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Authors: Elisabetta Gnone

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico

El Secreto de las Gemelas (18 page)

BOOK: El Secreto de las Gemelas
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Encerrada en mi tarro, oí a los mayores avisar a las niñas para que bajaran a comer:

—¡NIÑAS, LA COMIDA ESTÁ LISTA!

Esperé que alguien subiera a buscarlas, pero acudieron muy tarde. Demasiado tarde... cuando ya estaba tendida la trampa...

Madame la desconocida

Babú recorrió el sendero que bordeaba la playa, atravesó el puente de piedra sobre el torrente Barán y subió hacia el acantilado. Cuando tuvo a la vista el faro, se acordó de que la casa de Shirley estaba muy cerca de allí y decidió ir a buscarla.

Dejó atrás la costa y se adentró en los matorrales, entre brezos y retamas en flor. Iba absorta en sus pensamientos y no prestaba atención ni a la dirección ni al tiempo que transcurría, siguiendo los senderos de los pastores, acariciando las espigas.

De repente, sin embargo, se dio cuenta de que algo había cambiado. La vegetación en torno a ella era distinta: en vez de las flores y los árboles del valle, ondulaban al viento plantas que nunca había visto. Su perfume era intenso y embriagador.

Mientras trataba de orientarse y de hacerse una idea del tiempo que llevaba caminando, percibió a lo lejos una figura. Era minúscula y bailaba en silencio en un campo de lirios blancos, casi tan altos como ella. La personita estaba envuelta en una extraña vestimenta. Una especie de túnica de seda escarlata ceñida a la cintura por una faja ancha que formaba, en la espalda, un gran lazo. Las mangas eran amplias y la niña ocultaba dentro sus manos. De sus cabellos recogidos despuntaban flores de peonía y dos largos cordones de seda dorada bajaban a los lados de su cara, pintada de blanco.

Babú se ocultó y estuvo observando unos instantes a la desconocida: tenía un aire vagamente familiar... De pronto, algo se movió entre la hierba. Podía ser una perdiz o una lagartija grande o una liebre o... Vainilla contuvo la respiración. Fuera lo que fuese, corría derecho hacia ella, rápido e invisible. Hasta que, de golpe, sin saber de dónde saltaba, se lo encontró ante ella.

—¡Barolo! ¡Para, me haces cosquillas! —gritó Babú reconociendo al perro de los Poppy. Le estaba lamiendo la cara orgulloso de haberla encontrado y contento de volver a verla.

Cuando Vainilla logró levantarse, junto a ella estaba la desconocida.

—¡¿Tú?! —exclamó—. ¡Santo cielo, no te había reconocido! Estás tan cambiada, tan...

—¡Soy Madame la Mariposa! —dijo Shirley Poppy. De la faja que le rodeaba la cintura asomó Mr. Berry.

—¿Madame... qué?

—¡Es la protagonista de una ópera! —explicó la niña—. Mi madre la interpretó muchas veces, cuando actuaba con papá y tía Malva.

—Tu... ¿tu madre era actriz? —Vainilla estaba aturdida. Shirley, en cambio, parecía estar a sus anchas en aquel extraño ambiente. Asintió a la pregunta de Vainilla. Luego, con un elegante movimiento de la mano, hizo desaparecer el paisaje de flores exóticas que las rodeaba y, con otro movimiento, repuso los brezos y las retamas.

—¿Quién eres de verdad? —preguntó Babú.

—Soy una bruja, como tú —contestó Shirley—. Y desde que tengo memoria, siempre lo he sido, desde mi nacimiento. Sé hacer encantamientos muy difíciles. ¿Quieres verlos?

—¿Desde que naciste? ¿No tuviste que esperar a que te asomaran los últimos dientes? ¡Qué raro! Y también es raro este vestido y tu magia es rara... Creas y haces desaparecer... ¡Tendría que ser imposible! En fin, que o eres una Bruja de la Luz y entonces haces aparecer, o eres una Bruja de la Oscuridad y entonces haces desaparecer, pero las dos cosas no. ¡No entiendo nada!

Shirley sonrió:

—Ven, te voy a enseñar una cosa —dijo agarrando a Babú de la mano.

Las dos niñas atravesaron el campo escoltadas por Barolo, que saltaba de acá para allá. Después caminaron por el lecho de un arroyo, penetraron en un pequeño bosque y por fin desembocaron detrás de una granja.

Shirley franqueó el vallado y Vainilla la siguió.

Mientras tanto, yo…

Cuando Dalia, Tomelilla y Cícero subieron a la habitación para buscar a las niñas, estaban tan seguros de que yo estaría con ellas que no miraron en el tarro. Y estaban tan nerviosos que no escucharon mis gritos.

Dalia salió de la habitación diciendo que iría a casa de Flox. Oh, no, no, pensé, no donde los Polimón. Cuando oí a Cícero y a Duff Burdock decir que iban a casa de Grisam, grité:

—¡Están allí!—. Y suspiré de alivio: estaba claro que las encontrarían muy pronto y todo se resolvería con un buen castigo general. Pero, entonces, ¿por qué mis antenitas seguían vibrando? Tenían un presentimiento, captaban un peligro… ¡Babú! ¡Babú estaba en peligro!

—¡Deprisa, deprisa, busquen a Babú! —volví a gritar—. ¡¡BABÚ ESTÁ EN PELIGRO!!

La granja de los Poppy

En la granja había muchos animales: ocas, gansos, gallinas. Babú habría querido jugar con ellos, pero Shirley tenía la determinación de mostrarle un viejo carromato abandonado en el prado frente a la casa.

—Era de mis padres —explicó—. Con él viajaron por el mundo representando comedias y tragedias de pueblo en pueblo. La gente acudía y a veces pagaba para verlos interpretar: "¡VENID, GENTES! ¡VENID AVER A LA ESPLÉNDIDA ABERDEEN EN EL PAPEL DE LA GITANA ESMERALDA!", gritaba papá. Él dibujaba los telones y tía Malva cosía los trajes de mamá. Están aquí dentro... —Shirley enseñó a Vainilla un gran baúl atestado de ropas, algunas de aspecto precioso, otras poco más que harapos.

—Me han dicho que era muy guapa... y que estaba perfecta en todos los personajes que interpretaba: reinas, princesas, gitanas... No la conocí.

—¿No conociste a tu madre?

Shirley negó con la cabeza. —Desapareció el día en que yo nací. La última vez que la vieron estaba en el acantilado del faro. Creo que el mar se la tragó. Por eso no me acerco al mar, él se llevó a mi madre.

—Lo siento mucho —dijo Babú acariciándole una mano.

Shirley cerró el baúl y saltó del carromato:

—Voy a enseñarte otra cosa...

Entraron en la casa. Si el carromato de actores había asombrado a Babú, la casa la dejó pasmada. Estaba abarrotada de los objetos más extraños que Vainilla había visto en su vida: lámparas de vidrio soplado, jarrones lacados, pipas de más de un metro de largas, escudos y retratos reales, teteras absurdas, telas que servían de cuadros y cestitas que eran sombreros… Ni un solo centímetro de aquella casa había quedado libre. Y por todas partes cortinas y cojines de colores brillantes, algunos enriquecidos con delgadas monedas de oro, otros con gemas y piedras preciosas. Shirley explicó a Vainilla que la mayor parte de aquellos objetos provenía del Lejano Este y que eran regalos de príncipes y emperadores a su familia.

—…Era su manera de agradecerles el ameno entretenimiento, ¿entiendes? —dijo Shirley—. Piensa que llegaron a actuar ante el marajá de Maltelia.

—¡Caray! ¿Y dónde está Maltelia? —preguntó Babú.

—Oh, está muy lejos. ¡Se tardan varias HORAS en llegar!

Vainilla pensó que Shirley mentía. Se necesitaban meses y no horas para llegar hasta el Lejano Este. Pero quizá se equivocaba. Ante la duda, no preguntó nada más y siguió a la niña por una escalera de madera muy empinada.

—Aquí duermo yo —dijo Shirley, enseñándole orgullosa el rincón que le habían reservado en la buhardilla. A Vainilla le pareció un lugar muy cómodo y acogedor.

—Ojalá tuviera yo un cuarto tan bonito sólo para mí —dijo.

—Espera, ahora la saco... —Shirley se metió bajo la cama—. La guardo aquí porque papá opina que pierdo el tiempo. Yo creo que se equivoca... —poco después reapareció con una tela de araña enredada en el pelo y una carpeta llena de hojas—. Eres la primera persona a la que se los enseño... —dijo entregándole a Vainilla el cartapacio.

—¿Qué son?

—¡Dibujos! Venga, ábrela.

Apenas soltó el lazo, la carpeta se abrió y centenares de hojas volaron dispersas por el suelo.

—Perdona, lo siento. Soy una inútil. Ahora las ordeno...

—No te preocupes, a mí también me ocurre siempre —la tranquilizó Shirley—. Necesitaría otra carpeta para guardarlos todos.

Pero Vainilla ya no escuchaba. Había tomado algunas hojas y las observaba extasiada. Nunca había visto dibujos tan bonitos, tan... ¡magníficos! Eran animales, sobre todo de la granja, pero también animales del bosque: ardillas, gamos, un gran sapo con aire esnob, cangrejos y puerco espines. Había también un sauce precioso.

—Son tan bonitos que parece que están vivos... —dijo Babú. Por el suelo vio retratos: el señor Poppy ocupado en tallar algo, su tía Malva cosiendo y... ¡Vainilla!

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