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Authors: Louise L. Hay

Tags: #Autoayuda

El poder está dentro de ti (4 page)

BOOK: El poder está dentro de ti
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Con mi terapeuta y profesor de la Ciencia de la Mente, Eric Pace, trabajé para limpiar mis pautas mentales con el fin de que el cáncer no se reprodujera. Hacía afirmaciones y visualizaciones, y seguí tratamientos espirituales para la mente. También trabajaba diariamente con el espejo. Lo que me resultaba más difícil de decir eran las palabras: «Te amo, de verdad te amo». Me costó muchísimas lágrimas y muchos ejercicios de respiración lograrlo. Cuando lo conseguí, fue como si hubiera dado un salto cuántico. Acudí a un buen psicoterapeuta especialista en ayudar a la gente a liberar la rabia. Durante esa época, me pasaba buenos ratos golpeando cojines y chillando. Fue maravilloso. Me parecía tan fabuloso porque jamás, jamás había tenido permiso para hacer eso en toda mi vida.

No sé muy bien qué método dio resultado; tal vez un poquito de cada uno. Por encima de todo fui verdaderamente consecuente con lo que hacía. Practicaba durante todas mis horas de vigilia. Antes de dormirme me daba las gradas por todo lo que había hecho durante el día. Hacía la afirmación de que mi proceso de curación se realizaba en mi cuerpo mientras dormía y que a la mañana siguiente despenaría sintiéndome bien, renovada y con nuevas energías. Cuando me despertaba por la mañana, agradecía a mi cuerpo el trabajo realizado durante la noche. Afirmaba que estaba dispuesta a crecer y aprender cada día y a hacer cambios sin Considerarme una mala persona.

También trabajé para comprender y perdonar. Una de las formas de hacerlo fue averiguar todo lo posible sobre la infancia de mis padres. Empecé a comprender que en realidad? podrían haber hecho de manera diferente nada de lo que hicieron debido a la forma en que fueron criados. A mi padrastro lo maltrataron en su hogar, y él hizo lo mismo con sus hijos. Mi madre fue educada en la creencia de que el hombre siempre tiene razón y la mujer debe estar a su lado y dejar que haga lo que quiera. Nadie les enseñó una forma diferente de vivir. Ése era su estilo de vida. Paso a paso, mi creciente comprensión me capacitó para comenzar el proceso del perdón.

Cuanto más perdonaba a mis padres, más dispuesta me sentía a perdonarme a mí misma. Perdonamos a nosotros mismos es tremendamente importante. Muchos hacemos a nuestro niño interior el mismo daño que nos hicieron nuestros padres. Sencillamente continuamos maltratándolo, y eso es muy triste. Cuando éramos niños y otras personas nos maltrataban, no teníamos muchas opciones, pero es terrible que de mayores seamos nosotros quienes maltratemos a nuestro niño interior.

A medida que me perdonaba, comencé a confiar en mí misma. Descubrí que cuando no confiamos en la vida o en los demás, lo que en realidad pasa es que no confiamos en nosotros mismos. No confiamos en nuestro Yo Superior para que cuide de nosotros en todas las situaciones, y por eso decimos: «Nunca volveré a enamorarme porque no quiero sufrir», o «Nunca permitiré que esto vuelva a suceder». Lo que realmente estamos diciéndonos es: «No confío en ti lo suficiente para dejar que cuides de mí, de modo que me voy a mantener lejos de todo».

Finalmente comencé a confiar en mí misma lo suficiente para cuidar de mí, y entonces se me fue haciendo cada vez más fácil amarme. Mi cuerpo estaba sanando y mi corazón también.

Mi crecimiento espiritual me llegó de esa manera tan inesperada.

Como premio añadido, comencé a parecer más joven. Los clientes que atraía eran, casi todos, personas dispuestas a trabajar en ellos mismos. Progresaban enormemente casi sin que o les dijera nada. Percibían y sentían que yo vivía los conceptos que enseñaba, y les resultaba fácil aceptar estas ideas. Entonces, por supuesto, conseguían buenos resultados. Comenzaron a mejorar la calidad de su vida. Una vez que empezamos a estar en paz con nosotros mismos interiormente, la vida parece transcurrir de modo mucho más agradable.

Así pues, ¿qué me enseñó a mí esta experiencia? Comprendí que tenía el poder de cambiar mi vida si estaba dispuesta a cambiar mis pensamientos y a liberar los hábitos que me retenían en el pasado. Esta experiencia me aportó el conocimiento interior de que si realmente estamos dispuestos a trabajar, podemos hacer cambios increíbles en nuestra mente, en nuestro cuerpo y en nuestra vida.

Estés donde estés, suceda lo que suceda, hagas lo que hagas, siempre lo harás todo lo mejor que puedas con el entendimiento, el conocimiento y la información que tengas en cada momento. Y cuando sepas más, harás las cosas de otra manera, como hice yo. No te regañes por estar donde estás. No te culpes por no hacer algo más rápido o mejor. Di: «Lo hago lo mejor que puedo, y aunque ahora esté metido en un lío, de alguna forma saldré de él, de modo que a buscar la mejor manera de hacerlo», Si lo único que haces es decirte que eres un estúpido y que no vales nada, entonces te quedarás estancado. Para llevar a cabo los cambios que deseas hacer, necesitas tu propio y amoroso aliento.

Los métodos que yo empleo no son míos. La mayor parte de ellos los aprendí de la Ciencia de la Mente, que es lo que fundamentalmente enseño. Sin embargo, estos principios son tan viejos como el tiempo. En las antiguas enseñanzas espirituales, encontrarás los mismos mensajes. He recibido la preparación necesaria para ser ministro de la Iglesia de la Ciencia Religiosa; sin embargo, no tengo iglesia. Soy un espíritu libre. Doy mis enseñanzas en lenguaje muy sencillo para que lleguen a mucha gente. Esta senda es una manera maravillosa de organizar la cabeza y de comprender verdaderamente de qué va la vida, y cómo se puede usar la mente para responsabilizarse de la propia vida. Cuando comencé todo esto, hará unos veinte años, no tenía ni la más remota idea de que sería capaz de dar esperanza y ayudar a tanta gente como hago hoy.

3

El poder de la palabra hablada

Cada día afirma lo que deseas en la vida.

Dilo como si ya lo tuvieras.

La ley de la mente

Existe la ley de la gravedad, así como varias otras leyes físicas cuyo funcionamiento no comprendo. Hay leyes espirituales, como la de causa y efecto: «Lo que das se te devuelve». También hay una ley de la mente. No sé cómo funciona, del mismo modo que tampoco sé cómo funciona la electricidad. Sólo sé que cuando acciono el interruptor se enciende la luz.

Yo creo que cuando tenemos una idea o cuando pronunciamos una palabra o una frase, de alguna manera salen de nosotros convertidas en una ley de la mente y nos vienen de vuelta convertidas en experiencias.

Ahora estamos comenzando a aprender la correlación entre lo mental y lo físico. Estamos comenzando a entender como funciona la mente y que nuestros pensamientos son creativos. Los pensamientos pasan con mucha rapidez por nuestra mente, por lo cual es sumamente difícil darles forma. La boca, por su parte, es más lenta. De modo que si empezamos a dirigir nuestra forma de hablar, escuchando lo que decimos y no dejando que salgan de nuestra boca palabras negativas, podremos ir dando otra forma a nuestros pensamientos.

La palabra hablada tiene un poder enorme, y muchos de nosotros no nos damos realmente cuenta de su importancia. Consideremos las palabras como los cimientos de lo que creamos continuamente en nuestra vida. Todo el tiempo estamos utilizando palabras; sin embargo, a veces no pasan de ser un balbuceo, porque en realidad no pensamos lo que decimos ni cómo lo decimos. Prestamos muy poca atención a la elección de nuestras palabras. De hecho, la mayoría de nosotros suele hablar en términos negativos.

Cuando éramos pequeños se nos enseñó gramática. Nos enseñaron a seleccionar las palabras según las reglas gramaticales. Sin embargo, yo he comprobado que éstas cambian constantemente, y que lo que era impropio en una época es correcto en otra, y viceversa. Palabras que antes se consideraban vulgares e inaceptables actualmente son de uso común. Pero la gramática no toma en cuenta el significado de las palabras ni la forma en que influyen en nuestra vida.

En la escuela a mí no se me enseñó que mi elección de palabras tuviera algo que ver con lo que iba a experimentar en mi vida. Nadie me enseñó que mis pensamientos eran creativos, ni que podían literalmente conformar mi vida. Nadie me dijo que lo que yo daba en forma de palabras volvería a mí en forma de experiencias. El objetivo de la regla de oro es enseñarnos una ley de vida muy elemental: «Haz a los demás lo que deseas que te hagan a ti». Lo que damos se nos devuelve. Esto nunca tuvo por finalidad hacernos sentir culpables. Nadie jamás me dijo que yo era digna de amor o que merecía el bien. Y nadie me enseñó que la vida estaba ahí para apoyarme.

Recuerdo que cuando era niña mis compañeros y yo solíamos insultarnos y decirnos cosas muy crueles e hirientes, y nos tratábamos mutuamente con desdén. ¿Pero por qué hacíamos eso? ¿Dónde habíamos aprendido ese comportamiento? Veamos lo que se nos enseñaba. A muchos de nosotros nuestros padres nos repetían una y otra vez que éramos estúpidos, bobos, perezosos e inútiles. Éramos una molestia y no valíamos lo suficiente. Más de algún pequeño escuchó a sus padres lamentarse y decir que ojalá no hubiera nacido. Tal vez nos encogimos asustados al escuchar esas palabras, pero no comprendimos lo profundamente clavados que quedarían el dolor y la herida.

Cómo cambiar el diálogo interno

Demasiado a menudo aceptamos los primeros mensajes que recibimos de nuestros padres. Escuchamos cómo nos decían «Cómete las espinacas», «Limpia tu cuarto» o «Haz tu cama», e interpretamos que debíamos hacerlo para que nos amaran. Entendimos que sólo éramos aceptables si hacíamos ciertas Cosas; que la aceptación y el amor eran condicionales. Sin embargo, se trataba del concepto de otra persona sobre lo que era digno, y no tenía nada que ver con nuestro propio Y profundo valor personal. Nos quedó la idea de que sólo Podíamos existir si hacíamos esas cosas para agradar a los demás, de otra forma no teníamos ni siquiera el permiso Para existir.

Estos primeros mensajes contribuyen a configurar lo que yo llamo diálogo interno, es decir, la forma en que nos hablamos a nosotros mismos. El diálogo interno es muy importante, porque constituye la base de nuestras palabras habladas, crea el ambiente mental según el cual vamos a actuar y determina la clase de experiencias que atraeremos. Si nos despreciamos o subvaloramos, la vida va a significar muy poco para nosotros. En cambio, si nos amamos y valoramos, entonces la vida puede ser un don precioso, un maravilloso regalo.

Si somos desdichados o nos sentimos frustrados o insatisfechos, es muy fácil echar la culpa a nuestros padres o a los demás. Sin embargo, cuando lo hacemos, nos quedamos atascados en esa situación, en nuestros problemas o frustraciones. Las palabras de culpa no nos proporcionan libertad. Recuérdalo, hay poder en nuestras palabras. Lo repito, nuestro poder proviene de hacernos responsables de nuestra vida. Ya sé que eso de ser responsable de nuestra propia vida suena un poco intimidante, pero es que en realidad lo somos, tanto si lo aceptamos como si no. Y para ser verdaderamente responsables de nuestra vida, tenemos que hacernos responsables de nuestra boca. Las palabras y frases que decimos son una prolongación de nuestros pensamientos.

Empieza a prestar atención a lo que dices. Si pronuncias palabras negativas o limitadoras, cámbialas. Cuando escucho alguna historia o anécdota negativa, no voy por ahí contándosela a todo el mundo. Creo que ya ha ido demasiado lejos y dejo que se vaya. En cambio, si escucho una historia pose la cuento a todo el mundo.

Cuando estés con otras personas, presta atención a lo que dicen y a cómo lo dicen. Trata de relacionar lo que dicen con lo que están experimentando en su vida. Muchísima gente vive a base de «debería». Cuando escucho la palabra «debería», es como si sonara una campanilla en mi oído. Hay personas a las que se la he escuchado decir, y con frecuencia, fusta más de diez veces en un solo párrafo. Estas mismas personas no se explican por qué su vida es tan rígida ni por qué no logran cambiar su situación. Desean controlar cosas que no pueden controlar. Entonces, o bien se culpan a sí mismas o culpan a otra persona. Y después se preguntan por qué no llevan una vida de libertad.

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