballeros hubieran regresado sanos y salvos de su difícil y peligroso empeño, porque no podía negarse que cualquier desastre sobrevenido a una expedición semejante habría infligido un daño casi irreparable a la causa de la ciencia zoológica. (Grandes aplausos, a los cuales, según se observa, se une el profesor Challenger.)

»Cuando el profesor Summerlee se puso de pie, se produjo otro extraordinario brote de entusiasmo, que estalló de nuevo a intervalos durante toda su intervención. No vamos a dar
in extenso
su alocución en estas columnas porque ya se está publicando en ellas un completo informe sobre todas las aventuras de la expedición en forma de suplemento, debido a la pluma de nuestro corresponsal especial. Por lo tanto, serán suficientes algunas referencias generales. Tras describir la génesis de la expedición y ofrecer un elegante tributo a su amigo el profesor Chafenger, al que unió su disculpa por la incredulidad con que habían sido recibidas sus aseveraciones (que ahora quedaban plenamente reivindicadas), pasó a explicar el curso del viaje, pero reteniendo cuidadosamente toda información que pudiese ayudar al público en cualquier intento de localizar aquella notable meseta. Cuando hubo descrito en términos generales el recorrido desde el río principal hasta el momento en que alcanzaron la base de los riscos o farallones rocosos, subyugó a sus oyentes con su relato de las dificultades que tuvo que afrontar la expedición en sus repetidos intentos de escalar los riscos. Por último explicó de qué manera sus desesperados esfuerzos alcanzaron el éxito, al precio de que perdieran la vida sus dos fieles servidores mestizos. (Esta asombrosa versión de lo ocurrido fue el resultado de los esfuerzos de Summerlee para evitar que se plantearan cuestiones sospechosas en la reunión.)

»Después de haber transportado a su auditorio con la imaginación hasta la cima de la meseta, y tras dejarlos abandonados en ella por la caída de su puente, el profesor procedió a describir los horrores y los atractivos de aquel país asombroso. Habló poco de las aventuras de carácter personal, pero puso de relieve, especialmente, la abundante cosecha obtenida por la ciencia con las observaciones acerca de la maravillosa vida de las fieras, pájaros, insectos y plantas que se desarrollaba en la meseta. Es especialmente rica en coleópteros y lepidópteros, habiéndose obtenido en el curso de unas pocas semanas cuarenta y seis nuevas especies de los primeros y noventa y cuatro de estos últimos. Pero el interés del público, sin duda, estaba centrado en los animales más grandes, y sobre todo en los animales gigantescos supuestamente extinguidos desde hace mucho tiempo. Acerca de estos últimos pudo dar una lista considerable, pero señalando que no cabían muchas dudas de que esa lista podría ampliarse mucho más cuando el lugar fuese investigado más a fondo. Él y sus compañeros habían visto, por lo menos, a una docena de animales, la mayoría de ellos a cierta distancia, que no se correspondían en nada con todo lo conocido hasta ahora por la ciencia. A su tiempo serían debidamente clasificados y examinados. Citó una serpiente, por ejemplo, cuya muda de piel, de color púrpura intenso, tenía cincuenta pies de longitud, y mencionó un ser blanco, que parecía ser un mamífero y que en la oscuridad emanaba una fosforescencia muy marcada. También se refirió a una gran polilla negra cuya picadura era, según los indios, sumamente ponzoñosa. junto a estas formas de vida enteramente nuevas, coexistían en la meseta, y en abundancia, las formas prehistóricas conocidas y que en algunos casos databan de la era jurásica primitiva. Entre estos animales mencionó al gigantesco y grotesco estegosaurio, visto una vez por el señor Malone en un abrevadero junto al lago y que ya figuraba dibujado en el álbum de aquel aventurero norteamericano que había penetrado por primera vez este mundo desconocido. Describió asimismo al iguanodonte y al pterodáctilo: dos de las primeras maravillas que habían encontrado. Luego hizo estremecer a la asamblea con algunas explicaciones acerca de los terribles dinosaurios carnívoros, que en más de una ocasión habían perseguido a miembros de la expedición y que eran los seres más formidables de todos los que habían encontrado. A continuación se detuvo en el enorme y feroz pájaro, el
phororachus
, y en el gran alce que todavía vaga por aquellas tierras altas. Sin embargo, sólo cuando esbozó los misterios del lago central se despertó el máximo interés y el entusiasmo de la concurrencia. Teníamos que pellizcarnos para asegurarnos de que estábamos despiertos cuando oímos cómo aquel profesor tan cuerdo y pragmático describía en fríos y mesurados tonos a los monstruosos peces–lagartos de tres ojos y a las inmensas serpientes de agua que habitan aquella hechizada lámina de agua. Se refirió luego a los indios, y a la extraordinaria colonia de monos antropoides, que podrían ser observados como un estadio más avanzado que el pitecántropo de Java y por lo tanto mucho más próximo que ninguna otra forma conocida a esa creación hipotética, el eslabón perdido. Por último describió, entre la diversión del auditorio, el invento aeronáutico del profesor Challenger, tan ingenioso como lleno de peligros, y concluyó su informe, auténticamente memorable, explicando los métodos hallados por la comisión para retornar a la civilización.

»Todos esperaban que la sesión terminase allí, y que un voto de agradecimiento y congratulación, promovido por el profesor Sergius, de la Universidad de Upsala, iba a ser secundado y aprobado debidamente. Pero pronto se hizo patente que el curso de los acontecimientos no estaba destinado a deslizarse con tanta suavidad. De tiempo en tiempo se habían hecho evidentes, durante la velada, algunos síntomas de oposición, y ahora el doctor James Illingworth, de Edimburgo, sobresalía en el centro del salón. El doctor Illingworth preguntó si era posible presentar una enmienda antes de votarse el acuerdo.

»EL PRESIDENTE: Sí, señor, si hay que hacer alguna enmienda.

»DOCTOR ILLINGWORTH: Hay que hacerla, señoría.

»EL PRESIDENTE: Preséntela ya, enseguida.

»PROFESOR SUMMERLEE (Poniéndose en pie de un salto): ¿Se me permite explicar, su señoría, que este hombre es mi enemigo personal desde que mantuvimos una controversia en el
Quarterly Journal of Science
acerca de la verdadera naturaleza del Bathybius?

»EL PRESIDENTE: Me temo que no puedo entrar en cuestiones personales. Proceda.

»El doctor Illingworth era escuchado de modo imperfecto en parte de sus afirmaciones porque los amigos de los exploradores hicieron patente una ruidosa oposición. Hubo incluso algunos intentos para obligarlo a sentarse. Pero como es un hombre de complexión enorme y poseedor de una voz muy potente, dominó el tumulto y logró terminar su discurso. Era evidente, desde el momento en que se levantó, que tenía una cantidad de amigos y simpatizantes en la sala, aunque formasen una minoría dentro de la concurrencia. En cuanto a la actitud de gran parte del público, puede ser descrita como de atenta neutralidad.

»El doctor Illingworth inició sus observaciones expresando su alta estima por la labor científica del profesor Challenger y del profesor Summerlee. Lamentó mucho que pudiera leerse en sus afirmaciones algún prejuicio personal, ya que las mismas estaban enteramente dictadas por su deseo de alcanzar la verdad científica. De hecho, su posición era sustancialmente la misma que había sostenido el profesor Summerlee en la asamblea anterior. En ella, el profesor Challenger había hecho ciertas aseveraciones que habían sido puestas en duda por su colega. Ahora este colega se adelantaba él mismo con idénticas afirmaciones y esperaba que nadie dudase de ellas. ¿Era esto razonable? ("¡Sí!", "¡no!" y una prolongada interrupción durante la cual se oyó desde la tribuna de la prensa al profesor Challenger, que pedía permiso a la presidencia para poner en la calle al doctor Illingworth.) Hace un año era un solo hombre el que decía ciertas cosas. Ahora son cuatro, que relatan otras cosas aún más sobrecogedoras. ¿Iban a ser éstas tomadas como pruebas concluyentes, cuando los asuntos que se discutían eran del carácter más revolucionario e increíble? Había ejemplos recientes de viajeros que llegaban de lugares ignotos con ciertas historias que se aceptaron como verdaderas con demasiada prontitud. ¿Iba a colocarse el Instituto Zoológico de Londres en una posición semejante? Él admitía que los miembros de la Comisión eran hombres reputados. Pero la naturaleza humana es muy compleja. Hasta los profesores pueden ser confundidos por el deseo de la notoriedad. Como a las polillas, a todos nos gusta revolotear en torno a la luz. A los que se dedican a la caza mayor les gusta estar en posición de sobrepujar los relatos de sus rivales, y los periodistas no tienen aversión a los
coups
[33]
sensacionalistas, aunque la imaginación tenga que ayudar a los hechos dentro del proceso. Cada uno de los miembros de la Comisión tenía sus propios motivos para sacar el mayor provecho de sus resultados. ("¡Qué vergüenza!", "¡qué vergüenza!") Él no deseaba ser ofensivo. ("¡Ya lo creo que lo es!", e interrupción.) La confirmación de estos cuentos fantásticos resulta demasiado débil tal como se describe. ¿Con qué cuentan? Con algunas fotografías. ¿Es posible que en esta época de ingeniosas manipulaciones fotográficas, aquéllas se puedan aceptar como prueba? ¿Qué más? Tenemos el relato de una fuga y de un descenso por medio de cuerdas que impidieron la presentación de ejemplares mayores. Era algo ingenioso, pero que no resulta convincente. Se dio a entender que lord John Roxton aseguraba que tenía el cráneo de un
phororachus
. Sólo podía decir que le gustaría ver tal cráneo.

»LORD JOHN ROXTON: ¿Este fulano me está llamando embustero? (Alboroto.)

»EL PRESIDENTE: ¡Orden! ¡Orden! Doctor Illingworth, tengo que exigirle que concluya con sus observaciones y presente su enmienda.

»DOCTOR IILLINGWORTH: Señoría, tengo algo más que decir, pero acato sus reglas. Propongo, pues, que al mismo tiempo que se dan las gracias al profesor Summerlee por su interesante discurso, se declare que la cuestión en su conjunto debe ser considerada como
non proven
[34]
y que debe volver a manos de una más amplia y, si es posible, una más fiable Comisión Investigadora.

»Resulta difícil describir la confusión que causó esta enmienda. Un amplio sector de la audiencia expresó su indignación ante semejante menosprecio por la reputación de los exploradores con ruidosos gritos y frases de disidencia, como: "¡Que no se someta a votación!" "¡retírela!", "¡que lo echen!". Por otra parte los descontentos —y no podía negarse que eran bastante numerosos— aplaudían la enmienda con gritos de "¡orden!", "¡siéntense!" y "¡juego limpio!". Se trabó un forcejeo en los bancos del fondo y se cambiaron golpes a discreción entre los estudiantes de medicina que colmaban aquella parte del salón. Sólo gracias a la influencia moderadora del gran número de señoras allí presentes pudo prevenirse un tumulto absoluto. De pronto, sin embargo, hubo una pausa, siseos para hacer callar a la concurrencia y, por fin, un completo silencio. El profesor Challenger se había puesto de pie. Su apariencia y sus maneras atraen extrañamente la atención y, cuando levantó su mano para exigir orden, toda la concurrencia se sentó para escucharle llena de expectativa.

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